martes, 23 de septiembre de 2025

Permanent Vacation (1980)


 Que un director de cine realice su primera película sin apenas medios no es infrecuente. A veces, es la única opción real que encuentra para sacar su proyecto adelante. Para ello, se las ingenia y reúne un puñado de dólares y se rodea de un grupo de amigos, algunos sin la menor idea de en qué consisten las reglas básicas del cine y otros con experiencia similar a la del osado que se pone al mando, una que, en ocasiones, no dista de la inexperiencia. El primer largometraje de Jim Jarmusch, Permanent Vacation (1980), es un ejemplo de dicha osadía, la de un tipo que, ajeno al cine comercial, quiere hacer uno propio, pues ya desde el principio indica que lo suyo es ir a contracorriente, ser un outsider del tipo Nicholas Ray, a quien Jarmusch parece rendir homenaje en el cine a donde Allie (Chris Parker) acude, aparte de ser su agradecimiento a quien quizá considerase uno de sus maestros —Ray colaboró con él en la preproducción de este largometraje—. Allí proyectan Los dientes del diablo (The Savage Innocents, 1960), uno de los mejores y menos conocidos films de Ray, cuyos personajes se encuentra apartados del mundo de un modo diferente al protagonista de esta película, un joven a la deriva, que recorre distintos espacios neoyorquinos en los que no se reconoce, en busca de algún motivo, de alguna respuesta, tal vez que le expliquen quién es y cuál es su lugar en ese teatro urbano del que siente no formar parte…


Transcurridos cuarenta y cinco años desde su primera película, queda claro que Jarmusch se ha mantenido fiel a su idea inicial, claro que adaptándose a los tiempos y madurando sus intereses y su creatividad. Además, al contrario que David Lynch, por poner el ejemplo de un cineasta estadounidense personal (y contemporáneo suyo) que coqueteó con el juego de Hollywood en El hombre elefante (Elephant Man, 1980) y en Dune (1984), y no salió mal parado —dirigir la adaptación de la novela de Frank Herbert para Dino de Laurenttis le posibilitó rodar Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986)—, Jarmusch no caería en en la trampa de trabajar para la industria cinematográfica, sino que se asentó en su periferia —quiérase o no, el cine es negocio que precisa de inversores y en el que nunca se está al margen del dinero—, donde podría mantener su independencia. Dudo que algún estudio o productora hubiese apostado por un film como Permanent Vacation, que él filmó por cuatro duros —el dinero de la beca que le habían dado para concluir sus estudios— y sin ambiciones comerciales, aunque sí con ganas de ser diferente. Lo logró, incluso la película aburre y divierte de manera distinta, aunque, en mi caso, las dos veces que la he visto haya ganado el aburrimiento. Pero en este primer largometraje ya hay mucho del Jarmusch posterior, tal vez no el tono irónico logrado en sus mejores películas, pero sí influencias como la de Ray, Bresson, Jean-Pierre Melville, Wenders, Ozu o la de el Godard de Al final de la escapada (A bout de soutfle, 1959), amigos —aquí ya colaboran John Lurie, Susan Driver o Tom DiCillio— y personajes un tanto perdidos o desorientados en ambientes marginales como los que deambula ese joven que parece moverse o plantarse en la marginalidad sin objetivo alguno. ¿Qué hacer con su tiempo? ¿Encuentra acomodo en el lugar? Aparte del músico Charlie Parker, ¿qué le gusta a Allie? ¿Qué espera? ¿Quién es y quien quiere ser? Jarmusch muestra a su antihéroe lacónico y juvenil en un paisaje físico y humano que desvela la cara menos favorecida de un entorno urbano al que no quiere atarse porque no se siente parte de él. Tampoco se sabe si podrá formar parte de algún lugar o si lo hará de todos, pues Allie es claro al respecto: no quiere una vida típica, quiere ser un turista existencial permanentemente en vacaciones. Es decir, quiere sentirse vivo, libre, sin ataduras, quiere vivir como tantos héroes juveniles que acabaron siendo esclavos de la rutina y las convenciones.




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