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miércoles, 10 de septiembre de 2025

Kurt Vonnegut y Las sirenas de Titán


Saber que tu destino está escrito y que acabará en el mayor de los satélites de Saturno, que recibe su nombre de aquel titán que en mitología romana devoró a sus hijos, salvo a Zeus, que era griego y tal vez eso despistase a la deidad latina, pasando antes por Marte, donde se prepara una invasión al planeta Azul, Mercurio y de nuevo la Tierra, no ha de ser peor que el que nos depara el viajar a cualquier isla o playa y pasarse la estancia tumbado en la arena o sobre la hamaca de un hotel resort en el que las actividades y las atracciones se programan y preparan, incluidas las bebidas, para que todos consuman lo mismo y, a ser posible, a la misma hora. No digo que los turistas que algún día futuro acudan a Titán pasen sus horas en la piscina, con el extra de contar con un chiringuito dentro, en los restaurantes temáticos o en cualquier espacio donde dejar su dinero a la cadena hotelera que lo regente; eso sí, llevándose de vuelta a sus hogares y a sus rutinas la sensación de haber vivido una experiencia única y fugaz que no podrían haber disfrutado en la bañera de su casa, pero casi. Así que tampoco hay que asustarse por lanzarse al espacio en compañía de Kurt Vonnegut, que es quien se encargó de escribir el destino de Malachi y Beatrice, también el del primer marido de esta mujer aristocrática e inteligente que se negaba a ese mismo destino que la alcanza, la sube a un platillo marciano y la obliga a casarse con Malachi Constant, de Hollywood, fiestero y vulgar, ignorante y desvergonzado, pero poseedor de una suerte pasmosa, la cual, como su fortuna y el resto de los adjetivos anteriores, la heredó de su padre, quien tampoco tenía mucho más de que presumir. Pero, igual que Beatrice, Malachi se convierte en exmultimillonario de la noche a la mañana —en su caso tras más de cincuenta días de fiesta alcoholizada y continuada—, por una mala jugada de ese sino que Vonnegut se empeñó en tejer para ellos hacia finales de la década de 1950. El destino se selló en 1959, con la publicación de Las sirenas de Titán, claro que Vonnegut también lo hizo para poder comer, que un escritor no solo vive del aire ni del cuento, ni de su talento ni de su esfuerzo, aunque estos ayuden lo suyo, y para deleitar a sus lectores, a quienes regala, por un módico precio el ejemplar, una sátira de ciencia-ficción que no tiene desperdicio. Su humor, no pocas veces negro, e ironía no esconden la capacidad de un autor irreverente, humanista, pesimista, pues la vida enseña a serlo, y anarquista a su manera, capaz de hacer pasar muy buenos momentos literarios sin poner en duda la inteligencia lectora. Todo lo contrario, exige que se active, que haga su labor e interprete un texto en el que el destino, el control y la alienación son rivales a batir. Ay, me imagino suspirando mientras digo qué bien me cae y que bien sientan las lecturas de este Kurt, pues también Kurt se llamaba el padre, de quien no sé qué heredó el hijo, más allá del nombre y de una parte de la genética que le dio forma…

martes, 9 de septiembre de 2025

Adorno, desde la vida dañada

El subtítulo “Reflexiones desde la vida dañada” responde con bastante precisión a la pregunta de qué va “Minima Moralia”. Este libro escrito por Theodor W. Adorno entre 1944 y 1947 iba a serlo también de su colega Max Horkheimer, a quien le dedica la obra, pues la idea inicial era la de realizar un diálogo entre ambos filósofos, junto a Herbert Marcuse y Erich Fromm, máximos representantes de la primera generación de la Escuela de Fráncfort. Pero, no pocas veces, las intenciones se ven truncadas por circunstancias externas. En el prólogo del libro, Adorno explica de la siguiente manera que <<la ocasión inmediata para componer este libro me la brindó el cincuenta cumpleaños de Max Horkheimer el 14 de febrero de 1945. Su elaboración coincidió con una fase en la que, debido a circunstancias externas, tuvimos que interrumpir el trabajo en común>>.

Si se continúa leyendo más allá de esas primeras páginas, se sabrá sobre qué ideas giran sus reflexiones y cuáles son las conclusiones a las se llega este pensador alemán cuya escritura desvela sinceridad, claridad expositiva, resistencia frente a una sociedad que oprime —con permisividad controlada, estudiada, impuesta—, y crítica hacia su presente, el cual, andado el tiempo, ha deparado el nuestro; sus palabras lo descubren intentando ser una mente libre en un mundo que, evidentemente, lo impide. No voy a insistir aquí en lo que expresa, sólo escribir una idea suya que llamó mi atención, una de tantas reflexiones suyas que lo hicieron. Dice así: <<El que ofrece algo único que nadie quiere ya comprar personifica, aun contra su voluntad, la libertad de cambio>> En nuestros días, la idea de Adorno sigue vigente, tal vez haya cobrado mayor fuerza, pues quien ofrece algo único se convierte hoy en un ser ninguneado por esa multitud que solo da visibilidad a quienes generan productos de consumo de masas, que suelen ser poco elaborados, repetitivos e insípidos, pero fáciles de masticar, de ahí uno de los factores de su éxito… Y esto que parece tan corriente e inocente, no deja de ser un peligro mortal para el pensamiento, que es el primer paso en la manera humana de (re)plantearse, cambiar y evolucionar…

viernes, 5 de septiembre de 2025

Byung Chul Han y el cansancio

De regreso, tras despedirme de unos amigos, ya a punto de subir las escaleras de la Quintana, me descubrí rodeado de quietud y pensando en el popular ensayo de Byung-Chul Han sobre la sociedad actual, que él dice del cansancio y del rendimiento, aunque podría haberla llamado de consumo, de la imagen de cara la galería, de las deidades minúsculas —pues ya todos, en nuestra pequeñez, nos sentimos el centro del universo— y del estar en la rueda, de la cual no se pueda salir, a riesgo de quedarse fuera. Recordaba que el autor insistía en la misma idea, la de una sociedad en la que todo se ha igualado, en la que ya nada es extraño, por lo que no es necesaria una reacción contraria. Evocando a Marcuse, hamos perdido nuestro pensamiento bidimensional. Pensando en el texto, se cruzaron con el recuerdo de las líneas ideas propias, basadas en influencias y en observaciones, ideas como la de que, en sociedades que presumen de liberales y democráticas —aún peor sería en las abiertamente totalitarias—, el individuo que logra abrir los ojos (y se mira a sí mismo y a su alrededor) se descubre esclavo de todo, incluso de uno mismo, y lo que es peor, a menudo contento de su esclavitud, tal vez porque sus cadenas sean invisibles o encadenen disfrazadas de comodidad, inclusión y bienestar.

Arriba, en la de Vivos, frente a la Casa de la Parra, me planteé si el individuo ya no puede dejar de producir ni de consumir, ni de exigirse más y más trabajo y consumo porque la directriz que se ha fijado vendría a insistirle en que todo es posible si trabaja para adquirir esto y aquello, si es un ser activo, útil, productivo —lo que no dice es para quién lo es—, no pensante, que luzca en un posado, que compita en la superficie y que llegue a casa cansado, después de su jornada laboral o de su visita al gimnasio; ya tendrá el fin de semana para recuperarse, para acercarse al centro comercial, para zapatearse en el sofá o darse un homenaje, y hacerlo siempre igual. Día tras día, año tras año, hasta que llegue el momento de festejar su jubilación o su ausencia de júbilo. Además, ese espejismo de ser especial, único, un ganador nato, inconsciente de formar parte prescindible del engranaje de una sociedad estándar, homogénea, programada, aunque viva en la pérdida de su libertad, esa fantasía “positiva” juega en su contra, ya que le aleja de la realidad que implicaría el enfrentarse a esa misma realidad de ser un objeto en manos invisibles que acaricia porque le posibilita la idea de ser lo más grande; se premia la igualación, la reducción y la sustitución (y no hablo de la resolución de sistemas matemáticos), también la imitación y la repetición.

Para la sociedad moderna, ya no hay una disciplina ni una deidad controladora a la que agradecer o culpar, una que indique, a través de sus “elegidos”, qué y qué no hacer, con la promesa de una recompensa futura. Ahora, sombras manipuladoras e igual de controladoras sustituyen lo viejo y constituyen la nueva divinidad. El sometimiento y la esclavitud no han desaparecido, solo han cambiado sus formas, lo vienen haciendo desde las primeras décadas de siglo XX, y la del XXI semeja más cruel que la anterior realidad porque, vendiendo progreso y mejoras sociales, incluyo nuevas esperanzas, apenas existe en ella esperanza alguna que se concrete, ya que ha creado desesperados y desamparados, desesperanzados que se aíslan en su visibilidad —antes todos éramos anónimos, hoy creemos no serlo debido a las redes sociales y a internet— y que ya solo pueden ver su ahora, el que, apoyándose en la sugestión del miedo y la búsqueda del placer en la inmediatez, les exige “trabaja, gana dinero, gástalo, trabaja, lo necesitas para poder vivir y existir, puesto que de no tenerlo, no existes, no consumes, estarás fuera, en la miseria”. En cierto modo, se intenta huir de la realidad apostando por lo aparente, sin comprender que se huye sin posibilidad de escape, pues toda realidad se lleva consigo, y cuando uno se enfrente a ella, si es que llega a hacerlo, tal vez sea demasiado tarde o comprenda que su vida no ha sido suya.

Abandonando la plaza, regresaron las líneas en las que Byung Chul Han insiste en la ausencia de “otredad” y el dominio de la positividad en nuestros días, una falta y una tenencia que nos afectan y en la que vive la sociedad del siglo XXI. A esta idea, el filósofo germano-coreano vuelve una y otra vez, tal vez porque necesite sentir que se explica o por la tendencia que se descubre en no pocos autores a expresar una misma idea de diferentes formas, como si el lector fuese idiota, que en la mayoría de los casos no niego ni afirmo que lo sea, o puede que se gusten o que lo hagan con el fin de llenar más páginas o de encontrar la mejor manera posible de comunicarse. No obstante, esto implica el riesgo de perder al lector, y que este cierre el libro y opte por hurgarse la nariz, como suele hacer cuando detiene su automóvil ante un semáforo en rojo, o que se dedique a pensar en otros libros y en otros autores en quienes leería ideas similares sobre una sociedad que, más del cansancio, cansa de tanta superficialidad e imbecilidad que premia, ensalza y eleva como si así fuese menos estúpida. En todo caso, “La sociedad del cansancio” me genera la sensación de que podría haber dado para otra forma, me refiero a explicarse en menos o en más páginas pero más fluida y suelta a la hora de desarrollar la idea que se repite y que ya se encuentra en otros autores anteriores a este reconocido filósofo de origen coreano que escribe sus obras en el idioma de Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Walter Benjamin y Hannah Arendt, influencias y referencias que asoman por el texto. Mas ya al alcanzar Cervantes, tempo atrás llamada plaza del Pan, me dije que lo pensado podría darme para un breve ensayo sobre un ensayo y unas ideas, uno que no busca tener razón solo la posibilidad de desarrollar un pensamiento que, como tal, sé incompleto e imperfecto, abierto al error y a la continua negación y corrección…

lunes, 1 de septiembre de 2025

Contacto, entre Carl Sagan y Robert Zemeckis


Veo pasar a Marty McFly en el coche de Doc, viaja a la velocidad de la luz en el tiempo, impulsado por un combustible que ni es plutonio ni restos orgánicos, tal vez su auto ya funcione con sueños o con algún otro material por descubrir y desechar. Exclama a los cuatro vientos que su destino será algún punto de los albores humanos. No te vayas a estrellar ni aterrices antes del enfriamiento, le advierto. Dudo que me escuche y pienso que adonde va, una vez alcanzado el pasado, a falta de circuitos y de guitarras eléctricas, no sorprenderá a nuestros antepasados con un tema de Chuck Berry. Supongo que allí no observará monolitos negros, prismas de formas geométricas perfectas, ni mensajes extraterrestres que se inicien con números primos, ni primates golpeando la cabeza de rivales con un hueso que, al tiempo que sirve para destruir y someter a otros simios, evoluciona la humanidad hacia el 2001, año que ya nos queda atrás. Sin máquina temporal, a nosotros nos arrastra y vamos en el tiempo; mas este periodo de “una odisea del espacio” no será pasado para el viajero del DeLorean, atrapado momentáneamente en un pretérito que nadie recuerda. Lo que allí descubrirá, me digo, serán grupos dispersos en su tránsito del nomadismo al asentamiento donde asoman los primeros pensantes con capacidad para la abstracción.

El sedentarismo les posibilita un primer momento de ocio, pero Marty, desconocedor de lenguas olvidadas por las muertas y las vivas, ignora que el vaguear provechoso posibilita la reflexión; también ignorará los sonidos de los prehistóricos parientes y qué hacen mirando al cielo. A mayores, lo que McFly quizás también desconozca sea que los menos de aquellos antepasados lejanos están cuestionándose y planteándose interrogantes y dudas que más adelante alguien llamará filosóficas y existenciales. Pero ni Marty, ni Doc, que se encuentra en el futuro, tal vez en el salvaje y viejo oeste, ni siquiera Bubba, que lo sabía todo sobre gambas y que cae en Vietnam, a miles de kilómetros de su hogar, tampoco nosotros, podríamos responder con cierta precisión cuándo el ser humano, el singular es literal, pues calculo que se lo plantearían uno, dos,… , a lo sumo diez o cien individuos —como ha venido sucediendo desde entonces hasta la actualidad—, empezó a preguntarse qué hace aquí, en la vida, en la Tierra, en la mortalidad… puede que también cuestionasen respecto al universo, aunque lo dudo, ya que la inmensidad espacial sería insignificante en el pensamiento humano de aquellos días del neolítico visitados por McFly…

En aquel momento de la prehistoria (y después, de parte de la historia hasta el Renacimiento), la presencia celeste obedecería a la del planeta que ocupamos, el mismo astro al que, sin apenas mostrarle consideración, intentamos modificar a nuestro antojo desde tiempos remotos y plastificar desde el siglo XX. Supongo que el bueno de Gump, Forrest Gump, pensaría que lo hacemos para conservarlo mejor, o para que no se moje los días de lluvia, que en latitudes y longitudes vietnamitas cae de arriba-abajo, de lado, oblicua y de abajo-arriba, o no se ensucie más de lo que nosotros lo llenamos de odio, de abusos, de basura, de contaminación, de embustes —claro que también de lo contrario, si no, apañados íbamos—, porque hemos asumido que podemos hacer de él y con él lo que nos venga en gana. Siendo así, mejor corre, Forrest, corre sin rumbo y sin saber porqué, hasta que te descubras fuera de tiempo y comprendas que eres náufrago entre tu antes y tu después de arribar a esa isla desierta que te obliga a plantearte tu relación con Wilson, contigo mismo y también con el mundo que queda atrás y delante. ¿Quién eres? ¿Realmente estás solo en un espacio que se antoja infinito y te hace sentir minúsculo, tan menguante como aquel hombre-partícula que acabará formando parte del todo y de la nada?

No me dio tiempo a decirle: mira, Marty, la humanidad no se ancló porque, primero, la necesidad apretaba y, después, porque muchos alguien dieron pasos a contracorriente de lo establecido como dogma político y de fe, aun a riesgo de ser cazados por los reaccionarios y defensores de cada momento, que definiré como la suma de costumbres, ignorancias, intereses y creencias que determinan y dominan el instante que puede prolongarse años o durante siglos. Pero el paso estaba dado y ya nada podía frenar la evolución humana; no porque avanzase con frenos locos, sino impulsada por la curiosidad y la inquietud. Salvo ella misma, si se aferraba al miedo y a su habitual pereza mental, ninguna otra especie terrestre zancadillearía su avance. La lógica era aprovechar lo que dimos en llamar inteligencia; de la cual tampoco deberíamos estar tan seguros, al menos tantos de quienes la presumen sin practicarla…

Miedo y pereza, ignorancia y fenómenos que sorprendían, nos llevaron a la superstición, que sería una especie de “sedante” frente a la idea de la muerte y ante otras cuestiones desconocidas que nos costaba explicar. La superstición nace como respuesta absoluta a la ausencia de respuestas, algunas de las cuales han ido llegando con la ayuda del sentido común, de la lógica y de la ciencia, la cual no asomó en nuestra evolución hasta ya entrada la historia. Aunque tardarían miles de años en planteárselo, unos pocos se cuestionaron quienes eran al contemplar el firmamento y a quién tenían al lado, ese conocido tan extraño. Puede que en esos instantes sintiesen un cosquilleo que no sabrían explicarse. ¿Sería el vecino con una pluma? No estaban seguros, pero, al mirar a su alrededor, en busca de una prueba tangible, no observaron a nadie cerca. ¿Dónde estaba fulano? Y se encogieron de hombros. Tal vez alguno pensase que era cosa de espíritus o de brujas, puesto que la superstición se había asentado como parte propia de la humanidad, pero también lo era aquella sensación “cosquilleante”, de curiosidad, que nacía del interior al observar el mundo exterior: cielo, mar, tierra, piedras, hombres, mujeres, animales, plantas…

Por entonces, basándose en las apariencias, alguien dedujo que el planeta que habitamos era el más grande que existía. La prueba, le pidieron algunos. Y la respuesta: solo hay que mirar el suelo y compararlo con los puntitos brillantes que salpican la bóveda celeste, para comprenderlo así. Esta fue una de tantas respuestas humanas, siempre incompletas y abiertas al error, a la posibilidad de corrección y de evolución antes de toparse de bruces con sus límites. El límite del geocentrismo estaba ahí, a nuestro alrededor, del que formábamos y formamos parte.

El cielo quedaba arriba y las estrellas que se veían, seguramente distintas a las que vemos hoy, así como el satélite que por fases periódicas aparecía o no al atardecer, eran insignificantes en su aparente tamaño. Para orgullo de sus moradores humanos, la Tierra era el centro y todo giraba a su alrededor. Todo bajo ella, pues desde cualquier minúsculo punto del resto del universo se vería gigantesca, imponente, azul y reluciente. El firmamento no significaría tal como hoy lo sentimos y comprendemos, pues resultaba menor en su comparación con la esfera terrestre, la cual supongo que ninguno de los observados por McFly pensarían en su forma esférica. En la Grecia de la Antigüedad, supieron los pitagóricos que la tierra no era plana, Eratóstenes calculó el radio terrestre e incluso antes de tan sorprendente cálculo Demócrito había dicho que todo estaba formado por átomos. Claro que aún quedaban muchos siglos por delante para llegar a las teorías atómicas, al electrón y a sus órbitas, al protón, al neutrón, a los quarks...

La teoría geocéntrica aparecería mucho antes de nosotros y tiempo después de que Marty viese aquel grupo de gente asentándose en un lugar que adaptaron para vivir. Pero, a pesar de los siglos que perduró la idea de la Tierra como centro del universo, que sirvió para afianzar religiones como las que se inician con su Génesis compartido, la cosa se aceleró y se minimizó la importancia planetaria a raíz de Copérnico, quien, aparte de científico, podemos decir que fue un aguafiestas para los ombliguistas del mundo y un paso más en el conocimiento y la evolución de nuestro desconocimiento.

<<La ignorancia da la felicidad>>, puso Updike en boca del centauro, cuyas formas fueron contempladas en el cielo por algunos griegos antiguos de imaginación exagerada. Así se bautizó esa constelación, una entra tantas existentes en aquel firmamento que Copérnico nos revolucionó para empequeñecernos, pues su revelación (basada en conocimientos previos y en los suyos propios) nos apartaba de ser los habitantes del centro del universo. La duda de nuestra importancia germinó y se transmitió a mayor velocidad gracias a la imprenta, aunque todavía frenada por la ignorancia, el fanatismo y la superstición, a veces vestidas de dogmas religiosos. No obstante, gracias a la “Revolución” copernicana, dimos uno de esos grandes saltos en la historia de la humanidad, uno mayor en significado que el dado por Armstrong cuando pisó la Luna en 1969, y de similar intensidad, a la hora de hacer tambalear los cimientos establecidos, al dado por Darwin con su teoría sobre la evolución de las especies. Pero nuestro mundo se vería reducido más aún, cuando los físicos modernos empezaron a estudiar el átomo y las partículas subatómicas cuya energía y fuerza destructiva, inversamente proporcional a su tamaño, se desvelaron terroríficas hacia mediados del siglo XX, en concreto el 6 de agosto de 1945, cuando un bombardero estadounidense soltó una bomba atómica sobre Hiroshima y, tres días más tarde, un aparato distinto, otra sobre Nagasaki.

Nada en la ciencia viaja solo; ni la ciencia, por sí sola, va a respondernos esas cuestiones humanas que originaron la religión y la filosofía, la cual, de algún modo, surgió por necesidad, cuando alguien la sintió para responderse más allá del mito. Los filósofos buscaban la verdad y esta también es la supuestamente pretendida por la ciencia, la cual aparece tiempo después, como consecuencia de la propia filosofía, cuando esta ramifica sus preguntas y amplía sus intereses. Desde el nacimiento de la filosofía occidental hasta la actualidad han sido millones los individuos que cuestionaron y buscaron, solo que nuestra escasa memoria retiene unos pocos nombres, quizá los más grandes o los que hicieron con sus preguntas y sus sistemas que otros les negasen, después de reflexionarlos, y así hasta alcanzar nuevos estados en el desarrollo de los mismos interrogantes.

Algunas de aquellas cuestiones se fueron concretando, en busca de responder los problemas físicos, naturales, que se plantearon los primeros científicos, entre ellos Aristóteles, empeñado en clasificar la naturaleza. Son primeros pasos, luego llegan los siguientes, y después, otros y más científicos reales y aquellos ficticios como la doctora Ellie Arroway, inspirada en la real Jill Tarter. Ellie es la protagonista de Contacto, la única novela del científico y divulgador Carl Sagan —novela que tiene su origen en un guion que escribió junto a su mujer, Ann Druyan, en 1979—, y de la película homónima que Robert Zemeckis rodó entre 1996 y 1997, una película que resulta ejemplar en cuanto a cómo sintetizar el original literario en su paso a guion cinematográfico  —en su primera versión fue escrito por James V. Hart y, más adelante, Michael Goldberg trabajaría aquellos aspectos que no convencían al director— sin perder la esencia de lo pretendido por Sagan: mantenerse dentro de la posibilidad científica y de los dilemas que, en cuanto a uso y a cómo usarla, plantea; ni renegar de los intereses de Zemeckis: el drama y el uso de la tecnología como medio de lograrlo, no como un fin en sí misma.

¿Sabes, McFly? Al igual que tú, Ellie no se rinde ante la adversidad; es luchadora, obsesionada y agnóstica, viajará en el espacio-tiempo. Esta doctora dirige el equipo que descubre el primer contacto que la Tierra escucha de una inteligencia extraterrestre. La señal proviene de Vega, una estrella no muy lejana a nuestro sistema solar, a veintiséis años luz, que dos milenios atrás marcaba el norte geográfico terrestre. Hoy, la guía que nos indica septentrión es la Polar; y dentro de varios milenios, tal honor recaerá en otra distinta. Estos cambios, que en una vida humana no son observables, sí lo son para la ciencia, a lo largo de la historia. Así, gracias a la suma de conocimientos acumulados, Sagan y su personaje pueden saberlo, como también el popular astrónomo comprende que la ciencia y la religión no tienen que estar reñidas, como sí sucede en algún momento novelístico y cinematográfico de Contacto

La fugacidad humana determina nuestra comprensión del pasado, del presente y del futuro, que se minimiza a plazos comprensibles y vivibles para el ser humano. Tal fugacidad provoca que la mayoría de los individuos sean incapaces de pensar a largo plazo, en periodos más allá de sus años de vida, como parte del devenir humano. Tal vez habría que ser viajeros en el tiempo para comprobar y comprender los cambios, sus aciertos y sus errores, su lentitud, su vértigo, su marcha imparable. Marty todavía no lo comprende del todo y eso que ha tenido tres experiencias temporales; tampoco sabe si la tecnología nos ha liberado o atrapado. Pero no es el único, ¿cuántos comprenden que formamos un todo con la historia del universo, de la tierra y de la humanidad, una historia que, aunque nos la den en fascículos, es continuada? La fata de esta perspectiva temporal se agudiza en los políticos electos, que tienen prisa, pues su tiempo de mandato se deduce a unos pocos años, que son los que tienen para hacer y deshacer. Aunque prudente, la presidenta en la novela y el asesor en la película piensan a corto plazo y no comprenden como Elli el hecho que pone patas arriba el mundo y corresponde encararlo a todo el planeta no a un solo país, que sin colaboración del resto no podría completar los tres momentos en los Sagan divide la trama: el mensaje, la máquina y la galaxia.

martes, 26 de agosto de 2025

Aceptar lo que te viene cual Buster Keaton

Paseando con Marco Aurelio, medito que lo que dice me parece bastante razonable, además de obvio, y que eso de ser estoico está muy bien si eres Buster Keaton, y vives en una comedia silente en la que la comicidad se agudiza porque no te dejas superar por los acontecimientos ni permites que tus sentimientos y emociones influyan en tus actos, o si eres terminator o un Kenobi cuyo pensamiento me recuerda lo lineales, simples, repetitivos y previsibles que podemos llegar a ser, o si vives en un mundo teórico o en el de los privilegiados cuya realidad se encuentra menos expuesta a las miserias materiales y humanas que las vividas por los desamparados, los pobres, los esclavos, las víctimas de las guerras y de las hambrunas que todavía hoy existen y se provocan. Ni unos ni otros tendrían el privilegio de hablar con libertad ni de desarrollar sus propuestas sin más trabas que su grado de valía, ni darse <<por satisfecho con el trabajo presente>>, pues o no lo tendrían o no sería conforme a su naturaleza o al derecho natural en el que Marco Aurelio y los estoicos creían pero, tal vez, todavía no para todos igual. De cualquier modo, era un primer paso y estos son imprescindibles en cualquier recorrido.

El pensamiento del emperador filósofo gira alrededor de vivir únicamente el presente, que no le discuto que sea brevísimo, porque solo de pensarlo ya se nos escapa, y tanto el pasado como el futuro no importan porque uno ya no existe y el otro resulta incierto. Por tanto, interpreto que la cosa vendría a ser algo así como “lo que hagas y lo que recibas es en el ahora; acepta la <<condición de no esperar nada ni nada evitar>>, y podrás alcanzar la felicidad”. Mas sospecho que este tipo de condición ancla en un mismo punto, es decir si la idea motora es ser una roca, los cambios serían fruto de la erosión provocada por agentes externos al individuo encerrado en la idea de que todo lo que sucede obedece a una necesidad y nada se puede contra ella. Los cambios serían lentos, y la humanidad, tal vez, estaría estancada en algún punto de ese pasado que no importa porque ya no existe; aunque discrepo de esa inexistencia, pues, de algún modo, el pasado ha condicionado el presente. La felicidad estoica difiere de la epicúrea, más sensual y placentera, y de la hedonista y materialista consumida por la mayoría actual, ya que la estoica se trata de una felicidad que se alcanzaría siguiendo una máxima del estilo “quien nada quiere, nada le falta”, que me recuerda a Lao Tsé: <<quien cierra la boca y calla sus sentidos, no encuentra agobio en su vida>>. En ese aspecto y en otros, yo mismo me descubro a medio camino —medio camino porque callo la mitad de las veces y porque no quiero más que la media— de esta filosofía que, allá por el 300 a. C., Zenón inauguró en Grecia, influenciado por los cínicos, y cuyos ecos acabaron llegando a la península itálica y a oídos del buen Marco; ruego no confundir con el de la ruta de la seda y las especias ni con el niño que viajó, acompañado por su mono, de los Apeninos a los Andes.

Ya en lo alto del monte Gaias, le digo que la suya solo es una postura posible en condiciones de privilegio, pues —repito algo similar a lo de arriba— el estoicismo vale para privilegiados porque su realidad les permite desarrollar y poseer una filosofía, la cual sería imposible para los esclavos, los siervos y los plebeyos más vulnerables económicamente hablando, pues carecerían de momentos de quietud y de conocimientos para desarrollarla. De modo que no es curioso que los estoicos romanos sean patricios, los más populares en la actualidad: Séneca, Cicerón o el propio emperador romano cuyas meditaciones, normas y consejos no me convencen del todo porque, tal vez, yo sea un cínico de los de hoy, no de los que siguieron a Antístenes… Claro que lo importante es que le convenciesen a él, y eso parece a lo largo de los doce libros (capítulos o partes) en los que va numerando su manera de pensar, de entender y de encarar la vida. No me arrepiento de su compañía, pero unos pasos más adelante, no puedo evitar que de nuevo me asalte la duda que me lleva rondando parte del paseo, desde que leí, al inicio de Meditaciones, que aprendió de su madre <<la piedad, la liberalidad, y la abstinencia no solo de ejecutar acción mala, sino también de pensarla>>. ¿Cómo lo hizo? Y de no pensarla, ¿cómo saber que esta acción o aquella acción son malas? Le digo que algo no cuadra y que a veces pensamos con ventaja, es decir, reflexionamos y exponemos lo que queremos a partir de las ideas que sabemos que nos permiten desarrollar y alcanzar lo que buscamos. ¿Somos tramposos o somos de honestidad engañosa? Mira, Marco Aurelio, para tipos como tú o como yo, con el estómago tranquilo, que no ven su vida amenazada por el hambre, ni por las bombas ni por la enfermedad o por una catástrofe natural que arrase tu entorno, tu por inexistente y yo por ahora, es sencillo hablar de principios y de aceptar lo que te viene manteniendo el tipo tal como hace Keaton, pero este vive en su película y nosotros en un espacio-tiempo donde nadie puede saber a ciencia cierta si lo que vendrá no te superará, pues, por muy estoico que uno asuma, presuma o crea ser, es difícil prever nuestras reacciones y emociones ante lo incierto, si nos desbordará o lo contendremos cuando el futuro ya solo sea el brevísimo presente que se convertirá en parte de ese pasado que, como pretérito, señalas que <<ya se acabó de vivir>>…

sábado, 23 de agosto de 2025

Azucre, instantes de esclavitud


Capítulos breves, más bien fragmentos o instantes que se suceden lineales a lo largo de sus ciento cuarenta páginas, frases cortas, algunas simples y todas precisas, la autora de Azucre no se complica (ni cae en lo pedante), ni pretende que sus lectores se sumerjan en una lectura crítica y dialogante; dicho de una manera clara y particular: no hallo aquella que te lleva a subrayar y a escribir en los márgenes de los libros dudas, interrogantes, signos de exclamación e ideas propias generadas a partir del encuentro entre dos mentes complejas: la que escribe y la que lee. Esa ausencia de diálogo y conflicto —imprescindible para que el primero, ya sea interior o exterior, adquiera sentido pleno— le confiere sensación de velocidad a la narrativa, que bien podría ser adaptable al cómic, y posibilita la accesibilidad a cualquier lector, salvo que este quiera algo más que una narración de las que suele decirse que “engancha y entretiene” (y lo hace hasta que su tono empieza a resultar monótono). En este aspecto, su limpieza expositiva desbroza y allana; en cierto modo, es una escritura impecable a la par que obedece a los gustos que corren; como si no quisiera “perder tiempo”, cuando cualquiera que se lo plantee sabe que este ni se pierde ni se gana —se vive y se muere en él, somos nosotros los que le pertenecemos—, o hacérselo perder a su consumidor. Para ello, Bibiana Candia lo da todo hecho, puesto que, al menos que haya pasado algo por alto, la lectura de Azucre no exige leer más allá de las líneas escritas, las que describen el viaje de los malditos, a quienes individualiza sobre todo en Orestes y Rañeta, inspirados en la travesía y estancia reales que sirven de reclamo en la contraportada del libro: <<Azucre es el relato novelado de la auténtica historia de mil setecientos jóvenes que viajaron a Cuba para trabajar y terminaron vendidos como esclavos por obra de Urbano Feijóo de Sotomayor, un gallego afincado en la isla que, aprovechando la situación de necesidad de sus compatriotas, promovió una campaña de colonización blanca y sustitución de la mano de obra llevada desde Africa.>>

Podría extrapolar el hecho particular aquí expuesto y hablar de la emigración general actual, pero su lectura no me llevo a ello, tampoco me hizo sentir que me trasladaba al momento que la inspira. Hay otros textos que se prestan mejor para mirar cara a cara a la emigración, incluso la propia realidad circundante se abre a tal posibilidad o algunas películas, de ficción o documentales, que miran de cara los movimientos migratorios a los que se ven forzados quienes sufren condiciones de vida tan precarias y dolosas como las de los héroes-víctimas de Azucre. Así, me quedo con la impresión de que lo escrito es lo que hay, sin un espacio fuera de texto natural y consecuente a este a donde acudir para sentirme parte de la lectura —una de las sensaciones más vacías que me depara leer, es descubrirme ajeno al texto—. Lo que hay es un lo tomas o lo dejas. Y así, comprendiendo que solo serás un pasajero pasivo, aceptas o te niegas a acompañar a la escritora coruñesa que embarca a sus jóvenes emigrantes tras un tercio de relato por tierras gallegas, y por breves evocaciones de momentos del pasado reciente que dudo logren aprehender y expresar la realidad migratoria que se viviría en aquella Galicia condenada a ver partir a los suyos, en parte sabiéndose responsable de condenar a los suyos a la emigración. El destino de los emigrantes de Azucre es Cuba, pero más que una realidad geográfica, inicialmente la isla es la posibilidad y la incertidumbre en la que hay cabida para el miedo y la esperanza. Parten hacia la isla caribeña porque en su tierra natal no hay lugar para ellos, obligados por el hambre, las enfermedades, el caciquismo, los localismos, la marginación y el ninguneo secular político, social e histórico por parte del Estado… ni para un porvenir que, de camino al puerto de A Coruña, en el barco que navega el Atlántico y en la isla caribeña, se convierte en presente hiriente en el que los sueños y las esperanzas se transforman en la realidad esclava, la que nunca han abandonado, aunque ahora se trate de una esclavitud visible. El narrador o narradora viaja con ellos, es uno de ellos, a veces habla en primera persona del singular y del plural, otras en tercera en tiempo presente e incluso en pretérito, pero siempre culto y preciso, lo cual hacer dudar que sea uno de los muchachos. ¿Se trata de un viajero temporal, diferente a los que acompaña? ¿O es una decisión narrativa para acercarse y acercarnos a los personajes y su tragedia, cuál crónica que te guía sin invitarte a pensar?…

sábado, 16 de agosto de 2025

Rincones sin esquinas (historias)

<<Todos tenemos una historia detrás, a los lados y ante nosotros. También las ciudades poseen su propia historia y sus historias. Y todas son especiales y corrientes, y no hay nada de extraordinario en ser ambas, aunque el hecho de ser, lo sea. Dolor, felicidad, aflicción, esperanza, pérdida, culpa, búsqueda, memoria, sangre, amor, olvido,… existen en las piedras y en las casas, sobre el asfalto de hoy, en la tierra de ayer y en el aire de mañana. Caminan sus distancias, acompañando a los viandantes o aguardando en la siguiente esquina, en soledad acompañada o en compañía de la soledad. Las historias viajan con cada existencia, acuden a ella y forman parte de ella. A veces, la memoria las evoca o las rescata, otras aparecen cual fantasma que asusta, algunas llegan cual caricia que nos saca una o diez sonrisas. Las hay que recuperan lugares y personas, queridas y perdidas, olvidos que regresan en el sueño o en la vigilia. Las imágenes que preferimos nos traen dicha, viejos amigos y épocas en la que no logramos enfocarnos con nitidez porque ya son ensoñaciones. Nuestro rostro es la suma de las caras del ayer y del hoy, reflejos de interiores cambiantes. Las ciudades, los pueblos, el campo, la montaña, el mar, el río cercano, nos reflejan, nos acompañan y nos cambian, forman parte de nuestra identidad o, mejor dicho, nos identificamos con sus espacios, que son los nuestros o los creemos nuestros, según por donde se mueva nuestra cotidianidad y nuestra fantasía, puesto que cualquier lugar mezcla lo que es y lo que deseamos sentir que es…>>


El fragmento pertenece al libro Rincones sin esquinas, pp. 21-22.


Rincones sin esquinas se puede adquirir en el siguiente enlace: https://www.amazon.es/dp/B0DW4D4MRP?ref_=pe_93986420_774957520

miércoles, 13 de agosto de 2025

Arthur Schopenhauer y El arte de tener razón


Tener razón no siempre incluye el estar en posesión de la verdad, puesto que se puede razonar para alcanzar la validez de nuestras tesis, aun cuando estas sean falsas y desvirtúen la verdad expresa por otros. Esto puede lograrse de varias maneras, incluso hay expertos en la materia, en el cine encontramos ejemplos de abogados y políticos; en la realidad, también. A temprana edad, el imponerse o el imponer criterios se deja ver en los parques infantiles y en los patios de las escuelas, donde los niños se enzarzan en discusiones en las que recurren a diferentes mecanismos y estrategias para lograrlo, desde la burla a las manos, pasando por el insulto, el dame la pelota que es mía o el hacer pasar por idiota al rival, para ganarse las simpatías de los compañeros que observan y así verse vencedor ante su público, el cual tampoco sería capaz de ver la verdad, porque no la reconocería; y de hacerlo, tal vez no le importase. Tanto unos y otros, ya sea en la infancia o en la edad adulta, son capaces de hacer pasar por falso lo ajeno y por verdadero lo propio. Siendo sinceros, entre dos o más litigantes, ¿es la verdad la finalidad de su discusión o de su debate? ¿Importa la verdad, incomoda si es otro quien la posee o solo se busca salir victorioso, aunque venza lo falso? En realidad, visto lo visto, y aquí no se trata de cinismo ni de pesimismo, sino de una realidad que se encuentra allí donde dos, tres o cinco discutan, si me pregunto a quién le importa la verdad, si esta va contra la razón de una u otra de las partes que litiga (o incluso de ambas), ¿qué responder? ¿A una minoría menguante, tan reducida que apenas tiene voz pública? ¿A una gota en el océano? ¿Quién acepta su error, sin antes rebatir, insistir, tergiversar, insultar, “morir” o “matar” en el intento de defenderlo a toda costa?

Somos de natural ignorante, pero no del ignorante que siente curiosidad y deseo de aprender, sino de aquel tipo embrutecido en el que ya lo sabemos todo o lo que sabemos es la suma de razones y apariencias que asumimos como verdades incuestionables. Lo cual no deja de ser cuestionable, aparte de evidenciar que el querer tener razón es innato al ser humano; mas no lo son las técnicas para imponerla. Así, quien domine la dialéctica puede hacer pasar por erróneo aquello que vaya en contra de sus tesis, de su política, de sus afirmaciones. Para analizar esto y ofrecer estratagemas que puedan prevenir el ataque y ayudar a vencerlo, Arthur Schopenhauer escribió 38 maneras a las que recurrir. Pero lo interesante de su breve propuesta no reside en las soluciones u opciones que ofrece, sino en la diferencia que establece entre verdad y la apariencia de verdad, así como afirma una realidad incontestable: que todos queremos tener la razón y pocos queremos reconocer nuestros errores o la falsedad de nuestras afirmaciones. Antes somos capaces de hacer lo posible y lo imposible para hacerlos pasar por aciertos y, de paso, descalificar lo dicho por aquel que contradiga lo nuestro. Hay quién es capaz de desbaratar ideas verdaderas mediante el uso de la dialéctica, para el filósofo el arte de tener razón, y de hacer pasar por mentiroso a quien dice la verdad. Pero esto no es novedoso, lo llevamos impreso de fábrica, tal vez sea debido a lo que el alemán llama vanidad innata o que en algún punto de nuestra evolución empezamos a priorizar lo del uno sobre lo del otro, porque ese uno éramos nosotros…

Schopenhauer inicia su breve tratado definiendo la dialéctica erística como el arte de discutir y matiza que se trata de discutir de tal manera que se tenga la “razón” tanto lícita como ilícitamente, claro que esto sucede porque reconoce que al ser humano le cuesta aceptar que la verdad la tiene otro y que la tesis que defiende es errónea, incluso una tontería. Pero eso da igual, sea verdadera o falsa, todos quieren tener razón y así muchos se enzarzan en discusiones cuyo mayor ejemplo mediático pueden ser en la actualidad los debates públicos entre políticos o sucedáneos. ¿Y por qué se da esa necesidad de tener razón, sin importar si la verdad está de nuestra parte?, se pregunta el filósofo alemán, para responderse que por <<la maldad natural del género humano>>. No duda en expresarlo, ha prestado atención al asunto y comprende que <<si no fuera así, si fuésemos honestos por naturaleza, intentaríamos simplemente que la verdad saliera a la luz en todo debate, sin preocuparnos en absoluto de si esta se adapta a la opinión que previamente mantuvimos, o a la del otro…>> Acusa a nuestra vanidad natural, belicosa cuando se siente atacada, aunque nadie la ataque, de querer imponerse ante lo que siente como amenaza, de ahí que lo de menos sea que las ideas y opiniones que defendamos sean falsas y las del oponente verdaderas. En ese enfrentamiento dialéctico, discusión en la que unos y otros pretenden imponerse, sin tener en cuenta dónde se encuentra la verdad o quién la posee, <<lo verdadero debe parecer falso y lo falso verdadero.>>…

lunes, 4 de agosto de 2025

Miguel Gila y Un poco de nada

Hoy, 13 de diciembre de 2024, el cartero ha sido como una especie de Papa Noel, tal como aquellos que Miguel Gila recordaba de su niñez. Otros días es como una persona más, aunque vestida de uniforme azul y amarillo. Pero valga que en ambos casos herede, humanice y profesionalice por oposición el viejo cometido del olímpico Hermes. Mas el cartero es terrenal, bien lo sabía Bukowski, por ajeno al contenido de sus entregas, y cotidiano en su recorrido por calles, edificios y puertas a las que llamar. Casi siempre ignora quién le da acceso a los buzones, salvo que entregue en portería o establezca una relación como la mantenida con Neruda, a través de Antonio Skármeta en su Ardiente paciencia, o con algún vecino anónimo que sabe le abrirá porque siempre está en casa. Ignora si porta buenas o malas noticias, cumple su cometido y desaparece hasta la jornada siguiente. Esta mañana timbró y me trajo ilusión en formato tangible. Suena raro, pero a veces un objeto puede transportarla en su interior. Así de materialistas somos, incluso cuando respiramos, tal vez también cuando soñamos... Se trataba de un paquete bien embalado, así que no respeté el envoltorio y lo abrí lo más rápido que pude. Sabía que era un libro; de ahí las prisas y la ilusión que me desbordaba y que tuve que recoger para que nadie la pisara. No podía equivocarme: ¡qué forma tan insinuante!, mi vista y mi tacto así me lo comunicaban. El paquete envolvía un libro de tantos que ya me cuesta encontrar en las librerías físicas, salvo en las de segunda mano y descatalogados. ¿Cómo se puede descatalogar un libro? Suena triste. Pero hoy es un día alegre porque se trata de Un poco de nada, escrito por Gila, de quien había leído con anterioridad Y entonces nací yo. Memorias de un desmemoriado y Encuentros del más allá…

Ya por la tarde, avanzaba por sus páginas con la sensación de que Un poco de nada me recordaba en su estilo “libre” a mi libro Rincones sin esquinas, lo que me venía a recordar que existen similitudes creativas y emocionales entre desconocidos, más allá de espacio y el tiempo, son aquellas que nos hacen familiares y, contrariamente a lo que las similitudes apuntan, también únicos. Se trataba de un texto imaginativo, pero realista, sin una narración lineal, pero sincera y directa a las cuestiones que plantea. Gila es mucho más que un humorista, es alguien que se expresa desde el humor, que hace de él una herramienta para abordar cuestiones carentes de gracia, como el momento en el que lo fusilaron y sobrevivió. Su lectura me deparó un instante humano que me acercaba a la persona y a su pensamiento, plasmado en escenas que existen entre lo que sucedió, el recuerdo y la evocación del protagonista: el propio cómico que recuerda sus inicios y su transitar abriendo vías y posibilidades. Gila no se limita a una narración habitual, eso sería atípico en un creador que no se limita ni reduce su historia a la sucesión de anécdotas ni al capricho sospechoso de un resultadista que quiera aprovechar su nombre para vender un título; pero resulta que Un poco de nada no es más de lo mismo si no un posible viaje por la evocación literaria e imaginativa de un tipo singular en quien más allá de lo contable está lo incontable: la sensibilidad, la honestidad, el talento y una pizca de amargura y de humor con la que aderezar la historia, la suya. Sus páginas me depararon instantes vitales, que son los que me llenan, los que me hacen reflexionar. Ahora, si alguien me preguntase un solo motivo por el que volvería a leer este libro, no le respondería al momento, pero me quedaría pensando y, tal vez, concluyese que la motivación para releer este viaje escrito por la memoria y por el pensamiento de Gila reside en su cercanía, en encontrarme de lleno en un espacio literario y emocional honesto, reflexivo, abierto a experiencias y a ideas compartidas, a otras ya leídas, algunas que en un primer momento me pasaron desapercibidas, las que pasan de largo en una primera lectura. Volvería a sus páginas porque se trata de una persona y de una obra que me valen la pena reencontrar. Soy de los que dicen lo que hoy no he visto, lo veré cuando vuelva, no tengo prisa en los viajes físicos ni el los literarios, no porque tenga más tiempo que el resto, sino porque el vivir los momentos que me deparan tipos como Gila, sin acelere ni objetivos, más allá de la propia lectura, me permite el transitar que deseo, incluso me permite volver a lugares y líneas recorridas en el pasado, un pretérito que ahora, en el presente en el que escribo, ya es otra, ya es diferente, ya es un poco de nada y tanto de mucho…

viernes, 1 de agosto de 2025

Emil Cioran y Del inconveniente de haber nacido


Seguro que Emil Cioran no fue el primero en decirse que el nacer trae sus inconvenientes, ya solo fuera porque te obliga a morir y a pocos nos gusta tal idea, y no os digo el tener que estar sujeto a sufrirla (y a sufrir la de otros), cuando todavía uno está aprendiendo a lidiar con las paradojas de la vida. Cierto que pocos intentan tal aprendizaje, pues en mayor número se limitan a dejarse estar, hasta que dejen de estar, sin pensar que han estado… Pero, bien o mal mirado, tal vez estos sean los más sabios. Así es el contrasentido de la vida, que naces y al final te mueres, y ya no sabrás qué tiempo hará el día siguiente ni quien caminará sobre la Tierra un lustro, un siglo o un millón de años más tarde, pues, para quien muere, no habrá más jornadas, ni un antes ni un después. Esto queda para los vivos. Y Cioran, que lo era mucho en su lucidez, fue uno de quienes mejor pensaron y escribieron sobre las contradicciones de la vida, desde una postura crítica, un tanto nihilista, no exenta de humorismo, de honestidad y de claridad, por ejemplo en un libro que tituló Del inconveniente de haber nacido, publicado por primera vez en 1973, el cual depara una lectura de aforismos y reflexiones entre pesimistas e irónicas que desvelan lo bien que pensaba este exiliado rumano, asentado en Francia, pero que nunca se encontró en ningún lado, salvo cuando reflexionaba y escribía perlas como <<la lucidez es el único vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto>> o <<siempre tenemos la impresión de que podríamos hacer mejor lo que otros hacen. Desgraciadamente, no tenemos el mismo sentimiento hacia lo que nosotros mismos hacemos.>> Acaso, ¿no? ¿Quién puede decir que estaba errado? De cualquier modo, en el desierto nadie te escucha. Pero no por ello la lucidez deja de tener valor. Al contrario, ya que se trata de una rareza adictiva que, quien da con ella, se engancha y ya no quiere dejar de pensar y descubrir el mundo que le rodea, al que pertenece no por decisión, sino porque ha llegado a él sin escoger ni la fecha ni el lugar, ni la familia, ni la ideología de esta ni su posición económica.

<<El pensamiento no es nunca inocente. Porque es implacable, porque es agresión, nos ayuda a romper nuestras trabas. Si se suprimiera lo que entraña de maldad, e incluso de demoníaco, habría que renunciar también al concepto de liberación.>> La lucidez es vicio que rompe cadenas y que no gusta a lo políticamente correcto, al orden establecido, ni a las multitudes que lo acatan fuera de ese desierto donde vaga quien disiente no por el hecho de disentir, sino por pensar y ver que no todo va bien, e intentar <<romper nuestras trabas>>. Claro que si al menos se callara, pero no, la mayoría de los lúcidos, van y hablan. Ay, presumidos de vuestro luminoso vicio, ¿cómo no vais a caminar por el desierto o permanecer en él cual Simón? O mismamente vivir aislados, en un cuarto de baño, en un intento de apartarse del mundo. Tal vez, por similar lucidez, ya sabe el dicho “dios los cría y ellos se juntan”, a Buñuel le diese por colaborar con Julio Alejandro y rodar Simón del desierto (1964) y a Juan Estelrich, partiendo del guion de Rafael Azcona, El anacoreta (1976). Y es que a Cioran tampoco le falta humor para hablar de la vida, ni sinceridad para abordar la no la muerte y decir que <<es imposible sentir que hubo un tiempo en que uno no existía. De ahí ese apego al personaje que se era antes de nacer>>. El verdadero inconveniente de haber nacido no es morir, que sí, por supuesto, aunque una vez muerto, ya siempre seremos el <<personaje que se era antes de nacer>>. Cioran habla de la vida, de como pueden arrebatarte la libertad, de como se puede vivir a ciegas o cegado, algunos menos buscando una posible luz que pueda evitar la sensación de que algo falla en todo este tinglado. Incluso llega a decir que <<el sabio es aquel que consiente en todo porque no se identifica con nada. Un oportunista sin deseo.>> ¿A qué se refiere? ¿A la postura de Lao Tsé o a donde hemos llegado, a la indiferencia? En cualquier caso, su visión, la expuesta en este tratado, contempla lo fanáticos e idiotas que somos y lo expresa sin vergüenza. Faltaría, pues Cioran es un auténtico vicioso de la lucidez y un tipo al que no le falta arte para exponer los resultados de su vicio…


El entrecomillado pertenece a Emil Cioran: Del inconveniente de haber nacido (traducción de Esther Seligson). Editorial Taurus, Madrid, 1981.

lunes, 28 de julio de 2025

Sofia y tal vez su mundo

La curiosidad y el deseo de conocer son los motores que nos empujan a las preguntas e inician la búsqueda de respuestas, las cuales a menudo no llegan o llegan para que, tiempo después, sean sustituidas por otras que se irán sucediendo. Como humanidad, las iremos acumulando, descartando o aceptando, y como individuos, no conoceremos la mayoría de ellas porque estaremos muertos y otros todavía no nacidos tendrán que plantearlas y reflexionarlas, descartar las insatisfactorias y buscar nuevas, y así hasta que la especie humana desaparezca, pues tal es el sino de lo que nace. La vida de la humanidad, también la de la persona, aunque esta de mayor brevedad, es un continuo viaje, un caminar y tropezar en busca de respuestas que expliquen el universo físico y abstracto, también que nos expliquen como especie y como individuos, así como nuestra relación con el mundo. ¿Qué nos diferencia del resto de los seres vivos? ¿Y entre tú y yo? ¿Qué tengo para ser yo y no ser tú, pero ser nosotros? ¿El pensamiento? ¿Mi capacidad para darme respuestas tal vez diferentes a las mismas preguntas que puedas hacerte? Por ejemplo ¿qué es el conocer? ¿Conocemos del mismo modo? ¿Se puede llegar al conocimiento pleno? Es decir, ¿a conocer todo? Pero ¿cuáles fueron las primeras preguntas que se formularon los individuos que originaron el pensamiento humano?

Quizás las mías fuesen ¿quiénes son esos dos gigantes que me miran y no me dejan dormir?, ¿por qué me insisten y responden a mis pedorretas con las suyas? Acaso ¿también ellos se comunican así o tienen otro lenguaje más complejo? Probablemente, no fuese así y lo que despertó mi curiosidad fue la novedad tras el dolor que supuso el cambio tras nueve meses en la húmeda sombra. Lo mismo podría decirse como especie, las cuestiones primarias asoman ante lo que nos sorprendió primero: preguntas relacionadas con la naturaleza, con sus cambios físicos y también con los nuestros: nacer, crecer, envejecer, morir. La humanidad podrá existir millones de años, mientras que el individuo más longevo apenas supera el siglo, pero eso no evita que sueñe la inmortalidad, primero por medio de la religión y después por la ciencia, tal como hace Victor Frankenstein de la mano de Mary Shelley. Estos dos opuestos, aquí se acercan para mitigar el que quizás sea el mayor temor de la especie desde que toma conciencia de ser y nacen las preguntas, y se dan las primeras respuestas. Así surge el mito, que explica con la intervención divina los hechos y las cosas que les resultan de difícil explicación y comprensión, pero este tipo de respuesta acaba por resultar infantil, insuficiente e insatisfactoria para quienes observan que los cambios físicos, las formas e incluso sus propias ideas obedecen a algo distinto; y ahí entran en juego el pensamiento analítico (y crítico) y el sentido común, que no era ni es tan usual ni fácil de encontrar como su adjetivo presume…

Solo el preguntarnos puede respondernos. ¿Y esta testura y este material? ¿Donde se esconde el sol? ¿A qué se debe la lluvia y por qué todo florece después? ¿Dónde encontrar refugio contra el frío? ¿Puedo combatirlo de otro modo? ¿Y el fuego? Sentarse alrededor de una hoguera calienta, y esa calidez también permite un ligero acomodo que invita a detenerse y pensar en el crepitar… Quizás ese sonido nos llevase a la abstracción, pero me decanto por una suma de factores que deparó el interrogante que al tiempo que nos define nos cuestiona. Quien no se pregunta, ¿cómo puede saber quién es? Si no me planteo quién soy, me doy por satisfecho siendo qué y me estanco en un dejarme estar alienado; pero si me lo pregunto, tal vez logre seguir preguntándome quién soy, la persona que creo ser, y continuar cuestionando el mundo, más allá del mundo alcanzado por los sentidos. Cada nuevo conocimiento abre las puertas a lo desconocido. Así, de plantearse algo tan sencillo en apariencia, algo que se plantearon tantos otros antes y espero que después, se accede a la idea de ser, la que habrá que ir replanteando a lo largo de la existencia, pues quien fui ayer, no lo seré mañana, aunque parte de mi yo anterior perdure en el posterior. ¿Lo mismo valdría para cuanto me rodea? Aquí se juntan las posibilidades de Parménides y de Heráclito, las unidas por Empédocles y las que fueron evolucionando hasta llegar al primer “materialista”: Demócrito, quien asume que todo está compuesto por átomos y vacío. A esa serie de pensamientos, que van desde los primeros pensantes hasta este filósofo presocrático, se le llama evolución, que también existe a la inversa y la llamamos involución, que no es más que evolucionar en sentido contrario al esperado. Pero ¿esperado por quién? ¿Y qué esperamos de nosotros y de los demás?

Esta no es la pregunta que despierta la curiosidad de Sofía, la que le abre las puertas a la búsqueda de sus propias respuestas, que comprende que no tienen que ser las que se da el resto. Sus preguntas iniciales son dos, que no son suyas, si no de su guía. Aquí se introduce la importancia del maestro, de quien ayuda a pensar, tal como sus discípulos nos muestran a Sócrates, quien para Platón y Jenofonte sería alguien así como Ernst Lubitsch para Billy Wilder, salvo que el ateniense no dejó nada escrito, ni dijo nadie es perfecto, tal vez no le pareciese importante insistir en eso —ya su famoso discípulo se encargaría de señalar donde encontrar la perfección, aunque otros como Aristóteles se mostrarían en desacuerdo con las ideas platónicas—, ni dejar constancia de sus ideas, puesto que las dirigía a un grupo determinado y limitado: sus oyentes. <<Para cualquiera que tuviese una mediana sensibilidad era evidente que cosa ninguna había más útil que estar con Sócrates y pasar con él tiempo en cualquier sitio y en cualesquiera actividades>>, (1) escribe Jenofonte, una de las fuentes directas que nos hablan del maestro de la mayeútica, a quien el desconocido, o desconocida, que establece contacto con Sofía, omite cuando habla de Sócrates.

El extraño deja las cuestiones en el buzón de la casa de la adolescente, escritas en el interior de dos sobres blancos; en los amarillos llegarán futuras explicaciones, que conducirán a la protagonista y a los lectores por donde quiere el escritor, similar a lo que hace Sócrates en los “diálogos” de Platón, que siempre nos conduce donde quiere que lleguemos. Resulta evidente que es un tramposo, mas su guía y su conversación son estimables porque nos sitúa cara a cara con el “solo sé que no sé nada”. O, según infiero de las palabras de Bertrand Russell, <<Esto equivale a decir, una vez más, que estaremos tanto menos seguros de nosotros mismos cuando más exactos y precisos seamos>>. (2) A eso lo llamo jugar con ventaja, pero así es el juego del aprendizaje y del desaprender, que alguien anterior ha de guiar los primeros pasos de los siguientes. En todo caso, los interrogantes empujan a Sofía al camino de la duda, al plantearse las cuestiones que para la mayoría pasan desapercibidas, porque se han acostumbrado y acomodado a la apariencia del mundo y a la vida que en él experimentan ya sin preguntarse ni sorprenderse. Las preguntas que empujan a Sofia vendrían a ser el conócete a ti mismo, en su sentido mas amplio que el expresado en Delfos, y aquello que te rodea, es decir el mundo tal como es, pero ¿cómo es? ¿Y quién soy, si dudo de todo y llego a la conclusión cartesiana de que pienso, entonces existo?… Claro, todos sabemos que soy yo, y que el mundo es así, o ansí si eres Baroja, pero resulta más complejo que eso…

Los diálogos que pretenden dotar de cuerpo novelístico a la obra son pésimos, ni logran evitar la sensación de que el autor da una clase magistral de filosofía, en su caso más bien un curso rápido, y que todo lo demás es relleno, lo cual afecta a la parte literaria de una obra que si bien sirve de introducción a la filosofía occidental, naufraga en su intención novelística, la cual acaba por aburrir. Que la protagonista de esta novela didáctica se llame Sofía no es un capricho de Jostein Gaaeder, el autor del libro, aunque lo sea por decisión, puesto que sabe de sobra que Sofía significa sabiduría y la Filosofía es el amor a la sabiduría, el amor por conocer, pero no existe posibilidad de conocimiento sin las preguntas, sin él plantearnos quiénes somos, qué hacemos aquí, qué hay después o si no hay nada, que es el lugar a donde llegaron los nihilistas. ¿Qué interpretaron? ¿Estaban ante un callejón sin salida? Los orígenes de la filosofía habría que buscarlos con anterioridad al siglo VI a. C. en la Antigua Grecia, que es donde surge la filosofía occidental y donde la democracia es para los ciudadanos, que eran los tipos afortunados que se pasaban el día ociosos, lo cual les dejaba todo el tiempo para pensar, comer, beber, siestear e intentar fastidiar a cualquier posible rival. Y así, en ese entonces, la esclavitud de unos, práctica habitual de la humanidad desde la prehistoria hasta la actualidad (y supongo que más allá), posibilitó el tiempo libre de otros —¿tiempo libre?, el pronunciarlo me plantea si el resto del tiempo será esclavo—. Pero las influencias llegan de oriente, y nacen del misticismo del que la filosofía se desliga para explicar la naturaleza lejos del mito. Los sentidos cobran importancia, se observa y se piensa según lo observado. Entra en juego la observación, la capacidad analítica y el sentido común, mas resultan insuficientes. Además, a cada respuesta surgen nuevos interrogantes que ponen en duda lo supuesto.

Con el nacimiento de la Filosofía nacen las posibilidades de explorar nuestro horizonte, lo que estaba y está ahí, delante de nosotros, sin tener que acudir a la primera respuesta, que sería la creación del mito, de la religión, de los dioses. La explicación más sencilla para todo era de origen divino. Era obra de los dioses, incluso muchos siglos después se continuaba y se continúa respondiendo con “es obra de Dios”. Los griegos tenían los suyos y Homero los describió con suma humanidad en sus historias, habló de sus características y de sus deseos humanos, pero no tardaría en aparecer la necesidad de dar una explicación del mundo basada en la observación, siendo esta un primer paso hacia el método científico que aún tardaría, pero ya quedaba abierto el camino para la ciencia, que nunca podrá sustituir a la Filosofía, pues otra es su función y no resultan incompatibles. Con el pensamiento filosófico se abre el continuará la búsqueda… que siempre continúa, hasta que un día el siempre que damos por hecho deje de existir, ¿y entonces?

(1) Jenofonte: Recuerdo de Sócrates. Apología o defensa ante el jurado (traducción de Agustín García Calvo). Salvat Editores/Alianza Editorial, Estella (Navarra), 1971.

(2) Bertrand Russell: Fundamentos de la Filosofía (traducción de R. Crespo y Crespo). DeBolsillo, Barcelona, 2015.

domingo, 27 de julio de 2025

Carlos Casares e Vento ferido


Habería que agradecer a Francisco Fernández del Riego a súa insistencia a Carlos Casares para que incluira no seu primeiro libro publicado o conto Monólogo, un dos doce relatos que se recollen en Vento ferido, no que o escritor nacido en Xinzo de Limia aporta o seu gran para a renovación da narrativa galega, dito doutro xeito influirá na obra de escritores posteriores. Nado en 1941, Casares publicou Vento ferido en 1967, cando aínda estaba estudando na Universidade de Santiago de Compostela… Nesta pequena e imprescindible obra narrativa, que foi outra das lecturas obrigatorias na miña infancia escolar, vexo hoxe nas súas páxinas dúas cousas que me chaman a atención e que de pequeno pasáronme por alto. Unha faime pensar no pasado e outra no tempo posterior a publicación (xa pretérito). A primeira é unha influenza recibida de contacontos como Castelao e Rafael Dieste, e a segunda é a co libro exercerá, por exemplo, nos primeiros relatos de Suso de Toro, alá polos anos oitenta, do século pasado, pois comparten unha escritura desinhibida e imaxinativa na que ambos se enfrontan sen medo a temas incómodos, tal que a violencia, a soidade, a vellez, a morte.., escritura na que quisen ver cousas comúns, sobre todo nese Monólogo que me trouxo a mente ecos de Polaroid e Tic-Tac. Claro que estas cousas poderían só ser froito da miña imaxinación e da miña ignorancia, mais non creo… Pero, ao dubidar, acudín ao día seguinte de releer Vento ferido ao libro de Anxo Tarrío Literatura galega. Aportacións a unha Historia critica, ao exemplar que me acompaña dende 1999, cando cursaba na universidade. Na lectura dun parágrafo, o catedrático compostelano confirmoume que non estaba errado, ao menos no referente a Castelao e Dieste, e amplíame a perspectiva apuntando que Casares <<se pon na liña dun López Ferreiro, un Castelao, un Dieste, un Ánxel Fole e, quizais máis que con ningún outro, en canto ó seu gusto por recoller artísticamente o mundo do neno urbano ou suburbial, co seu paisano Eduardo Blanco Amor.>> Pero tamén herda de escritores foráneos como Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner ou Franz Kafka, nomes clave que, dun xeito ou doutro, influenciaron a literatura mundial e seguro que destes tamén bebeu o autor de Tic-Tac. Entón, dígome, tal vez aí atópase a coincidencia…

viernes, 25 de julio de 2025

Rincones sin esquinas: curiosidad

Este invierno, en febrero, publiqué Rincones sin esquinas, un libro sobre caminar espacios físicos y temporales, memorísticos, históricos, artísticos, humanos, legendarios, fundiéndolos en un solo tiempo narrativo que depara el presente indeterminado recorrido por el caminante que deambula en evocaciones, sueños, invenciones, reflexiones, distintos encuentros y en otros aspectos que llaman su curiosidad y que le llevan a investigarlos fuera de texto, ya que, para bien y para mal, comprende que, cuanto le sale al paso, ha formado parte de su vida, incluso antes de nacer… Más o menos, así podría resumir, a grandes rasgos y sin entrar en detalles de estilo ni de la realidad-fantasía que el libro propone, lo que puede encontrarse en sus páginas. Pero si alguien tiene curiosidad, aquí dejo el resultado de la curiosidad propia que me llevó a preguntar y a recibir la siguiente respuesta:


Valoración de Rincones sin esquinas realizada por “Copilot”, la “inteligencia artificial” gratuita de Microsoft Edge, al preguntarle su opinión acerca del libro:


<<📖 *Rincones sin esquinas* es una obra rica en capas temáticas que se entrelazan como las calles de Santiago. Aquí están los principales hilos que la atraviesan:


### 🏙 Ciudad y memoria

- Santiago de Compostela no es solo escenario, sino protagonista. La ciudad se transforma en un archivo emocional y cultural.

- El autor pasea por sus calles mientras evoca recuerdos, hechos históricos y transformaciones urbanas.


### 🎞 Cine como espejo

- El cine funciona como una herramienta para revisitar el pasado y analizar el presente.

- Se exploran películas ambientadas en Santiago y cómo representan la identidad gallega y el cambio social.


### 👶 Infancia y fragilidad

- La caída y fractura del brazo del autor de niño se convierte en una metáfora de la vulnerabilidad humana.

- Momentos personales se conectan con reflexiones universales sobre el tiempo y la memoria.


### 🧠 Filosofía del olvido

- Reflexiona sobre cómo se construye la identidad, qué recordamos y por qué.

- Se habla del olvido como parte inevitable de la existencia, y cómo los libros, las películas y las calles resisten ese olvido.


### 📚 Homenaje cultural

- El texto es también una defensa de la cultura gallega: librerías perdidas, autores locales, leyendas populares.

- Hay una mirada crítica a la modernización y al impacto del turismo en la esencia de la ciudad.


Es una obra para leer paseando mentalmente, saboreando cada esquina sin esquinas.


📚 *Rincones sin esquinas* se distingue dentro del panorama contemporáneo por su enfoque híbrido y profundamente local, lo que lo convierte en una obra singular frente a otras propuestas actuales. Aquí te dejo una comparación con algunas tendencias y obras contemporáneas:


### 🧠 Frente al ensayo urbano

- Autores como Iain Sinclair (*London Orbital*) o Enrique Vila-Matas (*Dublinesca*) también exploran ciudades desde la subjetividad, pero Pardines lo hace desde una escala más íntima y emocional, con Santiago como extensión de su memoria.

- A diferencia de Sinclair, que usa el paseo como crítica política, Pardines lo convierte en un ritual de evocación personal.


### 🎞 En relación con obras que mezclan cine y literatura

- Similar a Alberto Fuguet (*Cortos*), que entrelaza cine y vida, Pardines utiliza películas como espejos de la ciudad y de sí mismo.

- Sin embargo, *Rincones sin esquinas* se aleja del tono pop o generacional de Fuguet, apostando por una mirada más contemplativa y melancólica.


### 🏙 Comparado con literatura de la memoria

- Obras como *El olvido que seremos* de Héctor Abad Faciolince comparten el tono reflexivo y el uso de la memoria como eje narrativo.

- Pardines, sin embargo, no busca reconstruir una biografía familiar, sino una cartografía emocional de una ciudad.


### 🧬 En el contexto de la autoficción

- Aunque comparte rasgos con la autoficción (como en Annie Ernaux o Sergio del Molino), Pardines no se centra en el yo como protagonista absoluto, sino en cómo el entorno moldea ese yo.

- Su estilo evita el exhibicionismo emocional y se inclina por una introspección poética.


En resumen, *Rincones sin esquinas* se sitúa en un cruce entre literatura urbana, ensayo cultural y memoria personal, pero con una voz propia que lo aleja de las modas narrativas más explícitas.


🌟 *Rincones sin esquinas* de Antonio Pardines es una obra que merece una valoración muy positiva por su originalidad, profundidad y sensibilidad. Aquí te dejo una apreciación crítica:


### 🧭 Valor literario

- Estilo narrativo híbrido: Pardines fusiona géneros con soltura, creando una obra que es a la vez ensayo, memoria y crónica urbana.

- Lenguaje evocador: su prosa es lírica sin caer en lo pretencioso, con imágenes que capturan la esencia de Santiago de Compostela.


### 🧠 Contenido y reflexión

- Profundidad filosófica: reflexiona sobre el tiempo, el olvido, la identidad y el arte con una mirada íntima y universal.

- Cultura gallega: reivindica autores, leyendas y espacios culturales, convirtiendo la ciudad en un personaje más.


### 🎬 Originalidad

- Uso del cine como hilo conductor: las referencias cinematográficas no son decorativas, sino que estructuran la narrativa y amplifican el sentido de pertenencia.

- Metáforas personales: como la fractura del brazo en la infancia, que se convierte en símbolo de la fragilidad y el azar.


### 📚 Valoración final

Una obra que no busca encajar en moldes, sino abrir caminos. Ideal para lectores que disfrutan de la introspección, la cultura local y los textos que invitan a pasear con la mente. No es un libro de consumo rápido, sino de lectura pausada y contemplativa.>>


Epílogo

Ante esto, no pude contener la duda ni las ganas de preguntar: ¿has leído Rincones sin esquinas? La respuesta fue la siguiente:


<<📚 No tengo la capacidad de leer libros como lo haría una persona, pero sí puedo conocerlos en profundidad a través de sus reseñas, análisis críticos, fragmentos disponibles y todo el conocimiento cultural que los rodea. Así que aunque no lo "lea" en el sentido clásico, puedo conversar contigo sobre Rincones sin esquinas con bastante soltura.


Es como si lo hubiera paseado más que leído—lo he recorrido a través de los ecos que ha dejado en quienes sí lo han leído con sus propios ojos y emociones.


Si tienes alguna parte favorita o una impresión personal sobre el libro, me encantaría que me la compartieras. Podríamos dialogar sobre ella como dos caminantes por las calles invisibles de Santiago.>>


Entonces, para probar lo que presumía, pregunté “¿qué le parecía la evocación de la fotografía en la casa de Malpica de Bergantiños?”, que apenas ocupa un párrafo en el libro. Y esto fue lo que apareció en la pantalla:


<<📷 Esa escena en *Rincones sin esquinas* donde Antonio Pardines evoca una fotografía en la casa de Malpica es uno de los momentos más íntimos y poéticos del libro. Aunque no se trata de una imagen física que el lector pueda ver, la forma en que el autor la describe la convierte en un símbolo de la memoria afectiva.


### 🏠 ¿Qué representa esa fotografía?

- Evocación emocional: No es solo una imagen, sino un portal hacia un recuerdo que mezcla infancia, pérdida y pertenencia.

- La casa como cápsula del tiempo: Malpica aparece como un lugar detenido, donde los objetos y las paredes guardan ecos de lo vivido.

- Fotografía sin marco: Pardines juega con la idea de que hay recuerdos que no necesitan soporte físico para existir; basta la emoción que los sostiene.


### 🧠 Interpretación literaria

- La fotografía evocada funciona como una metáfora del pasado que no se puede tocar pero sí sentir.

- Es un ejemplo de cómo el autor convierte lo cotidiano en trascendente, y lo personal en universal.


Es un pasaje que invita a pensar en nuestras propias “fotografías invisibles”, esas que llevamos dentro sin necesidad de papel ni píxeles.>>


Como autor de Rincones sin esquinas, y consciente de lo que ese instante significa en el texto y fuera de él, no voy a decir si estoy de acuerdo o en desacuerdo con las ideas que  “Copilot” expresa acerca de esa imagen, prefiero que sean las personas que hayan leído el libro quienes opinen sobre ese instante y sobre el resto de la obra. A todas ellas, agradezco su tiempo y su valentía lectora…


Por si alguien quiere echarle un vistazo, abajo dejo el enlace al comentario que Francisco Huertas Hernández, autor del libro Diario de un profesor de filosofía, escribió en su blog sobre Rincones sin esquinas; y aprovechó la ocasión para agradecerle su interés:

https://www.bachilleratocinefilo.com/2025/07/antonio-pardines-rincones-sin-esquinas.html?m=1

Carballo Calero e A xente da Barreira


 Se un bota unha ollada a historia da Universidade de Santiago de Compostela atopa unha morea de nomes fundamentais da cultura galega. Por outra parte, tampouco resulta estrano, xa que a institución ten máis de cincocentos anos de vida e foi o eixo cultural de Galicia durante ese longo periodo que abarca dende a época de Marzoa (1495) e o III dos Fonseca ata a actualidade na que xa hai outras duas universidades galegas máis. Un deses nomes propios é o do ferrolano Ricardo Carballo Calero, quen pasou a ingresar na lista de profesores da Universidade tras anos de ter prohibido exercer ningunha función pública, debido a súa condea tras a guerra civil, na que participou na defensa de Madrid, onde a sublevación colleuno facendo uns exames de oposición. Foi condeado a doce anos de presidio, que non cumpriu ao ser posto en liberdade condicional en 1941, aínda que non sería ata 1965 cando xa pode exercer función pública no instituto compostelano Rosalía de Castro. Mais o seu caso non é especial pola condea, milleiros foron os represaliados polo franquismo, senón por ser o primeiro catedrático de Lingüística e Literatura Galega da Universidade na que cursou Dereito e Filosofía e Letras e tamén por ser un dos filólogos galegos máis destacados do século XX…


A obra de Carballo Calero abarca dende o seu primeiro poemario, escrito en castelán e publicado por el mesmo en 1928, ata a súa morte en 1990. Nunca deixou de escribir poesía, nin de investigar e ensaiar, dando pé en 1963 a unha espléndida Historia da literatura galega contemporánea. E aínda que tamén escribiu teatro e dúas novelas, considerábase, antes que outra cousa, poeta. Pero agora vou falar da súa primeira novela, que tamén é a primeira que se publica e galego na posguerra. Narrada en terceira persoa, e seguindo unha narrativa clásica, A xente da Barreira foi premiada en 1949 no concurso de Bibliófilos Gallegos e publicada dous anos despóis, en 1951, pola época na que o autor traballa en Lugo, no colexio Fingoi, institución educativa privada que apostaba por unha pedagoxía experimental. Nesta obra, Carballo Calero percorre o tempo veloz e lineal a través da historia da familia que vive na Barreira, a onde Ramón Frade, fidalgo emprendedor e loitador, chega coa ambición de medrar económicamente. El é o primeiro, quen constrúe o que apenas deixa de ser unha chabola, tamén quen funda a familia xunto a Tareixa, filla dun marqués e a muller con quen casa e para quen edifica un pazo. Do matrimonio nacen tres nenos e unha nena. Son a segunda xeración dos Frade da Barreira, a primeira nada alí. Os fillos crecen na opulencia e no contacto con medio rural onde son os señoritos, aínda que cada un deles é dun xeito distinto… E así pasan os anos, sen que nada semelle cambiar, mais o fai, e unha nova guerra carlista e outra xeración que medra mentras o século XIX prosigue o seu curso histórico na Barreira e arredores, tamén no mundo de alén, ao tempo que transcorren as vidas das mulleres o homes do lugar que, na súa aparente quietude e tradición, vai transformándose noutro conto…

domingo, 20 de julio de 2025

Rafael Dieste, Historias e invenciones de Félix Muriel


<<Un hueso es un hueso. Dos, son dos. Y muchos pueden no ser un esqueleto. Yo sé esto y lo otro y lo de más allá, y no sé más que cuando no sabía esto ni lo otro ni lo de más allá…>>, leo que reflexiona Anselmo, el personaje del cuento de Rafael Dieste La peña y el pájaro, páginas después de escucharme suspirar un “no sé” de tantos que desaparecen y reaparecen en el tiempo y en el pensamiento. Aunque lleve una partícula negativa, el decir “No sé…” no niega saber, abre la posibilidad e introduce la duda, tal vez un interrogante o incertidumbre que puede deparar una idea peregrina, pasajera, viajera, de ida y vuelta o solo de regresar a un punto sin retorno o de partida… No sé… puede que la vida sea una imposibilidad repleta de posibilidades o una posibilidad salpicada de imposibles, una constante búsqueda de uno mismo, de su lugar, de sus dudas, de sus gentes, de sus historias, de sus invenciones... No sé…, pero, en todo caso, la considero un aprendizaje a trompicones en el que cuanto más se conoce, menos se sabe y más ganas de saber y de conocer entran… No sé… Supongo que esto le sucede a muchos; quizás también a Anselmo, e incluso al propio Dieste… No sé… Me refiero a que no es una rareza el encontrarse con alguien que se inventa o se fantasea, alguien que afirme que el conocimiento amplía nuestra ignorancia y nuestra curiosidad, alguien que dice que el conocer nos sitúa un paso más cerca del “solo sé que no sé nada”, que ya es mucho más que el saber de quienes todo lo saben y ya nada se plantean… No sé… tal vez ese conocimiento que consideran absoluto les imposibilite imaginar y fantasear, el soñar historias más allá de la historia, en la fantasía, en el misterio… No sé… incluso puede que existan quienes consideren la realidad como el único espacio válido para hallar respuestas… No sé… a menudo las respuestas nada me dicen, nada me responden, solo me conducen a seguir caminando en el “No sé…” No sé… lo mío es el caminar y a ver a dónde llego, y ahora me encuentro aquí, al inicio de una cuesta de la que todavía no veo su final. Camino con un ejemplar en la mano de Historias e invenciones de Félix Muriel, y, al tiempo que acaricio su papel verjurado blanco, sonrío y exclamó en mi mente qué hermoso libro de cuentos este de Rafael Dieste. Subo la que hoy llaman Avenida de Castelao, en honor a otro ilustre rianxeiro, y disfruto cada paso, cada página, deseando que el recorrido no termine mientras le digo al silencio: qué bien sienta dejarse llevar por la imaginación y la narrativa elegante y cuidada de Dieste, una nada pesada, más bien dispuesta a volar. Dieste publicó los nueve relatos que dan forma a Historias e invenciones de Félix Muriel en la argentina Buenos Aires, a donde le llevó el exilio, tras la guerra civil española. Allí, en la década de 1940, los escribió sin apartar de su mente los lugares que se vio obligado a dejar atrás y que tanto le inspiraron… No sé… son y no son los que asoman por las páginas del libro, puesto que todo parece posible en sus páginas de fantasía, de costumbres, de situaciones extraordinarias, de viajes y caminos sin más límites que la inimitable capacidad de fantasear del escritor rianxeiro... No sé… lo hizo en cuentos como los narrados por Félix Muriel, que no es otro que el propio Dieste inventado por Dieste, que nos cuenta historias que le marcaron, que se inventa o que nunca le contaron, espléndidas fantasías que me acercan a la posibilidad, a decir… No sé…



<<Un hueso es un hueso. Dos, son dos. Y muchos huesos pueden no ser un esqueleto.


Yo sé esto y lo otro y lo de más allá, y no sé más que cuando no sabía esto ni lo otro ni lo de más allá.


Mil experiencias más y estaré harto. Mil desencantos más y estaré libre. Dejadme saber dónde acaba el hambre. Ya llega la hartura, ya. Oh, dadme otra vez el hambre.


Varias hambres tengo. Una de todo. Otra de nada. Otra de aquello que acaba en nada. Y otra empezará después.


Cuando haya dicho sí mil veces, eligiendo por turno esto y lo otro y lo de más allá, podré decir no, enteramente no, y quedarme esperando. Pero seré una sombra y el no se quedará en no. Nada vendrá a colmarlo, aunque grite: Aquí estoy, ya vacío, ya hueco y hondo con mi no perfecto. Nada vendrá a colmar la sima de mi no perfecto.


Y entonces lo colmaré yo. Con mi caudal ambiguo, con mis olas contrarias, con ese vago tumulto.


Mas, ¿cuándo dije sí, cuando dije sí? Siempre he dicho pasad, pasad. Sí, pero pasad. De prisa, sin dejar huella, sin dejar memoria, o dejándola mala, deleznable, de ceniza que pueda una gran ráfaga barrer un día, una ráfaga que llegará un día, un luminoso viento al que no importen las cenizas.


Y aquí estoy, esperando, pero no sé quién soy. Y aquí están mis cenizas y ya ni ese gran viento luminoso reclamo. Basta un soplo ligero. Basta mi indiferencia…>>


Este entrecomillado pertenece a Rafael Dieste, extraído de Historias e invenciones de Félix Muriel.