lunes, 29 de julio de 2019
Oficial y caballero (1981)
sábado, 27 de julio de 2019
Lady Hamilton (1941)
viernes, 26 de julio de 2019
4 meses, 3 semanas, 2 días (2007)
En sus Historias de la Edad de Oro (Amintri din epoca de aur, 2009), Cristian Mungiu optó por intercalar la comedia costumbrista y el drama cotidiano para exponer distintas circunstancias político-sociales de la última década de Nicolae Ceaucescu al frente de Rumanía. Son historias extraídas del día a día, historias que reflejan la época que el líder rumano quiso vender como dorada, pero, brillo, lo que se dice brillo, no se descubre en ninguno de los seis episodios que componen el film que continuó el análisis crítico iniciado por Mungiu en 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile, 2007). Tampoco existe esplendor en la vivencia de las dos universitarias protagonistas de esta película galardonada con la Palma de Oro en Cannes, dos jóvenes que sufren una experiencia que retrata el panorama político-social del periodo que el realizador rumano ubica en 1987, en espacios cerrados y en la sucesión de planos-secuencia que agudizan la opresiva realidad que atrapa a ambas amigas. Pero si el film por episodios se desarrolla entre los aciertos de unos capítulos y la irregularidad de otros, el segundo largometraje de Mungiu no presenta altibajos en su descarnado acercamiento a la realidad humana, hiriente, represiva y asfixiante que observamos en la pantalla. El pasado y el presente de su país natal vertebran (hasta el momento) la obra del director de Los exámenes (Bacalaureati, 2016), película esta que retrata el presente a partir de las consecuencias de la época "dorada" que en 4 meses, tres semanas, dos días es el hoy de Gabita (Laura Vasiliu) y Otilia (Anmaria Marinca), las jóvenes que sufren la situación límite que desconocemos durante los primeros minutos del film, como también ignoramos las causas que llevan a Otilia hasta el hotel donde Gabita ha reservado una habitación. Sabemos por la conversación telefónica y por la impaciencia de Otilia que algo escapa a la cotidianidad que habíamos descubierto minutos antes, en la residencia universitaria donde viven y comparten habitación, y donde uno de sus compañeros vende tabaco entre otros productos de contrabando. Es una sociedad controlada, de ahí que las leyes impuestas provoquen el mercado negro o la clandestinidad de la que seremos testigos avanzado el metraje. Se trata de un espacio donde, como en el hotel, rigen normas que remiten a las exigencias de un Estado que se sostiene sobre el control de los habitantes, sobre el miedo que genera, sobre la corrupción y sobre una legislación que no defienden los derechos del individuo, más bien atenta contra ellos. Una de las leyes prohíbe el uso de anticonceptivos y, como consecuencia, la proliferación de embarazos no deseados que nos llevan a la segunda ley, la del aborto. Embarazada de varios meses, Gabita ha decidido abortar en un país donde interrumpir el embarazo está penado por el sistema judicial, por lo tanto se ve obligada a hacerlo en la clandestinidad que Otilia le ayuda a preparar, consciente de que su amiga la necesita. Sin embargo, desde el primer instante, las cosas se tuercen, y más lo harán cuando la mirada de Mungiu observe los hechos y nos haga testigos de los mismos, y de cómo estos afectan a dos mujeres coaccionadas por quien solo las ayudará a cambio de sexo. El cineasta no pretende juzgar a este individuo que se aprovecha de la situación generada por el Estado, sino que expone y apunta las responsabilidades de ese sistema que, directa o indirectamente, depara experiencias aberrantes como la desarrollada en la película, un sistema de doble cara, como doble es la del hombre que les habla de los riesgos que corre en su intención de ayudarlas, aunque sus palabras solo tienen la finalidad de aprovecharse de las jóvenes atrapadas. Así sería la edad dorada de Ceaucescu, una edad donde el desamparo de la población estaba en la cotidianidad de cualquier esquina, calle y hogar, pero en este caso las víctimas son las dos estudiantes que, durante este instante cinematográfico que se reduce a unas cuantas horas de su realidad, comprenden que viven indefensas y en la ausencia de libertades individuales, de solidaridad y generosidad. Por existir, ni existe consuelo para ellas; se les ha privado de poder elegir entre más opciones que el lo tomas o lo dejas en el que siempre pierde el débil. Y ellas son las que pierden, las que sufren en silencio y en soledad las consecuencias, ya no las de sus decisiones sino de las de aquellos que eligen por ellas, de aquel que las coacciona, denigra y obliga, pues no hay otra salida que aceptar; sirva de ejemplo la amiga que demuestra su amistad más allá de palabras, lo demuestra con su sacrificio, con su entrega al hombre que ha visto la oportunidad de aprovecharse (sexualmente) de dos personas que no tienen opción, porque el espacio físico, político y moral que habitan las limita y las reduce a ser meros objetos.
miércoles, 24 de julio de 2019
Sor Angelina, virgen (1962)
El realizador vallisoletano Francisco Regueiro se destapó desde sus inicios como un cineasta a contracorriente, que se alejaba de la senda señalada para ir por libre, y libre realizó su práctica final en la carrera de dirección cinematográfica, por la que casi lo suspenden. No voy a hablar de la posible "ceguera" de sus profesores, entre ellos Carlos Saura, sino que, al ver Sor Angelina, virgen (1962), descubro una pequeña obra maestra, sencilla y austera, de influencias galdosianas, que la emparentan en la distancia con el Buñuel de Viridiana (1961), y neorrealistas —homenaje a la bicicleta de Zavattini y De Sica incluido—; una película que bebe en la pintura de Zurbarán e incluso intuyo en ella una figura fordiana: la madre de quien sospecho que mantiene a flote a la familia protagonista, una familia que, de darle tiempo y desarrollo a la trama hasta convertirla en largometraje, probablemente acabaría desmoronándose como consecuencia de la miseria en la que viven. En definitiva, Sor Angelina, virgen es la primera obra redonda de un director que sabe lo que quiere, que prescinde de adornos y de movimientos innecesarios de la cámara para poner en marcha su universo cinematográfico propio; y fiel a sí mismo, lo ampliará con mayor o menor acierto en sucesivas películas. El inicio de este espléndido cortometraje, a mi entender el mejor de los realizados por los alumnos del I.I.C.E. que dieron pie al Nuevo Cine Español, contrapone el blanco virginal del hábito de Sor Angelina, a quien su padre todavía llama Antonia, con la pobreza del hogar al que la hija pródiga regresa de imprevisto, quizás debido a dudas existenciales, a preguntas que no se escuchan pero que abren el interrogante de si el camino escogido es mejor o peor que el abandonado. De espaldas a la cámara, la religiosa ocupa el centro del encuadre donde, salvo el padre, también asoma el resto del núcleo familiar, que la trata con familiaridad, aunque con respeto, como si el hábito le concediera superioridad y merecimiento de mayor atención que los grises que visten madre y hermanas. Así, la madre le ofrece el plato de huevos con chorizo, que la monja da buena cuenta, o Rafaela, una de sus hermanas pequeñas, le prepara la cama ocupada hasta entonces por el padre. La presencia de Rafaela iguala en importancia a la de la monja, no por el hecho de sacudir el colchón, sino por su vocación religiosa, tras la que esconde su necesidad de huir de la miseria que le ha obligado a dejar la escuela y trabajar sin más promesa que la de convertirse en otra esclava de la pobreza. Quizás se trata de la misma necesidad que llevó a Antonia a tomar los hábitos y a asumir el Sor Angelina presente, un nuevo nombre que implicaba una nueva vida, distante de la anterior, y, posiblemente, opuesta a la realidad que observamos durante los veinticinco minutos que dura esta película que abre la obra fílmica de Regueiro, uno de los cineastas imprescindibles del cine español. Como inmigrantes rurales, la familia vive en los suburbios urbanos, cerca de la vía del tren; el padre, enfermo, carece de trabajo estable, la madre sostiene el núcleo limpiando en una oficina bancaria y las hermanas colaboran con sus empleos en el mantenimiento de un espacio humano que choca con la imagen de la silenciosa religiosa. Ella es el centro de atención, pero no el centro de la historia, más bien, es el detonante para que Regueiro desarrolle humor, esperpento, realismo y crítica, esta última hacia la pasividad, hacia la aceptación o claudicación ante la época y la realidad que encierra entre cuatro paredes —salvo la escena de la iglesia y el fotograma final, la práctica totalidad del metraje se desarrolla en el interior de la vivienda familiar—, y en apenas un día, lo mundano y lo espiritual, la realidad y el ideal que se enfrentan en Rafi, y quizá ambos también luchen en su hermana monja. Sor Angelina, virgen contiene parte de los que sería el posterior cine de Regueiro: la familia, el deseo de huir, el regreso, la inventiva o el esperpento tras el que encontramos la rebeldía del original cineasta, uno de los fundamentales del cine español.
martes, 23 de julio de 2019
Stefan Zweig. Adiós a Europa (2016)
*El entrecomillado extraído de El mundo de ayer. Memorias de un europeo (de la traducción de Joan Fontcuberta y A. Orzeszek). Editorial El Acantilado, 2012
lunes, 22 de julio de 2019
Berlín Alexanderplatz (1980)
<<Fassbinder fue uno de los pocos cineastas que, utilizando estereotipos, logró que millones de espectadores se quedaran pegados al televisor y les obligó a ver verdadero arte: la serie Berlin Alexanderplatz. Era también la época en la que la televisión realizaba auténticas obras maestras>>.
Emir Kusturica (1)
1.Kusturica, Emir: ¿Dónde estoy en esta historia? Memorias (traducción Noemí Sobregués). Ediciones Península, Barcelona, 2012
2.Fassbinder, Rainer Werner: Fassbinder por Fassbinder. Las entrevistas completas (traducción Ariel Magnus). Hueders, Santiago de Chile, 2018
domingo, 21 de julio de 2019
La vida privada de Enrique VIII (1933)
El primer gran éxito internacional del cine británico fue obra de un cineasta húngaro que, tras recorrer distintos países y ser contratado por Paramount para dirigir su filial británica, arribó a Inglaterra en 1931. Por aquel entonces, Alexander Korda ya era un director experimentado a quien no le gustaba estar atado de pies y manos, atadura que había experimentado durante su etapa en Hollywood, de donde salió decepcionado, sin apenas dinero en los bolsillos y con una visión más amplia de la industria cinematográfica. Pero Korda era un superviviente ambicioso y con recursos, un pionero que supo aprovechar sus conocimientos, sus contactos y su afán de independencia para crear su imperio cinematográfico. Sin fortuna propia, pero con facilidad para convencer a quien sí la poseía, el futuro "Sir" buscó el apoyo financiero que le permitiese realizar una película de bajo coste que produjese beneficios suficientes para consolidar su empresa. Ese éxito sin par, nunca tendría otro igual, que <<costó 60.000 libras y reportó un millón>> (1), fue La vida privada de Enrique VIII (The Private Life of Henry VIII, 1933), un film que encuentra su absoluto en la interpretación de Charles Laughton, principio y fin de cuanto vemos en la pantalla.
jueves, 18 de julio de 2019
Cleo de 5 a 7 (1961)
Si su primer largometraje ya había sido diferente al resto de producciones francesas de su época, Cleo de 5 a 7 (Cléo de 5 à 7, 1961) también se distancia en el magistral acotamiento temporal durante el cual se produce la transformación de la protagonista. Son apenas dos horas en la vida de Cleo (Corinne Marchant), una cantante que vive angustiada por la sospecha y el temor a unas pruebas médicas que, desde la lectura del tarot, la aproximan a la idea de la muerte. Aunque su apariencia sea la de una película de ficción, estamos ante un film que expone el gusto de la realizadora belga por documentar los rostros humanos que deambulan por el espacio urbano que se convierte en la travesía existencial de una mujer que, ante la idea del cáncer y de la parca que se aproxima amenazante, busca el sentido de sí misma, busca perder el miedo, busca dejar de ser la imagen de una <<muñeca de porcelana>> y ser de carne y hueso. A lo largo del breve e intenso trayecto vital propuesto por Varda también destaca la música que fluye de la radio del taxi conducido por una mujer (Lucienne Marchand) consciente de su independencia y de su valía, durante el ensayo del cual la protagonista huye cuando decide iniciar su transformación —cambia su vestimenta y se quita la peluca—, del instrumento del niño en la calle o de la máquina de discos que ella misma enciende y pone su canción, que suena en la terraza del bar sin que nadie le preste la menor atención. La música forma parte de los espacios por donde transita Cleo, como también forman parte los hombres y las mujeres que se cruzan en su camino, ignorantes de la realidad que a ella la angustia y de la realidad argelina que se escucha en las ondas y de la cual algunos hablan sin ser conscientes de su significado. Pero, quizá, el mayor logro de la película resida en cómo la directora de La felicidad (Le bonheur, 1965) revindicaba la identidad de su protagonista femenina sin forzar el abanico de ideas que transcienden a la metamorfosis de Cleo, de la imagen femenina inicial a la mujer liberada de etiquetas, supersticiones y miedos que se despide en compañía de Antoine (Antoine Bourseiller), el soldado que a la mañana siguiente partirá para Argelia.
Como habían realizado Robert Wise en Nadie puede vencerme (The Sep-Up, 1949) o Fred Zinnemann en Solo ante el peligro (High Noon, 1952), la propuesta de Varda limita la acción temporal y nos muestra a alguien amenazada por el tiempo, pero en el caso de Cleo de 5 a 7 resulta un tiempo que transcurre en la interioridad de la protagonista, más que en el doble espacio —exterior e interior— que la separa de los resultados del análisis médico. Son minutos de vida, durante los cuales la idea de la muerte se hace fuerte en la cantante, pero también la idea de la vida, la de su necesidad de asumir su realidad y romper la superficialidad en la que posiblemente haya vivido hasta entonces. Durante su agonía, la heroína pasa de ser objeto de deseo y de admiración a la mujer que comprende su mortalidad y, por lo tanto, comprende su existencia, su vacío y su necesidad de encontrarse para rellenar aquellos espacios estériles donde parece apresada: un espejo, la cama donde descansa mientras su amante (José Luis de Vilallonga) le habla sin decir nada o el cuarto donde recibe la visita del pianista (Michel Legrand) y del letrista (Serge Korber) que componen sus canciones. De ahí huye, huye de su yo inicial para encontrarse, para alejar el miedo, para aceptar la vida y la muerte, para recorrer las calles parisinas en soledad, en compañía de Dorothée (Dorothée Blanck), su amiga modelo, o al lado de ese soldado que, apurando sus últimas horas antes de partir hacia la guerra, es testigo del nacimiento de la nueva Cleo.
miércoles, 17 de julio de 2019
Lilith (1964)
lunes, 15 de julio de 2019
El azar (1981)
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