jueves, 18 de enero de 2024
Deseo (1936)
domingo, 24 de septiembre de 2023
Las calles de la ciudad (1931)
miércoles, 30 de agosto de 2023
La gran prueba (1956)
Basada en la novela de Jessamyn West, publicada por primera vez en 1945, y con guion de Michael Wilson —en el que también colaboraron, sin acreditar, Robert Wyler y la propia West—, William Wyler realiza en La gran prueba (Friendly Persuasion, 1956) un drama, con no pocos momentos cómicos, que se decanta desde el primer instante contra la intolerancia que disimula gracias al humor que prevalece en la práctica totalidad del metraje, salvo en la parte que la guerra alcanza a la pacífica comunidad donde se desarrolla la historia. Siguiendo el original literario, Wyler ambienta su film en 1862 y concede el protagonismo a los Birdwell, una familia cuáquera cuya religiosidad no se basa en un credo oficial, sino en censuras y en conductas represivas, como las practicadas por el resto de la comunidad cuáquera del lugar. En público y en privado, se censura el humor, la vanidad, la competición, la violencia, cualquier tipo de excitación está mal vista. Son pacifistas, antiesclavistas, “amigos” de todos y, en apariencia externa, no simpatizan con las frivolidades ni los placeres mundanos. La música no tiene cabida en sus reuniones ni en sus casas, las peleas son censuradas, el detenerse ante el espejo, y recrearse en el reflejo, tampoco está bien visto. La armonía del hogar consiste en no ambicionar, en controlar las pasiones mundanas, en refrenar impulsos y someter la humanidad. Esto cuesta lo suyo, como se comprueba de camino al pueblo, en la carrera de calesas entre Jess (Gary Cooper) y Sam (Robert Middleton), cuando los Birdwell y los Jordan acuden a las reuniones dominicales de sus respectivas congregaciones religiosas sin saber que su idílica y laboriosa cotidianidad no tardará en verse afectada por la guerra. A lo sumo, Jess tiene pequeños deslices: el tiro al blanco en la feria, su gusto por la música o su pasión por la competición, que no tarda en ser reprimida por la mirada o las palabras de Eliza (Dorothy McGuire), guardiana del orden en el hogar y portavoz en la casa de las reuniones, pero a quien siempre persuade de modo amistoso. No hay discusiones en el hogar, excepto la de los menores, y, a pesar de sus restricciones, resulta una familia simpática.
Observamos a los Birdwell en sus labores diarias, en situaciones extraordinarias y en los días de liturgia, cuando acuden a la casa de reuniones para celebrar en comunidad su silencio y su pedir perdón por haber caído en la tentación de pelear, de presumir o de soñar. De ese modo, las pasiones y la excitación se destierran de los hogares, pero, por encima de todo, son una comunidad pacífica en un momento belicoso en el que la guerra avanza hacia ella. Entonces, el paraje, la comunidad, la familia y el individuo se verán amenazados por la lucha entre la Unión y la Confederación y La gran prueba cambiará su tono y pondrá en duda el pacifismo de sus protagonistas. ¿Permanecer impasible ante la guerra que amenaza su hogar o luchar?, se preguntará Josh (Anthony Perkins) avanzado el metraje, cuando cobra mayor protagonismo. La gran prueba supera las dos horas y media de duración en las que Wyler parece hacer dos películas en una: la familiar, aquella que se desarrolla sin más conflicto que el de superar las tentaciones (y que acaba siendo reiterativa, reiteración que afecta al ritmo), y la conflictiva, aquella que plantea la disyuntiva de luchar o mantener el pacifismo en el que cree la familia, y quizá resuelta de manera inocente, forzada y acorde con el tono “simpático” del resto del metraje. En el caso de la madre no se produce el conflicto de forma consciente, pues ella está plenamente convencida de sus convicciones, o quizá reza para mantenerlas, y de cual será su modo de actuar cuando la contienda se acerque y afecte a su hogar. La historia de la familia Birdwell, núcleo simpático y amistoso formado por el matrimonio, Jess y Eliza, dos hijos, Josh y el pequeño Jess (Richard Dyer), una hija, Mattie (Phyllis Love), y la gansa preferida de la madre —la cual nos es presentada por la voz del pequeño Jess al inicio—, comprobarán que ser pacifista en tiempo de paz resulta muy diferente a pretender serlo en la guerra, cuando esta se te echa encima y amenaza aquello que más quieres. La presentación del ave arriba aludida parece caprichosa, como si Wyler pretendiese dar un rostro cómico y cercano al relato, sin embargo, la gansa tendrá suma importancia cuando el pacifismo, defendido a ultranza por la madre, sea sometido a la prueba de la guerra, pues Eliza, inconsciente de sus actos frente a la agresión, se da una respuesta hasta ese instante impensable para ella... ¿Qué arrebato no sufriría entonces en defensa de sus hijos?
martes, 24 de noviembre de 2020
Las aventuras de Marco Polo (1938)
Si la ficción cinematográfica concediese demasiada importancia a la realidad, dejaría de ser ficción y sería otra tipo de cine. En la ficción prevalece la invención o la adulteración de hechos cotidianos o históricos, y lo mismo valdría para los personajes. Por otro lado, da igual que el espacio exista, se invente o se recree, incluso que no nos movamos de los decorados de un estudio. Y es indiferente porque la magia de cine se encarga de trasladarnos a lugares como la Venecia de decorado de Las aventuras de Marco Polo (The Adventures of Marco Polo, 1938) o a la China de cartón piedra y madera a donde llega el comerciante veneciano. Nos da igual porque las imágenes nos engañan y nosotros aceptamos viajar desde nuestro asiento y acompañar a un Marco Polo ajeno al real. El que vemos es un supuesto aventurero y un héroe que, en apariencia, responde a las características de Gary Cooper, de hecho es más Cooper que Polo. Siempre es a la estrella a quien vemos, pero, en esta ocasión, la vemos sin brillo, perdido en un papel y en una película que no sabe a qué juega y que carece de cualquier rasgo de personalidad. Cierto que está el protagonista de Marruecos (Morocco, Josef von Sternberg, 1930), pero aquel sueño marroquí rebosaba clase, carnalidad, peligro y fuego pasional. Mientras que en esta ficción, que se aleja a años luz de la realidad (fuera la que fuera), no hay sensaciones y las emociones brillan por su ausencia. Ni realidad ni ficción encuentran su equilibrio, ya que en Las aventuras de Marco Polo todos sus responsables están perdidos y nada de lo que observamos en la pantalla cumple con la aventura, ni con el exotismo ni con expectativas apenas exigentes.
Los papeles de héroe están hechos a la medida de Cooper, no lo dudo, pero este le sienta flojo y no le permite lucir en plenitud su carisma cinematográfico, ya que el viajero resulta tan acartonado y anodino como la trama, el romance o el villano interpretado por Basil Rathbone. Si Marco Polo falla en la medida de Cooper, o este no puede con el personaje, la película tampoco es de las destacadas de Samuel Goldwyn, su productor, que no escatimó en gastos y puso su arsenal de medios al servicio de Archie L. Mayo —primero los había puesto en manos de John Cromwell, que abandonó el film a los cinco días de iniciar el rodaje—, pero el resultado fue un desastre comercial y una mala caricatura. La película contradice a su propio título, pues carece de aventura y le falta ilusión, fantasía y nervio. Más que nada hay aburrimiento y por funcionar ni funciona el montaje en paralelo del asalto al castillo del Khan (George Barbier) y el enlace no consumado de Ahmed (Basil Rathbone) y la princesa (Sigrid Gurie). No existe pulsión, ni comunica emoción. Mayo, cineasta que, como la mayoría de la época de esplendor de los estudios, conocía su oficio y sabía lo que se esperaba de él dentro de la jerarquía establecida (por detrás del productor y de la estrella), no logro la efectividad y los buenos resultados que sí obtuvo en otros de sus films, por ejemplo El bosque petrificado (The Petrified Forest, 1936).
lunes, 27 de abril de 2020
Una mujer para dos (1933)
miércoles, 8 de abril de 2020
Adiós a las armas (1932)
sábado, 13 de julio de 2019
Policía Montada del Canadá (1940)
lunes, 4 de septiembre de 2017
Gary Cooper, un cowboy de Montana en Hollywood
Existe una gran diferencia entre interpretar un personaje y que un personaje se adapte a la personalidad del intérprete. En el primer caso, de mayor capacidad dramática, el actor o la actriz crean múltiples formas y registros y los muestran en su esencia. En el segundo, la personalidad aludida por Vidor se transfiere al ser ficticio, provocando que las películas giren en torno a las características específicas de quienes le dan vida en la pantalla y, cuando recordamos sus actuaciones, la imagen que viene a la memoria popular es la que repitieron a lo largo de sus exitosas carreras. Más que actores o actrices, estos últimos serían iconos cinematográficos; valgan de ejemplo la divina Greta Garbo, el incorregible Groucho Marx, el rudo John Wayne, la ambigua Marlene Dietrich, el cínico y mundano Clark Gable o el honesto Gary Cooper, definido en la ficción por su caminar, por el laconismo de su personajes y por la integridad que se descubre tanto en sus hombres corrientes en las comedias de Frank Capra, como en sus héroes a las órdenes de William A. Wellman, Henry Hathaway o Cecil B. DeMille y en los numerosos westerns que interpretó a las órdenes de otros grandes cineastas como Anthony Mann, Delmer Daves, Fred Zinnemann, Raoul Walsh o William Wyler. De tal manera, fuese en las arenas del desierto de Marruecos (Morocco, Joseph von Sternberg, 1931) o en Beau Geste (William A. Wellman, 1939), recorriendo con su andar característico (secuela de un accidente automovilístico de juventud) las calles del pueblo de Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952) o cabalgando por El jardín del diablo (Garden of Evil, Henry Hathaway, 1954), Frank Cooper, nacido en Montana en 1901, se convirtió en la imagen lacónica, íntegra e idealista que reaparece una y otra vez a lo largo de una filmografía envidiable que, salvo excepciones como las de Alfred Hitchcock, John Ford, Nicholas Ray o Samuel Fuller, reúne a los mejores cineastas de Hollywood.
<<Reservado, introspectivo e independiente por naturaleza, Cooper era un enamorado del ejercicio físico, de la vida al aire libre y de la soledad, aunque gradualmente supo ir reconciliando su retraimiento natural con el hecho de que, como estrella de Hollywood, su vida fuera de dominio público. Consiguió convertirse en un sofisticado hombre de mundo sin perder por el camino su sencillez e integridad naturales.>> (2) Con nueve años de edad, el futuro astro cinematográfico fue enviado a Inglaterra para formarse como un pequeño "gentleman" inglés, lo cual vendría a ser el perfil opuesto al asumido durante sus primeros años en Helena (Montana), donde el viejo oeste y la modernidad se daban la mano y en ocasiones puntapiés. Después de sus tres años de estricta educación en un colegio británico, el muchacho regresó a su hogar estadounidense haciendo gala de un refinamiento que chocaba con el medio físico y humano que nunca dejó ni dejaría de formar parte de él, como delata su predilección por el western, por los espacios abiertos, por las armas y por la caza. El género del oeste siempre estuvo presente a lo largo de sus más de tres décadas de actor, de hecho, sus inicios en el cine lo descubren como extra en películas del oeste, cuando, recién llegado a California, a donde se había trasladado su familia, intentó sacar algún dinero participando como doble y extra, sin pensar que en pocos años sería un astro del celuloide.
<<Cooper era sui generis, un tipo muy determinado de hombre, afable aunque caprichoso, un auténtico cowboy que sabía cómo llevar la ropa, natural en la lectura de sus frases y natural en el momento de no decir nada..., un muchacho atractivo con el aspecto de un hombre serio. Después de actuar como especialista y extra y de algunos papeles secundarios, Cooper llegó al estudio de Goldwyn, pero Goldwyn creyó imposible meterlo en un reparto, y dejó que B. P. Schulberg se lo llevara a la Paramount>>, (3) compañía donde alcanzó el estrellato gracias a Marruecos, Las calles de la ciudad (City Streets, Rouben Mamoulian, 1931), Adiós a las armas (Farewell to Arms, Frank Borzage, 1932) o Una mujer para dos (Design for Living, Ernst Lubitsch, 1933). Su atractivo y su presencia en Flor del desierto (The Winning of Barbara Worth, Henry King, 1926) y sobre todo en Alas llamaron la atención de propios y extraños, pero, como no podía ser de otra manera, la película que encumbró al joven cowboy oriundo de Montana fue un western. El virginiano (The Virginian, Victor Fleming, 1929) lo aupó dentro de la Paramount Pictures, estudio que, antes de que Cooper firmase su posterior contrato con Samuel Goldwyn, aprovechó al máximo (hasta provocar su agotamiento) su imagen en aventuras, comedias, westerns o en un drama tan extraño y atrayente como Sueño de amor eterno (Peter Ibbetson, Henry Hathaway, 1935). A su envidiable currículum habría que añadirle sucesivos éxitos, su carrera apenas contempla fracasos de taquilla, y sus dos Oscar al mejor actor del año por El sargento York (Sargeant York, Howard Hawks, 1941) y Solo ante el peligro, quizá el film que mejor representa su imagen cinematográfica: la del héroe lacónico que mantiene el tipo y no se derrumba aunque todo esté en su contra. Pero el Cooper humano presentaba contrastes y altibajos como cualquier persona de carne y hueso, altibajos impensables para su yo en la gran pantalla que en algunos casos fueron fruto de sus relaciones con su madre o con las mujeres con quienes estuvo ligado, del exceso de trabajo y de la inseguridad que provocó que se planteara el abandono de una profesión y de un lugar (Hollywood) en la que no encontraba el entorno tranquilo que proporcionase estabilidad a su solitaria y conservadora personalidad. Pese a todo, Cooper superó las trabas que se le presentaron durante su ascensión en Hollywood, donde se convirtió en el icono de la integridad y del individualismo del héroe de ficción, un héroe cercano y tan querido para el público como Lou Gehrig, a quien dio vida en El orgullo de los Yanquis (The Pride of the Yankees, Sam Wood, 1941), lo sería para los seguidores del equipo neoyorquino.
El águila negra (The Eagle, Clarence Brown, 1925)
Flor del desierto (The Winning of Barbara Worth, Henry King, 1926)
Hijos del divorcio (Children of Divorce, Frank Lloyd, 1927)
Quicksands (Jack Conway, 1927)
Solos en la isla (Half a Bride, Gregory La Cava, 1928)
Todo un hombre (The Texan, John Cromwell, 1930)
Marruecos (Morocco, Josef von Sternberg, 1930)
Las calles de la ciudad (City Streets, Rouben Mamoulian, 1931)
Si yo tuviera un millón (If I Had a Million, episodio de Norman Z. McLeod, 1932)
Adiós a las armas (A Farewell to Arms, Frank Borzage, 1932)
Vivamos hoy (Today We Live, Howard Hawks, 1933)
Una mujer para dos (Desing for Living, Ernst Lubitsch, 1934)
Ahora y siempre (Now and Forever, Henry Hathaway, 1934)
Tres lanceros Bengalíes (The Lives of a Bengal Lancer, Henry Hathaway, 1935)
Noche nupcial (The Wedding Night, King Vidor, 1935)
Deseo (Desire, Frank Borzage, 1936)
El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, Frank Capra, 1936)
El general murió al amanecer (The General Died at Dawn, Lewis Milestone, 1936)
Buffalo Bill (The Plaisman, Cecil B. DeMille, 1936)
Almas en el mar (Souls at Sea, Henry Hathaway, 1937)
La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard's Eight Wife, Ernst Lubitsch, 1938)
El vaquero y la dama (The Cowboy and the Lady, H. C. Potter, 1938)
Beau Geste (William A. Wellman, 1939)
La jungla en armas (The Real Glory, Henry Hathaway, 1939)
El forastero (The Westerner, William Wyler, 1940)
Policía Montada del Canadá (North West Mounted Police, Cecil B. De Mille, 1940)
Juan Nadie (Meet John Doe, Frank Capra, 1941)
El sargento York (Sargeant York, Howard Hawks, 1941)
Bola de fuego (Ball of Fire, Howard Hawks, 1941)
El orgullo de los Yanquis (The Pride of the Yankees, Sam Wood, 1941)
Por quién doblan las campanas (For Whom the Bells Tolls, Sam Wood, 1942)
Por el valle de las sombras (The Story of Dr. Wassell, Cecil B. DeMille, 1944)
Casanova Brown (Clarence Brown, 1944)
El caballero del Oeste (Along Came Jones, Stuart Heisler, 1945)
La exótica (Saratoga Trunk, Sam Wood, 1945)
Clandestino y Caballero (Cloak and Dagger, Fritz Lang, 1946)
Los inconquistables (Unconquered, Cecil B. DeMille, 1947)
El buen Sam (Good Sam, Leo McCarey, 1948)
El manantial (The Fountainhead, King Vidor, 1948)
Puente de mando (Task Force, Delmer Daves, 1949)
El rey del tabaco (Bright Leaf, Michael Curtiz, 1950)
Dallas, ciudad fronteriza (Dallas, Stuart Heisler, 1950)
Tambores lejanos (Distant Drums, Raoul Walsh, 1951)
El honor del capitán Lex (Springfield Rifle, André de Toth; 1952)
Retorno al paraíso (Return to Paradise, Mark Robson, 1953)
Soplo salvaje (Blowing Wing, Hugo Fregonese, 1953)
Veracruz (Vera Cruz, Robert Aldrich, 1954)
The Court Martial of Billy Mitchell (Otto Preminger, 1955)
La gran prueba (Friendly Persuasion, William Wyler, 1956)
Ariane (Love in the Afternoon, Billy Wilder, 1957)
10 Calle Frederick (Ten North Frederick, Philip Dunne, 1958)
El hombre del oeste (Man of the West, Anthony Mann, 1958)
El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, Delmer Daves, 1958)
Alias Jesse James (Norman Z. McLeod, 1959)
Llegaron a Cordura (They Came to Cordura, Robert Rossen, 1959)
Misterio en el barco perdido (The Wreck of the Mary Deare, Michael Anderson, 1959)
Sombras de sospecha (The Naked Edge, Michael Anderson, 1961)
(1) King Vidor: Un árbol es un árbol (traducción de Francisco López Martín). Paidós, Barcelona, 2003.