viernes, 22 de agosto de 2025

Updike, el trompetista y el profesor

<<Los cinco cines de Weiser Street eran el Loew, el Embassy, el Warner, el Astor y el Ritz. Fui al Warner y vi El joven de la trompeta, con Kirk Douglas, Doris Day y Lauren Bacall. Tal como había prometido a mi padre, dentro se estaba caliente. Y tuve además la suerte, lo mejor de todo el día, de entrar cuando empezaban los dibujos animados. Era día 13 y por lo tanto no esperaba tener suerte. Los dibujos eran, naturalmente, del Conejo de la Suerte. En el Loew’s ponían Tom y Jerry, en el Embassy Popeye, en el Astor o bien Disney, el mejor, o bien Paul Terry, el peor. Me compré una caja de palomitas de maíz y otra de almendras Jordan, a pesar de que las dos cosas resultaban perjudiciales para mi piel. Las luces del cine eran de un amarillo muy pálido y el tiempo se fundió rápidamente. Solo al final de la película, cuando el chico, un trompeta cuya historia estaba basada en la vida de Bix Beiderbecke, había logrado por fin librarse de la mujer rica que con sus sonrisa insinuante (Lauren Bacall) había corrompido su arte, y volvía a unirse a la mujer buena y de espíritu artístico (Doris Day), que cantaba mientras detrás de su artística voz sonaba la trompeta de Harry James que Kirk Douglas fingía tocar, y la melodía se elevaba cada vez más como una fuente plateada con las notas de With a Song in My Heart, solo en ese momento, en la última nota, cuando se alcanzaba el éxtasis amoroso más completo, me acorde de mi padre. Me levanté impulsado por una perentoria sensación de llegar tarde…>>*


La película a la que alude Peter, uno de los dos narradores de El centauro, novela escrita por John Updike en 1962, se estrenó en España como El trompetista (Young Man with a Horn, 1950), la dirigió Michael Curtiz, para el estudio en el que llevaba trabajando desde su salida de Hungría a mediados de los Años Veinte. Tal como apunta Updike en su novela, el film de Curtiz atiende al triángulo amoroso, entre la música de trompeta y las recreaciones del trío protagonista… Se inspira en la vida del músico aludido, pero el párrafo de la novela me llama la atención por los cines de la calle, cines que, como el Loew o el Warner, pertenecían a los estudios que producían las películas que en ellos se exhibían. En el Warner, donde Peter entra más que nada para hacer tiempo y guarecerse del frío exterior, se proyecta el film de Curtiz tras el cortometraje de Bugs Bunny, el conejo de la suerte y la estrella animada de la productora. Estrellas también lo eran Tom y Jerry en Metro Goldwyn Mayer, empresa propiedad de Loew’s, o Popeye, en Paramount, después de que la major se hiciese con el control de los estudios de Dave y Max Fleischer.

A través de su narrador, Updike evoca un momento en el que el cine, su producción, su distribución y su exhibición, estaba controlado por los grandes estudios; los cuales poseían sus propias salas y su sistema de distribución, lo que deparaba el monopolio que vería su fin hacia finales de la década de 1940. En 1948, la Corte Suprema confirmaba la sentencia que un par de años antes había dictaminado un tribunal neoyorquino, cuando una sentencia judicial ponía fin a esta práctica (obligación a comprar películas en bloque, imposición del precio mínimo de la entrada, licencias exclusivas), y abría un nuevo horizonte para la industria. Ese fallo posibilitaba un horizonte sin nubes para el desarrollo de la televisión, al tiempo que suponía el fin de los contratos de “por vida” y la proliferación de pequeñas productoras y distribuidoras. Así, fue corriente que los actores y las actrices más populares se convirtieran en los productores de las películas que protagonizaban. Tal sería el caso de John Wayne y su Batjac (fundada en 1952), de Ida Lupino y The Filmakers, creada junto al guionista Collier Young (por entonces, su marido), o de Kirk Douglas, que creó Byrna, la compañía en la que Senderos de gloria (Path of Glory, 1957) y Espartaco (Spartacus, 1960), ambas dirigidas por Stanley Kubrick.


Pero la película evocada por Peter en la novela es un ejemplo más del cine que domina en la pantalla de antes y de ahora, un tipo de cine hecho para ser consumido, no pensado, un cine sin preguntas, sin más respuesta que “confía en el sistema”, “nosotros te entretenemos” y “tú déjate llevar”. Esto no llenaría a los personajes de Updike, tampoco al propio escritor. Los suyos son tipos como Cadwell, que despiertan a una realidad que les atrapa y asfixia, que les merma, incluso que les condena a una existencia de no existir. Tal vez, debido a ello, sean pesimistas; supongo que cualquiera que abra los ojos a la realidad que le rodea no podría volver al optimismo infantil, solo natural en la niñez, en la ingenuidad, en la ilusión, en la ceguera y en la alienación. En El centauro, el autor de Corre, Conejo (1960), escribe el recorrido por la agonía de Cadwell, que sufre un cansancio existencial que pesa como una losa, ¿o es su entorno el que cae sobre él para aplastarle, únicamente porque es diferente, porque hace y se hace preguntas? Parece que ya es el único dispuesto a plantear cuestiones, a ser autocrítico, a preguntarse las mismas preguntas que tantos se plantearon antes que él y que tampocos semejan hacerse después. Cadwell no se encuentra, tal vez por no dejarse llevar por el hedonismo y el consumismo, él continúa pensando e interrogando, aunque sea en silencio, aun consciente de que no obtendrá respuestas ni podrá cambiar el presente ni el futuro de sus alumnos, quizá ni siquiera pueda proteger el de su hijo Peter.


El personaje central de El centauro, uno de los dos, puesto que el otro es Peter, ejerce de profesor en un instituto donde no pocas veces se siente agredido y amenazado, sea por la realidad o por lo que imagina que es la realidad; en todo caso, el centro educativo resulta un medio inhóspito para alguien como él, alguien que comprende que la educación es algo más que lo que observa a diario. Aún así, también resulta su medio natural, puesto que, según dice, enseñar es lo único que sabe hacer esta especie de Quirón moribundo. Updike mezcla dos tiempos, presente y pasado, también mitología griega y costumbrismo del medio oeste, y en tal mezcolanza sitúa a sus personajes, en una narración con dos narradores: en primera persona y en tiempo pretérito (Peter) y en tercera omnisciente en presente. Y desarrolla la acción en tres días y dos noches, el tiempo que Cadwell y Peter tardan en regresar a casa. Como le sucede a Odiseo en su retorno a Ítaca, los encuentros y las trabas dan sentido a los personajes, les hace mostrarse al lector, tal como son, tal como Updike quiere que sean…

*John Updike: El centauro (traducción de Enrique Murillo). Círculo de Lectores, Barcelona, 1993.

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