viernes, 18 de octubre de 2024

Recuerdos del carcelario

Películas como El presidio (1930), Soy un fugitivo (1932), Veinte mil años en Sing Sing (1932), Solo se vive una vez (1937), Fuerza Bruta (1947)... son clásicos indiscutibles del subgénero carcelario, que a estas alturas ya reúne un buen puñado de buenas, regulares y malas películas. De las “actuales” (o de los últimos cuarenta años), Encerrado (1989) e Invicto (2002) me entretuvieron sin más, la primera en la adolescencia, cuando también vi El beso de la mujer araña (1985), película que me desubicó, y la segunda hacia finales de la veintena. Huracán Carter (1999) me pareció un film digno (el tema de Bob Dylan era de mis preferidos a los 15 o 16 años); La milla verde (1999) no me interesó y Cadena perpetua (1994) me gustó mucho en su día; en visionados posteriores, ya en pantalla pequeña y en la era streaming, mi entusiasmo disminuyó hasta verla como una película bien hecha pero nada más. La misma opinión me merece El expreso de medianoche (1978), aunque esta nunca llegó a entusiasmarme. Siguiendo con lo que considero reciente, aunque para muchos mi “reciente” ya quedé en la prehistoria, Bajo el peso de la ley (1986), la televisiva Contra el muro (1994), Carandiru (2003), Pena de muerte (1995), Convicto (2013) y Un profeta (2009) me gustaron, no me cabe duda. Después está Celda 211 (2009) que funcionó muy bien entre el público, pero que me dejó la sensación de ser la suma de tópicos destinada al entretenimiento y al espectáculo sin más. De otras producciones españolas ambientadas en correccionales, me entretuvieron El presidio (1954), La fuga de Segovia (1981) y Todos a la cárcel (1993), aunque esta sea de otro palo, el de Berlanga; como Toma el dinero y corre (1969) lo es del primer Woody Allen. Más tarde vi Vacaciones en el infierno (2011), que se ambienta en un presidio mexicano y que más parece una comedia que goza con la violencia por el supuesto atractivo que ejerce la violencia cinematográfica en el público que empieza a ver cine hacia finales del XX en adelante, y de la presencia de Mel Gibson, aunque en violencia gratuita le gana Brawl in Cell Block 99 (2017), en la que Vince Vaughn rompe mas huesos y cabezas que Burt Reynolds en el film carcelario de Robert Aldrich, Rompehuesos (1974), donde se juega un partido de “football” entre guardias y reos; algo así como un solteros-casados de los de antes, de aquellos en los que las patadas no golpeaban al balón, salvo por casualidad, sino que impactaban directamente en las canillas o en las pelotas...

Hay otras clásicas, Código criminal (1931), Prisionero del odio (1936), Sin remisión (1950) o Motín en el pabellón 11 (1954), dirigidas respectivamente por Howard Hawks, John Ford, John Cromwell y Don Siegel, que también me parecen títulos de referencia y grandes del subgénero, junto a los nombrados al inicio del comentario —los de George Hill, Mervyn LeRoy, Michael CurtizFritz LangJules Dassin—, de los cuales mi favorita es Fuerza bruta. Menos cruda y violenta que esta de Dassin es El hombre de Alcatraz (1962), de John Frankenheimer, que también me gustó en su día, y ya en plan lucimiento de Clint Eastwood —quien a su vez dirigiría años después Ejecución Inminente (1999), un drama que tiene su parte carcelaria— otra de Siegel: La fuga de Alcatraz (1979), que tiene un tono sobrio y que me divirtió su planteamiento y su exposición del entorno carcelario, igual que me resultó divertida La leyenda del indomable (1967), cuyo director, Stuart Rosenberg, regresaría al carcelario en Brubaker (1980). Y las escenas de Furia (1936), Los viajes de Sullivan (1941) y Al rojo vivo (1949), en presidio, también las sitúo entre lo mejor del subgénero carcelario, sobre todo las de esta última. Dentro de este subgénero, sin duda también destacan las francesas Un condenado a muerte se ha escapado (1956), La evasión (1960) y Dos hombres en la ciudad (1973). Todavía recuerdo las británicas La extraña prisión de Huntleigh (1960) y El criminal (1960), y del cine italiano me vienen a la memoria Infierno en la ciudad (1959), un drama carcelario de Renato Castellani, con Anna Magnani y Giulietta Masina en los principales papeles, y de Detenido en espera de juicio (1971), con Alberto Sordi zarandeado por el sistema. En realidad, pensando en Al rojo vivo, a esta película de Raoul Walsh la situó entre lo mejor que he visto de cine negro estadounidense de todos los tiempos. Una maravilla de película, como algunas otras de las citadas en este rápido repaso en el que seguro me olvido de muchas que me llamaron la atención en su momento y que ahora mismo no me vienen a la mente; pero nunca he olvidado una que, aunque no sea carcelaria en el sentido que aquí le damos, pues se desarrolla en varios campos de prisioneros durante la Gran Guerra, es la que más me emocionó: La gran ilusión (1937).




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