El poeta Aleksandr Pushkin, considerado el padre de la literatura moderna rusa, murió a los 37 años en un duelo por herida de arma de fuego. Romántico y evitable final para el gran literato que abría con su obra el camino para los Dostoievski, Gogol, Lermontov, Turgenev, Tolstoi… En El año de las lluvias torrenciales (Torrents of Spring, 1989), basada en un relato del penúltimo de los nombrados, hay un duelo de honor a pistola similar al de Pushkin, pero el protagonista, Dimitri Sanin (Timothy Hutton), no es poeta ni muere en el enfrentamiento, pues los disparos de su oponente no le alcanzan y ambos se dan por satisfechos. Como Turgenev, el duelista es ruso y reside en Alemania, y como Pushkin, supuestamente, se bate por el honor de la mujer a la que ama: Gemma Rosselli (Valeria Golino), prometida con un hombre anodino, pero de posición económica que la madre (Francesca De Sapio) de la joven mira con ojos ambiciosos; igual que no verá mal la propuesta matrimonial de Sanin, cuyo origen aristócrata y sus tierras en Rusia son aval suficiente para que la madre cambie de parecer y dé la aprobación para el matrimonio de su hija con el protagonista, también narrador de esta evocación cinematográfica de la felicidad y del ímpetu existencial que rememora.
Las imágenes no son hechos, sino la memoria que, desde su madurez cercana a la ancianidad, el personaje de Hutton evoca en la distancia que le separa y le acerca el tiempo de felicidad y pasión ya perdido. Aquel año que el título de Turgenev simboliza en “las lluvias de primavera”, un fenómeno torrencial e imprevisible como el pasional encuentro de Sanin y las dos hermosas mujeres de las que se enamoró por aquellos días de su ya lejana juventud. El resultado de este doble romance cinematográfico es una de las producciones más lujosas de Jerzy Skolimowski, que contó con una espléndida fotografía de Dante Spinotti y Witold Sobocibski, con el diseño de Francesco Bronzi y la partitura de Stanley Mayers, y un film pasional, pero que no logra transmitir en plenitud las emociones ni la desbordante pasión que se supone a los enamorados, sobre todo a Maria (Nastassja Kinski), caprichosa, casada y rica heredera, y al narrador, que inicia su idilio con esta, cuando ya se ha prometido con Gemma. Quizá la película se desapasione porque Skolimowski no busque la explosión emocional que se supone a los enamorados, sino debido a que su protagonista no vive en la historia, la evoca a las puertas de la muerte, pues, al inicio del film, Sanin navega hacia el olvido; es decir, los hechos quedan atrás, ya solo le resta evocar aquel momento vivido. Los recuerda y reconstruye en la memoria de un instante de melancolía y tristeza en la que solo, imposibilitado, sin opción de recuperar la felicidad y juventud perdidas, emprende su último viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario