Los temas y las situaciones se repiten en novelas, teatro o cine, pues todo parece reducirse a una serie de cuestiones humanas que van desde el amor a la venganza, pasando por las costumbres, la hipocresía social, la lucha contra las injusticias, la supervivencia, las supersticiones, el miedo a morir y, por ende, a vivir o la búsqueda de uno mismo en una vida que no sabemos si es sueño o pesadilla, o la mezcla de ambas. Vamos, lo que ya se encuentra en el teatro de Shakespeare y en el de Calderón, en el Quijote cervantino o con mayor burla en Gargantúa y Pantagruel. Todo ello se desarrolla en los más diversos espacios, algunos reales otros inventados, urbanos, marítimos y rurales, incluso en desiertos áridos o helados y, por supuesto, en paraísos insulares como los de Moana (Robert J. Flaherty, 1926), Tabú (Friedrich W. Murnau, 1931), Ave del Paraíso (Birth of Paradise, King Vidor, 1932) o mismamente King Kong (Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, 1933), que no dejan de ser los hogares cotidianos de sus moradores. Aparte, estas películas acercan a la gran pantalla las costumbres y los espacios isleños. Se hace con intenciones documentales en la de Flaherty y, en menor medida, en la de Murnau, que también iba a ser de Flaherty, mas en las cuatro se desarrollan ficciones, más o menos familiares para el público continental. No dejan de plantear historias humanamente comunes, ya sean de maduración, de amor o de rivalidades que podrían ubicarse en otros lugares, en otras islas, tal que la de Rapa Nui (1994). Hubo otras islas cinematográficas entre medias, hasta que, sesenta años después, Kevin Reynolds, producido por otro Kevin, Costner, con quien ya había colaborado con anterioridad en Fandango (1985) y Robin Hood (1991), realizó su viaje cinematográfico a una isla remota, la de Pascua (Chile), pero su distancia no era solo la que la separa del suelo continental sino la que le alejaba de nuestros días…
Reynolds sitúa su historia siglos atrás, además aísla el espacio como si el mundo se redujese a esa tierra y al agua que la rodea. Y tiene lógica, pues nadie, salvo el padre de Noro, ha salido de la isla. Todo se reduce a Rapa Nui, que tal nombre recibe por parte de sus habitantes, que se dividen en dos pueblos: los orejas cortas y los orejas largas. Los primeros son la clase trabajadora, prácticamente esclava, y los segundos, la clase dominante, la que manda en la isla, pues solo un representan de alguno de sus clanes podrá gobernar; esa es la tradición, el deseo de los dioses. La elección del “hombre pájaro” no es democrática, es competitiva, es decir, uno de los nobles accede al poder tras la victoria de su representante en la competición anual. Noro (Jason Scott Lee) será quien represente a los suyos, quien participará por su abuelo, supersticioso e infantil, que podría pasar por idiota a ojos de cualquier individuo continental de la época. Pero la explicación de su comportamiento reside en la propia manera de entender el mundo, por parte de la población insular y también porque así se describe en el guion de Reynolds y de Tim Rose Price. Respecto a esto, solo Maki (Esai Morales) muestra un comportamiento diferente, cercano al de Espartaco o al de un revolucionario marxista de finales del XIX o de buena parte del XX. Maki y Noro son amigos de la infancia, y ambos están enamorados de la misma mujer: Ramana (Sandrine Holt), pero esta ya ha decidido que su amor es para el segundo, lo cual resulta un problema para ellos, pues pertenecen a distintas clases sociales. Esta situación, así como que se vive en la isla, posibilita a Reynolds introducir entre la acción notas de racismo, clasismo, injusticia social, competición, sacrificio, revolución, salvajismo y amor. Pero, de eliminar el paisaje y la construcción de los moais, las famosas figuras pétreas de la Isla de Pascua, el romance y la aventura no dejarían de ser dos más entre los miles ya filmados…
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