lunes, 1 de noviembre de 2021
La fragata infernal (1962)
jueves, 12 de noviembre de 2020
Robert Ryan. Ni héroe ni galán
Robert Ryan nunca llegó a ser una gran estrella de Hollywood y, sin embargo, fue uno de los actores más destacados de su época. No existe contradicción alguna en lo escrito, sencillamente su imagen no se vendió con brillo porque no era la del típico galán, ni la del héroe inmaculado que tan buenos dividendos dio a los grandes estudios cinematográficos. Sus personajes carecían de glamour, cierto, aunque no de atractivo; de esto último tenían de sobra y, para confirmarlo, solo hay que ver a sus tipos duros y hombres derrotados, sus villanos con o sin matices, sus antihéroes y héroes sin heroicidad. Son los numerosos hombres sin brillo a quienes confirió personalidades que abarcan numerosas emociones y contradicciones. Violencia, derrota, odio, redención, racismo, traición, nostalgia, coraje, imposibilidad, y a añadir otras tantas, salpican su amplia galería de indispensables del cine hollywoodiense. Resulta evidente que su físico, 1,93 metros, mirada penetrante y complexión fuerte, lo encasilló en papeles de villano, antihéroe o tipo duro. Pero esto no resta a su carrera, sino que suma, gracias a la feliz unión de características físicas y aptitudes actorales con las que compuso grises, claros u oscuros, la mayoría memorables. ¿Quién podría precisar qué se oculta detrás de esos ojos qué clava en sus rivales mientras guarda silencio, muestra un rictus que hiela o una sonrisa que podría ser una amenaza? Si algo se puede decir de sus villanos o duros de cine, es que los hizo distintos, les dio carácter. Robert Ryan dio vida a rostros pétreos y personalidades ambiguas, atractivas y repulsivas, en interpretaciones veraces y contundentes que no encuentran una línea divisoria que separe al ser racional del irracional; de ahí que lo cerebral y lo visceral, o lo moral e inmoral, se mezclen y formen el todo que les hace ser como son. Viven en sus zonas lumínicas y sus grises, incluso de tonos tan oscuros que su fondo se turbia y ennegrece como le sucede al villano de Encrucijada de odios (Crossfire; Edward Dmytryk, 1947), quizá, de sus papeles más famosos y contrario a la personalidad del actor —activista por los derechos civiles, liberal que no dudó en oponerse a las listas negras o contra el armamento nuclear—. Su debut en la pantalla se produjo en 1940. Durante ese año apareció en cinco películas en las que apenas tuvo presencia y tendría que esperar hasta Bombardier (Richard Wallace, 1943) para asumir un rol de mayor relevancia, aunque secundaria. Su primer papel importante (de coprotagonista) no tardaría en llegar, aunque la estrella de Compañero de mi vida (Tender Conrade; Edward Dmytryk, 1943) fue Ginger Rogers. Su lista de grandes actuaciones se prolonga desde este film de Dmytryk hasta su rol en Acción ejecutiva (Executive Action; David Miller, 1973), pasando por títulos imprescindibles del cine.
Filmografía (parcial)
1. Montgomery, Encrucijada de odios (Crossfire, Edward Dmytryk, 1947)
2. Scott, Una mujer en la playa (The Woman on the Beach, Jean Renoir, 1947)
3. Smith Ohrig, Atrapados (Caught, Max Ophüls, 1948)
4. Robert Lindley, Berlín Express (Jacques Tourneur, 1948)
5. “Stoker” Thompson, Nadie puede vencerme (The Set-Up, Robert Wise, 1949)
miércoles, 11 de noviembre de 2020
El día de los forajidos (1959)
Poco a poco, Blaise nos va descubriendo otros aspectos de su carácter, de su soledad y de su “rostro” interior cambiante. Él es el protagonista de este espléndido western opresivo rodado con mano firme por André de Toth, otro que, como Ryan, no fue una estrella de Hollywood, en su caso entre los directores, pero sí un brillante cineasta capaz de llevarnos a un espacio cerrado y ponernos frente a una situación límite que expresa a las claras que nada es seguro, que todo puede cambiar en cuestión de segundos como consecuencia de fuerzas que se ignoran o se descontrolan. El cine de De Toth está plagado de personajes atrapados en espacios físicos que agudizan la sensación de que dentro de ese círculo invisible no son libres, sino que se encuentran condicionados por las circunstancias e imprevistos, pero sobre todo por la propia naturaleza humana. En el pequeño pueblo donde se desarrolla gran parte de la acción hay rencillas que todos conocen y que amenazan con descontrolarse, como así sucede cuando Blaise ordena que echen a rodar la botella sobre la barra del bar. Pero la señal —que debería ser la caída del cristal al suelo— para desenfundar nunca se produce, puesto que sucede el imprevisto: la irrupción de Bruhn (Burl Ives) y sus seis compinches.
Los bandidos, que acaban de robar al ejército, se hacen con el control del pueblo a punta de pistola, pero ni ellos mismos tienen el control, puesto que, aunque lo ignoren, también se encuentra atrapados en un espacio acotado, tanto por la nieve como por su propia naturaleza irracional, más salvaje que la del medio, como confirma que el antiguo capitán y líder de la banda deba imponerse a sus hombres para que no violen a las mujeres y maten al resto de habitantes del lugar. Queda claro para todos, sobre todo para Starrett, que si Bruhn, con una bala en el pulmón, muere los forajidos darán rienda suelta a su intención y necesidad de divertirse, y dicha diversión implicaría el desastre para los habitantes del lugar. Esos instantes de El día de los forajidos aumentan la tensión, como consecuencia de la herida de Bruhn —el veterinario que lo opera, después de que Blaise le hable de la importancia vital de que viva, dice a los vecinos que el herido no durará demasiado—, y de la naturaleza salvaje de sus hombres, quienes, salvo Gene, el muchacho, han asesinado, saqueado, ultrajado, traicionado... Saben que para ninguno de ellos hay vuelta atrás por eso aceptan seguir a Starrett por una montaña tan opresiva y más mortal que la villa.
martes, 13 de octubre de 2020
Acción ejecutiva (1973)
domingo, 15 de enero de 2012
Apuestas contra el mañana (1959)
viernes, 7 de octubre de 2011
Colorado Jim (1953)
viernes, 2 de septiembre de 2011
Los profesionales (1966)
Un primer vistazo apunta que Los profesionales (The Professionals, 1966) es un western crepuscular, de desencanto, de sueños perdidos, ya no de una época que se acaba, sino de las ilusiones que dejan su lugar a la desorientación, al no saber cuál es la causa de la lucha, o a saberlo y comprender que es una causa perdida, en ocasiones traidora e incluso imperfecta. Pero más que de desencanto, Richard Brooks realiza un western romántico, abierto a esos mismos sueños perdidos, a volver a ellos, aunque de un modo distinto, ya no buscando causas, sino a sí mismos. <<La revolución no es una diosa, sino una mujerzuela. Nunca ha sido virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero solo son asuntos mezquinos. Lujuria, pero no amor. ¡Pasión! Pero sin compasión. Y sin un amor, sin una causa, ¡no somos nadie! Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable>>, dice Raza (Jack Palance) a Dolworth (Burt Lancaster) cuando este se queda a cerrarle el paso. Las palabras del líder revolucionario hablan claro, hablan de ellos, de todos ellos, de sus ilusiones y decepciones, de sentirse vivos, desengañados y perdidos, pero siempre necesitados de una causa que consideren justa, pero cuál es ese causa, si es que existen las causas no perdidas.
Años atrás, Dolworth y Fardan (Lee Marvin) creían saberlo, pero ahora quizá ya no sepan nada más que están de vuelta en México; quizá se encuentren allí por dinero, quizá porque se sienten perdidos y regresan a lugar donde dejaron sus sueños, sus ideales. Lo cierto es que, tras las decepciones y la imagen presente, ambos todavía son idealistas y románticos, Dolworth, también mujeriego y Fardan, un sentimental, como le recuerda María (Claudia Cardinale), la mujer que, supuestamente, ha sido secuestrada y deben devolver a su marido, el señor Grant (Ralph Bellamy), el hombre de negocios que los contrata al inicio de este magistral western de Richard Brooks. El cineasta estadounidense no esconde sus simpatías, y las concede a los en apariencia perdedores, a esos hombres fuera de tiempo, a soñadores que han dejado de soñar y que transitan de regreso al lugar donde pudieron hacerlo. Quizá ese viaje a México signifique un viaje hacia sí mismos, al menos en los personajes de Lancaster y Marvin, ya que los interpretados por Woody Stroode y Robert Ryan son ajenos a ese retorno. Su viaje es diferente y, aunque resulte de menor entidad dentro de la historia, también implica una evolución que les acerca. El personaje de Ryan resulta interesante en su desarrollo, el cómo pasa de una comprensión moral limitada, de blanco y negro, a otra más compleja, que asume a medida que avanza el trayecto y su contacto tanto con el medio como con los hombres que lo acompañan. Inicialmente, accede con su moral estadounidense, con la ingenuidad de quien desconoce la ambigüedad humana y con la ignorancia de quien cree saberlo todo. Es un hombre que, asentado en su concepto de bien y mal, lleva consigo prejuicios, de los que se desprende aprendiendo sobre la marcha. En un momento de Los profesionales, le pregunta a Bill Dolworth <<¿Qué hacían dos estadounidenses en una revolución mexicana?>>. Y la respuesta le hace comprender más de lo que dice, puesto que permanece en silencio. <<Tal vez solo halla una revolución, desde siempre. La de los buenos contra los malos. La pregunta es quiénes son los buenos.>>