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lunes, 23 de octubre de 2023

Indiana Jones y el dial del destino (2023)


A estas alturas, por lo general, el cine me aburre más que aquel monótono día que paseé el ascensor de lado a lado y de arriba abajo. Pero, sobre todo, el que más me aburre es el de centro comercial; tan bien empaquetado y presentado, con su lacito de gran estreno y su tambor de palomitas. La promesa de pantalla grande que me rodea, de sonido envolvente que me ensordece, de asientos que ya son camas, ¿a qué me invita todo eso? Duermo, mas no sueño ante la pantalla. El estruendo, las películas uniformes, tanto como el sonido de mil bocas masticando maíces. Al cine no se va a pensar ni a soñar, me dirán millones de mentes, se va a entretenerse y a empacharse. Ya. Pero ¿y si me entretengo pensando en ayunas o después de saborear un buen plato de comida casera, no pasmando frente a la misma no historia que se repite, una y otra vez, con rostros y espacios quizá distintos? Ya no es peligroso que el cine recorra el mismo abismo, es costumbre; y nos hemos acostumbrado a consumirlo sin tiempo para digerirlo ni exigirle más madera. ¿Cuál es su sabor? ¿Cual su sustancia? Acaso ¿toda película de estreno sabe a pollo? Continúo viendo películas por masoquismo, adicción, apatía, inercia, quizá porque aún me quede un atisbo de esperanza para soñar imágenes en movimiento, qué se yo; ni idea, pero alguno de esos motivos será para que siga buscando o esperando algo en un medio de expresión que ha perdido su toque o yo no se lo encuentro; que también es posible. Lo único que sé es que lo divertido, lo emotivo, lo accidental y lo reflexivo, la aventura y un poco de locura, no se encuentra en una pantalla, sino fuera de ella. En la vida. Son los momentos que salen de la rutina, aunque se produzcan en la cotidianidad, los que deparan algo distinto a lo usual y dan sustancia al día a día. La vida puede sorprender, doler y enamorar en plan montaña rusa, el cine ya carece de sorpresa, está programado y mayormente ni siquiera pretende más que el efecto y el beneficio económico. Eso encuentro en Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones and The Dial of Destiny, James Mangold, 2023), la última entrega de la saga Indiana Jones y la primera sin Steven Spielberg en la dirección, en la que Harrison Ford rejuvenece décadas para regresar a su mejores enemigos: los nazis, aunque sin la sal, alegría y simpatía, que puso sabor a En busca del arca perdida (Rider of The Lost Ark, Steven Spielberg, 1981) e Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and The Last Cruiser, Steven Spielberg, 1989)…



El último Indiana carece de la vivacidad y el vitalismo de aquel arqueólogo aventurero que marcó la infancia de una generación. No por entrar en la edad de la jubilación, sino porque sus autores apelan a la nostalgia superficial —al público que hoy vive sus cuatro y sus cinco décadas y que quiere convencer a sus hijos para que asuman su gusto por esta u otras sagas de su infancia y adolescencia— y la dotan de un ritmo actual que no cree en la aventura, solo en la repetición de tópicos y momentos que rellenan los minutos con persecuciones sin emoción, con conformismo y otros alimentos de consumo instantáneo que engordan la estupidez que domina el espectáculo cinematográfico actual… Pero la historia del dial del destino se traslada en el tiempo, de la Segunda Guerra Mundial a 1969, cuando la NASA llega a la Luna e Indy, en su presente, ya es una reliquia del pasado; también del nuestro. No hay lugar para él en el presente; lo jubilan en un mundo que mira hacia el futuro o hacia ninguna parte; mientras que el profesor Jones sigue admirando el pasado, intentando recuperarlo para el presente. En este episodio, película, capítulo o quinta entrega, el objeto que excusa la acción es el dial de Arquímedes, la “anticitera”, una maquina del tiempo, mejor dicho, un aparato que puede predecir grietas temporales que conectan presente y pasado. Pero nadie, ni Jones ni Harrison Ford, ni el cine ni un reloj de cuco pueden volver atrás en el tiempo o hacer que este retroceda; solo crear la ilusión, sin embargo, la película no lo logra. Nace, se desarrolla y concluye en la desilusión de no tener nada nuevo que contar. No hay brillo en el crepúsculo de Jones. Ya hubo otros crepúsculos, otros finales, pero la aventura como la conocimos, ya no es la que conocemos. La nostalgia, aquella que de auténtica duele, ilusiona, emociona, no busca devolver lo añorado, solo lo sueña consciente de que lo idealizado es un paraíso perdido que solo puede añorarse o revivir en la imaginación. Y de esto carece la quinta aventura cinematográfica del señor Jones…




jueves, 6 de agosto de 2015

American Graffiti (1973)


La relación cinematográfica entre Francis Ford Coppola y George Lucas se inició durante el rodaje de El valle del arco iris (Finian's Rainbow, 1968), musical dirigido por el primero y al cual el segundo asistió gracias a la beca obtenida tras ganar el primer premio en el festival nacional de Escuelas de Cine por el cortometraje THX 1138: 4EB. Un año después volvieron a coincidir en Llueve sobre mi corazón (The Rain People,
 1969), de nuevo con Coppola como director y Lucas ejerciendo de productor asociado. Ese mismo año fundaron (en colaboración de otros cineastas) la American Zoetrope, productora en la que se gestó el primer largometraje profesional de George LucasTHX 1138 (1971), aburrido film de ciencia-ficción (basado en el corto que presentó como proyecto universitario) que pasó sin pena ni gloria por las salas comerciales y en el que el realizador de Drácula de Bram Stoker (1992) participó como productor ejecutivo. A pesar de este traspié comercial y artístico, la relación profesional entre ambos continuó en American Graffiti (1973), el primer gran éxito de Lucas y una película muy lucrativa tanto para la pareja de cineastas como para la Universal Pictures, major que había puesto como una de sus condiciones para dar luz verde al proyecto que el nombre del director de El padrino (The Godfather, 1972) apareciese en los títulos de crédito (la fama adquirida por Coppola tras su adaptación de la novela de Mario Puzo era un reclamo publicitario muy atractivo). Coppola supo aprovechar esta circunstancia para evitar que la película de su amigo sufriera cambios en el montaje final, aunque esto no impidió que el film corroborase las carencias del responsable de Star Wars en la dirección, carencias narrativas que ya se observan en su anterior largometraje. Desde cierto tono autobiográfico y nostálgico, American Graffiti ofrece una perspectiva inocente y superflua de la adolescencia estadounidense de los primeros años de la década de 1960, centrando su interés en cuatro amigos que a lo largo de una noche deambulan por separado por las luminosas calles de Modesto (población natal de Lucas), transitadas por automóviles en los que se dejan escuchar los numerosos clásicos de rock que suenan a través de la emisora local. Pero, por mucha música que se escuche durante el metraje, American Graffiti resulta una propuesta carente de ritmo y también de interés, pues apenas profundiza en las supuestas inquietudes del cuarteto protagonista, reflejo de una juventud que todavía no había sufrido las consecuencias de los turbulentos años que siguieron a esa noche del verano de 1962, durante la cual se desarrollan las andanzas nocturnas de Steve (Ron Howard), Curt (Richard Dreyffus), John (Paul Le Mat) y Terry (Charles Martin Smith). Los dos primeros disfrutan de sus últimas horas en el pueblo que les ha visto crecer, ya que a la mañana siguiente tomarán el avión que los aleje de su cotidianidad presente para trasladarlos hasta un futuro universitario incierto, sin los amigos de siempre y lejos del hogar. Pero, al contrario que Steve, Curt no tiene claro que su camino sea abandonar cuanto conoce, quizá porque ese espacio transitado por vehículos llamativos le proporcione una cómoda sensación de pertenencia y seguridad. Sin embargo, a medida que transcurren las horas, se produce un cambio en los pensamientos de ambos y se descubre a Steve dominado por las dudas que surgen a partir de la relación que mantiene con Laurie (Cindy Williams). Los casos de Terry y John no plantean interrogantes sobre su futuro, aunque sí sobre su presente, ya que ambos son conscientes de que permanecerán en esa ciudad donde el primero se muestra inseguro y tímido, a la sombra de sus amigos, mientras que el segundo oculta sus inseguridades entre carreras de coches y su pose a lo James Dean de Rebelde sin causa (Rebel without a Cause, 1955), un clásico dirigido por Nicholas Ray que trata con mayor complejidad el mundo de la adolescencia que también Francis Ford Coppola retrató en Rebeldes (Outsiders, 1983) y La ley de la calle (The Rumble Fish, 1983).

martes, 19 de agosto de 2014

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008)


Durante los años que siguieron a Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Cruisade, 1988) los rumores de una cuarta entrega de las andanzas del arqueólogo más famoso del cine fueron una constante que concluyó casi dos décadas después, cuando, en 2007, George LucasHarrison Ford y Steven Spielberg confirmaron el rodaje de una nueva aventura del héroe, lo que supuso una alegría para los numerosos seguidores de la saga y la oportunidad para que una nueva generación de espectadores entrase en contacto con este icono del aventurero cinematográfico. Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (Indiana Jones and the Kingdom of The Crystal Skull, 2008) conservó las características esenciales de sus predecesoras, en ella apenas se vislumbran cambios en la narrativa empleada por Spielberg, fiel a la desarrollada en la primera y tercera entrega de la saga, del mismo modo prevalece el estilo visual que Janusz Kaminski heredó de Douglas Slocombe, el director de fotografía de las anteriores producciones. Más difícil fue mantener la fluidez y la gracia de antaño, ya que, a pesar de su inicio prometedor, la acción pierde interés para transformarse en una prolongación conformista y autocomplaciente de las anteriores incursiones del trío en el universo creado veintisiete años atrás en En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981). Aunque es de agradecer la intención de conservar la esencia del personaje y de la serie, quizá esa misma intención jugase en contra del resultado final de una película en la que prevalece la sucesión de guiños a sus predecesoras y a producciones como: Salvaje (la irrupción motorizada de Mutt en la estación de tren), Tarzán de los monos (el avance que este mismo personaje hace por la selva) o Cuando ruge la marabunta (el ataque de las hormigas gigantes). Esta constante mirada al pasado provoca la sensación de presenciar algo familiar, por momentos agradable, pero que no colma las expectativas generadas en torno al héroe y su cuarta aventura cinematográfica, dentro de la cual se fuerza la reaparición de Marion (Karen Allen), la protagonista femenina de la primera entrega, se intenta rellenar el hueco dejado por Marcus Brody o se desarrolla una relación paterno-filial carente de la química desprendida por la vivida en Indiana Jones y la última cruzada. Pero todo lo dicho hasta el momento carece de interés para un arqueólogo que ha continuado con su trabajo durante los diecinueve años que separan su nueva peripecia de aquella destacada odisea al lado de su padre, tiempo más que suficiente para provocar cambios en su físico y en su entorno, ubicado cronológicamente en 1957, en un periodo durante el cual el enemigo son soldados soviéticos liderados por Irina Spalko (Cate Blanchett), una villana en quien se descubre una ambición desmedida similar a la mostrada por sus predecesores en la serie. Esta era de guerra fría remite directamente a la amenaza comunista y a las pruebas nucleares con las que se inicia el film, cuando se descubre a un Indiana Jones entrado en años, pero sin que el paso del tiempo haya mermado sus aptitudes o cambiado su manera de entender el medio por donde transita su ajetreada existencia. Desde su presentación, en la base secreta donde se guardan algunos de los objetos que él mismo encontró en el pasado, se le observa enfrentándose al grupo de militares rusos, de quienes se esconde en un pueblo fantasma donde sobrevive a una explosión atómica para de inmediato caer en manos de agentes federales que le acusan de simpatiza con la ideología comunista (una referencia clara a la caza de brujas de la época). Así pues durante los primeros compases del film se muestran aspectos que ubican la historia dentro de un contexto definido en el que Jones reniega de su supuesto cansancio físico para embarcarse en una aventura que coquetea con el cine de ciencia-ficción de la década de 1950, de ahí que hacia el final de la trama se muestre a una comunidad extraterrestre que reposa en la mítica ciudad de El Dorado, a la que el héroe y sus acompañantes acceden tras superar las inevitables trabas que les separan del éxito. Sin embargo, y a pesar de sus buenas intenciones, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal provoca la sensación de no aportar nada nuevo a la ficción cinematográfica de un personaje que en su momento revitalizó el género de aventuras, provocando la proliferación de imitadores menos carismáticos e incluso la gestación del vástago que se dio a conocer en esta entretenida película.

martes, 9 de octubre de 2012

El retorno del Jedi (1983)

El imperio contraataca (The Empire Strikes Back) se cerró con un final abierto que no podía más que dar pie una continuación donde Han Solo (Harrison Ford) fuese rescatado para proseguir con la lucha contra el Imperio galáctico; y eso fue lo que ocurrió en la primera parte de El retorno del Jedi (Return of the Jedi), cuando su grupo de amigos se reúne en Tatooine para liberarlo de las comodidades ofrecidas por el batracio Jabba The Hutt. Pero la lucha continúa en esa galaxia lejana donde el malvado emperador (Ian McDiarmid) ha ordenado construir otra estrella de la muerte, más poderosa que la anterior, pero que todavía no se encuentra operativa o eso creen los generales rebeldes cuando proponen un plan de ataque para destruirla. En El retorno del Jedi George Lucas volvió a contar con Lawrence Kasdan como co-guionista y volvió a delegar las funciones de dirección en otro realizador, en esta ocasión en Richard Marquand, aunque es evidente que el control del film fue asumido por el creador de la saga, que en este episodio puso fin a las andanzas de Luke Skywalker (Mark Hamill), devolviendo de ese modo el equilibrio al universo (alterado en las precuelas realizadas años después). A partir del episodio V, la figura de Dark Vader adquiere una mayor relevancia en la historia al descubrirse como el padre de Luke, cuando ambos se enfrentan en la ciudad flotante, una lucha que debe repetirse si Luke pretende convertirse en Jedi, así se lo hace saber Yoda (Frank Oz), moribundo, antes de decirle que existe otro Skywalker (la visita de Luke al planeta Dagobah se produce para dejar cerrada la presencia de Yoda y dar sentido a su aparición final). En El retorno del Jedi Luke descubre que Leia (Carrie Fisher) es su hermana, si George Lucas hubiese realizado un séptimo episodio puede que descubriese que Chewbacca (Peter Meyhew) era su hijo y en un octavo que C-3PO (Anthony Daniels) era el robot de Metrópolis remasterizado con tecnología THX, pero a pasar de los muchos rumores de la existencia de tres trilogías (podrían existir muchas más dependiendo de su autor) la saga concluye aquí, en la luna santuario de Endor, sin espacio para aquellos hipotéticos episodios VII, VIII y IX. Endor es el satélite al que envían a los luchadores por la libertad espacial, allí se encuentra el generador del escudo protector de la nueva estrella de la muerte, un escudo que Han Solo debe desconectar con la ayuda de Leia y de los plomizos peluches que la heroína se encuentra en el bosque, y que reciben el nombre genérico de Ewoks, pequeños seres nativos del lugar que tendrían mayor protagonismo en la película La batalla en el planeta de los Ewoks (1985), un film familiar que poco dio de sí. La parte final de El retorno del Jedi sigue tres frentes distintos: la misión de Solo y Leia, el ataque de la flota rebelde comandado por Lando Calrissian (Billy Dee Williams) a la estrella de la muerte y el enfrentamiento de Luke con su destino, el cual podría convertirle en Jedi, al igual que lo fue su padre (el individuo que sobrevive dentro de un traje negro mientras se plantea sentimientos que habría olvidado mucho tiempo atrás), o caer en el lado oscuro de la fuerza, cuestión que pretende el emperador con su presencia en la estación espacial. Aunque Luke lo tiene muy negro ya se sabe de que va todo esto, así pues se aferra a un atisbo de esperanza con el que pretende devolver a su padre a la senda que abandonó en el episodio III. Como conclusión de la saga El retorno del Jedi resulta descafeinada, sobre todo si se compara con el episodio anterior (para muchos el mejor de la franquicia), llena de tópicos y de una previsibilidad que anuncia ese final feliz que devolverá el equilibrio a la fuerza y pondrá fin a las aventuras estelares de Luke, Han, Leia y compañía.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Willow (1988)



La valía del héroe no se mide por su tamaño, sino por el empeño que le empuja a soportar y superar situaciones a las que no desearía tener que enfrentarse, y sin embargo debe hacerlo por un bien común, cuestión que hermanastra a los nelwyn ideados por George Lucas con los hobbits de Tolkien. Como muchas otras películas del género fantástico, que enfrenta al bien contra el mal, Willow encuentra sus raíces en El señor de los anillos; hay quien dice que se trata de una especie de versión apócrifa de la misma, aunque resulta mucho más infantil y menos espectacular que la adaptación cinematográfica de la novela de Tolkien que dirigiría años después el neozelandés Peter Jackson. El héroe presentado por George Lucas y Ron Howard es un granjero que no quiere serlo, con aspiraciones a convertirse en el nuevo aprendiz del gran mago (Billy Barty), sin embargo, no cree en sí mismo, cuestión que le aparta de su meta y que le recrimina el brujo después de rechazarle como alumno; no obstante tendrá su oportunidad de asumir su valía durante la aventura que cambiará su vida. Antes de acudir a la aldea Willow Ufggod (Warwick Davis) y sus dos retoños habían descubierto un bebé daikini en la orilla del río que baña sus tierras, las mismas que el cacique del pueblo les quiere arrebatar. Elora Danan, así se llama el bebé, no es una niña normal, ella es la princesa que anuncian las profecías, la única capaz de destruir a la malvada reina Bavmorda (Jean Marsh), ser despiadado donde los haya, que envía a sus huestes para capturarla, sin saber que Elora será defendida por un individuo singular, que es mucho más de lo que aparenta y cree ser. La valentía de Willow fluye de sus buenos sentimientos, sin embargo, durante el traslado de la princesa bebé a territorio de los daikini, continúa sin afianzarse, ya que el temor a lo desconocido y la añoranza del hogar dominan su pensamiento. Willow emprende el viaje en compañía de otros miembros de su especie, con la misión de entregar el bebé al primer hombre alto que encuentren; no obstante éste resulta ser un reo enjaulado en un cruce de caminos por donde no tarda en transitar un ejército que se dirige a la batalla. El líder de los guerreros (Gavan O'Herlihy) reconoce a Madmartigan (Val Kilmer), a quien saluda acusándole de deshonor y egoísmo; pero Madmartigan, como Willow, es más de lo que aparenta ser. Inicialmente tampoco semeja reconocer su propia valía o quizá la haya olvidado como consecuencia de su comportamiento individualista e irresponsable, que únicamente busca la diversión y su beneficio personal. Cuando las huestes se alejan, y le dejan dentro de la jaula, comprende que su única oportunidad para salir de ella son los nelwyn, a quienes intenta convencer para que le liberen, a cambio de la promesa de cuidar de Elora. Willow acepta forzado por la necesidad de regresar a su hogar, pero sin estar convencido de hacer lo correcto, ya que la imagen que se ha formado del guerrero provoca sus dudas, que se desvanecen a medida que avanza una aventura durante la cual los prejuicios iniciales dan paso al respeto y a la admiración entre los dos héroes. Willow se completa con acción, humor, magia y el romance que surge entre Madmartigan y Sorsha (Joanne Whalley), la cruel y letal hija de la reina Bavmorda, con quien el guerrero establece una relación de atracción-rechazo mientras continúan el viaje que, al igual que sucede en el de los hobbits, proporciona a Willow la confianza necesaria para creer en sí mismo y así poder ayudar a que la pequeña Elora cumpla su destino.

viernes, 13 de abril de 2012

Indiana Jones y la última cruzada (1989)


Las primeras imágenes de
Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989) muestran a un adolescente que monta sobre un caballo por el desierto de Utah en compañía de otros jóvenes exploradores. Durante las escenas iniciales se intuye como será su yo del futuro, un hombre intrépido con multitud de recursos y que nunca se rinde. La presencia en el film del joven Indy (River Phoenix) fue un secreto hasta el último momento, una idea surgida de la mente de George Lucas. que sirve para descubrir aspectos del Indiana Jones maduro (Harrison Ford). El Indy adolescente observa como varios saqueadores o profanadores de tumbas se apoderan de la cruz de Colorado, una reliquia que según su opinión debería estar en un museo. Ni corto ni perezoso, se hace con ella, obligando a los saqueadores a perseguirle por el desierto hasta un tren circense, en cuyo interior se encuentra con algunas características que ya no le abandonarán: el uso del látigo, serpientes a las que odiar y un afán de superación que no le permite detenerse ante nada, cuestión ésta que le proporciona la admiración de su rival, y convence a aquél para que le regale el sempiterno sombrero que luce veintiséis años después en un barco que flota frente a la costa de Lisboa, donde intenta recuperar aquella cruz que le arrebataron en el pasado. George Lucas y Steven Spielberg barajaron varias opciones para el guión de la tercera entrega de las aventuras del famoso arqueólogo; tenían claro que sería una historia épica, y entre las opciones que se barajaron surgieron argumentos ambientados en China (relacionado con el Rey Mono), en Escocia (en un castillo con fantasmas incluidos) o en el Tibet, decantándose finalmente por la idea del productor de situar la acción en torno a la búsqueda del Santo Grial. La elección poseía el carácter épico que se buscaba, pero necesitaban algo más para dotar de fuerza y diversión a una película que devolvería al personaje a los espacios abiertos que no aparecieron en su precuela. Ese algo fue ni más ni menos que el padre de Indy, también conocido como el doctor Henry Jones (Sean Connery), un invitado de lujo en la aventura de su hijo. Steven Spielberg tenía clara su elección para el papel de Henry Jones padre, él quería a Sean Connery (George Lucas había sugerido a Gregory Peck), consciente de que el actor escocés aportaría la energía y fuerza del agente 007, perfecto para dar replica a Harrison Ford. Entre ambos actores nació una complicidad que podría considerarse lo mejor de un film repleto de humor, aventura y acción, el más trepidante de la serie, y seguro que el más chocante y cómico, gracias a las réplicas entre padre e hijo, éste último siempre frustrado ante la aparente indiferencia del mayor de los Jones. La aparición de Walter Donovan (Julian Glover), millonario y filántropo, permite que Jones hijo descubra que su padre ha desaparecido mientras realizaba la búsqueda del Santo Grial, hecho que le convence para emprender la aventura y aterrizar en Venecia en compañía del imprescindible Marcus Brody (Delholm Elliott). En la ciudad bañada por las aguas del Adriático se reúnen con la doctora Elsa Schneider (Alison Doody), colaboradora de Henry senior y la nueva chica Indy, además de ser una mujer ambiciosa que no comprende el auténtico valor del objeto que buscan. Desde ese momento la acción y la comicidad cobran el protagonismo absoluto de una historia que reúne a padre e hijo para que ambos alcancen esa meta que no sería el Grial, sino el reconocimiento mutuo que les acerca y que les devuelve aquello que habían perdido como consecuencia de su alejamiento y de los reproches de Indiana. Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade) reúne a dos generaciones de eruditos geniales y les concede la oportunidad de vivir la aventura más trepidante vivida en la gran pantalla por el famoso arqueólogo, quien de nuevo tiene que verse las caras con un viejo enemigo, los nazis, a quienes odia tanto como a las serpientes y a quienes volverá a derrotar, porque esta vez cuenta con su padre y su peculiar sentido del humor.

sábado, 24 de marzo de 2012

Indiana Jones y el templo maldito (1984)


La segunda aventura cinematográfica de Indiana Jones traslada al doctor Jones (
Harrison Ford) hasta un local de Shanghai, allí enseña sus credenciales pendencieras, muestra su cínico sentido del humor y escucha a una cantante llamada Willie Scott (Kate Capshaw), quien junto al pequeño (gran) Tapón (Ke Huy Quan), le acompañará en su huida. Indy y compañía escapan de las garras de Lao (Roy Chiao), pero ignoran que el avión al que suben pertenece a ese mafioso que, antes del despegue, ordena a sus pilotos que lo estrellen con pasajeros incluidos. Indiana Jones es un hombre de recursos y, previo al choque del aparato contra la montaña, se agencia una balsa de goma que utiliza primero como paracaídas y después como vehículo todoterreno que les desliza a gran velocidad, y con muchos golpes, hasta una aldea en algún lugar de la India (esta escena había sido ideada para la anterior película de la saga). Silencio, tristeza, desolación, no existe ni colorido ni se escucha el griterío de los niños; sólo un anciano que sale a su encuentro, convencido de que son los enviados que salvarán a su pueblo. Indy, Willie y Tapón escuchan la desgracia que asola a la aldea desde que los enviados del palacio de Pankot se llevaron a los niños y la piedra sagrada que la protegía; el anciano les informa que se trata de una de las cinco piedras de Shankara, las mismas que proporcionarían un poder ilimitado a quien lograse reunirlas. La oportunidad de recuperar el símbolo y de liberar a los pequeños esclavos convencen a Indiana Jones para emprender un viaje en elefante que les conduce hasta el palacio donde se desarrolla su segunda aventura, que acontece en 1935, un año antes que la expuesta en En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981). Indiana Jones y El templo maldito (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984) se confirió como una precuela para poder cambiar de enemigo, escogiendo a los thughs de Gunga Din (una de las películas favoritas de Steven Spielberg) como los rivales a los que se enfrenta el arqueólogo. Las palabras de los aldeanos aseguran que la secta Thuggee, adoradores de la diosa Kali, continúa con su culto sanguinario, circunstancia que provoca que Indy muestre sus dudas y sus recelos cuando se sienta a la mesa del maharajá de Pankot; sin embargo, el ministro (Roshan Seth) niega unos rumores que no tardan en confirmarse. Como aventura, Indiana Jones y El templo Maldito resulta menos alegre que su predecesora y su sucesora. Se torna más oscura tras los “locos” minutos iniciales, por momentos claustrofóbica, debido a que la mayor parte de la acción transcurre en el interior del palacio-templo donde sacrifican a las víctimas y los túneles de la mina por donde los héroes tratarán de escapar. George Lucas quería un film más oscuro que el anterior, se ha dicho que debido a su estado anímico (acababa de divorciarse), cuestión que Steven Spielberg aceptó, aunque no le acababa de convencer la idea. A pesar del tenebrismo que domina la aventura, existe un toque de humor que se centra en la lucha de sexos que se desata entre Jones y Willie Scott, así como en la presencia de Tapón, quien, en más de una ocasión, salvará a sus amigos. La parte final del film cobra mayor rapidez al exponer la fuga de los héroes, quienes en el interior de una vagoneta “vuelan” por los túneles, excavados por los niños perdidos, en busca de ese final que permita la esperada victoria de Indiana Jones y el cierre de un buen film de aventuras que se aleja del aire pulp y de serial que predomina en el resto de la saga.

viernes, 20 de enero de 2012

El Imperio contraataca (1980)

Pues sí que sería casualidad que, con lo enorme que debe ser una galaxia lejana, Luke Skywalker (Mark Hamill) se encontrase frente a frente con su padre; pero en fin, la vida es así, llena de casualidades, y el cine también. Además del azar que une familias, El Imperio contraataca (The Empire Strikes Back) destaca por ser mejor película que su predecesora, La guerra de las galaxias (Star Wars), más completa, oscura y madura, seguramente debido a la participación en el guión de Lawrence Kasdan y Leigh Brackett (la misma guionista que había colaborado en siete ocasiones con un director de la talla de Howard Hawks), juventud y experiencia que servirían para dar mayor consistencia al desarrollo de la historia, diálogos más elaborados y algo de profundidad a los personajes; el otro acierto con respecto a la anterior podría encontrarse en la generosidad de George Lucas al ceder la dirección a Irwin Kershner, pues el creador de la saga no destaca ni como realizador ni como guionista, pero sí por las buenas ideas que presenta para que otros las lleven a cabo bajo su supervisión, y por el desarrollo de los medios para que éstas adquieran ese toque espectacular que se descubre en cada una de ellas. Los rótulos iniciales indican que el Imperio se ha repuesto del duro golpe que significó la destrucción de la Estrella de la Muerte (a manos de un mocoso, de un cowboy espacial y del fiel y peludo amigo de éste), y que ahora se encuentra persiguiendo a los rebeldes; esos que se esconden en el planeta helado de Hoth, donde Han Solo (Harrison Ford) aguarda impaciente la recompensa que le permita saldar sus deudas con el despiadado contrabandista Jabba the Hutt. La batalla del planeta helado en la que se enfrentan los buenos contra los malos se presenta espectacular, a la espera de que Luke se recupere de su tropiezo con un yeti extraterrestre y salga en su caza a plantar batalla. Antes de que Han le encontrase, Luke había recibido la visita del espectro de Obi Wan Kenobi (Alec Guinness), el cual le aconsejaba que viajase al remoto planeta de Dagobah donde encontraría al más grande (no en tamaño) de los caballeros jedi, un tal Yoda (Frank Oz), quien completaría su instrucción alterando el orden de las palabras y le convertiría en un jedi como ellos y como su padre. La acción de El imperio contraataca, tras el ataque de las fuerzas de asalto imperiales, se divide en dos frentes; por un lado, Luke huye en compañía de R2D2 (Kenny Baker) hacia el hogar de Yoda; mientras que Han Solo, la princesa Leia (Carrie Fisher) (éstos dos parece que quieren algo más que discutir), Chewbacca (Peter Mayhew) y C3PO (Anthony Daniels) se escapan en el Halcón Milenario, la vieja y mítica nave que necesita una pequeña reparación, ¡y mira tú por donde!, un viejo camarada de Solo gobierna una ciudad flotante cerca de donde se encuentran. Lando Calrissian (Billy Dee Williams) se muestra amable, a pesar de que en el pasado perdiese la nave en una partida de cartas con Han Solo, sin embargo eso está olvidado, y como muestra de amistad les entrega a Darth Vader (con el cuerpo de David Prowse y la voz de James Earl Jones), ese tipo alto que padece de asma y quién sabe cuantas cosas más, y que pronto dará la sorpresa del día. La fuerza se enturbia ante el sufrimiento de sus amigos, Luke lo siente, también el pequeño ser verde de orejas puntiagudas que le muestra los caminos de la misma. Luke no puede soportar la visión del padecimiento de sus seres queridos, y ante él se presenta la disyuntiva de su vida: concluir su aprendizaje o socorrer a sus amigos sin haber completado su instrucción, circunstancia que implicaría el peligro de sucumbir ante los encantos del lado oscuro de la fuerza. El Imperio contraataca tuvo menos éxito comercial que su antecesora, sin embargo, a nadie le pasó por alto que se trataba de una buena película, mejor que la anterior (y la mejor de la serie); en ella se mostraron nuevos personajes (sorprendente e inesperado éxito de Boba Fett (Jeremy Bulloch), cazarrecompensas que, empleando pocas palabras, llamó la atención de muchos espectadores), nuevas naves espaciales y nuevos vehículos de ataque, así como dejó un final abierto (está vez no existía la menor duda de que habría una continuación) que dejaría a más de uno (la mayoría de los espectadores) a la espera de una resolución favorable para los rebeldes espaciales.

jueves, 28 de julio de 2011

En busca del arca perdida (1981)


El rostro de Indiana Jones se asocia a las facciones de
Harrison Ford, pero pudo no haber sido así. La primera elección de Steven Spielberg y compañía no fue el actor que daba vida a Han Solo, sino el que interpretaba para la pequeña pantalla al famoso detective afincado en Hawaii, Magnun. Tom Selleck no pudo interpretar al mítico aventurero porque se encontraba inmerso en la producción de dicha serie, una suerte para Harrison Ford y para todos los demás, a excepción del propio Selleck. Harrison Ford se convertiría en estrella gracias al personaje galáctico y a este aventurero que sufre de doble personalidad. Cuando se encuentra en la universidad, vestido con traje y pajarita, resulta tímido e incluso asustadizo, algo de lo que se olvida cuando se enfunda su cazadora de cuero, su sombrero y sujeta su inseparable látigo entre sus dedos. Este último es el verdadero Indiana, un arqueólogo que es capaz de superar cualquier imposible con tal de conseguir esas reliquias del pasado que de no ser por su osadía se mantendrían ocultas para siempre. La irrupción de agentes del gobierno en su vida académica, informándole de que tropas nazis se encuentran buscando el Arca de la Alianza, le ofrece la oportunidad para buscar ese objeto dado por perdido milenios atrás. Su primera intención consiste en recuperarla para su estudio y exhibirla en un museo, pero a medida que transcurre su epopeya la idea inicial sufre un cambio, y se hace prioritario impedir que las fuerzas malignas, que amenazan al mundo, puedan contar con el arma que les haría invencibles. En busca del arca perdida (Raiders of the lost ark) arranca con un emocionante prólogo que sirve para presentar al verdadero Indy, desplegando sus recursos, su rudeza (ausente cuando ejerce como docente), su encanto y su cinismo, una serie de características que le definen a las que Marion (Karen Allen) no puede resistirse, a pesar de haber sido abandonada por el intrépido aventurero una década atrás. Tras la presentación y la reunión con los agentes del gobierno, el relato calienta motores al tiempo que lo hace el avión que conducirá a Jones hasta Marion, para que, juntos y revueltos, viajen a Egipto, país de grandes hallazgos arqueológicos donde Belloq (Paul Freeman), presentado en el prólogo como el principal enemigo de Indiana y villano de turno con aires de grandeza, supervisa la excavación nazi. Sin otra opción, Indiana Jones no puede más que sufrir las situaciones que se le presentan, dando rienda suelta a sus múltiples recursos, a su peculiar sentido del humor o al pánico que siente cuando ve una serpiente (y verá unas cuantas). La historia original de Indiana Jones fue escrita por George Lucas (también productor ejecutivo) y Philip Kaufman, en ella se puede apreciar influencias de los seriales de los años treinta, de las historias que aparecían en las páginas de las revistas "pulp" o de producciones de aventuras como El tesoro de Sierra Madre (John Huston, 1948) o, como se descubre en la indumentaria del protagonista, El secreto de los Incas (Jerry Hopper, 1954) o el típico villano de turno que no desentonaría en la saga 007 y que, como aquellos, pretende dominar el mundo. La escritura del libreto fue encargada a Lawrence Kasdan, cuyo guión resultó divertido y emocionante, en él se mezclaba clasicismo con modernidad, aventura, acción, romance y humor, e incluso una pequeña dosis de fantasía. Cuando Steven Spielberg gritó el primer día de rodaje: ¡cámara, acción!, aplicó su talento y su habitual habilidad narrativa para ofrecer un acabado espectacular y convertir al personaje de Indiana Jones en un icono y en un impulso desenfadado para un género que no vivía su mejor momento, puesto que En busca del arca perdida se mostró como una excelente aventura en la que la música de John Williams puso la guinda.

lunes, 25 de julio de 2011

La guerra de las galaxias (1977)

La excelente recaudación obtenida por American Graffiti posibilitó a George Lucas rodar un film que de otro modo pudo no haber sido filmado, puesto que las distribuidoras y majors hollywoodienses no eran capaces de comprender o, menos aún, vaticinar el colosal éxito en el que se convertiría La guerra de las galaxias. El Episodio IV. Una nueva esperanza comienza con la archiconocida composición musical de John Williams y con los intertítulos que ubican la película en una galaxia lejana al tiempo que explican el dominio del Imperio Galáctico y la existencia de un pequeño grupo de rebeldes fieles a la antigua República que continúan batallando en pos de la libertad. Sin embargo, el Imperio ha construido el arma definitiva, La Estrella de la Muerte, una nave satélite con capacidad destructiva nunca vista. Los minutos iniciales, cuando en el destructor imperial ataca a la nave donde viaja la princesa Leia (Carrie Fisher), vehículo espacial que no tarda en ser abordado por las tropas de asalto imperial, sirven para mostrar la intención de Lucas; que no sería otra que la de ofrecer un film donde el entretenimiento prime por encima del guión, de los diálogos o de los personajes. La guerra de las galaxias se revela como una amalgama de características de diferentes géneros: aventura, ciencia-ficción y fantasía, combinado con aspectos de western que se descubren en Han Solo (Harrison Ford) y Chewbacca (Peter Myhew), dos llaneros solitarios que cabalgan en el interior del Halcón Milenario, o la taberna en Tatooine, donde se produce el primer contacto entre varios de los héroes de la saga, rodeados por peligrosos forajidos de distintas etnias interestelares. El cine de Akira Kurosawa se encuentra presente en los personajes de C3PO (Anthony Daniels) y R2D2 (Kenny Baker), inspirados en los dos pícaros de La fortaleza escondida, además, los caballeros Jedi semejan una especie de señores samuráis, que al igual que aquéllos anhelan la paz interior que les proporciona el equilibrio. La tecnología, las naves espaciales y la robótica forman parte de la ciencia ficción, pero si se analiza la historia, se percibe que Star Wars se encuentra más cerca, salvando la distancia, de la fantasía del tipo de El señor de los anillos de Tolkien que de la ciencia-ficción de 2001, una odisea del espacio de Arthur C.Clarke, título que Stanley Kubrick llevó a la gran pantalla consiguiendo un hito distinto al conseguido por esta producción. No obstante, la película de Kubrick es otra de las influencias recibidas por George Lucas para filmar el cuarto episodio, que sería el primero de una primera trilogía que sería la segunda, al menos como ejercicio numérico no tiene desperdicio. El discurrir de los minutos lleva la acción a Tatooine, hogar del joven Luke Skywalker (Mark Hamill), el héroe que desea combatir contra el Imperio, y un personaje nada trabajado, carente de personalidad y de atractivo, pero que mejorará en el siguiente episodio. Próximo a Luke se encuentra Obi Wan Kenobi (Alec Guinness), el antiguo maestro de Darth Vader, que según se deduce de la segunda trilogía, que no es sino la primera, ha perdido parte de su memoria al no reconocer a los dos robots que están presentes en los episodios I, II, III. Pero no es algo que reprocharle, ha envejecido y puede que tenga problemas con los recuerdos, entre otros muchos posibles. A estas alturas del film, George Lucas ya ha presentado a la mayoría de sus personajes, sólo faltan Han Solo y Chewbacca, quienes se apuntan poco después, no para acudir a una fiesta, sino para trasladar al planeta Alderaan los planos de La estrella de la muerte, pero como el viaje se convierte en un imposible deciden rescatar a la princesa Leia de las malvadas garras de ese ser oscuro que se convierte en uno de los personajes más atractivos y recordados de la saga, Darth Vader (David Prowse, Sebastian Shaw y la voz de James Earl Jones), antiguo caballero Jedi que sufrió un apagón que le hizo caer en la oscuridad. Así pues, sin tiempo para reflexionar sobre los acontecimientos, los héroes se encuentran corriendo y pasándolas canutas dentro de una Estrella de la muerte repleta de amenazas. El mayor peligro reside en la presencia de ese Lord Sith que busca, olfatea y ataca, cual doberman galáctico, porque ha percibido una perturbación en la fuerza, sensación que le provoca la sospecha de que su antiguo maestro y amigo, Obi Wan, se encuentra cerca. Por otro lado, Han, Luke y Chewbacca rescatan a Leia, y de las conversaciones que siguen a dicha acción se deduce que el chulesco cowboy y la princesita se atraen, ¿sentirán lo mismo Luke y Chebacca? Con más de la mitad de la película consumida, sin palomitas en el envase y sin respuesta a cualquier tipo de pregunta, el entretenimiento no cesa, pues el espectáculo continúa con una fuga que les conduce hasta el satélite donde se esconden las tropas rebeldes, lugar desde donde lanzarán un ataque a vida o muerte contra la poderosa y destructiva arma imperial. Ordenando las ideas anteriores se podría decir que Star Wars. Episodio IV. Una nueva esperanza marcó un antes y un después dentro del panorama cinematográfico, y no lo hizo por su calidad, más que discutible, sino por la posibilidad que ofreció al público, que pudo observar naves espaciales surcando el espacio, rumbo a planetas lejanos, habitados por criaturas nunca vistas y dominados por un Imperio representado en la figura oscura de la fuerza, un villano de renombre que no tarda en descubrir que existe un grupo de héroes que desde la espectacularidad de la space opera, la sencillez narrativa, a menudo infantil, y la fantasía intentan devolver la libertad a la galaxia. Y llegados a este punto tocaría escuchar, una vez más, la soberbia partitura de Williams y esperar a una segunda o quinta entrega: El imperio contraataca (1980), con la incorporación de Lawrence Kasdan y Leigh Brackett (colaboradora en muchas películas de Howard Hawks) en labores de guionistas, hecho que se traduciría en una mayor consistencia en la historia y en el desarrollo de los personajes.