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viernes, 11 de octubre de 2024

California Suite (1978)

En la década de 1930, MGM reunió glamour y estrellas en Gran Hotel (Grand Hotel, Edmund Goulding, 1933) y en Cena a las ocho (Dinner at Eight, George Cukor, 1933). Eran de las primeras producciones sonoras hollywoodienses que reunían tantos astros juntos y, aunque hoy la mayoría sean desconocidos para muchos, la presencia en letras luminosas, en los carteles y en las marquesinas de los cines, de los nombres de actrices como Greta Garbo, Joan Crawford o Jean Harlow y de actores como John Barrymore, Lionel Barrymore o Wallace Beery casi aseguraba el éxito comercial de los estrenos en los que participaban. Pero la taquilla no es una ciencia exacta, nadie te asegura que ese casi desaparezca y se evite el riesgo de que la producción naufrague con casi todo a su favor. Actualmente, ya son muchos los casi y los títulos que reúnen planteles repletos de popularidad como baza comercial. Algunos se dieron un batacazo inesperado, otros arrasaron en la taquilla. En la década de 1970, hubo varios films con grandes repartos que fueron fiascos económicos y grandes éxitos comerciales, sobre todo me viene a la memoria uno de cada: Un puente lejano (A Bridge too Far, Richard Attenborough, 1977), que no resultó tan taquillera como prometía, aunque, personalmente, me parece una recreación bélica que alcanza una armonía estimable que no posee El día más largo (The Longest Day, Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki, 1962), y el que quizá sea el titulo más popular del subgénero de catástrofes, El coloso en llamas (The Towering Inferno, John Guillermin, 1974), que, como la película de Goulding también se ambienta en un lujoso edificio; en este caso, un rascacielos donde se reparte la atención entre varias historias protagonizadas por un reparto encabezado por Paul Newman, Steve McQueen, Faye Dunaway, William Holden, Fred Astaire, Jennifer Jones... Cuatro años antes de que ardiese el coloso, Neil Simon y Arthur Hiller ubicaban las tres historias de Eso del matrimonio (Plaza Suite, 1971) en otro hotel, el Plaza de Nueva York. Era la primera de las tres películas de la serie “Suite”; siendo la más famosa del conjunto California Suite (Herbert Ross, 1978), comedia que reunió a Alan Alda, Michael Caine, Bill Cosby, Jane Fonda, Walter Matthau, Elene May, Richard Pryor y Maggie Smith, en el papel de una actriz inglesa que llega a Los Ángeles para asistir a la ceremonia de los Oscar en la que está nominada a la mejor actriz del año. Como curiosidad, la actriz británica ganó ese mismo premio en la realidad, en la categoría de actriz de reparto, por su papel en esta película producida por Ray Stark y dirigida por Herbert Ross. Este adaptaba a la pantalla otra obra teatral de Neil Simeón, que, como era habitual en él, se hizo cargo del guion. Por tercera vez, el popular comediógrafo trabajaba con Ross, prolongando así una relación profesional que aún depararía dos títulos más: Soy tu hija, ¿te acuerdas? (I Ought to Be in Pictures, 1982) y Hola, Mr. Dugan (Max Dugan Returns, 1983)

Durante las décadas de 1960 y 1970, Simon fue uno de los autores teatrales más exitosos de Broadway y sus obras eran objeto de deseo de los productores de Hollywood. La extraña pareja (The Odd Couple, Gene Saks, 1968) quizá sea la más conocida de sus adaptaciones al cine, pero fueron muchas otras y cualquiera de las piezas que escribiese parecían destinadas a convertirse en éxitos y en películas, desde Descalzos por el parque (Barefoot in the Park, Gene Saks, 1967) hasta La chica del ayer (The Goodbye Girl, Herbert Ross, 1977) y más. Rodada dos años después del estreno de la obra teatral, que se desarrolla en cuatro actos —uno para cada relación de pareja—, California Suite lo tenía casi todo para triunfar: un productor estrella, un director en racha, un guionista autor y un elenco de ensueño; y, lo que era mejor, casi no le faltaba nada para ser una buena película. ¿Lo fue? Tengo mis dudas, al respecto. No puedo calificar de bueno un film que, en realidad, son cuatro y que sus historias funcionan dispares, aunque todas ellas insisten en la convivencia y las relaciones de pareja (matrimonios o amigos) que asoman en el teatro y el cine de Simon. Las cuatro historias que componen el conjunto fueron filmadas por separado y solo se relacionan por el espacio donde se desarrollan. Cada una de ellas funciona como un todo que no precisa de las otras; tampoco contactan entre sí, salvo por el espejismo creado en la sala de montaje donde se intercalaron las imágenes para romper su aislamiento y su forma episódica. De ese modo, rompiendo la linealidad temporal de las historias, intercalando momentos, aunque sin establecer contactos entre los personajes de unas y otras, se genera la sensación de unidad que se agudiza gracias al escenario que comparten, un espacio que, como apunta el título, se ambienta en las suites del californiano Hotel Beverly Hills —en la obra teatral es la misma doble habitación para todas las parejas; de ahí el singular del título— y en otros lugares de Los Ángeles donde Ross y Simon proponen varias relaciones de pareja —entre visitantes que provienen de Londres, Nueva York, Chicago y Filadelfia— y situaciones en la que los diálogos resultan fundamentales, salvo en el slapstick que protagonizan Cosby y Pryor, así como las presencias de actores y actrices de la talla de Walter Matthau y Michael Caine o de Maggie Smith y Jane Fonda le dan un plus de al irregular conjunto creado en la sala de montaje…






domingo, 14 de enero de 2024

Descalzos por el parque (1967)


Producida por el mítico productor de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Hal B. Wallis, y escrita por el popular comediógrafo Neil Simon, a partir de su exitosa comedia homónima, Descalzos por el parque (Barefoot in the Park, Gene Saks, 1967) reúne en pantalla a Robert Redford y a Jane Fonda para que den vida a una pareja de recién casados ante su primera crisis matrimonial. Los primeros días son idílicos, los pasan en un lujoso hotel neoyorquino y, aunque no se muestre en pantalla, disfrutan de su luna de miel. Pero todo cambia cuando la normalidad se hace con sus vidas y las personalidades de ambos cónyuges se distinguen y distancian debido a sus distintas prioridades. Esto da pie al enfrentamiento de intereses, a la búsqueda del equilibrio, al enredo y a la comedia, a la evasión de la realidad, fuga por la que apuesta el film al bromear situaciones. Da igual que se sepa que todo es mentira, que se esté ante la enésima crisis matrimonial que será vencida por la ensoñación del amor vista por el cine de Hollywood. Menos mordiente que en La extraña pareja (The Odd Couple, 1968), otra adaptación suya de Simon, Saks realiza en Descalzos por el parque un acercamiento amable a la vida conyugal que encuentra sus mejores argumentos para atraer al público en la presencia de Fonda y Redford, cuya colaboración funciona en la pantalla —lo haría en varias ocasiones más—. Él es un joven abogado en busca de abrirse camino y ella una mujer de su hogar o, como afirma en un momento puntual: una esposa; pero sería mejor decir que ambos son caricaturas de la típica pareja de enamorados en una historia de amor cinematográfica que, en la segunda mitad de la década de 1960, sonaba a un cine anterior, pues toma como modelo la comedia del Hollywood clásico y encierra a sus personajes en decorados donde el enredo se enriquece y cobra mayor comicidad con la presencia de Charles Boyer y Mildred Natwick. El idilio de los primeros días dan paso a la instalación del matrimonio en el apartamento que ha de ser su hogar, pero al que cuesta llegar porque carece de ascensor; está carencia marca lo que se supone los primeros minutos cómicos de una comercia “romántica” al uso, que carece de novedad, pues no pretende nada nuevo, ni sermonea ni pretende reflexionar sobre el matrimonio; y si tal, ironizar. Ese tono, poco exigente, conecta con el público que no busque mayor acidez al asunto, pues carece de ella, no se trata de mostrar el matrimonio a lo Billy Wilder en Bésame, tonto (Kiss Me, Stupid, 1966), sino de mostrarlo como algo idílico que puede sufrir algún revés superable…



sábado, 30 de septiembre de 2017

Tras la pista del zorro (1966)


Las primeras películas de Vittorio De Sica tras las cámaras fueron cuatro comedias que nada tenían que ver con el neorrealismo que le dio fama internacional y que ya forma parte fundamental de la historia del cine. Pero hay quien ignora de qué se trata. <<¿Qué es el neorrealismo?>>, pregunta la antigua estrella de la pantalla interpretada por Victor Mature, antes de que su representante (Martin Balsam) exclame: <<¡Sin dinero!>>. La broma está hecha y tiene su gracia, sobre todo cuando se piensa que la imagen que muchos tenían de las películas neorrealistas era de pocos recursos —y a menudo, así era, más si cabe en la inmediata posguerra—, pero en boca del Cesare Zavattini teórico neorrealista la respuesta habría sido otra, quizá más imaginativa y ajustada a la realidad que contemplaba hechos y personas que dotaban de humanidad y valor social a sus guiones, fuesen situaciones extraídas de la calle o inventadas. Suena contradictorio unir “imaginativa” y “realidad”, pero resulta que Zavattini tenía fantasía, también la tenía el neorrealismo, por ejemplo en la fantástica Milagro en Milán (Miracolo a Milano, 1950). Sin embargo, cuando se inició el rodaje de Tras la pista del zorro (After the Fox, 1966), el neorrealismo ya había cumplido su misión y de él solo quedaban su leyenda y sus películas, algunas de las cuales tuvieron su origen en la pareja artística 
De Sica-Zavattini. Pero en esta producción que sí tenía dinero, el escritor y guionista italiano se limitó a acompañar a su amigo Vittorio, sin apenas dejar notar su presencia, no acreditada en el guión firmado por Neil Simon. Claro está que el cine de De Sica mejora con las ideas de Zavattini, además, el cineasta nacido en Sora (en la región de Lazio) no sentiría un interés especial por el guión de Simon, tomándose a broma, pues eso es lo que es, esta coproducción internacional que resultó ser una de sus películas más irregulares. Aun así, dicha irregularidad no empaña el entretenimiento que ofrece su burla metacinematográfica, que aprovecha la presencia de Victor Mature, parodiándose a sí mismo en el papel de Tony Powell, y el histrionismo de Peter Sellers en le rol de Aldo Vanucci.


Ladrón, fugitivo, maestro del disfraz, hermano, hijo y conocido en el mundillo del crimen como el "zorro", es de suponer que por su astucia, Vanucci se fuga de la cárcel para salvaguardar el honor de su hermana Gina (
Britt Ekland), intención que no le resulta sencilla, pues Gina desea convertirse en estrella de celuloide y aprovecha cualquier ocasión para coquetear con el cine. Ante la imposibilidad de ofrecer a su madre y a su hermana el bienestar que se merecen, el viejo zorro decide atacar una vez más -mientras suspira <<si pudiera robar lo suficiente para ser un hombre honrado>>-, y lo hace aceptando la propuesta de Okra (Akim Tamiroff), que pretende introducir en Italia el oro robado en El Cairo. Al tiempo que escapa de la policía, Aldo piensa en la bañera o en la sala de proyección, no obstante, todavía no tiene claro cómo introducir el cargamento, pero, visionando en compañía de Gina una antigua película con Tony Powell de protagonista, su cerebro se ilumina con la brillante idea de hacerse pasar por un reputado director cinematográfico, pues la fiebre que desata el cine entre las masas, le proporciona una tapadera inmejorable. Asumiendo la pedante personalidad del ficticio Federico Fabrizi, Vanucci se traslada a una pequeña villa marinera donde todos los vecinos muestran su entusiasmo por salir en la película "El oro del Cairo", un filme inexistente que tendrá que existir como consecuencia del retraso de la embarcación que transporta el metal robado. El mayor acierto de esta comedia, por y para lucimiento de Sellers, una vez más haciendo gala de su capacidad camaleónica, reside en la parodia que De Sica hizo de los dos personajes principales. Por un lado, Aldo Vanucci, en quien se caricaturiza a un realizador que, sin saber qué y cómo rodar, decide realizar un film intelectual que solo es el reflejo de su despropósito, a pesar de que un crítico exclame fuera de sí <<¡ese hombre ha filmado un clásico, un clásico!>>. Por otra parte, nos encontramos con el actor interpretado por Mature, en la vida real retirado de la gran pantalla desde Los tártaros (I tartari; Richard Thorpe, 1961), a una vieja estrella que se niega a aceptar el paso del tiempo, consciente de que sí envejece las ofertas de trabajo continuarán siendo tan mínimas coma hasta el momento en el que acepta participar en "El oro de El Cairo". Pero más allá del tono burlesco (presente en otras producciones del cineasta italiano), Tras la pista del zorro no encaja ni en De Sica ni en Zavattini y sí lo hace dentro de la moda cómica-pop de aquellos años y en el humor que el actor británico había llevado a su máxima expresión en La pantera Rosa (The Pink Panther; Blake Edwards, 1964).

domingo, 9 de septiembre de 2012

Un cadáver a los postres (1976)

El éxito de películas o de personajes cinematográficos produce cierta tendencia a realizar parodias, más o menos innecesarias, que han dado pie a producciones como Casino Royale (1967) (burla del agente 007), El jovencito Frankenstein (1974) (Mel Brooks ofreció su versión en clave humorística de El Dr.Frankenstein), Mi bello legionario (1977) (caricatura de Beau Geste realizada por Matrin Feldman), Aterriza como puedas (1980) (divertida y alocada parodia de Aeropuerto) o Un cadáver a los postres (Murder by Death), que, más que una parodia de un film, caricaturiza a personajes reconocibles para cualquier espectador-lector de películas o novelas de intriga. El guion de Un cadáver a los postres (Murder by Death) adapta la comedia de Neil Simon, él mismo se encargó de escribirlo, como también hizo en producciones como Descalzos por el parqueLa extraña pareja o El prisionero de la Segunda Avenida, basadas en otras obras suyas. La trama se desarrolla en el interior de una extraña mansión, donde las gárgolas de piedra se rompen en mil pedazos cada vez que alguien se detiene ante la puerta, los techos de las habitaciones descienden sobre sus ocupantes o las salas se llenan y se vacían de personas sin una explicación aparentemente lógica. A esta casa fantasmagórica y amenazante llegan los cinco detectives y sus respectivas parejas, algunas profesionales y otras personales; dichos expertos criminólogos representan la flor y nata del mundo detectivesco, y están a punto de enfrentarse al caso más complejo de sus carreras. Hay algo en cada uno de ellos que llama la atención, cierto parecido intencionado con personajes reconocibles dentro del mundo detectivesco, por lo tanto no es alarmante reconocer en Sam Diamond (Peter Falk) a un rudo detective que guarda un más que evidente parentesco con los personajes de Sam Spade y Phillip Marlowe, interpretados por Humphrey Bogart en El halcón maltés y El sueño eterno; tampoco resulta descabellado reconocer en el elegante Dick Charleston (David Niven) a una caricatura de Nick Charles, personaje de La cena de los acusados (basada en la novela de Dashiell Hammett), y para parecerse más a dicho personaje también se ha casado con una multimillonaria (Maggie Smith). Sidney Wang (Peter Sellers), eminente detective chino, parece decantarse por un estilo similar al mostrado por el señor Wong o por Charlie Chang, no así Milo Perrier (James Coco), que prefiere ser un alter ego cómico de Hercule Poirot, el fino detective creado por Agatha Christie, lo mismo le ocurre a Jessica Marbles (Elsa Lanchester), más parecida a la Miss Marple creada por la escritora británica maestra del suspense que a los detectives de origen chino. Estas son las mentes privilegiadas que han sido invitadas por Lionel Twain (Truman Capote), otro genio, pero éste se parece más a un mad doctor, que pretende ridiculizarles, demostrando que su talento y su inteligencia supera a la de todos ellos, ya sea en conjunto o individualmente. El embrollo se inicia cuando los detectives aceptan la invitación para pasar el fin de semana en esa mansión donde son informados de que se producirá un asesinato entre los presentes, afirmación que puede levar a pensar que el anfitrión está algo ido, sobre todo después de tomarse tantas molestias para ambientar su palacete, como si se tratase de una mansión encantada, pero, en mayor medida, por esa estúpida idea de asegurarles que la víctima será uno de los presentes en la sala, lo que vendría a decir que el asesino podría ser cualquiera de ellos, y como premio para quien resuelva el crimen nada más y nada menos que un millón de dólares. Antes de acceder a la mansión ya se producen los primeros contratiempos, provocados por la espesa niebla creada para dar mayor sensación de amenaza, como también resulta extraña la presencia del inquietante mayordomo interpretado por el gran actor británico Alec Guinness. La intención de Neil Simon al escribir Murder by death no deja lugar para dudas, pues queda claro que pretendía realizar una burla sobre los tópicos de la literatura detectivesca, aunque en el film de Robert Moore más que a los personajes literarios parece que se parodia a los cinematográficos.

martes, 7 de febrero de 2012

La extraña pareja (1968)


Compartir apartamento es un hecho de lo más habitual, a veces por cuestiones económicas, sentimentales o por esa soledad de la que la mayoría de las personas huye desoyendo el dicho “mejor solo que mal acompañado”. Para dar mayor credibilidad al refrán viene al caso un particular que lo corrobora desde el primer instante, pues no hay más que observar a Oscar (Walter Matthau) al inicio de La extraña pareja (The Odd Couple, 1968), cuando organiza la partida de poker en un salón donde se podría encontrar de todo y de nada si se busca entre el desorden, la suciedad o entre la cortina de humo que crea el cigarro que Speed (Larry Haines) siempre tiene entre sus labios. Este Oscar es totalmente distinto al Oscar víctima de su amigo Felix (Jack Lemmon), aquél que pierde parte de su encanto dentro de esa misma casa antaño dichosa, ahora irreconocible y reluciente, que se ha convertido en una sádica tortura para sus nervios. Pero regresando al principio de la historia, los presentes en la partida de cartas se preguntan ¿dónde puede estar Felix Ungar, pues no suele retrasarse? El espectador conoce la respuesta a la pregunta que se plantean los amigos del torpe suicida, un hombre que por mucho que intentase quitarse la vida no lo conseguiría (ni aunque le fuese la vida en ello), de este modo se descubre que Felix es un tipo peculiar, sumido en un estado que le hace pasear sin rumbo por las calles o alquilar una habitación de hotel desde la que pretende lanzarse al vacío, sin embargo, no lo consigue y se acerca hasta el apartamento donde sus amigos ya se han enterado del asunto que le ha causado la desesperación; nada más y nada menos que su separación matrimonial tras doce años de comportarse como Felix Unger. ¡Aquí no pasa nada! ¡qué nadie nombre la palabra suicidio! ¡ya sabemos como es Felix! Pues sí, Felix es un tipo sin confianza en sí mismo, nervioso, aprensivo y muy maniático, sobre todo en lo referente a las labores de cocina y limpieza, dos cuestiones que atacan los nervios de sus compañeros de timba, conscientes de que ahora serían ellos quienes podrían intentar suicidarse. Oscar Madison, además de ser un jetas y desconocer la palabra orden, resulta que es un mujeriego, pero también un individuo que se siente solo y un buen amigo, como demuestra cuando decide hacerse un favor a sí mismo y a Felix, ofreciéndole compartir su apartamento y la promesa de una vida de solteros en la que no faltaría la diversión. Oscar no se engañaba, pues la diversión no falta, sobre todo para el espectador que observa como las predicciones de Oscar no se cumplen. La promesa de una soltería de juergas y de salidas nocturnas a la caza de alguna chica se convierte en: no manchar la casa, comer sobre la mesa, procurando que no caiga ni una miga de pan o no posar los vasos fuera del lugar indicado, en caso contrario se corre el riesgo (confirmado al 100%) de que aparezca el robot doméstico que responde al nombre de Felix. Las partidas de póker se convierten en una sesión de limpieza que incomoda a todos los presentes, puesto que el maniático del orden no para de entrar y salir de su cocina, limpiando, recogiendo o haciendo los bocadillos más sabrosos que ha probado Vinnie (John Fiedler). Tras tres semanas de convivencia, Oscar se desespera y demuestra que existen personas incompatibles, a pesar de la amistad que sientan el uno hacia el otro, como también descubre que existen parejas o matrimonios (ellos lo parecen) tan contrarios que lo que uno desea, el otro no lo consiente, del mismo modo que los gustos del otro no son los gustos del uno, y así hasta el inevitable divorcio, bueno, no tanto, en este caso, hasta que Felix accede a la petición de Oscar para invitar a cenar a las hermanas periquito, que a la postre sería la gota que colmaría la paciencia de uno de los miembros de una comedia tan divertida como La extraña pareja, película que se basó en la obra de teatro de Neil Simon (él mismo se encargó de adaptar el guión) y que fue dirigida por Gene Saks, quien tuvo la fortuna de contar con la presencia de dos actores excepcionales, en estado de gracia, dos tipos entrañables de indudable talento para la comedia que mostraron desde la risa la vida en pareja y las cuestiones que chocan dentro de la misma.