sábado, 30 de marzo de 2019

La Pointe Courte (1954)



<<El cine viene de la vida y es por eso por lo que todo mi cine viene de mi vida como mujer, pero también como ciudadana, como madre o abuela. Todo lo que está en la vida se puede transformar y más en este mundo que es un caos y un horror. Yo no busco éxitos comerciales, ni dinero con mi cine, lo que quiero crear como artista son vínculos y sentimientos de fraternidad y ternura entre la gente>>

Agnès Varda (1)


La evolución cinematográfica llevada a cabo por los miembros de la Nouvelle Vague no fue un proceso espontáneo, ni único en su momento. Fue fruto de ideas y de necesidades personales y cinematográficas, entre estas la de renovar un cine que quizá se repetía y necesitase nuevos bríos y vías de desarrollo apenas transitadas. Pero antes de producirse lo que no supuso una revolución, pero sí un cambio de rumbo, y de que los Chabrol, Rohmer, Truffaut o Godard realizasen su primera película, ya existían signos de transformación y realizadores diferentes —desde Robert Bresson a Alain Resnais, pasando por Jacques Becker o Georges Franju— con films en los que apuntaban el nuevo despertar del cine francés. Tras la Segunda Guerra Mundial, la industria cinematográfica gala se encontraba reducida a la práctica nada, por lo que se vio obligada a reinventarse para sobrevivir y recuperar parte del esplendor pasado. Y en parte lo hizo mediante ayudas estatales y medidas proteccionistas, subvenciones que aportaban liquidez a las producciones. La nueva política cinematográfica posibilitó que algunos jóvenes sin experiencia obtuviesen ayudas económicas, cuando no ellos mismos financiaban sus películas, o una mezcla de ambas. Y este fue el caso de La Pointe Courte (1954), el debut en la dirección de largometrajes de la hasta entonces fotógrafa Agnès Varda, un film que ella misma produjo y que en su momento apenas generó poco más que indiferencia, quizá por falta de perspectiva histórica y puede que de visión por parte de crítica y público. Pero, aunque pocos podrían haberlo dicho en aquel momento, su debut era precursor directo de la nueva ola de realizadores que debutarían en el largometraje hacía finales de la década de 1950, un “grupo” heterogéneo en el que la cineasta nacida en Bélgica entraría como miembro de pleno derecho con su espléndida Cleo de 5 a 7 (Clèo de 5 à 7, 1962).


Sin apenas conocimientos cinematográficos, en su primera película, Varda tuvo la osadía y el acierto de recrear en un mismo espacio dos realidades que se combinan, sin imponerse la una a la otra. La íntima, también la más ficticia, nos muestra las dudas y la relación de la pareja interpretada por Philippe Noiret y Silvia Monfort, ajena a las vivencias del resto del pueblo, el conjunto humano que nos lleva directamente a la otra realidad expuesta, casi documental. En apariencia influenciada por el neorrealismo italiano, la mirada antropológica y etnográfica de Varda muestra la cotidianidad de los hombres y mujeres de la villa pesquera La Pointe Courte, el pequeño pueblo de mariscadores que se ve condicionado por la prohibición de pescar en la laguna que lo baña, su medio de subsistencia. La cámara de Varda remarca la diferencia entre ambas desde el inicio, pues los movimientos, según sea una u otra, son acordes con las situaciones que observa, más idílica en su observación de la pareja y más objetiva en su acercamiento a los habitantes de la villa marinera. Estas dos miradas son imprescindibles para hacer de La Pointe Courte un film diferente, que anuncia y confirma el doble interés de la realizadora; el cine de ficción y el documental. Son las dos formas de mirar de una única mirada: la suya, humana y comprometida con los marginados y con su condición femenina en un entorno de mayoritaria presencia masculina, la mirada lúcida y original de una de las grandes creadoras cinematográficas de todos los tiempos. Y, como ya se ha dicho arriba, en ciertos aspectos, este primer trabajo anuncia la ruptura llevada a cabo por la nueva ola que eclosionaría para dar forma a Le bel âge (Pierre Kast, 1958), El bello Sergio (Le beau Serge; Claude Chabrol, 1958), Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1958), Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups; François Truffaut, 1958), El signo del león (Le signe du lion; Eric Rohmer, 1959), Al final de la escapada (À bout de souffle; Jean-Luc Goddard, 1959) entre otros títulos que rompían con el periodo precedente.


(1) Declaración extraído del artículo de Rocío García, publicado en el diario El país, 24-9-2017.

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