En la tercera parte de su famosa y satírica Los viajes de Gulliver, el viajero de Jonathan Swift emprende su tercer viaje y llega a la isla flotante de Laputa o, mejor dicho, esta llega a él. Evidentemente, como el resto del libro, la isla es inventada y apunta la parodia envenenada que propone el autor irlandés, pues, tras su inventiva, se reconoce su demoledora burla a la política y a la sociedad contemporáneas. En El castillo en el cielo (1986), Hayao Miyazaki rinde homenaje a la obra de Swift y bautiza su isla flotante con el nombre ideado por el escritor y político para la de Gulliver, mas el cineasta japonés en ningún momento pretende ser Swift o crear un nuevo Gulliver, tampoco realiza una sátira política, aunque sí introduce crítica, ligera, ecologista y sin el escarnio pretendido y logrado por el creador inglés en su fantasía destinada a un público adulto, aunque, con el tiempo, pasó a formar parte de las listas de libros infantiles y juveniles. Vayan ustedes a saber el porqué. <<El instinto de supervivencia aleteaba con alegría en mi interior: estaba dispuesto a alimentar las esperanzas de que esta aventura podría, de una u otra manera, liberarme del desolado lugar y condiciones en que me hallaba. Pero al mismo tiempo difícilmente imaginará el lector mi asombro al ver cómo una isla poblada de seres humanos flotaba en el aire con capacidad de levantarla, bajarla y hacerla avanzar, a su antojo.>>1 Al contrario que Swift, Miyazaki muestra su Laputa sin humanos, aunque llena de vida animal y vegetal. Es un lugar donde el equilibrio natural ha regresado tras la desaparición de la destructiva influencia humana, como si el mundo natural curase sus heridas con la ayuda de un robot jardinero. No obstante, y pese a los cuidados de la máquina, lo idílico desaparece con la irrupción de Mosca y el ejército, que representan la civilización más avanzada y, cuando más avanzada suele ser una civilización, mayor riesgo de que sea más destructiva, como constata la historia de Laputa. Pero, ante todo, El castillo en el cielo es un film de aventuras y de fantasía destinado a los más jóvenes, pero también abierto a los adultos, repleto de detalles y guiños a la cultura popular: el topónimo de Swift, el mito de una civilización perdida o el cine de John Ford en el tono festivo de la pelea en el pueblo minero y la figura materna que se va descubriendo en Dora. Quizá no se pueda hablar de una evolución temática respecto a Nausicaä del valle del viento (1984), un film menos infantil, pero sí en el diseño de aparatos y localizaciones por los que transita la aventura de dos niños que, gracias a su generosas, valentía y amistad, logran salir airosos. Como otros personajes de Miyazaki, la heroína y el héroe de El castillo en el cielo encuentran libertad en el espacio aéreo donde viven parte de sus aventuras, aunque es el la tierra donde se encuentran y crean vínculos inquebrantables. Inicialmente, la princesa Sheeta y su amigo Patu son niños solitarios, ninguno tiene familia, pero su encuentro les permite la amistad que les arropa. Les hace más fuertes y les permiten liberar los corazones de los piratas del clan de Dora, la madre y líder de los bandidos que aportan comicidad a la fantasía y al viaje de Sheeta y Patu en busca de Laputa, la isla que brinda la fantasía del primer largometraje de Miyazaki para Studio Ghibli, productora que él mismo había fundado un año antes junto a Isako Takahara.
1.Swift, Jonathan: Los viajes de Gulliver (traducción de Pedro Guardia Massó). RBA Editores, S. A., Barcelona, 1994
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