viernes, 26 de septiembre de 2025

Infiltrado en el KkKlan (2018)


Un Spike Lee desatado y descarado toma de <<unas movidas muy jodidas>> y realiza una comedia satírica, crítica, antirracista, divertida que coloca a su héroe al frente de una misión policial que pretende desenmascarar a la organización racista cuyo líder ideológico (Alec Baldwin) asoma en la pantalla para soltar su discurso supremacista blanco, anglosajón y protestante. El doctor Beauregard habla y habla después de introducir el famoso travelling de grúa de Lo que el viento se llevó (Gone to the Wind, Victor Fleming, 1939). Expresa a la cámara sandeces, con imágenes de El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, David Wark Griffith, 1914) de fondo, antes de que Lee introduzca mediante un rótulo la explicación de que <<esta película está basada en unas movidas muy jodidas>>, movidas que Ron Stallworth cuenta en su libro, el que Lee (y sus coguionistas) adapta a la pantalla en Infiltrados en el KkKlan (BlacKkKlansman, 2018). El caso es que el agente protagonista, Ron (John David Washington), es negro y novato y a los del KkKlan, como se apunta en la introducción, no les resultan simpáticos los negros, ni los judíos, ni los católicos, ni los hispanos, ni los italianos,… Pero a los que más odian son a los primeros porque, tal vez, los teman y, seguro, porque, aparte de fanáticos e ignorantes en grado sumo, tal como apunta el doctor, los miembros de su organización clandestina quieren detener el proceso de integración —que no se inicia tras la Guerra de Secesión, sino un siglo después; pongamos que se dan los primeros pasos en la década de 1950— y el mestizaje que tanto parece cabrearles, aunque, si algo racial caracteriza a los Estados Unidos, precisamente ese algo es su mestizaje. Incluso resulta dudosa la pureza racial y patriótica de la que presumen los del klan y otros blancos que no pertenecen a él…


El racismo de estos tíos tan chungos no solo forma parte de la organización de la capucha blanca, sino que incluso se puede apreciar dentro de la sociedad y, de manera particular, de la policía cuando Ron Stallworth entra a trabajar en la local de Colorado Springs y algunos de sus compañeros no paran de referirse a los negros como “monos”, pero también más adelante, cuando lo apalizan por ser negro y, por tanto, sospechoso para el orden establecido desde antes del origen de la nación. Pero también se aprecia en el propio sistema, en la función policial de salvaguardarlo, cuando los jefes de Ron le encargan su primera infiltración, que es la que le lleva a trabajar con Flip Zimmerman (Adam Driver), de origen judío y quien será su cuerpo blanco cuando se introduzca en el Klan. Aquí, Lee aprovecha la ocasión para introducir la idea de que la policía es un agente de control y de represión del sistema —en su notable Malcolm X (1992) lo evidencia en no pocas ocasiones—; en películas como Detroit (Kathryn Bigelow, 2017), también basada en hechos reales y ambientada en 1967, se detallan abusos policiales contra la población negra y en otras, como Selma (Ava DuVernay, 2014), también se pueden ver imágenes de cargas contra manifestantes que salen a la calle a exigir sus derechos civiles. A nadie escapa que se comenten abusos que se acallan y otros que se justifican en la defensa de la nación, como si acaso la comunidad negra no formase parte de la misma o no la ayudase a construir, ya fuese económica o culturalmente. Lee no se casa con nadie, salvo con su idea de señalar el absurdo, tras el cual se evidencia que la superioridad presumida por David Duke (Topher Grace), el líder nacional de la organización racista, es una soberana estupidez. Aparte, sabe lo que quiere expresar y como hacerlo. Comprende que la sátira es la mejor fórmula para desvelar aquellas cuestiones sonrojantes que, a menudo, se pasan por alto porque resultan incómodas para las mentes bienpensantes, incluso para el orden establecido, y da en el clavo con su tono guasón y a la vez crítico. En Infiltrado en el KkKlan, basándose en lo descrito en el libro de Stallworth, retoma su postura beligerante —porque el odio y el fanatismo se recrudecen en las calles actuales—, aunque le da un tono más desenfadado y desvergonzado que en Malcolm X, incluso puede hacer pasar a un negro por blanco para desvelar la estupidez y desmontar el mito supremacista, pero también para decir que, al asumir y reivindicar su identidad, algo estaba cambiando en los setenta, aunque no cambiase el sistema.





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