domingo, 14 de septiembre de 2025

Coffee & Cigarettes (2003)

Una de las piezas que mejor recuerdo de Coffee and Cigarettes (2003) es aquella que expone la reunión de Iggy Pop y Tom Waits en la que ambos dejan de fumar, aunque la intención solo les dura unos instantes, pues, finalmente, la afición y la adicción a los cigarrillos vence sin mayor pesar para los contertulios, que acompañan con tabaco sus cafés, su incomodidad y su conversación a la defensiva. Ese recuerdo me lleva a pensar que hace más de cinco años que dejé de fumar y más de veinte desde que vi por primera vez esta suma de once cortometrajes en los que el humo, la cafeína, los encuentros y las charlas, con o sin sentido, unen episodios confiriéndoles sensación de unidad, aunque ninguno de los momentos tenga que ver con los demás. Funcionan independientes y algunos mejor que otros. Desde entonces, el mundo y nosotros hemos cambiado. Sin ir más lejos, en relación con la percepción que tenemos del tabaco, ¿quién de los nacidos antes de la década de 1980 no recuerda al cowboy que cabalgaba a ritmo de Elmer Bernstein en anuncios comerciales o ver a alguien fumando en el interior de un local público, incluso en el aula de la facultad o en la consulta del médico de turno? Aunque seamos los mismos, siempre somos otros. Cambiamos, para seguir siendo. Lo ha hecho nuestra mirada, nuestro cuerpo, nuestras relaciones con el medio y con nosotros mismos, nuestra sociedad, pero la película es la misma. Las películas siempre son las mismas, somos nosotros (y nuestras miradas) quienes cambiamos y, para bien o para mal, quienes percibimos y juzgamos distinto, condicionados por los cambios en nuestro cuerpo, en nuestras relaciones y en nuestra mente, por las experiencias que evolucionan nuestra “madurez” y por los hechos, las características, las imposiciones y el “espíritu” que determinan cada época que vivimos y morimos. No podemos escapar de la historia, del devenir que, ajeno a nuestros deseos y decisiones, nos transforma y nos hace vernos y ver el mundo de otra manera, aunque no seamos conscientes. Puede que esa inconsciencia sea un reflejo defensivo o fruto de un no querer ver, de una manipulación externa o de una fuga de la realidad cambiante; aunque, en cierto modo, como decía el aristocrático gatopardo, nada cambie. Todo fluye, nada permanece, vendría a decir Heráclito, mientras que Parménides se situaba en el polo opuesto y de ahí a ver quién le movía. Otros vendrían a conciliar y dirían un poco de esto y de aquello. No obstante, en muchos aspectos, los cambios son constantes. Cambian las leyes, las modas, las correcciones, las prohibiciones, las imposiciones, la tecnología, los ídolos de barro... aunque, en el fondo, poco cambie nuestra historia. Tal vez se mantengan los temas, las emociones y los sentimientos humanos, aunque también estos dependen de los más diversos factores…

A buen seguro que el Jarmusch que inicia la serie Coffee & Cigarettes en el cortometraje homónimo realizado en 1986, al que seguirían otros dos, filmados respectivamente en 1989 y 1993, no era el mismo que aquel que añadió once más en este largometraje estrenado en 2004 (ni el que pueda ser en la actualidad), en el que se dejan ver algunos de sus amiguetes: Bill Murray, Iggy Pop, Roberto Benigni, Steve Buscemi, Tom Waits… Pero la unidad formal se mantiene, guarda relación, como si el tiempo no hubiera pasado. Lo hacen en locales, la mayoría bares y cafeterías, sentados a la mesa, donde el humo y la cafeína son compañeros de charlas, incluso de soledad e interrupciones indeseadas. Eso es lo que propone Jarmusch: una película compuesta por breves piezas en las que reúne a actores y actrices que hacen de sí mismas, pero sin ser ellas mismas, actuando para crear la sensación de encuentro y desencuentro, de complicidad o de extrañeza, en situaciones dispares que sienta a sus personajes a la mesa para que den rienda suelta al silencio o a la verborrea, que suele ser la dominante en esta película; tal vez la única de Jarmusch, que me aburre y entretiene al mismo tiempo, quizás porque me obliga a aceptar lo que me sirve sin generarme la sensación de complicidad. La otra opción es no probarla; claro que hay alguna pieza que, por sí sola, vista aislada de la sucesión de cortos, funciona. De hecho, me pregunto si no sería mejor verlas por separado, que en suma de tanto vouyerismo seguido. Es probable. En todo caso, ¿qué interés tienen estas conversaciones y comportamientos humanos propuestos por Jarmusch que, además de ajenos, sé preparados para ser observados y escuchados entre el humo y el café? Su desenfado, su ironía y su modo de reírse de sí misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario