domingo, 24 de agosto de 2025

El chip prodigioso (1987)

Una mirada que recorra su obra fílmica desde el hoy al ayer, lo que suele decirse una retrospectiva, permite ver que el primer largometraje de Joe Dante fue toda una declaración de intenciones y de gustos que vertebrarían el resto de su carrera, pues en Movie Orgy (1968) tomaba de diversas películas de serie B de la década de 1950 para dar forma a una orgía cinematográfica de monstruos y etes que amenazan la Tierra. Esa afición por las películas de bajo presupuesto, que le deleitarían en su infancia y adolescencia —como también lo harían con Steven Spielberg, el productor ejecutivo de varios de sus títulos más populares—, por el humor y la fantasía que desprenden, marcó su rumbo profesional desde sus primeros pasos. Solo hay que ver sus películas para darse cuentan de ello —su segundo largo, Esas locas del cine (Hollywood Boulevard, 1976) lo ambienta en la industria cinematográfica, en una productora de serie Z, más que B—, y también para disfrutar de un tipo de cine sin prejuicios, que busca divertir sin mayor pretensión que el entretenimiento, similar al que el propio director sentiría ante aquellas películas de su juventud que le harían acudir a los cines donde, entre palomitas, gritos, risas y tal vez también un refresco en vaso de cartón, se sentiría como en casa y dejaría volar su ilusión. En general, su obra me divierte, sobre todo algunos títulos de la década de 1980, Gremlins (1984), El chip prodigioso (Innerspace, 1987) y No matarás… al vecino (The ‘Burbs, 1989), y del decenio siguiente, Matinee (1993), en la que el homenaje, más que evidente, es uno de los motores del film. Recuerdo que también Pequeños guerreros (Small Soldiers, 1998) me entretuvo lo suyo, aunque en menor medida que las anteriores. En cualquier caso, todas las nombradas tienen en común la fantasía, el tono de serie B y la pretensión de divertir a su público; algo que, por cierto, creo que logra y no por azar, sino por su habilidad narrativa, su precisión y su sentido del ritmo, claro que también por la desvergüenza de un cineasta sin pretensiones de grandeza ni de reconocimiento artístico e intelectual…

Presumo que Dante quiere un cine de palomitas, divertido, que saque unas risas, precipite saltos sobre el asiento y algún grito de sorpresa, incluso de susto. Comprende y asume que su campo de acción es heredero de los lugares comunes de aquellas producciones fantásticas en las que los monstruos y los invasores de otros planetas eran tan protagonistas (o más) que los humanos; de ahí que tampoco extrañe que dos de sus primeros trabajos fuesen Piraña (Piranha, 1978) y Aullidos (The Howling, 1981), que contaron con guiones de John Sayles, o que fuese el director ideal para llevar a la pantalla las criaturas ideadas por Chris Columbus, ni que en sus películas siempre haya guiños y referencias cinematográficas. En El chip prodigioso hay dos claras: villanos tipo a los que se enfrenta el James Bond interpretado por Sean Connery y Roger Moore y la odisea corporal Viaje alucinante (Fantastic Voyage, Richard Fleischer, 1966). En esta, Fleischer, a partir del guion de Harry Kleiner, tomaba la excusa de una operación a vida o muerte para el viaje y la aventura, pero carecía de humor, quizá tomándose demasiado en serio. Dante hace lo contrario, abandona cualquier opción de seriedad y sale victorioso; es decir: logra un viaje similar al propuesto por Fleischer pero desde la comedia de acción y el cine de colegas tan de moda en los 80, aunque la relación entre Tuck (Dennis Quaid) y Jack (Martin Short) es más íntima de lo habitual, ya que el primero viaja en el interior del segundo. Y como en todo tipo de viaje en el que dos se embarcan, ya sea por carretera o por venas y arterias, se produce un acercamiento y un intercambio, vamos, un aprendizaje del que ambos salen favorecidos. Pero eso es lo de menos, puesto que lo que prima es la aventura y el tono cómico del asunto en el que los héroes, un teniente díscolo y un cajero de supermercado algo bercianos y con problemas de confianza, y la heroína, la intrépida periodista a la que da vida Meg Ryan, se las ven contra una organización que se dedica al robo y venta de tecnología que comprende los beneficios económicos que le puede reportar la tecnología de miniaturización que ha desarrollado el doctor Ozzie Wexler (John Hora) y de la que Tuck, sin más opciones, debido a su carácter entre rebelde y chulesco, se ofrece voluntario para probarla. En definitiva, de las películas que disfruté en mi adolescencia, allá por la segunda mitad de los años 80, El chip prodigioso es de las pocas que aún sigo disfrutando…

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