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jueves, 18 de enero de 2018

Camelot (1967)



<<...Morir, dormir; dormir, quizá soñar...>> se dice Hamlet mientras se debate entre ser o no ser. La disyuntiva del personaje shakespeariano es similar a la elección ser hombre o ser monarca planteada por Arturo Pendragón (Richard Harris), el rey de Camelot, cuando duda entre vengarse como marido ofendido o continuar soñando con el reino donde su ideal sería el poder para la razón. Arturo sueña, ama y sufre las consecuencias del ideal de justicia y de igualdad que persigue, de su amor hacia Ginebra (Vanessa Redgrave), su reina y su razón de ser como hombre, y de la amistad que le une a Lancelot (Franco Nero), en quien observa la pureza que desea establecer en sus dominios. La historia de Camelot (1967) es la ilusión, la amistad, el amor y la infidelidad que marcan el devenir de tres personajes que, entre terrenales, puros e ideales, viven el suspiro onírico de felicidad, justicia y paz que sucumbe cuando el sueño de razón e igualdad, aquel simbolizado por la tabla redonda, se rompe en pedazos como consecuencia de su humanidad (deseo, miedo, frustración, entre otros sentimientos y emociones) y de las maquinaciones de Mordred (David Hemmings), el único personaje que no respira en constante contradicción entre el ser y el querer, pues él tiene claro su rol caótico y destructivo. Además de ser un lujoso musical de elevado presupuesto, quizá uno de los últimos grandes intentos de revivir el esplendor del género, Camelot (1967) es un film de contradicciones, de pasiones y de imposibles, que adapta el exitoso libreto y las canciones de Alan Jay Lerner y la música de Frederick Loewe. El propio Lerner se encargó de escribir el guión de su obra, más de ochocientas representaciones consecutivas en Nueva York, para que fuese Joshua Logan, otro imprescindible de Broadway, el encargado de llevarlo a la gran pantalla. A pesar de los altibajos en el ritmo narrativo de un metraje de tres horas, Logan tuvo en sus tres actores principales y en la ambientación de Camelot sus mejores bazas para sacar adelante el sueño artúrico cinematográfico que el público descubre durante el retroceso temporal en el que se desarrolla la película. Dicha analepsis nos trasporta a otra época, más luminosa, que nace del pensamiento del legendario rey cuando, al inicio del film, intenta comprender el por qué de su fracaso y de su oscuro presente. Su recuerdo lo transporta a tiempos alegres y felices, al bosque donde Merlín (Laurence Naismith) intentó enseñarle a pensar, a sentir y a volar por encima de los límites de la razón establecida. En ese mismo bosque se produce su encuentro con Ginebra, cuya negativa a casarse con el monarca, a quien no conoce y a quien rechaza por ser una imposición, provoca que Arturo se presente como Berruga y logre conquistarla con su canción "Camelot". La ensoñación está servida, la ensoñación del amor a primera vista, un amor que crece al tiempo que lo hace el mítico reino a donde se dirigen caballeros que, como Lancelot, acuden de diversos rincones del mundo conocido atraídos por el ideal representado por la mesa redonda.

viernes, 18 de julio de 2014

Escala en Hawaii (1955)


Ni la presencia delante de las cámaras de Henry Fonda (alejado de las pantallas desde Fort Apache), James Cagney (en su última interpretación para el estudio en el que había desarrollado su carrera artística), William Powell (retirado tras finalizar el rodaje), Jack Lemmon (premiado con el Oscar al mejor actor de reparto) o Ward Bond (secundario de lujo en numerosas producciones de John Ford) pudieron evitar el ritmo irregular de esta exitosa adaptación cinematográfica de la obra teatral escrita por Joshua Logan y Thomas Heggen. El resultado final de Escala en Hawaii (Mr.Roberts, 1955) se vio afectado por la dirección de tres realizadores de estilos opuestos como los de John Ford, Mervyn LeRoy y Joshua Logan, este último sin acreditar y, junto a Frank S. Nugent, autor del guion de un proyecto que inicialmente iba a ser filmado en su totalidad por Ford, sin embargo, problemas de salud provocaron que fuese sustituido por LeRoy (responsable de las escenas desarrolladas en el interior del carguero, único escenario de la película). También habría que tener en cuenta, a la hora de hablar del desequilibrio del film, las discrepancias creativas entre el director de Las uvas de la ira y Henry Fonda, a quien Ford impuso como protagonista, en contra de la opinión de los ejecutivos de la Warner, no solo porque hubiese trabajado con él en seis ocasiones sino por haber interpretado al personaje en Broadway. Pero, como consecuencia de sus diferencias y de los cambios en la dirección, el rodaje de Escala en Hawaii estuvo marcado por constantes altibajos que a la postre derivaron en el fin de la amistad entre el realizador de El joven Lincoln y el actor que dio vida tanto al personaje principal de aquella como al teniente Roberts. En este oficial se descubre la imperante necesidad de participar en la contienda de la que se mantiene alejado al formar parte de la retaguardia de la flota del Pacífico, lo cual le aparta de los puntos conflictivos y crea su desidia, la misma que reina sobre la cubierta de la embarcación. Este aburrimiento merma la moral de la tripulación a la que el teniente defiende ante su tiránico capitán (James Cagney), obsesionado con el ascenso que piensa conseguir gracias a la eficacia de su segundo, por eso se enfurece cada vez que aquel escribe una carta de traslado que nunca recibe la respuesta deseada. Mientras tanto, los días transcurren iguales, y a la espera de ver cumplido su anhelo el teniente comparte su tiempo con "Doc" (William Powell) y con Pulver (Jack Lemmon), el alférez que desea imitarle, pero que naufraga en su intento al dejarse intimidar por el miedo que le genera el capitán. Todas las relaciones desarrolladas a lo largo de la película tienen a Roberts como eje, ya sea la paternal que mantiene con la marinería, la que le enfrenta a su superior o la de igualdad que le une al doctor; pero quizá su trato con Pulver sea el que adquiere mayor relevancia al centrarse en el lento proceso de maduración del alférez. Nueve años después del estreno de Escala en Hawaii, el propio Joshua Logan dirigió ¡Valiente marino! (Ersign Pulver, 1964), una secuela en la que Pulver se convierte en el protagonista absoluto, aunque el personaje perdió fuerza cómica y dramática al no ser interpretado por Jack Lemmon.

viernes, 12 de abril de 2013

La leyenda de la ciudad sin nombre (1969)



Aparte de una mala experiencia profesional, La leyenda de la ciudad sin nombre (Paint your wagon, 1969) fue para Clint Eastwood la advertencia y el empujón para convertirse en el máximo responsable de las películas en las que participaría desde aquel momento, salvo casos puntuales como Los violentos de Kelly (1970) o En la línea de fuego (1993). Pero a pesar de que ni a Eastwood, ni al público ni a la crítica les contentase este musical no se puede negar que posee cierto encanto en su perspectiva inicial, valiente al apuntar cuestiones bastante atrevidas para su época, y en la presencia de
 Lee Marvin y Clint Eastwood como protagonistas de un film de género, que dista de aquellos sobre los que ambos cimentaron sus carreras, interpretando a tipos duros tanto en westerns como en policíacos. La leyenda de la ciudad sin nombre (Paint your wagon) se basa en el musical Paint you wagon, estrenado con relativo éxito en Broadway en 1951, años antes de que Alan Jay Lerner decidiera realizar una superproducción financiada por Paramount, en la que se contó con la colaboración de Paddy Chayefsky, prestigioso guionista y novelista, para que adaptase el libreto original, dicha adaptación serviría para que el propio Lerner escribiese el guión que a la postre se convirtió en el último que dirigiría Joshua Logan, debido al monumental fracaso en taquilla del film. La leyenda de la ciudad sin nombre se ambienta en la California de la fiebre del oro, donde por casualidad coinciden Ben Rumson (Lee Marvin) y su futuro socio (Clint Eastwood), opuestos en cuanto a costumbres, pensamiento y edad. Ben reconoce que ha quebrantado todos los mandamientos habidos y por haber, como también reconoce que le gusta emborracharse hasta ponerse melancólico, sin embargo, en sus palabras y en su actitud también se descubre una visión tolerante y liberal que le aleja de los convencionalismos sociales que finalmente se impondrán a su alrededor. Los dos hombres alcanzan su amistad compartiendo cuanto poseen, hasta el extremo de compartir también a Elizabeth (Jean Seberg), la mujer que Ben compra en la subasta pública exigida por los habitantes de la villa minera. Aunque inicialmente muestre ciertas reticencias, Elizabeth no tarda en enamorarse de los dos socios, ya que no encuentra nada reprochable en no tener que elegir a uno si puede tenerlos a ambos; no en vano ella compartió a su anterior marido (un mormón) con otra mujer. A los mineros de la ciudad les trae sin cuidado que sean un triángulo marital o que busquen a otro para formar un cuarteto de cuerda, lo que a ellos les interesa realmente es un aumento inmediato en la población femenina, que al fin y al cabo se reduce a la bígama: así pues, al socio se le ocurre una idea brillante, pero es Ben quien la lleva a cabo cuando decide secuestrar a varias prostitutas para que amenicen las oscuras y solitarias jornadas de sus vecinos. Pero el equilibro alcanzado dentro de esa no civilización se rompe con la aparición de nuevos colonos, sobre todo porque crean en Elizabeth la necesidad de sentir la respetabilidad que le proporcionaría el estar casada con un solo hombre. De ese modo se inicia el principio del fin para el asentamiento nacido de la presencia de un mineral que, además de nublar la razón de los hombres, se cuela por el entarimado del salón para caer en unas galerías, hechas por los socios, que recorren el subsuelo de la localidad que tanto gusta a Rumson, porque en ella no hay lugar para las normas o los convencionalismos de los que siempre ha renegado

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