Cuando los niños aprenden a andar, se les dice que den un pasito y luego otro. Quizá ellos no lo sepan, pero los adultos sobrentienden que, para caminar, el primer paso es el más importante. Paso a paso, y así hasta completar el proceso de caminar las distancias. Imagino que no siempre sale bien al primer intento, sin embargo en otros medios donde los pasos son figurados o de otro tipo es preciso que ese primero, el más importante porque pone en movimiento, sea certero o acertado. El aprendizaje de un bebé nada tiene que ver con una película, pero los primeros pasos en el cine también son importantes para que un serial pueda tener continuidad más allá de su primera entrega. Dado el primer paso en Agente 007 contra el Dr No (Dr. No, 1962), ¿era necesario un segundo paso en las aventuras de Bond? Evidentemente no, pero era la mejor opción comercial para sus productores. Desde Rusia con amor (From Russia to Love, 1963) aprovechó el tirón del film precedente para adentrarse y ampliar el mundo del personaje creado por Ian Fleming e interpretado originalmente por Sean Connery, cuyo personaje no es un gentleman, sino un asesino profesional, de quien se supone que ha sido adiestrado para ser letal y no educado para ser un caballero británico, de ahí que la mezcla de elegancia y rudeza de Connery funcione como una equilibrada combinación al servicio de la Inteligencia de su Majestad. El responsable de la primera aventura de 007, Terence Young volvía a asumir labores de dirección y la primera novedad respecto a su anterior trabajo en la serie Bond fue la introducción que sigue a la pantalla en rojo y precede a los títulos de crédito iniciales. Pero la novedad que me interesa señalar es la sociopolítica, ya que introduce de lleno el conflicto de la guerra fría: <<La guerra fría en Estambul va a entrar en su fase caliente antes de lo que muchos piensan>>, dice la número 3 de Spectra a su agente (Robert Shaw). En 1963, Turquía sería un país escudo donde los EEUU había instalado armas nucleares que apuntaban directamente a la URRS. La nación euroasiática se había posicionado, pero mantenía relaciones con ambos bloques y, debido a su situación geográfica y estratégica, se convirtió en un lugar transitado por espías que realizaban labores que ya eran cotidianas. Esto lo observamos en los seguimientos entre los de un bando y otro, en como aceptan la rutina de espiar y de ser espiados; pero el equilibrio se rompe con la llegada de Bond y el agente de Spectra que se ha convertido en su sombra y rompe la armonía asesinando a un agente búlgaro que trabaja para los rusos.
domingo, 27 de noviembre de 2022
martes, 24 de mayo de 2022
Solo para tus ojos (1981)
martes, 10 de mayo de 2022
Solo se vive dos veces (1967)
La traducción literal de “Stir” no es “mezclado”, pero, a veces, el resultado de “remover” dos sustancias es una mezcla homogénea en la que no se distingue, por ejemplo, el agua y la sal (salvo que se sature la disolución), o en el martini y el vodka que alguien llamado Bond, James Bond, bebe sin separar las partes, saboreando el combinado que también le sirven en Solo se vive dos veces (You only Live Twice, 1967). En esta quinta entrega de las aventuras del agente imaginado por Ian Fleming, la mezcla Sean Connery y 007 ya era difícil de disociar, como demostró la siguiente película de la saga, Al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty’s Secret Service, Peter Hunt, 1969), una de las más incomprendidas, en la que el actor escocés dejó su lugar a Geoge Lazenby —Connery volvería a ser el agente británico en Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever, Guy Hamilton, 1971) y Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again, Irvin Kershner, 1983), título ajeno a la saga, que realizaba una nueva versión de Operación Trueno (Thunderbolt, Terence Young, 1965). De cualquier forma, resulta indiferente si 007 mezcla, remueve, agita, bebe o deja su martini encima de la barra, lo importante es su eficiencia sobre el terreno, donde actúa expeditivo y resolutivo, ya sea por tierra, mar y aire.
En 1967, tanto soviéticos como estadounidenses se encontraban en plena lucha por situar el primer humano sobre la superficie lunar. Hasta ese instante, la agencia espacial rusa llevaba la delantera; había sido la primera en poner en orbita un satélite artificial, un perro y un hombre. Así andaba las cosas por el espacio cuando en tierra la guerra de Vietnam era una realidad bélica para Estados Unidos y la Unión Soviética, aunque esta no asomaba oficialmente como beligerante, sino a través de su ayuda al ejército norvietnamita. Mientras tanto, la saga Bond necesitaba revitalizarse después de hacer aguas en Operación Trueno (Thunderbolt, Terence Young, 1965), cuya propuesta anunciaba un agotamiento del personaje. Quizá por eso, para revitalizar su franquicia, los productores Harry Saltzman y Albert R. Broccoli se tomasen dos años, en lugar de uno, para madurar el siguiente film y dar entrada a Lewis Gilbert en la dirección —hasta entonces, tres títulos habían corrido a cargo de Terence Young y uno había sido dirigido por Guy Hamilton—, a Freddie Young, quien sustituía al hasta entonces habitual operador Ted Moore, y al novelista Roald Dalh, a quien se contrató para escribir el guion y dar nuevos bríos a 007, llevándole a Japón —presta mayor atención que los anteriores films a las costumbres y tópicos del lugar donde desarrolla la trama—, previo alto en Hong Kong, por aquel entonces todavía en posesión británica. Cada una de las películas de la saga es hija de su tiempo y, en cierta medida, permite observar la evolución mundial desde la perspectiva de occidente. Y en Solo se vive dos veces, la guerra fría es la realidad del momento. Apunta la carrera espacial y una tercera potencia, que pacientemente aprendería de los dos rivales que en el film se acusan mutuamente. En la localidad hongkonesa, James Bond (Sean Connery) falsea su muerte para despistar a sus enemigos, que ya suman unos cuantos, sobre todo en la organización Spectra. La idea de su muerte libera sus movimientos para realizar una misión crucial, que tiene como finalidad evitar el enfrentamiento atómico entre las dos superpotencias, que buscan su supremacía en la tierra y ahora también en el espacio, sin darse cuenta que una tercera, que ya había intentado sin éxito desestabilizar el orden mundial en Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), contrata a Spectra para actuar en la sombra y sacar provecho del enfrentamiento que 007 debe evitar.
lunes, 2 de mayo de 2022
Agente 007 contra el Dr. No (1962)
Por primera vez en una pantalla de cine asomaba una superficie negra con un círculo blanco que se movía hasta detenerse y transformarse en el túnel metálico por cuyo fondo un hombre trajeado, que pasaba por allí, se volvía hacia el público y disparaba, provocando que la pantalla se tiñera de rojo al ritmo del ya famosísimo tema compuesto por Monty Norman. Era el primer disparo de un mito cinematográfico y de un icono de la cultura pop. Corría el año 1962 y la guerra fría era una realidad de orden mundial que enfrentaba en las sombras, en los despachos de embajadas, ministerios y agencias secretas y en otros puntos del globo a dos bloques antagónicos en su ideología, pero cercanos en sus intenciones expansionistas y de control mundial. Los espías y los conflictos bélicos en puntos determinados del planeta eran parte de la misma, pero el agente 007, que se convierte en el protagonista exclusivo de la guerra fría que el Servicio Secreto de su Majestad mantiene con Spectra, no es un agente al uso, sino uno con licencia para seducir, conquistar, mandar a paseo, encender un cigarrillo, ironizar, jugar en los casinos más lujosos, viajar por el planeta y el espacio, golpear, matar; licencias que, salvo la de matar, viajar y alguna otra como beber su martini seco con vodka, mezclado y no agitado, se le han ido negado durante el transcurso del tiempo histórico que separa su primera aparición cinematográfica hasta la última película suya que se ha estrenado.
Los años de vida cinematográfica del agente doble cero se cuenta por décadas en las que el mundo ha vivido en constante y veloz transformación. Aparte de la crisis de los misiles cubanos, la guerra de Vietnam, la cirugía moderna, el alunizaje, la ocupación soviética de Afganistán, los carteles de la droga, la caída del muro de Berlín y del bloque comunista, internet, la telefonía móvil, el World Trade Center, las armas nucleares de Corea del Norte, el cambio climático, las diferentes crisis energéticas, la clonación, el auge económico y tecnológico chino y más cuestiones que no han pasado desapercibidas en la saga, también la sociedad, la moral que la domina, su corrección en los usos y las formas, el cine y el personaje han sufrido cambios. Bond ha dejado de fumar, de coquetear con Moneypenny y de seducir y ser seducido por mujeres de cualquier etnia y nación, mujeres que visten bikinis, kimonos, uniformes, vestidos de gala, trajes chaqueta, vestimenta especial, ropa ajustada o prendas más flojas. Lo que a Bond, al viejo James Bond, le importa de las mujeres no es su origen ni la ropa que luzcan. A las que se acerca y las que se le acercan en la pantalla son de bandera y de armas tomar, como la rubia que sale del agua en la primera película de la saga para convertirse en la imagen icónica de la “chica Bond” a la que Halle Berry rendiría un homenaje a la altura en Muere otro dia (Die another Day, Lee Tamahori, 2002). “Chica Bond”, así llamaban a la chica que coprotagoniza una película de James Bond en la época de Agente 007 contra el doctor No (Dr. No, Terence Young, 1962) sin que a nadie le sonase hiriente, sencillamente sonaba como parte del encanto de las aventuras del agente con licencia para asesinar y del negocio redondo para los productores del invento: Harry Saltzman y Albert R. Broccoli. Pero, sin duda, quien salió ganando más que cualquier otro, me refiero en fama para la “eternidad” que ya comparte con los diamantes, del estreno cinematográfico del espía creado por Ian Fleming, que a su vez era colega de oficio, pero menos molón, fue Sean Connery. Hasta entonces, el actor había aparecido en varias películas, aunque en ninguna con el impacto que provocó su elegante, seductor y repartidor de estopa con licencia para cargarse a cualquiera que no sea de su bando o de su banda. Acción, ironía, chulería, violencia, caricatura, fantasía, chicas y villanos forman parte de un personaje desenfadado, en las antípodas de aquel otro espía mucho más humano y gris, contemporáneo suyo, que surgió del frío —y de la mente de John Le Carré—, y de una película colorista que conquistaron al público y precipitaron la serie que también deleitaría a las siguientes generaciones; pero el primero fue aquel Connery que se enfrentó al científico de la negación, ese tal Dr. No (John Wiseman) a quien Spectra ha confiado la destrucción del orden occidental que el británico ha de defender con su walter ppk, su martini seco con vodka, mezclado y no agitado, su pitillera y su fino cinismo, sin olvidar la presencia y la colaboración de Linda, el popular personaje encarnado por Ursula Andress, la chica que hace su aparición en la playa y, sin violencia, conquista al primer agente 007.