En cine, la autoría no queda clara, pues no en pocas ocasiones se discute si es obra de uno (el director) o un trabajo de equipo, cuando no los productores afirman que la película es suya, sobre todo en Hollywood —por ejemplo, Samuel Goldwyn tenía claro que las películas que producía le pertenecían, aunque el director fuese William Wyler, quien a su vez tendría igual de cristalino que el film era suyo—, o el público mayoritario se la atribuye a los actores y actrices populares que participan en ella —pensando en Goldwyn, en sus películas, muchas de ellas serían “tal o cual película de Gary Cooper”, el actor estrella del estudio—; al resto, aquellos que no tienen el estatus de estrella mediática, no, tal vez porque ni siquiera se conozcan sus nombres o no los asocien con los rostros, o mismamente porque decir una película del mítico Walter Brennan, estando Cooper de por medio, no vendería igual de bien que atribuírsela al protagonista de Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952). Por su parte, los guionistas la asumen suya, aunque es difícil saber hasta dónde, cuando el guion pasa por varias manos hasta que los directores lo asumen como propio y le dan forma audiovisual —ejemplo evidente de esto lo podemos encontrar en el cine italiano de la segunda mitad del siglo XX, en cuyas películas no era infrecuente que los créditos del guion se atribuyesen a cinco o seis escritores por los que había pasado el texto—. Al contrario de lo que sucede con el cine, en el teatro no hay discusión posible, pues al dramaturgo o comediógrafo se le considera el único autor del asunto. Una obra es de Shakespeare, Calderón, Molière, Pirandello, Brecht o Mamet, siendo indiferente quien la dirija y la intérprete; aunque esto no quiere decir que los directores escénicos no influyan en el resultado o adapten el drama y la comedia a su gusto. Lo dicho me vale para introducir esta coproducción franco-italiana escrita por Francis Veber, que es el primer nombre que asoma en los créditos, lo cual da una ligera pista o idea de a quién se le atribuye la película. No en vano, El embrollón (L’emmerdeur, 1973) nace de su exitosa obra teatral Le Contrat. Así pues, parece que la presencia de Édouard Molinaro, el director del film, cae a un puesto secundario que no lo es; ya que la función de Molinaro es principal y consiste en dar imagen a la trama, confiriéndole el ritmo, el tono y el sentido cinematográficos que, aquí, logra a medias, en mi opinión lastrado por la presencia de Jacques Briel, un cantante popular que solo era actor ocasional, y en quien veo una capacidad dramática y cómica más cercana a la de Bing Crosby, que también era mejor cantante que actor, que a la capacidad actoral de Yves Montand o Frank Sinatra, que eran buenos en sus dos facetas artísticas. Lo mejor de El embrollón lo encuentro en la presencia de Lino Ventura, que caricaturiza su rol habitual de tipo duro, de mirada y rasgos que imponen, y hace de él un chiste, que sea bueno o malo ya es otra historia, más su presencia le da un plus a la trama que une a François (Jacques Briel), un llorón tan pesado como el héroe de Aterriza como puedas (Airplane!, David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker, 1980), no el piloto de goma, el otro, y a Milán, el personaje de Ventura, quien confiere un tono paródico a su asesino profesional, el mismo que llega al hotel, frente al juzgado de Montpellier, contratado para acabar con el testigo cuyo testimonio podría condenar a quienes le han contratado. Ocho años después, Billy Wilder adaptaría la obra de Veber, Le Contrat, en Aquí, un amigo (Buddy, Buddy, 1981), que a la postre sería la última película del autor de El apartamento (The Apartment, 1960), y digo autor con la certeza de que Wilder era de esos pocos directores de Hollywood de los que pude decirse que las películas que dirigió eran suyas. Las escribía, las dirigía y, a partir de El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), también las producía; aunque, para el público siguiesen siendo películas de Marilyn, Bogart o Cooper. Ya en el siglo XXI, el propio Veber dirigiría una nueva adaptación de su comedia a la gran pantalla en Querido asesino (L’emmerdeur, 2008), que me resulta la peor de las tres.
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