jueves, 19 de octubre de 2023

Danzad, locos, danzad (1930)

En Danzad, locos, danzad (Dance, Fools, Dance, 1930), el garito y la pista de baile son los escenarios donde Harry Beaumont reúne por primera vez en la pantalla a dos mitos de Hollywood: Joan Crawford y Clark Gable, quien todavía no era la estrella que llegaría a ser poco después de participar en esta película que deambula entre el cine gansteril y el de periodismo para conceder protagonismo al personaje de la popular actriz. De hecho, aquí, en la pista de baile y en el club donde el alcohol prohibido alegra con su ardor la fiesta, el rol de Gable es secundario, pero de importancia suficiente para llamar la atención del público. Sí, afirmarán algunas voces, ese es Gable, el chico malo de la Metro, la futura estrella que no se la llevará el viento, pues su brillo de supernova todavía alcanza el presente. Pero antes de ser uno de los Reyes indiscutibles de la pantalla y del Hollywood dorado, Gable sería castigado por la MGM y enviado a la “jaula” de Harry Cohn, donde tampoco lograron enderezarlo, pero sí enderezar su camino hacia la leyenda en Sucedió una noche (It Happened One Night, Frank Capra, 1934). Pero aquí, entre balas y botellas, asoma sin el mito, ejerciendo de criminal que babea por Bonnie, cuando la ve bailar. Ella es la heroína, la que supera obstáculos y puede con cuanto le echen, la protagonista de este film rodado sin la moralina del código Hays, una estupidez más entre tantas, una que dos años después se impondría en Hollywood para amansar a las “fieras” y controlar el espectáculo, haciendo desaparecer de las pantallas el erotismo, la carne y el desfase que mentes “bienpensantes” y “salvadoras” creían que podrían herir la sensibilidad de la decencia pública y descarriar al resto del respetable.

El personaje de Crawford, una de las actrices más exitosas del periodo anterior, el silente, da vida a Bonnie Jordan, una niña rica de la alta sociedad, cuyo padre (William Holden) muere de infarto cuando las acciones de su compañía se hunden en la bolsa. Este es uno de los aspectos sociales que asoman por el film de Beaumont (director asiduo de Crawford), el crack bursátil, pero solo es la excusa para introducir la orfandad y la pobreza que obligan a Bonnie y a su hermano Rod (William Bakewell), apenas un crío consentido y pusilánime que se verá arrastrado a la delincuencia y empujado al asesinato, a buscarse la vida. Ella lo hace en un periódico —la escena que la presenta en la redacción tiene su gracia visual e informa de la inexperiencia de la joven, que teclea con lentitud y escribe insegura— y él trabajando para la banda de traficantes de licor. El otro rasgo de la realidad del que bebe la película es la “ley seca”, la que crea al gánster que trafica con alcohol. Ese fuera de la ley es interpretado por Gable, un tipo duro, un gánster, un criminal profesional y un mujeriego que solo busca sexo, acostumbrando a tomar lo que quiere de quien quiere, ya sea mediante su dinero o por las armas. Danzad, locos, danzad, también toma lo que necesita y eso hace de la realidad. Se inspira en Al Capone y “El día de san Valentín”, cuando el gánster real y su banda acabaron con la de un rival, para crear la ficción que lleva a Bonnie a infiltrarse como bailarina en el local de Jack Luva (Gable). Se hace pasar por una tal Mary Smith de Missouri y aparece ya como primera bailarina en el espectáculo del club. ¿Cómo es posible? El cine. En ese instante baila y a Gable se le ponen los dientes largos viéndola moverse al ritmo de la música. No hay duda, quiere que sea suya, ignorando que ella es reportera y que busca descubrir quién mató a su compañero de redacción. Bonnie es el todo de la película, la fuerza que se opone al destino y vence o casi, pues en el final feliz parece perder la independencia que le ha permitido superar las trabas y sobrevivir tanto en el mundo laboral como en su descenso a los bajos fondos. Sin embargo, Danzad, locos, danzad no pretende ser una crónica de la realidad, ninguna producción Metro lo pretendía, sino ubicarse en una irrealidad cinematográfica y poner su historia al servicio de su estrella. En realidad, ver a Joan Crawford “vestida” de Bonnie Jordan era la historia.



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