miércoles, 13 de agosto de 2025

Arthur Schopenhauer y El arte de tener razón


Tener razón no siempre incluye el estar en posesión de la verdad, puesto que se puede razonar para alcanzar la validez de nuestras tesis, aun cuando estas sean falsas y desvirtúen la verdad expresa por otros. Esto puede lograrse de varias maneras, incluso hay expertos en la materia, en el cine encontramos ejemplos de abogados y políticos; en la realidad, también. A temprana edad, el imponerse o el imponer criterios se deja ver en los parques infantiles y en los patios de las escuelas, donde los niños se enzarzan en discusiones en las que recurren a diferentes mecanismos y estrategias para lograrlo, desde la burla a las manos, pasando por el insulto, el dame la pelota que es mía o el hacer pasar por idiota al rival, para ganarse las simpatías de los compañeros que observan y así verse vencedor ante su público, el cual tampoco sería capaz de ver la verdad, porque no la reconocería; y de hacerlo, tal vez no le importase. Tanto unos y otros, ya sea en la infancia o en la edad adulta, son capaces de hacer pasar por falso lo ajeno y por verdadero lo propio. Siendo sinceros, entre dos o más litigantes, ¿es la verdad la finalidad de su discusión o de su debate? ¿Importa la verdad, incomoda si es otro quien la posee o solo se busca salir victorioso, aunque venza lo falso? En realidad, visto lo visto, y aquí no se trata de cinismo ni de pesimismo, sino de una realidad que se encuentra allí donde dos, tres o cinco discutan, si me pregunto a quién le importa la verdad, si esta va contra la razón de una u otra de las partes que litiga (o incluso de ambas), ¿qué responder? ¿A una minoría menguante, tan reducida que apenas tiene voz pública? ¿A una gota en el océano? ¿Quién acepta su error, sin antes rebatir, insistir, tergiversar, insultar, “morir” o “matar” en el intento de defenderlo a toda costa?

Somos de natural ignorante, pero no del ignorante que siente curiosidad y deseo de aprender, sino de aquel tipo embrutecido en el que ya lo sabemos todo o lo que sabemos es la suma de razones y apariencias que asumimos como verdades incuestionables. Lo cual no deja de ser cuestionable, aparte de evidenciar que el querer tener razón es innato al ser humano; mas no lo son las técnicas para imponerla. Así, quien domine la dialéctica puede hacer pasar por erróneo aquello que vaya en contra de sus tesis, de su política, de sus afirmaciones. Para analizar esto y ofrecer estratagemas que puedan prevenir el ataque y ayudar a vencerlo, Arthur Schopenhauer escribió 38 maneras a las que recurrir. Pero lo interesante de su breve propuesta no reside en las soluciones u opciones que ofrece, sino en la diferencia que establece entre verdad y la apariencia de verdad, así como afirma una realidad incontestable: que todos queremos tener la razón y pocos queremos reconocer nuestros errores o la falsedad de nuestras afirmaciones. Antes somos capaces de hacer lo posible y lo imposible para hacerlos pasar por aciertos y, de paso, descalificar lo dicho por aquel que contradiga lo nuestro. Hay quién es capaz de desbaratar ideas verdaderas mediante el uso de la dialéctica, para el filósofo el arte de tener razón, y de hacer pasar por mentiroso a quien dice la verdad. Pero esto no es novedoso, lo llevamos impreso de fábrica, tal vez sea debido a lo que el alemán llama vanidad innata o que en algún punto de nuestra evolución empezamos a priorizar lo del uno sobre lo del otro, porque ese uno éramos nosotros…

Schopenhauer inicia su breve tratado definiendo la dialéctica erística como el arte de discutir y matiza que se trata de discutir de tal manera que se tenga la “razón” tanto lícita como ilícitamente, claro que esto sucede porque reconoce que al ser humano le cuesta aceptar que la verdad la tiene otro y que la tesis que defiende es errónea, incluso una tontería. Pero eso da igual, sea verdadera o falsa, todos quieren tener razón y así muchos se enzarzan en discusiones cuyo mayor ejemplo mediático pueden ser en la actualidad los debates públicos entre políticos o sucedáneos. ¿Y por qué se da esa necesidad de tener razón, sin importar si la verdad está de nuestra parte?, se pregunta el filósofo alemán, para responderse que por <<la maldad natural del género humano>>. No duda en expresarlo, ha prestado atención al asunto y comprende que <<si no fuera así, si fuésemos honestos por naturaleza, intentaríamos simplemente que la verdad saliera a la luz en todo debate, sin preocuparnos en absoluto de si esta se adapta a la opinión que previamente mantuvimos, o a la del otro…>> Acusa a nuestra vanidad natural, belicosa cuando se siente atacada, aunque nadie la ataque, de querer imponerse ante lo que siente como amenaza, de ahí que lo de menos sea que las ideas y opiniones que defendamos sean falsas y las del oponente verdaderas. En ese enfrentamiento dialéctico, discusión en la que unos y otros pretenden imponerse, sin tener en cuenta dónde se encuentra la verdad o quién la posee, <<lo verdadero debe parecer falso y lo falso verdadero.>>…

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