La primera vez que vi Mula (The Mule, 2018) no pensé en El caso 880 (Mister 880, Edmund Goulding, 1950), pero hace un par de días, la policía de la localidad donde vivo arrestó a una mujer de setenta y dos años por venta de heroína y, al leer la noticia, me sorprendió la edad de la vendedora. Me dije que ahí había una película. En ese instante, justo cuando pensé “película”, descarté tal pensamiento porque me vino a la mente el personaje de Edmund Gwenn, que daba vida a un falsificador de setenta y tres años en el film de Goulding, y poco después uno más insólito: un nonagenario que se dedica a llevar drogas de un lado a otro de Estados Unidos. Obviamente, las últimas imágenes que me llegaron eran de la película en la que Clint Eastwood cuenta la historia inspirada en la realidad de Leo Sharp —la que dio pie al artículo de Sam Dolnick publicado en el New York Times—, un hombre que no encuentra mas salida a su bancarrota que la de trabajar para una pandilla de narcotraficantes que, a su vez, trabajan para el cártel Sinaloa. Eso sí que es insólito, me dije, y no la noticia de la “joven” arrestada en mi localidad ni del “muchacho” real en el que se basó la historia de El caso 880. Por si solos los tres casos son excepciones, juntos dan que pensar en la realidad en la que se produjeron, aunque separados por el espacio y el tiempo. Sin embargo, no voy a plantear sus diferencias y sus coincidencias, solo decir que los dos casos estadounidenses han sido llevados a la pantalla con una diferencia temporal de sesenta y ocho años, pero con la sensación de que ambos personajes se han visto empujados a su carrera delictiva. Dicho esto, me centro en Mula, que fue el regreso de Eastwood a la actuación tras seis años de ausencia. Su último personaje principal había sido en Golpe de efecto (Trouble with the Curve, Robert Lorenz, 2012), y parecería ser su despedida actoral, pero el del nonagenario Earl Stone le iba que ni pintado o, dicho visto el film, “el bueno” lo llena con su personalidad cinematográfica y crea un antihéroe más allá del crepúsculo, pues Earl está de vuelta y media; sabe más por viejo que por demonio y no teme ni a los sicarios del cártel ni a los agentes de la D.E.A. a quienes también despista, además, ¿cómo iban a sospechar de alguien tan tranquilo y de su edad? En realidad, es un hombre que ha comprendido que el sistema se ha despreocupado, que lo ha dejado en el arroyo y que solo él mismo es quien de sacarse de allí. De modo que transgrede la ley y se convierte en un forajido de leyenda que ni dispara ni cabalga sobre el lomo de un caballo, sino que conduce un vehículo a motor. Lo hace sin prisa, pero sin pausa, consciente de que nada tiene que perder y de que la experiencia es un grado y su vida, un momento en el que solo importa redimirse y lograr el perdón o, al menos, la cercanía de su familia, a la que había desatendido en el pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario