lunes, 23 de octubre de 2023

Indiana Jones y el dial del destino (2023)


A estas alturas, por lo general, el cine me aburre más que aquel monótono día que paseé el ascensor de lado a lado y de arriba abajo. Pero, sobre todo, el que más me aburre es el de centro comercial; tan bien empaquetado y presentado, con su lacito de gran estreno y su tambor de palomitas. La promesa de pantalla grande que me rodea, de sonido envolvente que me ensordece, de asientos que ya son camas, ¿a qué me invita todo eso? Duermo, mas no sueño ante la pantalla. El estruendo, las películas uniformes, tanto como el sonido de mil bocas masticando maíces. Al cine no se va a pensar ni a soñar, me dirán millones de mentes, se va a entretenerse y a empacharse. Ya. Pero ¿y si me entretengo pensando en ayunas o después de saborear un buen plato de comida casera, no pasmando frente a la misma no historia que se repite, una y otra vez, con rostros y espacios quizá distintos? Ya no es peligroso que el cine recorra el mismo abismo, es costumbre; y nos hemos acostumbrado a consumirlo sin tiempo para digerirlo ni exigirle más madera. ¿Cuál es su sabor? ¿Cual su sustancia? Acaso ¿toda película de estreno sabe a pollo? Continúo viendo películas por masoquismo, adicción, apatía, inercia, quizá porque aún me quede un atisbo de esperanza para soñar imágenes en movimiento, qué se yo; ni idea, pero alguno de esos motivos será para que siga buscando o esperando algo en un medio de expresión que ha perdido su toque o yo no se lo encuentro; que también es posible. Lo único que sé es que lo divertido, lo emotivo, lo accidental y lo reflexivo, la aventura y un poco de locura, no se encuentra en una pantalla, sino fuera de ella. En la vida. Son los momentos que salen de la rutina, aunque se produzcan en la cotidianidad, los que deparan algo distinto a lo usual y dan sustancia al día a día. La vida puede sorprender, doler y enamorar en plan montaña rusa, el cine ya carece de sorpresa, está programado y mayormente ni siquiera pretende más que el efecto y el beneficio económico. Eso encuentro en Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones and The Dial of Destiny, James Mangold, 2023), la última entrega de la saga Indiana Jones y la primera sin Steven Spielberg en la dirección, en la que Harrison Ford rejuvenece décadas para regresar a su mejores enemigos: los nazis, aunque sin la sal, alegría y simpatía, que puso sabor a En busca del arca perdida (Rider of The Lost Ark, Steven Spielberg, 1981) e Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and The Last Cruiser, Steven Spielberg, 1989)…



El último Indiana carece de la vivacidad y el vitalismo de aquel arqueólogo aventurero que marcó la infancia de una generación. No por entrar en la edad de la jubilación, sino porque sus autores apelan a la nostalgia superficial —al público que hoy vive sus cuatro y sus cinco décadas y que quiere convencer a sus hijos para que asuman su gusto por esta u otras sagas de su infancia y adolescencia— y la dotan de un ritmo actual que no cree en la aventura, solo en la repetición de tópicos y momentos que rellenan los minutos con persecuciones sin emoción, con conformismo y otros alimentos de consumo instantáneo que engordan la estupidez que domina el espectáculo cinematográfico actual… Pero la historia del dial del destino se traslada en el tiempo, de la Segunda Guerra Mundial a 1969, cuando la NASA llega a la Luna e Indy, en su presente, ya es una reliquia del pasado; también del nuestro. No hay lugar para él en el presente; lo jubilan en un mundo que mira hacia el futuro o hacia ninguna parte; mientras que el profesor Jones sigue admirando el pasado, intentando recuperarlo para el presente. En este episodio, película, capítulo o quinta entrega, el objeto que excusa la acción es el dial de Arquímedes, la “anticitera”, una maquina del tiempo, mejor dicho, un aparato que puede predecir grietas temporales que conectan presente y pasado. Pero nadie, ni Jones ni Harrison Ford, ni el cine ni un reloj de cuco pueden volver atrás en el tiempo o hacer que este retroceda; solo crear la ilusión, sin embargo, la película no lo logra. Nace, se desarrolla y concluye en la desilusión de no tener nada nuevo que contar. No hay brillo en el crepúsculo de Jones. Ya hubo otros crepúsculos, otros finales, pero la aventura como la conocimos, ya no es la que conocemos. La nostalgia, aquella que de auténtica duele, ilusiona, emociona, no busca devolver lo añorado, solo lo sueña consciente de que lo idealizado es un paraíso perdido que solo puede añorarse o revivir en la imaginación. Y de esto carece la quinta aventura cinematográfica del señor Jones…




No hay comentarios:

Publicar un comentario