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sábado, 22 de mayo de 2021

Pensión Mimosas (1935)


En la parte final de Pensión Mimosas (1935) asoma un adelanto del realismo poético, mezcla de romanticismo, pesimismo existencial e imposibilidad, que Marcel Carné, asistente de Jacques Feyder en esta película, y Jacques Prévert desarrollarían en sus colaboraciones a partir de Jenny (1936), que supuso el debut en la dirección de Carné. Pero aquí es otra pareja, la formada por Feyder y Charles Spaak, guionista imprescindible del cine francés, la que crea una historia de amor y desamor en la que ni el sacrificio ni la protección podrán evitar el destino al que parecen estar condenados los personajes del realismo poético. Pero en toda protección, hay posesión, en ocasiones inconsciente como la que nace de la actitud maternal de la protagonista de Pensión mimosas, una actitud fruto del amor y de la entrega generosa, al tiempo decidida, con la que la madre pretende guiar y proteger al hijo. Ese es el deseo de Louise Noblet (Françoise Rosay), pero quizá no el del joven (Paul Bernard) a quien crió de niño. Por aquel entonces, Pierrot ya sentía pasión por el juego, y el juego conlleva la posibilidad de ganar y el riesgo de perder no solo dinero. Las relaciones materno-paterno-filial, la matrimonial de los Noblet, la que une y distancia a Pierre y Nelly (Lise Delamare), y el rechazo de Louise hacia esta última —porque la considera una influencia negativa y peligrosa para Pierre— son los cuatro pilares sobre los que construye Pensión Mimosas, que Jacques Feyder inicia como una comedia y, sin que apenas lo fuerce —a cuenta gotas introduce detalles que anuncian el conflicto—, transforma la comicidad en melodrama y, finalmente, en la tragedia de una madre que se desvive por salvar a su hijo.



Aunque no sea hijo de su vientre, sí lo es de corazón. Lo es de su amor. Y este sentimiento ya queda señalado en la introducción que se ubica en Niza, en 1924, cuando las notas de humor son predominantes. En ese instante, Feyder sitúa la acción en el casino donde Gaston Noblet (André Alerme) enseña las normas a los crupieres, a quienes también enseña a negar cualquier evidencia de suicidio en las mesas de juego, en los salones y en los jardines del casino. Tras la irónica presentación, Gaston abandona el local y se dirige a la pensión Mimosas, el hospedaje de su propiedad y de Louise, su mujer. Ella es quien se encarga de dirigir el negocio y pronto comprendemos que también es el eje del film, cuando entra en escena el tercer personaje. Pierrot, de trece años, les llama madrina y padrino y su presencia alegra al matrimonio, pues, para ellos, es el hijo que no han tenido. Pero entre el tono alegre, hay una nota discordante: les preocupa la afición del niño por el juego —organiza apuestas escolares. Estos primeros minutos de Pensión Mimosas, permiten a Feyder establecer los vínculos afectivos entre los tres personajes. Muestra como Louise abraza maternal al niño tras reñirle, y el niño la abraza filial tras arrepentirse. También Gastón muestra su paternidad en el orgullo que siente, aunque se muestre algo preocupado porque al niño le de por organizar partidas escolares con una ruleta en miniatura —y ya de mayor, teme que sea un tarambana. Más allá de eso, todo semeja idílico hasta el día de la comunión del pequeño, momento en el que se presenta en padre para llevárselo consigo. Ese instante ya cambia el tono, pues el rostro de Gaston no puede ser más expresivo. Denota contrariedad y tristeza. Los años pasan y el matrimonio continúa en las Mimosas. Es 1934 y hablan de Pierre, que les escribe a menudo, pidiéndoles dinero. Vive en París y para ellos continúa siendo su hijo, por eso al leer que se encuentra enfermo, Louise no duda y viaja a la capital, donde descubre una realidad distinta a la imaginada, a partir de las cartas recibidas. Desde ese instante, su instinto y su amor maternal regresan con fuerza para proteger a Pierre, ya que lo descubre herido, tras recibir una paliza de advertencia, y necesitado de su ayuda, o así lo siente ella, cuando el hijo pródigo regresa a casa y acepta las condiciones de Louise, salvo poner fin a su relación con Nelly.




martes, 11 de diciembre de 2012

La Atlántida (1921)

 
En La Atlántida (L'Atlantide) Jacques Feyder mostró dos perspectivas alejadas por el tiempo en el que dividió el film, mezclando el drama que se percibe en el presente de Saint-Avit (George Melchior) con la fantasía que transcurre en un paraíso perdido que se descubre gracias al recuerdo de ese oficial trastornado por su incapacidad de olvidar a la mujer causante de su deseo y de su desgracia. La historia de La Atlántida se inicia en el desierto argelino, donde una patrulla francesa encuentra a un moribundo que resulta ser el oficial que había desaparecido en compañía del capitán Morhange (Jean Angelo). Durante su recuperación, el teniente de Saint-Avit sufre pesadillas en las que se observa asesinando a su compañero de viaje, hecho que no puede ni asumir ni admitir, como tampoco puede evitar que la mayoría de los oficiales le consideren culpable de homicidio. Sin pruebas, el tribunal militar encargado del caso asume alejarlo de África y ofrecerle un descanso indefinido en la capital francesa, sin embargo Saint-Avit se ve incapaz de olvidar un pasado que le reclama y que le exige regresar al continente donde perdió la razón. De vuelta a Argelia es destinado a un puesto fronterizo donde se produce su conversación con el teniente Ferrières (René Lorsay), la cual permite el flashback que ocupa el resto del metraje (salvo los instantes finales) y muestra el encuentro con Morhange, el viaje por el desierto y el descubrimiento de un oasis protegido por montañas, alejado del resto del mundo, que resulta ser la antigua Atlántida, resurgida tras la vaporización de las aguas del mar que bañaba el Sahara. En ese tiempo pretérito el capitán y el teniente son capturados y llevados ante la presencia de la reina Antinea (Stacia Napierkowska), hermosa y lujuriosa, que atrapa a los hombres para convertirles en sus amantes hasta que, cansada de ellos, los sustituye por otros objetos humanos. Por su condición de oficial de mayor graduación Morhange es el elegido para satisfacer el deseo de la bella monarca, pero el capitán no sucumbe a los encantos de una mujer a quien rechaza consciente del peligro que significa, hecho que conlleva la ira de la enamorada y despechada soberana, que no duda en utilizar a Saint-Avit para cobrarse su venganza y condenar al teniente a ese presente en el que sólo desea regresar a ella.

miércoles, 2 de mayo de 2012

La kermesse heroica (1935)



A pesar de ubicarse en un periodo histórico concreto, 1616, Jacques Feyder no pretendió exponer la realidad que se vivía en Flandes durante la ocupación hispana, lo que se propuso con La kermesse heroica (La kermesse héroique, 1935) fue realizar una divertida sátira, cuyo escenario sería una tranquila ciudad flamenca bajo el dominio de los españoles. La jornada se presenta alegre, es un día de fiesta, los hombres se preparan para celebrar la kermesse vistiendo sus mejores galas, al tiempo que toman sus armas y dicen que nunca se echarán atrás ante el invasor español; cuestión que sus mujeres observan con ciertas reticencias. En la casa del burgomaestre (André Alerme) se reúnen las personalidades más importantes de la villa; en una de sus salas posan para que un joven pintor (Bernard Lancret) inmortalice la grandeza de los allí presentes. Pero dentro de esos muros pasa algo más que una sesión de pintura de la escuela flamenca, pues Siska (Micheline Cheirel), la hija del burgomaestre, confiesa a su madre (Françoise Rosay) que desea contraer matrimonio con el joven artista; sin embargo, el carnicero (Alfred Adam) ha convencido al burgomaestre para que le conceda la mano de esa misma hija. El enredo se desata con la noticia de que los tercios españoles llegan a la ciudad; un hecho que cambia el buen humor y la gallardía de los ciudadanos masculinos, los cuales renuncian a las palabras anteriormente pronunciadas y empiezan a esconder sus posesiones más preciadas, entre las que se incluye sus vidas, al tiempo que dicen a sus esposas que no pregunten porque se trata de un tema que ellas no comprenden. Cuando el duque de Olivares (Jean Murat) entra en la villa se encuentra con un lugar en el que sólo hay mujeres y niños, además de descubrir que el burgomaestre yace de cuerpo presente, una triste desgracia que le impulsa a presentar sus respetos. A partir de la llegada de los españoles son las mujeres flamencas quienes toman las riendas de la situación, ofreciendo sus casas y su compañía al séquito que acompaña a un duque que parece hacer buenas migas con la señora del burgomaestre. La estancia del noble en el hogar del no fallecido sirve para ridiculizar tanto a sometedores como a sometidos, que en el caso del alcalde se hace pasar por muerto para salvar su pellejo, pues teme caer en las garras de unos tercios menos fieros de lo que se habría imaginado. Su falso fallecimiento ofrece la oportunidad para que sea su "viuda" quien asuma el control, tontee con el recién llegado y logre su propósito de casar a Siska con el pintor, gracias a su ingenio y a su amabilidad para tratar a tan distinguido huésped e invasor. La kermesse heróica (La kermesse héroique) es una sátira elegante e inteligente, que poco o nada tiene que ver con la realidad histórica que le sirve de marco, sin embargo esa situación temporal fue utilizada por Jacques Feyder para reírse (también analizar) de varios aspectos como: la integridad moral de los acompañantes del duque de Olivares: el enano (Delphin) y el sacerdote (Louis Jouvet), quienes se dejan comprar cuando descubren el engaño, la facilidad de las mujeres para proteger a sus maridos entregándose a los desconocidos, o el honor y la valentía de unos esposos que prefieren esconderse por sí los tercios resultan tan fieros como los pintan. Los personajes de La kermesse heróica (La kermesse héroique) se mueven a la perfección dentro de un escenario pictórico por donde despliegan sus virtudes con una naturalidad pasmosa, logrando una excelente caricatura de sí mismos, como el sacerdote que no quiere aceptar dinero por su silencio, a no ser que se trate de un donativo, el soldado que intima con uno de los vecinos del pueblo, porque ambos siente pasión por la calceta, o el burgomaestre que, en lugar de asumir las riendas de la ciudad, deja que su casa se convierta en el centro de operaciones de su esposa, prefiriendo seguir haciéndose pasar por muerto, porque ya arreglarán cuentas más adelante, cuando los españoles, más dispuestos a la diversión que a la lucha, se hayan ido.