Las criaturas gigantescas diseñadas por Ray Harryhausen sitúan Hace un millón de años (One Million Years, B. C., 1966) en la órbita de las “monsters movies”, pero la película dirigida por Don Chaffey, escrita y producida por Michael Carreras para la londinense Hammer Films, es algo más que una película de monstruos y también más que una nueva versión del largometraje homónimo dirigido por los Hal Roach, padre e hijo, en 1940. Es, junto Viaje alucinante (Fantastic Voyage, Richard Fleischer, 1966), el viaje a la fantasía que convirtió a Raquel Welch en objeto de deseo y en icono popular, como atestigua su imagen en la pared de la celda de Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, Frank Darabont, 1994). Mezclando los orígenes de la especie humana y el remoto anterior a esta, Carreras y Chaffey proponen su anacrónico transitar por el paleolítico donde reúnen dinosaurios y arácnidos, cuyo tamaño nada tienen que envidiar a ¡Tarántula! (Jack Arnold, 1955), entre otras criaturas de tamaño monstruoso también creadas por ese gran maestro de los efectos especiales apellidado Harryhausen, y dos grupos de homínidos que se distinguen por el cabello rubio y moreno (los primeros con mayor desarrollo racional en sus costumbres que los segundos), y un tercer clan, de rasgos simiescos, varias etapas por detrás en la evolución.
jueves, 30 de septiembre de 2021
Hace un millón de años (1966)
miércoles, 29 de septiembre de 2021
El gran atasco (1978)
Años antes de que las primeras carreteras asfaltadas diesen paso a las autovías, autopistas, peajes, embotellamientos, desguaces, cementerios y demás compañeras de campo semántico de coche, Wenceslao Fernández Flórez apuntaba fino en la novela El hombre que compró un automóvil (1932), cuando en el epílogo imaginaba un futuro habitado por vehículos motorizados. Tiempo después, consecuencia del desarrollo industrial y tecnológico y de la conversión del proletariado en clase media, vehículos, conductores, atascos, cláxones, insultos, atropellos, depredadores, víctimas e igual miseria, aunque en diferente formato, eran realidades indiscutibles que podían observarse en cualquier parte del mundo motorizado, por ejemplo sobre el asfalto de Roma a Nápoles o de esta a aquella, según el sentido del carril escogido en la coral y satírica El gran atasco (L’ingorgo, 1978). Puede sonar exagerado, pero el mayor atasco registrado hasta la fecha duró diez jornadas; se produjo en la nacional 110 de China, en el año 2010. Inspirándose en un relato corto de Julio Cortázar —La autopista del sur—, Luigi Comencini no necesitó tantas, le bastaron un día y su noche, tiempo más que suficiente para escenificar su sátira y su crítica en esa desesperante espera vial, que resulta una magnífica ocasión para estudiar el comportamiento humano, tanto el racional como el irracional de los individuos atrapados. Su historia se ubica en una autopista de la Italia del consumismo, de la industrialización, de la polución, la heredera del “milagro económico” de las décadas de los 50 y 60, donde el director igual atrapa al empresario Benedetti (Alberto Sordi) y a Ferreri (Orazio Orlando), su servil esclavo por un sueldo, como a Martina (Ángela Molina), que sufre el acoso y la posterior violación de tres hombres ante las miradas de cuatro amigos que, pudiendo intervenir, se quedan dentro de su auto. El atasco también retiene a Germana (Giovannella Grifeo) y familia, un núcleo “pobre, pero honrado” y de padre (Lino Murolo) proabortista, pues prefiere aprovechar la recién aprobada “ley del aborto” que permitir que su hija mancille su buen nombre —para él, su única posesión valiosa—, siendo madre soltera. Quienes sí están casados son Carlo (Fernando Rey) e Irène (Annie Girardot), un matrimonio de clase media en viaje de bodas de plata, que pretenden celebrar en el hotel donde pasaron su luna de miel. Pero su idílica intención sufre en esa carretera donde la ausencia u olvido de las llaves de casa precipita los reproches de Carlo, que se irán recrudeciendo, hasta que comprende que las llaves las tiene él y, entonces, suaviza su tono y le resta importancia al asunto. En ese momento, uno de los mejores y más cínicos de la película, el marido comprende que no puede borrar sus palabras, sus acusaciones, su crueldad verbal. Tampoco le vale disculparse, ya que es incapaz de encarar la vergüenza que le implicaría reconocer su vileza y su error, uno más entre tantos sufridos por ella, ni soportar un más que probable cambio de sentido en los reproches, así que decide una solución tan sutil como vil: introducirlas en el bolso de Iréne.
martes, 28 de septiembre de 2021
La joven casada (1975)
domingo, 26 de septiembre de 2021
Juan y Junior en un mundo diferente (1968)
La gracia de Juan y Junior en un mundo diferente (1968) no reside en si entretiene o deja de hacerlo, ni en las estrellas musicales que lo protagonizan, sino en el descaro con el que Pedro Olea arrebata a los industriales de Hollywood y a la serie B estadounidense la casi exclusividad de producir invasiones extraterrestres y llevarla a suelo gallego. Era su segundo largometraje, un encargo que inicialmente Olea iba a rodar para lucimiento de Los Brincos, uno de los grupos españoles más exitosos de su época. Hoy, suena a chiste que cualquier banda que no fuese The Beatles quisiera imitar a The Beatles, pero en aquel momento era bastante lógico seguir la estela marcada por el mundialmente famoso cuarteto de Liverpool. La cosa funcionó y Los Brincos se ganaron a la juventud española de entonces, de ahí que realizar una película musical, como ya habían hecho George Harrison, John Lennon, Paul McCartney y Ringo Starr, no fuese una apuesta descabellada desde su perspectiva comercial, profesional y promocional, más bien lo contrario. Lo gracioso del asunto no es el musical en sí, ni que el grupo se separase antes de empezar el rodaje, sino la ciencia-ficción a la que se adscribe y situarla en una ciudad cuyo origen apunta a fantástico. El cineasta bilbaíno recordaba que <<había que hacer una película con “Los Brincos” y la historia era de Juan García Atienza. En plena preparación “Los Brincos” se separaron y quedaron dos. Como siempre, el ambiente de rodaje fue magnífico, pero el final fue un verdadero desastre plagado de juicios y de embargos de copias>>.1 Antonio Morales, conocido artísticamente como “Junior”, y Juan Pardo abandonaron la formación en 1966 y crearon su dúo, que se separó en 1969. Probablemente, esta separación contribuyó al fracaso comercial del film. Olea apuntaba que <<junto a todos los fallos artísticos se dieron también los problemas entre los productores y la distribución. Además, en el momento en que la película estaba lista para el estreno, ya no interesaba, Juan y Junior se habían separado>>.2 Pero el realizador vasco había cumplido el encargo y, hoy, Juan y Junior en un mundo diferente asoma en su filmografía como una curiosidad a años luz de su siguiente película: El bosque del lobo (1970). No obstante, la historia ideada por Juan García Atienza, responsable de la explosiva Los dinamiteros (1963) y escritor familiarizado con la ciencia-ficción, se convirtió en la base del guion de un film que tiene un punto entre “andar por casa”, infantil y desvergonzado que le confiere gracia, sobre todo si se prescinde de la sobredosis de "ñoñería" —en el romance de Juan y Alicia (Maribel Martín)— y se cuenta con la anomalía de que los alienígenas no pagan por sus crímenes, pues los dos asesinatos por desintegración molecular quedan sin castigo —el primero en la bañera de la habitación que ocupa Junior en el Hostal de los Reyes Católicos, y el segundo en la fuente de los caballos, en la compostelana plaza de Praterías—, o que su humanización vaya a cambiar el devenir del plan extraterrestre.
sábado, 25 de septiembre de 2021
El discreto encanto de la burguesía (1972)
¿Qué diferencia a un artista de otro, y a estos del resto? ¿Su mundo propio, edificado previo a su arte, sobre gustos, obsesiones, fobias, recuerdos, sueños y otras “irracionalidades” que, escapando a las explicaciones lógicas y científicas, se suman a la realidad en la que viven? Federico Fellini y Luis Buñuel tenían su universo personal y ninguno dejó de mostrarlo en la pantalla. Algunos cineastas, los nombrados son dos ejemplos excepcionales, convierten el cine en sueños y sus sueños en cine. Cierto que el italiano tomó contacto con el medio cinematográfico durante el neorrealismo, pero su filmografía evidencia que fue uno de los más grandes soñadores del celuloide y nadie más que él habría podido soñar la forma de sus películas, a pesar de crear escuela. Su personalidad artística, construida sobre experiencias y circunstancias propias, es irrepetible, como también lo son la de Buñuel y la de una minoría selecta de cineastas que ha hecho del cine un espacio de ensoñación que escapa de la realidad para insistir en ella, aunque “ella” sea la suya. Fellini habló de Buñuel, conocía su obra, pero en esto no hay nada de especial, pues ambos coinciden en el tiempo y en el oficio; se reconocen y, en ocasiones, lo expresan: <<De Fellini me gustan también La strada, Las noches de Cabiria, La dolce vita. No he visto I vitelloni, y lo siento. En cambio, en Casanova me salí mucho antes del final>>.1 Son ilusionistas de celuloide, crean imágenes físicas, al darles forma en la pantalla, a partir de las mentales. Por otra parte, Fellini decía muchas cosas y pocas deben interpretarse literal, pero de sus palabras sobre Buñuel y El discreto encanto de la burguesía (Le charme discret de la bourgeoisie, 1972) no creo que exagerase. Para alguien como él, que comprende que la exageración va en la misma interpretación de cuanto somos y de cuanto nos rodea, ¿qué puede significar “exagerar”, sino hablar de la realidad dotándola de su inseparable compañera la imaginación? ¿Exageraba cuando dijo que <<El discreto encanto de la burguesía es la película más enigmática, total y emblemática de Buñuel, que es un cineasta genial. Quisiera decir que Buñuel es el más genial de todos porque logra una operación que solo a él le sale bien: hacer que el cine se exprese con su lenguaje más propio, auténtico y puro, el lenguaje con el que se expresa el sueño. En sus películas, Buñuel sueña por nosotros, los espectadores>>2? Habrá quien no comparta su opinión y quien no comprenda a qué me refiero cuando hablo de exageración. No se trata de deformar la realidad, magnificándola o minimizándola; sencillamente, en artistas como Fellini es darle su forma, la de su sentir, y eso es lo que hace cuando atribuye a Buñuel la capacidad de soñar por nosotros, los espectadores. Y es cierto, el de Calanda sueña y construye El discreto encanto sobre instantes que no ocultan su origen onírico. Sueña mucho más que una película que le supuso el Oscar a mejor película de habla no inglesa, algo que por otra parte poco le importaría, y una cena gratis en casa de George Cukor, cuya afición por las celebraciones podría compararse con el rechazo que su homenajeado decía sentir por ellas.
El cineasta aragonés reúne en un mismo espacio cinematográfico su gusto por el tiro y las armas de fuego —la escena en la que el personaje de Fernando Rey dispara sobre un perro de juguete o la del obispo jardinero (Julien Bertheau), que hace lo propio sobre el moribundo a quien acaba de dar la extrema unción—, los sueños —el del soldado que se encuentra con un conocido muerto seis años atrás o el sueño dentro de un sueño de François (Paul Frankeur)—, lo inexplicable —el joven teniente narra a Simone (Delphine Seyrig), Florence (Bulle Ogier) y Alice (Stephane Audran) un instante trágico y espectral de su infancia—, la receta del Dry Martini —François los prepara a la manera de Buñuel mientras aguardan por una comida que nunca llega— y tantas otras cuestiones que, pieza a pieza, crean ese mundo donde lo irreal y lo real caminan por una carretera, sin destino, de la mano de la ironía y del humor de un cineasta consciente de que puede hacer su cine sin tener que dar explicaciones.
<<Adoro los sueños, aunque mis sueños sean pesadillas, y eso son las más de las veces. Están sembrados de obstáculos que conozco y reconozco. Pero me es igual>>.3 Tales obstáculos, sueños y pesadillas reaparecen en ese mundo reconocible e irrepetible del aragonés, un mundo por donde pasean fantasmas, ensoñaciones, humor y personajes tan pintorescos como ese grupo que en El discreto encanto de la burguesía no logra satisfacer su estómago en las distintas reuniones gastronómicas. La imposibilidad se presenta desde el inicio, cuando los invitados acuden a la casa de Alice y Henri (Jean Pierre Cassel) y este no se encuentra allí porque se ha confundido con la fecha. Esta situación, inspirada en la anécdota ocurrida al productor Serge Silberman, abre el recorrido de seis personajes que no precisan buscar a su autor, puesto que Buñuel les guía en todo momento, para jugar con ellos y, aunque no asome físicamente, introducirse en la pantalla y crear un ingenioso y esperpéntico deambular por sendas donde realidad y sueño se confunden, y donde lo inexplicable no busca explicación.
<<Es que los sueños son una continuación de la realidad, de la vida de vigilia. En una película solo adquieren valor si no anuncia usted: “Esto es un sueño”, porque entonces el público dice: “Ah, es un sueño, entonces no tiene importancia.” El público se decepciona. Y la película pierde misterio, poder de inquietar.>>4 Buñuel no precisa más hilo conductor para su relato que esos seis personajes a quienes castiga sin concluir una cena: en el restaurante donde escuchan los lloros lastimeros que proceden de la sala contigua y descubren que allí se vela un cuerpo presente o en la mansión de Alice y Henri, donde la comida apenas llega a servirse, sea por la confusión que genera a los invitados la ausencia de los anfitriones o debido a la irrupción del coronel (Claude Piéplu) y sus soldados, que adelantan un día sus maniobras. Así, Buñuel logra introducir en la misma sala sueño, Ejército, burguesía, Iglesia, representada en el obispo obrero cuya pasión por la jardinería da pie al esperpento y a la confusión de identidad por parte de los anfitriones, que, primero, le echan a patadas de la casa —ya que viste de faena— y, minutos después, vestido de obispo, se inclinan, piden disculpas y le tratan con sumo respeto. Si los burgueses de El ángel exterminador (1962) no podían abandonar una habitación, los de El discreto encanto de la burguesía no pueden hacer realidad ninguna de sus cenas ni almuerzos. Tal imposibilidad está cargada de comicidad, de la genialidad de un cineasta que encuentra en sus personajes la posibilidad para introducir sus temas y dar rienda suelta a su humor negro, antidogmático, y a su rica inventiva, que no deja de ser una vuelta de tuerca a imaginación que sueña y recuerda.
1,3.Luis Buñuel: Mi último suspiro (traducción Ana María de la Fuente). Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2018.
2.Federico Fellini: Les cuento de mí. Conversaciones con Costanzo Costantini (traducción de Fernando Macotela). Sextopiso, Madrid, 2006.
4.Buñuel en Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel. Entrevistas y conversaciones. Plot Ediciones, Madrid, 1993.
jueves, 23 de septiembre de 2021
En la red de mi canción (1971)
miércoles, 22 de septiembre de 2021
El otro lado de la esperanza (2017)
martes, 21 de septiembre de 2021
Sabela de Cambados (1948)
lunes, 20 de septiembre de 2021
Corredor hacia China (China Gate, 1957)
Su nombre antes del título, para enfatizar su autoría, y el <<escrito, producido y dirigido por Samuel Fuller>> dejan claro que Corredor hacia China (China Gate, 1957) es un film de Fuller. No cabe duda respecto a eso, pero no por lo apuntado en los créditos, sino en las imágenes, los personajes y los temas que se verán a continuación. Se trata de un Fuller en toda regla y en plena forma, con sus temas y su estilo, sin adornos ni sentimentalismo, directo al asunto, golpeando donde duele y posicionándose con los antihéroes marginales, pero antes introduce información y un poco de propaganda que sitúan la acción en Indochina, en un periodo ya de guerra fría entre capitalismo y comunismo, momento durante el cual se produce el enfrentamiento armado entre el Vietminh, que domina el norte del país, y la Legión Extranjera francesa, que intenta frenar el avance comunista e independentista (que pretende descolonizar el país).
<<Esta película está dedicada a Francia. Hace más de trescientos años los misioneros franceses fueron enviados a Indochina a predicar el amor de Dios y el amor fraternal de los hombres. Poco a poco, la influencia francesa tomó forma en la tierra vietnamita…>> Así introduce el narrador de China Gate el espacio donde no explica si los indochinos tenían Dios propio antes de la llegada de los franceses; ni si una colonización puede o no ser fraternal, lo da por hecho, o, mismamente, si la naturaleza humana tiende a hermanarse cuando unos pisan tierras lejanas con la idea de superioridad y con el fin de dominarlas y establecer sus costumbres, imponiéndolas a las de otros. Las dudas me asaltan, pero la voz explicativa me arrastra veloz en su occidental recorrido por la historia indochina mientras las imágenes de arrozales o de la invasión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial nos acompañan. A modo de crónica, el guía invisible nos sitúa en los momentos anteriores a la aventura bélica con la que Fuller se alejará del discurso de propaganda inicial, para insistir en temas que se repiten en su obra: el racismo, la guerra y los fuera de lugar, supervivientes como Lia “Lucky Legs” Summer (Angie Dickinson) o la protagonista de Una luz en el hampa (The Naked Kiss, 1964). La voz continúa su informe sobre Vietnam para introducir la figura de Ho Chin Minh, quien, de ideología marxista-leninista, en 1945 fundó el Vietminh y proclamó la República Democrática de Vietnam, lo que supuso un primer paso para la guerra de Indochina, que no concluiría con la partición de Vietnam en 1954, pues, la no celebración del referéndum pactado en los acuerdos de paz, derivaría en la guerra entre el norte y el sur que se prolongaría hasta la década de 1970.
El profesor de historia ha cumplido su misión; su voz desaparece al tiempo que la propaganda pierde peso, ya que a Fuller no le interesa seguir esa senda. Le interesa el conflicto humano, la suma de sentimientos y emociones silenciadas, los rechazos que esconden cercanía, el sacrificio de una madre y la negación de un padre estadounidense ante los rasgos orientales de su hijo, el amor que parecía perdido, la traición, la vida, la muerte. Fuller toma ese camino en el mismo instante que su cámara se fija en un niño y su cachorro. Les sigue hasta unas piernas femeninas, por las que asciende su curiosidad hasta descubrirnos el rostro de Lia “Lucky Legs” Summer, de madre china y padre francés, ajena a los comunistas del norte y a los capitalistas del sur. Consciente de su marginalidad, y de ser marginada por ambos extremos, sobrevive, que ya es mucho, en la inestabilidad en la que vende alcohol a ambos lados para poder alimentar a su hijo de cinco años, el niño del cachorro, por quien accede a ser guía en una misión en la que no quiere participar, pero que acepta a condición de que su hijo sea admitido en Estados Unidos. No obstante, se echa atrás al ver que uno de los miembros es el sargento Brock (Gene Barry), a quien abofetea porque los abandonó cinco años atrás, cuando descubrió que el bebé tenía rasgos orientales. Finalmente, “Lucky” accede por su hijo, para que pueda crecer lejos del conflicto y donde cree que la “cruz” —ser mestizo de rasgos orientales— del hijo será menos pesada, algo que el propio cineasta desmiente en The Crisom Kimono (1959).
El racismo es un tema que se repite en Fuller, también la individualidad y la marginalidad de sus protagonistas, frente al orden y la hipocresía establecidas. Y Lucky, también Brock y Goldie (Nat King Cole), son personajes que cumplen los requisitos para encajar en el imaginario del director de 40 pistolas (Forty Guns, 1957). Ella se debe a su hijo, al amor que le profesa. Esa es su causa —la de Brock es la guerra, la de Goldie acabar con los comunistas y la del comandante Chen (Lee Van Cleaf), enamorado de Lia, expulsar a los occidentales y asumir el lugar que cree corresponderle dentro del orden por venir—, no las ideologías y los intereses que se enfrentan en una lucha que no mira por el bienestar del pequeño ni de tantos miles, millones, que sufren las bombas y la hambruna consecuencia del conflicto del que ella quiere alejar al niño. Lia acepta sacrificarse por amor y, a pesar de valerse del engaño para alcanzar su meta, es el personaje de China Gate, la heroína de Fuller, la que presenta mayor fortaleza y nobleza, puesto que actúa persiguiendo un fin constructivo y no uno destructivo. Su personalidad pone en evidencia al resto, sobre todo a su ex-marido, cuya negativa a sentir —su apariencia externa es fría y sus palabras son crudas, directas— solo es una fachada tras la que oculta el amor que le niega a Lucky, cuando se produce su acercamiento nocturno durante el cual ella le confiesa sus sentimientos, sin saber que, instantes después, volverá a ser herida por ese mismo hombre que ahora le abraza y la desea, pero que se negará una vez más la posibilidad de amar a su hijo.