domingo, 19 de noviembre de 2023

El hombre y el monstruo (1931)


Junto a las realizadas por Jean Renoir y Jerry Lewis, incluso por encima de estas, y a la espera de que algún día aparezca la filmada por Friedrich Wilhelm MurnauEl hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, Rouben Mamoulian, 1931) continúa siendo la mejor versión cinematográfica del popular relato de Robert Louis Stevenson, del cual ya hay más de setenta, entre largometrajes, cortometrajes, series y películas para televisión. Superior a las realizadas por Víctor Fleming, Mario Soffici, Terence Fisher o Roy Ward Waker, que no son malas versiones, al contrario, pero carecen de la osadía, de la ruptura y del acierto narrativo de esta producción Paramount cuyo guion corrió a cargo de Samuel Hoffenstein y Percy Heath, no me cuesta afirmar que el film de Mamoulian es de los que marcan un antes y un después. En su momento, irrumpe como una película diferente, todavía lo es, que aporta al cine nuevas formas de enfocar la narrativa cinematográfica. La propuesta de este cineasta nacido en el Imperio Ruso rompe barreras y su resultado todavía sorprende. Evoluciona el medio. Mamoulian filma y desata en la pantalla su versión subjetiva de la dualidad humana. No está solo, pues, entre sus colaboradores, cuenta con la inestimable participación de Karl Struss en la dirección de fotografía y con el protagonismo de Fredric March, cuya interpretación de las dos mitades a las que da vida resulta de lo más convincente. Por un lado, su refinamiento y condicionamiento, por otro, su visceralidad desatada; de cuya suma da el individuo que ha desequilibrado el “yo” en su obsesión por separar ambas mitades. Pero más que la actuación del actor o el buen uso de la iluminación del operador, el acierto de la película está en el uso que Mamoulian hace de las imágenes, las cuales desvelan su ambición creativa y que llegó al cine con actitud retadora y experimental; por tanto, dispuesto a correr riesgos. Su uso de la cámara como medio subjetivo lo confirma y adelantan en el tiempo a la magistral puesta en marcha de Delver Daves en La senda tenebrosa (Dark Passage, 1947). La emplea como el ojo del protagonista para acercarnos a la historia de Jekyll y Hyde. La liberó de complejos y la dotó de fluidez para presentar al personaje y desarrollar su historia: la lucha que se desata entre esas dos mitades que hasta entonces habían convivido en una guerra fría, en apariencia inexistente, en la que la parte racional y moral reprimía a la irracional e instintiva que se rebela.



Durante los primeros minutos de El hombre y el monstruo, vemos lo que ve Jekyll y escuchamos su voz hablando con su criado. Entonces ya se comprende que el doctor es brillante, racional, cultivado y se deja ensimismar por aquello que hace. Toca al piano una pieza de Bach, olvidándose que debe acudir a una charla en la facultad de medicina donde expondrá su teoría de la dualidad, la cual intentará llevar a la práctica. Mamoulian continúa su presentación del personaje con un plano secuencia también subjetivo del hogar de Jekyll, de quien descubre su rostro cuando el doctor se mira en el espejo. En ese instante, ya no cabe la menor duda, Mamoulian se adelanta en los albores del sonoro, como ya lo había hecho en Aplauso (Aplause, 1929) y Las calles de la ciudad (City Streets, 1931), al liberar la cámara y dotar de fluidez a su intención cinematográfica con recursos que hoy ya son cotidianos, mas no entonces. Lógico que la narrativa sea subjetiva, ya que trata del sujeto sometido a la lucha de su dualidad natural, racional e irracional, al desequilibrio que amenaza la “estabilidad” alcanzada mediante condicionamiento social y racional, de convencionalismos y represión sexual. Entonces, ¿quién es el prisionero? ¿Quién un individuo pleno?¿Y quien aguarda su liberación? Se desata el toma y daca entre el ser moral, el que somete sus pasiones a los hábitos sociales aceptados, y el instintivo, el ser pasional siempre latente, aquel acallado por las normas convencionales, aquella parte que se mantiene a la espera de poder liberarse y exteriorizarse —un ejemplo en la realidad podría ser cuando se ingiere cierta cantidad de alcohol; y en la película después de que el científico bebe su pócima—. En el primer caso, Jekyll y su relación con Muriel; en el segundo, Hyde y su búsqueda de satisfacer los deseos hasta entonces, más controlados, reprimidos, su búsqueda de satisfacer su deseo sexual en la carnalidad de la joven interpretada por Miriam Hopkins, en uno de sus primeros papeles principales, enamorada de la apariencia del doctor y víctima y sometida a los arrebatos pasionales del visceral desatado, arrebatos que quizá resulten más brutales debido a la represión que hasta entonces lo había sujetado, pero, al no permitir una salida fluida y equilibrada al ser pasional, también alimentado las apetencias reprimidas…




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