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domingo, 27 de noviembre de 2022

Desde Rusia con amor (1963)


Cuando los niños aprenden a andar, se les dice que den un pasito y luego otro. Quizá ellos no lo sepan, pero los adultos sobrentienden que, para caminar, el primer paso es el más importante. Paso a paso, y así hasta completar el proceso de caminar las distancias. Imagino que no siempre sale bien al primer intento, sin embargo en otros medios donde los pasos son figurados o de otro tipo es preciso que ese primero, el más importante porque pone en movimiento, sea certero o acertado. El aprendizaje de un bebé nada tiene que ver con una película, pero los primeros pasos en el cine también son importantes para que un serial pueda tener continuidad más allá de su primera entrega. Dado el primer paso en Agente 007 contra el Dr No (Dr. No, 1962), ¿era necesario un segundo paso en las aventuras de Bond? Evidentemente no, pero era la mejor opción comercial para sus productores. Desde Rusia con amor (From Russia to Love, 1963) aprovechó el tirón del film precedente para adentrarse y ampliar el mundo del personaje creado por Ian Fleming e interpretado originalmente por Sean Connery, cuyo personaje no es un gentleman, sino un asesino profesional, de quien se supone que ha sido adiestrado para ser letal y no educado para ser un caballero británico, de ahí que la mezcla de elegancia y rudeza de Connery funcione como una equilibrada combinación al servicio de la Inteligencia de su Majestad. El responsable de la primera aventura de 007, Terence Young volvía a asumir labores de dirección y la primera novedad respecto a su anterior trabajo en la serie Bond fue la introducción que sigue a la pantalla en rojo y precede a los títulos de crédito iniciales. Pero la novedad que me interesa señalar es la sociopolítica, ya que introduce de lleno el conflicto de la guerra fría: <<La guerra fría en Estambul va a entrar en su fase caliente antes de lo que muchos piensan>>, dice la número 3 de Spectra a su agente (Robert Shaw). En 1963, Turquía sería un país escudo donde los EEUU había instalado armas nucleares que apuntaban directamente a la URRS. La nación euroasiática se había posicionado, pero mantenía relaciones con ambos bloques y, debido a su situación geográfica y estratégica, se convirtió en un lugar transitado por espías que realizaban labores que ya eran cotidianas. Esto lo observamos en los seguimientos entre los de un bando y otro, en como aceptan la rutina de espiar y de ser espiados; pero el equilibrio se rompe con la llegada de Bond y el agente de Spectra que se ha convertido en su sombra y rompe la armonía asesinando a un agente búlgaro que trabaja para los rusos.




martes, 24 de mayo de 2022

Solo para tus ojos (1981)


El 007 de Sean Connery era al tiempo la fantasía del imperialismo británico perdido y la caricatura del agente secreto que acabó por transformarse en la burla de sí mismo avanzada la saga, sobre todo cuando Roger Moore asumió el testigo y confirió al personaje un tono autoparódico. El actor, que venía de protagonizar la exitosa serie El santo, confirió mayor irrealidad e ironía forzada. Con frecuencia se escucha o se observa al personaje parodiando o exagerando los rasgos que definen su personalidad, la de un agente que tocó fondo en Moonraker (Lewis Gilbert, 1979), posiblemente la peor película de una saga que parecía ir a la deriva a la conclusión de La espía que me amó (The Spy Who Loved Me, Lewis Gilbert, 1977). Al final de este film, se anuncia que James Bond regresará en Solo para tu ojos (For Your Eyes Only, 1981), sin embargo el agente regresó en la ya referida Moonraker, cuyas ideas o falta de ellas le lleva al plagiarse a sí misma, algo que tampoco sería novedad, copiando parte del argumento de su predecesora —megalómano desea destruir el mundo y crear uno nuevo a su imagen— y trasladando la acción del fondo marino al espacio, por entonces un espacio exitoso debido a La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977), más que a la exploración científica. Ahí, en Moonraker se rozó el ridículo. Había que abandonar la parodia y retomar la senda del héroe con licencia para matar, misión que le correspondió dirigir a John Glen, quien era un asiduo de la saga. Antes de acceder a la dirección de la totalidad de los títulos de la saga 007 rodados en la década de 1980, Glen había trabajado como editor y ayudante de dirección en 007 Al servicio secreto de su majestad (Peter Hunt, 1969), La espía que me amó y Moonraker, lo cual le confería el perfil idóneo para asumir las riendas de la franquicia, ya que poseía el conocimiento suficiente para tomar el relevo de directores como Terence Young, Guy Hamilton o Lewis Gilbert, hasta ese momento los realizadores que habían repetido en la franquicia del famoso agente ideado por Ian Fleming. Incluidas Solo para sus ojos y Licencia para matar, Glen rodaría cinco títulos, lo que le convierte en el director que más películas de 007 ha realizado hasta la fecha, y quizá sean esas dos películas, las que abren y cierran su etapa en la saga, sus dos mejores aportaciones al universo Bond, aunque las películas que la componen funcionen de manera independiente, ya que entre ellas apenas existe más nexo que el personaje principal, sus colegas y su trabajo para el secreto británico. Para corroborar el cambio, Solo para sus ojos se inicia devolviendo al presente a un viejo conocido del pasado. Blofeld intenta vengarse de Bond, pero sin el éxito esperado, pues en vez de rematar a su enemigo, una vez más se regodea y permite que el héroe con licencia para matar use su licencia sin miramientos ni remordimientos. Así de contundente, el villano y su minino desaparecen de las aventuras del agente, lo que suponen un fin de ciclo y un comienzo tras los títulos de créditoque dan paso a la nueva misión: recuperar la tecnología hundida con el barco espía británico que se va a pique al inicio, antes de que se produzca el encuentro del héroe y la vengativa heroína interpretada por Carole Bouquet.


martes, 10 de mayo de 2022

Solo se vive dos veces (1967)


La traducción literal de “Stir” no es “mezclado”, pero, a veces, el resultado de “remover” dos sustancias es una mezcla homogénea en la que no se distingue, por ejemplo, el agua y la sal (salvo que se sature la disolución), o en el martini y el vodka que alguien llamado Bond, James Bond, bebe sin separar las partes, saboreando el combinado que también le sirven en Solo se vive dos veces (You only Live Twice, 1967). En esta quinta entrega de las aventuras del agente imaginado por Ian Fleming, la mezcla Sean Connery y 007 ya era difícil de disociar, como demostró la siguiente película de la saga, Al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty’s Secret ServicePeter Hunt, 1969), una de las más incomprendidas, en la que el actor escocés dejó su lugar a Geoge LazenbyConnery volvería a ser el agente británico en Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever, Guy Hamilton, 1971) y Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again, Irvin Kershner, 1983), título ajeno a la saga, que realizaba una nueva versión de Operación Trueno (Thunderbolt, Terence Young, 1965). De cualquier forma, resulta indiferente si 007 mezcla, remueve, agita, bebe o deja su martini encima de la barra, lo importante es su eficiencia sobre el terreno, donde actúa expeditivo y resolutivo, ya sea por tierra, mar y aire.



En 1967, tanto soviéticos como estadounidenses se encontraban en plena lucha por situar el primer humano sobre la superficie lunar. Hasta ese instante, la agencia espacial rusa llevaba la delantera; había sido la primera en poner en orbita un satélite artificial, un perro y un hombre. Así andaba las cosas por el espacio cuando en tierra la guerra de Vietnam era una realidad bélica para Estados Unidos y la Unión Soviética, aunque esta no asomaba oficialmente como beligerante, sino a través de su ayuda al ejército norvietnamita. Mientras tanto, la saga Bond necesitaba revitalizarse después de hacer aguas en Operación Trueno (Thunderbolt, Terence Young, 1965), cuya propuesta anunciaba un agotamiento del personaje. Quizá por eso, para revitalizar su franquicia, los productores Harry Saltzman y Albert R. Broccoli se tomasen dos años, en lugar de uno, para madurar el siguiente film y dar entrada a Lewis Gilbert en la dirección —hasta entonces, tres títulos habían corrido a cargo de Terence Young y uno había sido dirigido por Guy Hamilton—, a Freddie Young, quien sustituía al hasta entonces habitual operador Ted Moore, y al novelista Roald Dalh, a quien se contrató para escribir el guion y dar nuevos bríos a 007, llevándole a Japón —presta mayor atención que los anteriores films a las costumbres y tópicos del lugar donde desarrolla la trama—, previo alto en Hong Kong, por aquel entonces todavía en posesión británica. Cada una de las películas de la saga es hija de su tiempo y, en cierta medida, permite observar la evolución mundial desde la perspectiva de occidente. Y en Solo se vive dos veces, la guerra fría es la realidad del momento. Apunta la carrera espacial y una tercera potencia, que pacientemente aprendería de los dos rivales que en el film se acusan mutuamente. En la localidad hongkonesa, James Bond (Sean Connery) falsea su muerte para despistar a sus enemigos, que ya suman unos cuantos, sobre todo en la organización Spectra. La idea de su muerte libera sus movimientos para realizar una misión crucial, que tiene como finalidad evitar el enfrentamiento atómico entre las dos superpotencias, que buscan su supremacía en la tierra y ahora también en el espacio, sin darse cuenta que una tercera, que ya había intentado sin éxito desestabilizar el orden mundial en Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), contrata a Spectra para actuar en la sombra y sacar provecho del enfrentamiento que 007 debe evitar.




lunes, 2 de mayo de 2022

Agente 007 contra el Dr. No (1962)


Por primera vez en una pantalla de cine asomaba una superficie negra con un círculo blanco que se movía hasta detenerse y transformarse en el túnel metálico por cuyo fondo un hombre trajeado, que pasaba por allí, se volvía hacia el público y disparaba, provocando que la pantalla se tiñera de rojo al ritmo del ya famosísimo tema compuesto por Monty Norman. Era el primer disparo de un mito cinematográfico y de un icono de la cultura pop. Corría el año 1962 y la guerra fría era una realidad de orden mundial que enfrentaba en las sombras, en los despachos de embajadas, ministerios y agencias secretas y en otros puntos del globo a dos bloques antagónicos en su ideología, pero cercanos en sus intenciones expansionistas y de control mundial. Los espías y los conflictos bélicos en puntos determinados del planeta eran parte de la misma, pero el agente 007, que se convierte en el protagonista exclusivo de la guerra fría que el Servicio Secreto de su Majestad mantiene con Spectra, no es un agente al uso, sino uno con licencia para seducir, conquistar, mandar a paseo, encender un cigarrillo, ironizar, jugar en los casinos más lujosos, viajar por el planeta y el espacio, golpear, matar; licencias que, salvo la de matar, viajar y alguna otra como beber su martini seco con vodka, mezclado y no agitado, se le han ido negado durante el transcurso del tiempo histórico que separa su primera aparición cinematográfica hasta la última película suya que se ha estrenado.



Los años de vida cinematográfica del agente doble cero se cuenta por décadas en las que el mundo ha vivido en constante y veloz transformación. Aparte de la crisis de los misiles cubanos, la guerra de Vietnam, la cirugía moderna, el alunizaje, la ocupación soviética de Afganistán, los carteles de la droga, la caída del muro de Berlín y del bloque comunista, internet, la telefonía móvil, el World Trade Center, las armas nucleares de Corea del Norte, el cambio climático, las diferentes crisis energéticas, la clonación, el auge económico y tecnológico chino y más cuestiones que no han pasado desapercibidas en la saga, también la sociedad, la moral que la domina, su corrección en los usos y las formas, el cine y el personaje han sufrido cambios. Bond ha dejado de fumar, de coquetear con Moneypenny y de seducir y ser seducido por mujeres de cualquier etnia y nación, mujeres que visten bikinis, kimonos, uniformes, vestidos de gala, trajes chaqueta, vestimenta especial, ropa ajustada o prendas más flojas. Lo que a Bond, al viejo James Bond, le importa de las mujeres no es su origen ni la ropa que luzcan. A las que se acerca y las que se le acercan en la pantalla son de bandera y de armas tomar, como la rubia que sale del agua en la primera película de la saga para convertirse en la imagen icónica de la “chica Bond” a la que Halle Berry rendiría un homenaje a la altura en Muere otro dia (Die another Day, Lee Tamahori, 2002). “Chica Bond”, así llamaban a la chica que coprotagoniza una película de James Bond en la época de Agente 007 contra el doctor No (Dr. No, Terence Young, 1962) sin que a nadie le sonase hiriente, sencillamente sonaba como parte del encanto de las aventuras del agente con licencia para asesinar y del negocio redondo para los productores del invento: Harry Saltzman y Albert R. Broccoli. Pero, sin duda, quien salió ganando más que cualquier otro, me refiero en fama para la “eternidad” que ya comparte con los diamantes, del estreno cinematográfico del espía creado por Ian Fleming, que a su vez era colega de oficio, pero menos molón, fue Sean Connery. Hasta entonces, el actor había aparecido en varias películas, aunque en ninguna con el impacto que provocó su elegante, seductor y repartidor de estopa con licencia para cargarse a cualquiera que no sea de su bando o de su banda. Acción, ironía, chulería, violencia, caricatura, fantasía, chicas y villanos forman parte de un personaje desenfadado, en las antípodas de aquel otro espía mucho más humano y gris, contemporáneo suyo, que surgió del frío —y de la mente de John Le Carré—, y de una película colorista que conquistaron al público y precipitaron la serie que también deleitaría a las siguientes generaciones; pero el primero fue aquel Connery que se enfrentó al científico de la negación, ese tal Dr. No (John Wiseman) a quien Spectra ha confiado la destrucción del orden occidental que el británico ha de defender con su walter ppk, su martini seco con vodka, mezclado y no agitado, su pitillera y su fino cinismo, sin olvidar la presencia y la colaboración de Linda, el popular personaje encarnado por Ursula Andress, la chica que hace su aparición en la playa y, sin violencia, conquista al primer agente 007.


domingo, 13 de octubre de 2013

Licencia para matar (1989)


Desde el debut de John Glen al frente de la saga en Solo para sus ojos hasta su adiós en Licencia para matar (Licence to Kill) se produjo un cambio
 no solo en cuanto al físico del agente, sino en su modo de actuar. El Bond interpretado por Roger Moore a lo largo de los ochenta resultaba repetitivo, incluso insulso, en producciones que, salvo momentos puntuales, apenas poseían mayor interés que ser una película de 007. Dicho estancamiento se solucionó con la irrupción de Timothy Dalton, sobre todo en su segundo y último Bond, más crudo y oscuro que los anteriores al descubrirse como un individuo que no se plantea los medios que emplea para alcanzar sus fines. Esta nueva circunstancia le posiciona al margen del servicio secreto británico, pero le permite actuar con una dureza inusual que nace de su deseo de vengar la muerte de Delia Leiter (Priscilla Barnes) y la salvaje tortura sufrida por Felix Leiter (David Hedison) a manos de un narcotraficante que emplea la filosofía de plata o plomo. El impulso incontrolable de venganza que domina en 007 provoca que sus superiores le obliguen a entregar su arma, al tiempo que revocan su licencia para matar sin ser conscientes de que ésta no es un simple papel o una orden, pues forma parte de la naturaleza de un hombre que en su obsesión por dar caza a Santos (Robert Davi) solo predica la filosofía del plomo. Licencia para matar muestra a un Bond atípico que se aleja del mundo del espionaje para introducirse de pleno en el del narcotráfico, donde desarrolla sus aptitudes y muestra su sencilla y contundente manera de entender la palabra justicia. En su empeño se convierte en alguien que no piensa más allá de la frustración que le impulsa, y que entorpece las operaciones que se llevan a cabo para atrapar al traficante. De ese modo la obcecación que le domina resulta negativa para los intereses del orden que supuestamente defiende, aunque en realidad el 007 interpretado por Dalton no esconde que su único deber es para consigo mismo, y no con los equipos que pretenden la detención de Santos, a quien simplemente pretende matar. 007 impone su propia ley, incluso a aquellos que, a pesar de sus reticencias, colaboran con él, pero sometidos a las condiciones impuestas por un agente mucho más interesante que los interpretados por Moore. Sin embargo, Timothy Dalton no tuvo suerte en su paso por la serie, a pesar de no desentonar tanto como se dijo, como tampoco lo había hecho George Lanzeby en la ninguneada y contundente Al servicio secreto de su majestad (Peter Hunt, 1967), sin embargo, la sombra de otros James Bond, sobre todo la de Sean Connery, fue demasiado alargada para él, aunque no para su relevo, el irlandés Pierce Brosnan, que ofrecería una nueva imagen de 007 en Goldeneye (Martin Campbell, 1995).

domingo, 22 de septiembre de 2013

Goldeneye (1995)


Para relanzar y modernizar la saga, los productores de 007 decidieron cambiar el rostro del agente por quinta vez, y desde un punto de vista económico la jugada les salió redonda. Con Pierce Brosnan en el papel de James Bond se inició una de las etapas más lucrativas para la franquicia, y como cada uno de sus predecesores, el actor irlandés aportó un toque personal al personaje, en este caso mostrando a un agente más elegante y sofisticado, igual o más brutal que los anteriores (aunque menos que el encarnado con posterioridad por Daniel Craig). Atrás quedaban el cinismo y la masculinidad de Sean Connery, la vulnerabilidad que no debilidad de George Lenzeby, la frivolidad caricaturesca de Roger Moore o a la sombría presencia del infravalorado agente encarnado por Timothy Dalton. Pero los tiempos exigen cambios, y 007 no es ajeno a estos, así que el Bond de Brosnan se adaptaba al cine de acción de los noventa mostrándose orgulloso de su imagen y consciente de que el panorama geopolítico abría nuevas posibilidades. De modo que Bond, a pesar de las palabras de M (Judi Dench), no es una reliquia de la Guerra Fría, sino un profesional que se reconvierte para encajar en una época en la que debe enfrentarse a enemigos que no trabajan por ideología, sino por venganza, dinero o ambas. Algunos de ellos serian colegas de profesión, como Valentin Zukovsky (Robbie Coltrane), antiguo miembro del K.G.B, que se aprovecha de la confusión creada tras la desintegración de la Unión Soviética para enriquecerse con negocios de una legalidad más que dudosa. Pero, además del cambio de protagonista y del panorama mundial, Goldeneye presenta otras novedades relevantes que sirvieron para adaptar la franquicia al nuevo orden social, así se descubre la importancia de la informática y las nuevas tecnologías, la presencia de una M femenina que no duda a la hora de imponer su autoridad, o el rechazo de Moneypenny (Samantha Bond) hacia la actitud y las palabras de James, las cuales califica de acoso. Sin embargo, y a pesar de su puesta al día, Bond todavía conserva aspectos del pasado, como sería su violencia expeditiva, su facilidad para seducir al sexo opuesto o su capacidad para ironizar después de enviar al otro barrio a quienes osan interponerse entre él y su misión. Para corroborar el cambio de época, Martin Campbell abrió Goldeneye con un prefacio que se desarrolla poco antes de la desintegración de la Unión Soviética, momento en el que Bond se encuentra en una misión conjunta con su compañero Alec Trevelyan (Sean Bean), a quien Ouromov (Gottfried John) apresa y ejecuta poco antes de dar paso a los títulos de crédito que muestran la caída del régimen soviético. De regreso a la trama se descubre a Bond en un tiempo posterior a la Guerra Fría, cuando se le somete a una evaluación psicológica que supera mientras mantiene una competición automovilística por las pendientes monegascas con Xenia Onatopp (Famke Janssen), la sádica, bella y peligrosa ninfómana que trabaja para Ouromov y el desconocido terrorista que se apodera del Goldeneye. Como curiosidad señalar que Martin Campbell volvería a ser el encargado de un nuevo cambio en la franquicia al ser el responsable de Casino Royale, película muy superior a Goldeneye, que si bien no se encuentra entre lo mejor de la saga, entretiene; al fin y al cabo eso es lo que se le exige a un agente que por muchas trabas a las que se enfrenta se niega a desparecer.

jueves, 14 de marzo de 2013

Muere otro día (2002)



La última película de Pierce Brosnan como James Bond también podría considerarse la mejor de su etapa, no solo por las numerosas escenas de acción, que desde el inicio hasta el fin se suceden de forma vertiginosa, ni tampoco por contar con una chica Bond que sería la versión femenina del agente británico, sino porque en Muere otro día (Die another Day) se observa a un 007 olvidado por los suyos, cuestión que anuncia el cambio que se produciría en el siguiente ciclo de la saga. después de eliminar al coronel Moon (Will Yun Lee), Bond es capturado por los soldados norcoreanos y, durante catorce meses, tiempo más que suficiente para que le crezca la barba y el cabello, es torturado de manera brutal hasta que finalmente se realiza un intercambio de presos. M (Judi Dench) le asegura que no ha sido la responsable de su liberación, pues si de ella hubiera dependido, su agente se habría podrido en su celda coreana. Así es el mundo de 007, un lugar donde los sentimientos personales quedan relegados a un plano secundario, cuestión esta que alcanzaría mayor dimensión en Skyfall (2012), en la que se incide en el desencanto que domina a los personajes. James, consciente de que se le aparta de lo único que sabe hacer, comprende que fue traicionado por uno de los suyos, alguien que se había aliado con Moon y con Zao (Rick Yung), su mano derecha. Pero su nueva posición fuera del servicio secreto, y sin doble cero, le obliga a escapar de los británicos y busca ayuda en la inteligencia china, que le pone tras la pista de Zao antes de que este cambie su rostro en el hospital cubano donde también se encuentra Jinx (Halle Berry), en quien el agente secreto descubre belleza y recursos similares a los suyos. La acción de Muere otro día funciona entre la tecnología sofisticada empelada por el agente 007 (automóvil invisible incluido) y su chulería expeditiva a la hora de desenmascarar a Gustav Graves (Toby Stephens), el filántropo y millonario que tras su rostro sonriente esconde algo más que buenas intenciones, sospecha que Bond confirma durante su estancia en el espectacular palacio de hielo donde se desarrolla el último tramo del trepidante adiós de Brosnan a la franquicia a la que había dicho hola en Goldeneye (1995)


jueves, 28 de febrero de 2013

Skyfall (2012)


En el vigésimo tercer título oficial del personaje creado por Ian Fleming se destruye al mito para resucitar a un nuevo Bond, menos heroico y más humano, que rechaza convertirse en una reliquia del pasado condenada a desaparecer. James (Daniel Craig) a duras penas sobrevive al nuevo orden mundial a base de lingotazos y pastillas, lo cual crea un aspecto atípico en este héroe que deja de serlo desde el inicio de Skyfall (2012), cuando M (Judi Dench), la imagen de la autoridad materna, ordena disparar al rival con quien 007 mantiene una espectacular disputa sobre el techo de un tren en marcha, a pesar de la posibilidad de que la bala impacte en el doble cero y provoque su caída al vacío. El Bond de Skyfall resucita como un tipo desencantado, pero a pesar de ello, no puede dejar de ser quien es: un miembro del servicio de inteligencia británico, el único hogar que ha conocido o que quiere recordar. El pasado del agente nunca fue un tema tratado en profundidad en anteriores entregas; no obstante, en el film de Sam Mendes cobra gran importancia, ya que dicho pasado debe cerrarse para que se produzca el nuevo comienzo, que se gesta en un presente que retrae al personaje a la infancia de la que nunca ha querido hablar. Tras la incorporación de Daniel Craig el rumbo de la saga apuntó hacia un cambio total, un enfoque que ya se advertía en los momentos iniciales del último film de Pierce Brosnan en la serie, Muere otro día (Lee Tamahori, 2002), y materializado en Casino Royale (Martin Campbell, 2006) para confirmarse definitivamente en Skyfall, película donde acción y personajes alcanzan un equilibrio pocas veces visto en la saga. Uno de los aciertos del film reside en la importancia que se le concede a M, objetivo de la venganza obsesiva de un terrorista desconocido; la actitud de la madre de los huérfanos 00 ofrece una perspectiva nada positiva de su relación emotiva con sus agentes, prescindibles todos ellos en un mundo en constante cambio, donde los intereses priman sobre lo afectivo y la modernidad sobre el clasicismo. En ese nuevo orden mundial los enemigos dejan de ser países y banderas, característica del periodo de la Guerra Fría durante el cual florecieron los doble cero, ahora el peligro se esconde en individuos anónimos capaces de crear el caos y la confusión como la que explota ante la incrédula mirada de la jefa del servicio secreto. Silva (Javier Bardem) es un claro ejemplo de ese enemigo en la sombra al que se refiere la máxima responsable del MI-6 durante su careo ante el comité que evalúa su buen hacer al frente del espionaje británico. Aunque este villano también podría considerarse el reverso de James Bond, pues sus vidas guardan paralelismos que van desde la soledad a la decepción causada por las decisiones nada sentimentales de M. Por fortuna, 007 no se ha dejado dominar por el odio que habita en su rival; James solo ha tocado fondo, cuestión que no le impide continuar mostrando su actitud descreída, rebelde a su manera y evidentemente individualista, la misma que le permite sobrevivir a un entorno que abandona momentáneamente para realizar un último viaje al volante de su viejo Aston Martin o para bromear con un imberbe y renovado Q (Ben Whishaw); pero sobre todo para mirar al futuro con el optimismo de saber que todavía le queda un amplio recorrido por explorar.

domingo, 28 de octubre de 2012

Al servicio secreto de su majestad (1969)


Cinco películas eran más que suficientes para hacer que 007 fuese asociado a la imagen de
Sean Connery, pero el actor, aunque no había sido el único que había interpretado al agente británico, no pretendía que también fuese a la inversa y solo viesen en él a Bond. En Casino Royale (John Huston, Joseph McGrath, Ken Hughes, Val Guest y Robert Parrish, 1967) no se notaba su falta porque el film asumió un tono paródico que repartió el protagonismo entre diferentes 007, pero en Al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty's Secret Service, 1969) se demostró que la sombra del actor escocés era demasiado alargada para ser superada por George Lazenby, que heredaba el papel de 007 en la sexta película de la saga; y sin contar con Casino Royale, la primera que no contaba con la presencia del protagonista de Goldfinger (Guy Hamilton, 1964). La misión de hacer olvidar a Connery era como mínimo complicada, y Lazenby encarnó a un agente secreto más humano y vulnerable. Esta nueva dimensión emotiva fue una de las causas de la fría acogida del film. La humanización de 007 corrió a cargo del estadounidense Richard Maibaum, el guionista que regresaba a la saga después de su ausencia en Solo se vive dos veces (You Only Live Twice, Lewis Gilbert, 1967), y de Peter Hunt, hasta entonces el montador habitual de la saga, quien enfocó la acción hacia ese cambio externo e interno que se produce en James Bond, menos elegante y más inseguro, emotivo y frágil, pero lo suficientemente duro para realizar su trabajo.


Desde el inicio de
Al servicio secreto de su majestad, Bond siente atracción por Tracy (Diane Rigg), a quien salva de un intento de suicidio en la playa donde se presenta el personaje asumiendo que al otro no le sucedía que la chica se le escapase. Aparte de estar interpretada por una de las actrices más carismáticas de la saga, Tracey cobra relevancia porque acaba convirtiéndose en la señora Bond y en la mujer que provoca la dimisión de 007 del servicio secreto. Le historia de amor se inicia antes de que el asiente se haga pasar por sir Hilary, el experto en genealogía que acude a una clínica de los Alpes para atender las necesidades de algunas pacientes y de paso desenmascarar a Blofeld (Telly Savalas), el villano que amenaza con un ataque bacteriológico, si la ONU no acepta sus exigencias de concederle el perdón por sus crímenes y el título de conde. Bond mantiene aspectos reconocibles de agente anterior, pero se muestra diferente, sobre todo en los momentos íntimos que pasa con Tracy, aunque también deja ver su nuevo rostro en los instantes en los que domina la acción, más física que en anteriores producciones de la saga, ya que en esta no cuenta con la ayuda tecnológica proporcionada por los inventos de Q, otra muestra del cambio que no llega a consumarse, porque Bond pierde su humanidad en el arcén de una carretera que le obliga a volver a ser el agente arrogante, insensible y distante de Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever, Guy Hamilton, 1971), la siguiente aventura de la franquicia, la que momentáneamente recuperó a Connery, porque el experimento llevado a cabo por Peter Hunt se saldó con el rechazo al cambio en la personalidad de un espía que se había convertido en un icono de virilidad y cinismo, dos características ausentes en el personaje interpretado por Lazenby, un Bond que sufrió la incomprensión del nuevo enfoque, valiente en cuanto a ofrecer una variante más emocional de 007, una que quizá no volvería a intentarse hasta Casino Royale (Martin Campbell, 2006), cuando James Bond dejó de ser él mismo para convertirse en un nuevo Bond, adaptado a las modas y las exigencias de su momento.

miércoles, 4 de abril de 2012

Casino Royale (2006)


Existían muchas dudas en torno a la elección de Daniel Craig como 007, pero quedaron totalmente disipadas tras el estreno de Casino Royale, una vuelta a los orígenes del personaje creado por Ian Fleming. El nuevo Bond se presenta desde sus inicios, en el momento anterior a su ascenso a la categoría de doble cero; de este modo se descubre a un agente menos sofisticado que sus predecesores, menos hecho en cuanto a sus costumbres refinadas y a su cinismo, un hombre que se irá moldeando a sí mismo según sus experiencias. Este James Bond tiene personalidad propia, mucho más chulesca, insensible y temeraria que la del resto de los agentes 007, también resulta más físico y brutal. Como es habitual en la saga, la misión del agente del MI6 le lleva por diversos puntos del globo, desde Madagascar hasta Montenegro, pasando por las Bahamas y finalizando en Venecia, durante ese periplo, 007 sigue la pista de un blanqueador de dinero llamado Le Chiffre (Mads Mikkelsen), a quien se enfrentará en una letal partida de póker, en la que se exigen diez millones de dólares para poder participar; y como es sabido, al súbdito británico jugar a las cartas le gusta más que desobedecer a M (Judi Dench), o a cualquier otra autoridad. Antes de llegar al casino y comience a despilfarrar el dinero del gobierno, como si se tratase de billetes del Monopoly, Bond conoce a Vesper (Eva Green), su nueva chica, la que le convierte en el Bond más sensible de cuantos han pasado por la gran pantalla. Su idilio se inicia desde el rechazo, aunque ninguno puede ocultar la atracción que sienten; pero antes de consumar su relación deben atender a una partida en la que se producen situaciones que poco o nada tienen que ver con las emociones que Vesper ha despertado en James (o viceversa). Entre mano y mano, el agente secreto más famoso de celuloide se toma un descanso, bien sea para cargarse a ese par de enemigos con los que desciende las escaleras del hotel o bien para enchufarse a un desfibrilador que le permita seguir viviendo, evitando de ese modo que el veneno introducido en su bebida dé al traste con su emergente carrera de espía. Pero así es Bond, pasa de cualquier consejo médico y regresa al juego, el mismo en el que Le Chiffre le gana por la mano o por un chivatazo que procede de alguien cercano al agente 007; sin embargo, gracias a la intervención de un desconocido llamado Felix Leiter (Jeffrey Wright), quien se presenta como un hermano de la CIA, Bond consigue la cantidad necesaria para recomprar su entrada en el duelo de naipes. Vesper, Mathis (Giancarlo Giannini) y ese nuevo (viejo) amigo observan, boquiabiertos, como el agente 007 apuesta, sin inmutarse, la friolera de cuarenta millones y medio de dólares, ahí es nada, consiguiendo ganar y dejar sin blanca a un villano que juega con un dinero que no es suyo; mal hecho muchacho, seguro que tus amigos se cabrean. Esa es la idea, conseguir que Le Chiffre se sienta acorralado por sus socios, para así ofrecerle protección a cambio de información sobre la peligrosa organización para la que ha estado trabajando. Sin embargo, las cosas se tuercen tanto para el villano como para el héroe, ya que éste último sufre un dolor testicular que es mejor no imaginar, pero que resiste (si se puede llamar así) con un humor que utiliza para sobrevivir y no confesar el número de cuenta donde ha ingresado el dinero que Le Chiffre necesita a toda costa. La tortura sufrida por Bond abre un periodo de recuperación que le permite experimentar el amor que siente por Vesper, la mujer que se encuentra a su lado, la misma que le arropa y ofrece el cariño necesario para recuperar su confianza, su salud y su hombría. Casino Royale no da descanso, ya sea durante sus escenas de acción o durante la partida que abarca buena parte del film, pero también muestra una versión diferente de James Bond, menos glamurosa, pero más contundente; un agente que se va haciendo paso a paso, entre muertes y desengaños, al tiempo que evolucionan sus emociones hacia Vesper, una mujer que le cala hondo y que marca un final y un principio, que se confirma con una frase que no podía faltar a su cita: me llamo Bond, James Bond

miércoles, 2 de noviembre de 2011

James Bond contra Goldfinger (1964)



Seguramente, cuando los productores
Albert R. Broccoli y Harry Saltzman se hicieron con los derechos del personaje creado por Ian Fleming no habrían imaginado que las andanzas del agente 007 perdurasen, como mínimo, más de medio siglo, si bien es cierto que sí pensarían en producir más de una película, como se anunció al final de Agente 007 contra el doctor No, la primera de una saga en la que la continuidad argumental no sería una norma, pues en cada película de 007 se presenta una aventura totalmente distinta a la anterior, aunque desde una perspectiva narrativa similar que se adaptaría a las diferentes décadas y que podría ser la siguiente: un inicio que muestra a Bond, James Bond, realizando lo que mejor sabe hacer, para dar paso a los títulos de crédito y a la canción que comparte título con la película (siempre interpretada por cantantes de éxito). Posteriormente se mostraría a James en Londres en presencia de Moneypenny o M, repitiendo comentarios similares en cada una de las entregas, sin embargo, no llegarían a cansar, porque formaban parte de su tarjeta de presentación y eran de escasa repercusión dentro de la acción que conduciría al agente 007 hasta el departamento Q donde este le presentaría la tecnología que le ayudaría en la misión, que le llevaría a recorrer el mundo, persiguiendo al supervillano de turno que amenaza o con destruirlo o con apoderarse de él; eso sí, siempre tomándose un respiro por el camino para ligar con las chicas Bond o tomarse un par de Martini secos con vodka, mezclados y no agitados, o una botella de champán en grata compañía. Más o menos ese sería el planteamiento que utilizó el director Guy Hamilton, que en Goldfinger se estrenaba en la saga de la que sería asiduo. La tercera entrega de las aventuras de Bond es, sin duda, una de las películas más representativas de la franquicia y, por supuesto de la era Connery, la primera en la que aparece el que sería el coche oficial del agente durante muchos films: un Aston Martin repleto de extras diseñados por Q, que salvarán la vida del agente en más de una ocasión. La nueva misión de 007 (Sean Connery) consiste en investigar a un tipo muy tramposo, como se descubre cuando juega a las cartas o al golf, por lo tanto su rival es un hombre al que no le gusta perder; pues va listo con James. Goldfinger (Gert Fröbe) tendría que haber pensado antes de iniciar su carrera delictiva, impulsada por un afán incontrolado por el oro, que si aparece Bond adiós muy buenas a la operación Grand Slam. Así pues, James se lo toma sin prisa, porque sabe que tiene todas las de ganar, una confianza sin fisuras que le permite saborear los pequeños paréntesis que se le presentan para liarse con todas las chicas que se encuentran en su punto de mira, mujeres marca de la casa a las que pone en peligro sin que parezca que le importe, porque James es así, un tipo que sólo mira para su misión, mostrándose casi insensible ante las muertes de las hermanas Masterson, Jill (Shirley Eaton) y Tilly (Tania Mallet), a manos de los esbirros de Goldfinger, sobre todo a manos de ese coreano grandote, silencioso y letal que se quita el sombrero para algo más que saludar, al que llaman Oddjob (Harold Sakata) y que pondrá al agente británico en más de un aprieto. Pero esos percances no detienen a James, está entrenado para ser insensible e ingenioso, como también lo está para matar, de ahí su doble cero. Sin embargo, no se puede negar que de vez en cuando asoma un instinto más humano que sustituye un innegable aire machista y violento, eso sí, ocurre cuando se encuentra entre los brazos de una mujer o cuando se encuentra sólo en una celda de la que pretende salir aprovechándose de la estupidez de los malvados que le vigilan, unos tipos que no saben con quien se juegan el sueldo, porque James Bond es el héroe, el único capaz de convencer a Pussy Galore (Honor Blackman) para que abandone las fuerza del mal lideradas por Auric Goldfinger (el primer villano de la serie que se mueve enteramente por la codicia y que no pertenece a Spectra) y se una a él en varios sentidos.