Hoy, me acompaña Bohumil Hrabal y su sátira “Trenes rigurosamente vigilados”, pero no le digo: oye, Hrabal, ese que ves ahí, en este parque de Vista Alegre, antigua Finca Simenón, es el edificio Casa de Europa, no una estación de ferrocarril como las de tu juventud. La casa, de estilo colonial, fue construida en 1903, como residencia de una acaudalada familia compostelana; y en ella destaca su galería: al menos es lo que más me gusta. En la actualidad, el edificio, restaurado en 1999, pertenece a la Universidad de Santiago de Compostela, que lo emplea para reuniones y de alojamiento para invitados de otras universidades. Nunca he entrado y dudo que algún día lo haga, sí lo he hecho en el museo de Historia Natural, ese edificio que está ahí delante. Antes lo había visitado cuando se encontraba en la Facultad de Química. Pero estoy convencido que me gusta más ver la Casa de Europa por fuera, cuando paseo por el parque que transito entre el del Auditorio de Galicia, al norte, y el de Galeras, al sur, desde el cual se accede a la ruta del Sarela, uno de los paseos fluviales que pueden recorrerse sin notar que te encuentras dentro de una cuidad con diversas zonas verdes que se conectan entre sí, para mayor gusto y disfrute de los paseantes que prefieran un instante apartado del asfalto o de las bellas piedras del casco histórico, que se encuentran a apenas cinco minutos del lugar de las imágenes fotográficas…
va de vagos - cine
miércoles, 16 de julio de 2025
martes, 15 de julio de 2025
Solo Dios perdona (2013)
lunes, 14 de julio de 2025
Mucho en menos
Que el humano ha intentado engañar al humano no es novedad, parece que lo lleva en el ADN de la especie. Entonces, ¿seria imposible luchar contra la propia naturaleza o condición? No lo creo, porque cabe la posibilidad de lo contrario, puesto que si acepto que el engaño forma parte de la condición humana, también asumo que en ella está la búsqueda de la verdad demostrable, aunque vayan a saber ustedes dónde se encuentra esta en tiempos en los que todos asumen decir la verdad y acusan al resto de ser portadores de la mentira. Pero que algo sea inherente a uno no quiere decir que deba gustarme ni que esté dispuesto a practicarlo porque otros lo hagan. Tampoco pretendo generar un debate que solo llevaría a insultos de pros y de antis; porque si algo se ha demostrado en las redes sociales es la proliferación del infantilismo del polemista, la falsedad de que todos sabemos más que los otros y la imposibilidad de dialogar y de discutir sin caer en la falta de respeto y en una intolerancia que desvela el embrutecimiento general del que gozamos y en el que nos retozamos desde ya no recuerdo cuándo, tal vez desde nuestros orígenes. Y aunque la finalidad del engaño está clara, no estoy de acuerdo con tergiversar ni engañar de manera alevosa, pues, en mi caso, el fin no justifica los medios. Es decir, no soy lo que se dice coloquialmente maquiavélico ni considero que el deseo de imponer una idea de nuestro agrado justifique nuestros actos en pro de conseguirla. Si perdemos la poca ética que queda en el mundo, ¿cómo evitar o luchar contra las injusticias generadas por los engaños? ¿O acaso la mentira consciente no resulta injusta y depara injusticias, aunque la mayoría no se percate de que se están cometiendo? Si doy por sentado lo dicho hasta ahora, es decir, si acepto nuestra capacidad de mentir y engañar para conseguir fines que no desvelamos, ¿no hará lo mismo una inteligencia creada por la humana, una que hereda tal capacidad y habilidad?…
Hace un par de días, me “saltó” en el teléfono la publicidad de una inteligencia artificial. Decía, vendía, animaba y ordenaba <<Haz mucho más en mucho menos tiempo>>. Y lo primero que me llegó a la mente fue una certeza que quise poner en duda, para hacer lo propio con la frase artificial. Así que me planteé una serie de preguntas. ¿Y si no quiero hacer mucho más?, me dije, ¿O si lo que quiero es más tiempo para hacerme y no hacer lo que otras inteligencias quieren que haga? ¿A qué se debe tanto “mucho” en “poco”? ¿A santo de qué la prisa, el animar a la acción, el culto al rendimiento y a la producción? ¿A qué obedece que se huya de la quietud, de la contemplación, de la reflexión, del ocio que las permita? ¿A quién beneficia ese “mucho” en ese “poco”? A mí, no, seguro. Entonces ¿por y para qué he de hacer caso a esa inteligencia? ¿Por qué utilizarla o dejarla que guíe la mía? ¿Intenta convencerme o manipularme? ¿Apela al temor de quedarme fuera del mercado laboral y de consumo o a una falsa meta, promesa de más tiempo libre para mí? La verdad, el hacer más en menos me suena a que una vez hecho más continuarás haciendo menos; dicho de otro modo, lo considero la engañosa promesa de libertad para uno, el espejismo de ocio que se desvanecerá con el siguiente “mucho más en menos tiempo”, pues sospecho que este eslogan esconde y pretenden la sucesión sin fin de producir, producir y producir, de su “mucho en poco”, lo cual suma bastante y bastante es mucho más que suficiente. Quizás sean mejor los márgenes, que tener que renegar de sí mismo para habitar y ser aceptado en el centro. Tal vez ahora, con el incremento en la aceleración, haya mayor motivo para detenerse y estancarse por un momento, buscando menos más en mucho tiempo, para conocernos mejor, para saber quiénes y cómo somos, para no hacer lo que las inteligencias artificiales, todavía guiadas por sus creadores, presumen.
Somos miembros de una sociedad en fuga constante, construida para su supervivencia, que es el producir y el consumir sin fin, una que exige el movimiento desenfrenado, el haz, haz y haz, en ocasiones sin más sentido que el no detenerse para no quedarse fuera. Me planto, me digo como si estuviese jugando a las “21”. No quiero más ni menos, ni poco ni mucho, tampoco creo en reinventarme, que me suena a verbo inútil cuando pienso que a algo ya inventado se le añade el prefijo “re”, y sobre todo, si pienso que nunca nos inventamos, sino que nos desarrollamos en diferentes planos, el físico y el psicológico, desde el nacimiento hasta la muerte, periodo en el que nos imaginamos de esta o de aquella manera, según nuestra propia fantasía, ceguera o necesidad y también en el cómo nos ve el resto. A veces, soy amigo de la negación, del decir no por el mero hecho de llevar la contraria y hoy es un día de esos, en los que siento plenitud por negación. Así que caminando en la quietud, me digo que no quiero hacer mucho en poco tiempo, que no necesito sentirme productivo salvo para mi estado emocional e intelectual, para mi humanidad, esa que piensa que lo único que puedo escoger es vivir en constante aprendizaje, pero no porque un sistema u otra inteligencia me lo exija —sospecho que ningún sistema quiere a sus piezas viviendo un aprendizaje real, más allá de la especialización que le sea útil—. Sé que los disconformes no tienen lugar, que quedan fuera, pero eso tampoco preocupa a ningún sistema porque son los menos y siempre hay más, más y más productores que continúan apurando el tiempo para producir mucho en poco, y así hasta caer exhaustos, como el caballo de Rebelión en la granja. Tal vez seamos un poco como el equino inventado por Orwell, y despertemos a la vida cuando ya no quede tiempo para vivir y ahí, como apunto en alguna parte, nos descubramos mendigos de tiempo…
domingo, 13 de julio de 2025
Rafael Dieste e Dos arquivos do trasno
O escritor rianxeiro apunta na introducción, <<a unidade emotiva consíguese no conto pola obsesión do que ten de sobrevivir>>. (2) Os relatos sitúan aos seus protagonistas fronte a morte, a propia ou a de outros, en todo caso, son careos que teñen perdido, mais o conto é a forma na que actúan, a súa psicoloxía, e a fantasía que os rodea, sexa por medo, por touzudez ou por un desexo imposible que, no caso da señora Resende, é o retorno do fillo… Pero tamén destaca a cercanía acadada por Dieste, que apela ao lector, as veces de xeito directo, ao involucrar aos lectores nos relatos mediante preguntas dos narradores (cando tamén son protagonista). De tal meneira rompe distancias, conscente do xuicio de quen lee as historias, para póñelo na súa situación e invitalo a seres cómplice, máis que á reflexión… No “limiar” da edición definitiva pode lerse que <<o conxunto forma un volume dotado de singular encanto e poesía, dúas virtudes que constitúen o cerne de toda a obra literaria do seu autor, pero dun xeito especial dos relatos breves, xénero no que o escritor de Rianxo foi un verdadeiro mestre.>> Tamén o foi en lingua castelán, a que empregou na meirande parte da súa obra escrita e a que, xa no seú exilio boarense trala guerra civil —seu republicanismo era ben coñecido, ao ser un dos encargados das Misións Padagóxicas levadas a cabo durante a República—, regalou entre outras creacións literarias Historias e invenciones de Félix Muriel, conxunto de contos publicados en Buenos Aires en 1946, e que non terían edición española ata 1974. Con todo, non atopa mellor forma de concluir este breve achegamento a Dieste que deixando que sexa o seu amigo Luis Seoane, que nesta edición ilustra o texto cos seus debuxos, quen poña o peche cunha das súas Figuracións: <<Dieste é unha das máis outas personalidades galegas. A súa influencia intelectual exerceuse en moitas figuras notábeles de Galicia e de fóra dela […] A literatura galega por dous dos seus libros fundamentales, “A fiestra valdeira” e “Arquivos do trasno”, débelle moito, como tamén o periodismo galego de uns anos e algunhas ramas do coñecemento a traveso dos seus ensaios encol de problemas estéticos, filosóficos, matemáticos, de filoloxía, etc.>> (3)
(1) Eduardo Blanco Amor: Entrevistas con E. Blanco Amor. Editorial Nigra, Vigo, 1994.
(2) Rafael Dieste: Dos arquivos do trasno. Editorial Galaxia, Vigo, 1995.
(3) Luis Seoane: Figuracións. Editorial La Voz de Galicia, A Coruña, 1994.
Rafael Dieste e Luis Seoane (Fonte: Wikipedia)
sábado, 12 de julio de 2025
Fronte a Bonaval
viernes, 11 de julio de 2025
Javier María y su Travesía del horizonte
Como tantas obras tempranas, Travesía del horizonte, escrita entre julio de 1971 y septiembre de 1972, cuando Javier Marías vivía sus primeros veinte años, es al tiempo ambiciosa y superficial, ya que no voy a decir que fallida, puesto que no descartó que el fallo que encuentro en ella y el desinterés que me genera lo sea de mi lectura y de mi interpretación, que la encuentra aburrida y llena de estereotipos. Aunque ni la ambición (necesaria para un creador) ni la superficialidad del relato y de sus pobladores —de la que ya no quedaría rastro en Corazón tan blanco, publicada dos décadas después— restan al espacio creativo y narrativo del escritor, que reúne influencias juveniles, tal vez para imitarlas, superarlas o madurarlas, en busca de su propia voz. El resultado se ofrece al lector en forma de novela dentro de una novela, la cual, a su vez, contiene otros relatos, como sería la carta en la que Esmond Handl le cuenta a su amigo Víctor Arledge lo que Bayham dijo sobre su secuestro. Esta concentración de historias, que a nosotros los lectores nos relata un hombre que acude a la lectura del manuscrito, permite a Marias introducir, parodiar y homenajear estilos tan reconocibles en la literatura de aventuras como puedan serlo el de Joseph Conrad, cuyos personajes parecían estar más vivos y en posesión de una vida interior de la que carecen los de Marias en esta novela, o el detectivesco de Arthur Conan Doyle, que asoman prácticamente desde el inicio; e incluso el de Robert Louis Stevenson sobrevuela ese horizonte que complementa la travesía para hacerla inalcanzable. La influencia de Conrad cobra mayor presencia cuando la lectura del manuscrito describa el viaje marítimo, la expedición del Tallahasse a la Antártida que sirve de excusa para poner en marcha el juego propuesto por el escritor, aunque no se detenga en la vida marinera, tan del interés del autor británico-polaco. Del creador de Sherlock Holmes asume la superficialidad psicológica de los personajes, aparte del recurso de introducir historias dentro de la historia del narrador, a quien inicialmente no le interesa ni la lectura del manuscrito ni el misterio que parece encerrar; lo cual puedo entender perfectamente…
jueves, 10 de julio de 2025
Azaña y El jardín de los frailes
El devenir histórico lo aupó a lo más alto de la historia de España, no por su vocación literaria ni siquiera por la política, ni por su sobrada y reconocida oratoria. Fueron los hechos que se sucedieron contra su voluntad los que situaron a Manuel Azaña en el centro de la historia española y de la tormenta que iba a sacudirla durante los años en los que fue hombre público y máxima figura del republicanismo hispano. Político, burgués, ateneista, escritor, Azaña, como apuntan sus Diarios, El jardín de los frailes o La velada de Benicarló, era un tipo reflexivo, inteligente, culto, de aspiraciones literarias, también políticas, claro, que habría sido un excelente presidente para una república burguesa —como dijo de él Claudio Sánchez Albornoz—, una como la francesa. Pero España no era ni es Francia, ni esta aquella, ni la Segunda República (1931-1939) era la Tercera francesa (1870-1940), a pesar de que guardasen ciertas similitudes, aunque ya solo fuese la de compartir y sufrir el auge de los totalitarismos que pondrían fin a ambas; sin olvidar las responsabilidades propias de ambos sistemas, porque conviene recordar y reflexionar los errores propios, acostumbrados como estamos a solo señalar y criticar los ajenos. Así, olvidando lo nuestro y criticando lo del resto, solo mal hacemos medio trabajo, y la posibilidad de mejora se reduce a la mitad, cuando no a cero. La diferencia, una entre tantas, pero fundamental, se percibía en que la francesa se había consolidado mientras que la española todavía era inmadura y se encontraba amenazada desde su nacimiento aquel 14 de abril de 1931. Cuando Azaña escribe El jardín de los frailes nada sabe de esto. Todavía es tiempo de Alfonso XIII y de Miguel Primo de Rivera. El país vive en la dictadura, que muchos comprenderán blanda cuando llegue la franquista, la que puso fin a la República de la que el escritor llegó a ser presidente en 1936. Con anterioridad, durante el primer tramo republicano, había presidido el Consejo de Ministros del Gobierno; era la esperanza reformista, la que traería consigo soluciones para el apremiante problema agrario y cambios en la educación, que la Constitución de 1931 había hecho laica, y en el Ministerio de Guerra, cambios que no hicieron más que cabrear a quienes ya estaban molestos, que serían aquellos grupos que, anarquistas aparte, a pesar de sus diferencias se unieron en la reacción que depararía un enemigo mortal para la República.
Hombre de palabra y reflexión, más que de acción, mejor ensayista que novelista y que narrador, de lenguaje y estilo muy rebuscados y trabajados para que ambos suenen cultos, Azaña habla en esta obra autobiográfica e intimista, escrita en 1926, de su etapa de estudiante, interno, en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Fue un periodo que mira con ojo crítico, no hay nostalgia ni idealización. Se aleja de cualquier sentimentalismo y abraza o cae en una narrativa cerebral no exenta de cierta pedantería literaria. <<No tengo por qué alabar la sociedad del colegio. El fastidio de tantas horas vacías devorado en común…>>, dice en el párrafo que sigue al que inicia con <<Hay que ser bárbaro para complacerse en la camaradería estudiantil>>. Lo que expone en estos y tantos otros párrafos son pensamientos, reflexiones, opiniones, sentimientos y experiencias que delatan su rechazo a ese sistema educativo en manos religiosas que no cuenta con el alumno, salvo como mente que uniformar y donde meter conocimientos, pero, como apunto en un capítulo de Rincones sin esquinas, sin mejora, din capacidad de asimilar y de rechazar, sin evolución, sin abrir las mentes al caminar el aprendizaje propio, ese conocimiento no implica avance. Azaña era diferente a la mayoría de sus compañeros. Resalta más allá de que yo lo diga en estas líneas; cualquiera que lo lea llegará a la misma conclusión. Y esa diferencia que ya se marca en ese periodo juvenil, también se observará más adelante. Para él, ni su niñez ni su pasado adolescente son paraísos perdidos, tan solo pasos obligados hacia la liberación que será el ser adulto e iniciar una educación que libere, no que atrape y reduzca las mentes. Pensando en algunas partes de su libro, me digo que puede que Azaña hubiese preferido nacer adulto, pero reflexionando sobre ello concluyó con un “lo dudo”, puesto que su meta era madurar y construir. Solo que, como intelectual y político, no pudo ni supo llevar sus ideas a la práctica, no tuvo tiempo, ni había contado con los numerosos obstáculos de una realidad entre “dos fuegos”…
martes, 8 de julio de 2025
Josefina Aldecoa e Historia de una maestra
Tras la riqueza literaria de la que España disfrutó durante el reinado de Alfonso XIII, incluida la dictadura de Primo de Rivera, y la Segunda República, llegó un periodo de silencio, de exilio exterior e interior, que también se asentó en las Letras. Fueron años de penumbra, de represión y de represalias, de autarquía, de temor, de bocas cerradas, de cerebros sin cultivar y de estómagos más hambrientos que en las etapas anteriores. Fue una posguerra dura y larga, de hambruna, de tiempos enlutados y oscuros, de mutismo que afectaba a la literatura, pues, con miedo y sin libertad expresiva, las mentes creativas y críticas poco podían hacer al enfrentarse a un folio en blanco. ¿De qué escribir? ¿Sobre qué, si la censura vigilaba y amenazaba, para velar por los intereses del régimen que se impuso tras la guerra civil? De los veteranos que permanecieron en España no se podía esperar una renovación grupal o un cara a cara con la realidad del país, solo veteranas islas literarias o adeptos al régimen. Incluso entre los jóvenes que se lanzaron a la aventura de escribir no había una intención de mirar la realidad, salvo desde la excepción y la mirada introspectiva. Alguien como Carmen Laforet vio claro sobre qué en su intimista Nada (1944), Miguel Delibes transitó su propio camino en La sombra del ciprés es alargada (1947) o Ana María Matute hizo lo propio en Los Abel (1948), autoras y obras clave en el resurgir literario que se confirmaría en la segunda mitad de la década de 1950, cuando, en 1955, España es aceptada en la ONU, gracias al apoyo interesado estadounidense. A partir de ese momento, que explica en parte la “relajación” de la dictadura, se observa la mejora en la narrativa que tiene como protagonistas a varios autores cuyas novelas, muchas de las cuales asumían un realismo hasta entonces ausente en la literatura producida en los años de dictadura, cambiaron el panorama narrativo español. Fue el momento de Jesús Fernández Santos y Los bravos (1954), de Rafael Sánchez Ferlosio y El Jarama (1955), de Carmen Martín Gaite y Entre visillos (1957) o de Ignacio Aldecoa y El fulgor y la sangre (1954)… La realidad literaria apuntaba un despertar del letargo en el que habían caído las letras durante el primer periodo franquista. Entre aquellos nuevos valores literarios se encontraba Josefina Rodríguez Álvarez, conocida como Josefina Aldecoa, apellido de su marido Ignacio, fallecido en 1969, autor de las notables Gran Sol (1958) y Con el viento solano (1961). Por su parte, Josefina no publicó de manera continuada hasta la década de 1980, aunque, con anterioridad, ya había escrito El arte del niño (1960) y A ninguna parte (1961).
<<La historia es ficticia pero todo lo que sucede en ella es real>>, dice la autora, <<es testimonio histórico que sirve además para conocer las durísimas condiciones de trabajo de los maestros rurales y el papel tan importante que desempeñaron haciendo gala de una constante muestra de vocación.>>, escribe en 2005, quince años después de la primera edición de Historia de una maestra. En 1990, Josefina Aldecoa publicaba esta novela que rendía homenaje a su madre y a los maestros de la República, <<a su esfuerzo y dedicación en unos momentos de nuestra historia en los que su sacrificio estaba justificado por la necesidad que recibieron>>, e impulsados por la ilusión y la esperanza de alcanzar una mejora social a partir de la educación y el aprendizaje. La autora habla de vocación, de una lucha heroica de la que Gabriela, Ezequiel y tantos docentes en la realidad no esperaban sacar nada para sí, salvo la satisfacción de cumplir su cometido, para la protagonista su sueño de <<educarlos para que sean libres, para que sepan elegir por sí mismos cuando sean adultos.>> Heroica porque su día a día consistía en superar obstáculos físicos, el espacio escolar, personales, sus dudas, sus temores, su propia carestía, pues el sueldo era irrisorio, morales y sociales: el desprestigio de su oficio y la oposición nacida de la ignorancia o de los intereses contrarios… El dicho “pasas más hambre que un maestro” recorre las páginas de Historia de una maestra, aunque más el hambre de las gentes de los pueblos donde Gabriela y Ezequiel ejercen su magisterio. Hambre de alimentos, hambre de mejora. Como ella misma apunta, fue la primera novela de una trilogía no premeditada: <<Después vivieron Mujeres de Negro y La fuerza del destino, las otras novelas que completan la trilogía y que, lejos de formar parte de un plan preestablecido, fueron surgiendo poco a poco, gracias al aliento de la gente que me animaba a seguro con esa historia.>> Pero más que de ese ánimo, se trataba de que todavía tenía que contar sobre Gabriela, su hija Juana y el devenir histórico que, indudablemente, les afecta: <<Y también porque me pareció justo permitir a la madre e hija que protagonizan la novela seguir con sus vidas sobre el telón de fondo de los cambios que fue experimentando España a lo largo del siglo XX.>>
Narrada en primera persona, en tiempo pasado, como unas memorias, la narradora de Historia de una maestra recuerda su sueño, su comienzo y su conclusión. El resultado depara una lectura cómoda, no por su narración lineal y previsible, sino por el uso del párrafo corto y de una escritura sencilla y cuidada que divide en las tres partes arriba aludidas. Son la suma de sus pasos por el precario sistema educativo, también sus experiencias vitales, aquellas que vive en una aldea de montaña, en la isla Fernando Poo (Guinea Ecuatorial) o en el pueblo donde vive sus matrimonio y el nacimiento de su hija, el 14 de abril de 1931, el mismo día del advenimiento de la Segunda República, a la que ella y su marido Ezequiel se adhieren de inmediato porque aviva la esperanza, para ellos la posibilidad por la que luchan a diario: la mejora educativa que libere las mentes del miedo y de la ignorancia, que posibilite las mejoras sociales que tanto precisa un país anclado en la miseria y con una tasa de analfabetismo que supera el treinta por ciento. Era el tiempo de las Misiones Pedagógicas puestas en marcha por Manuel B. Cossio, uno de los discípulos aventajados de Francisco Giner de los Ríos, el célebre impulsor de la Institución Libre de Enseñanza… Mas esas Misiones no eran la cotidianidad, sino la excepción y, por tanto, más allá del gesto, tan efímero como extraordinario —llegaban a los pueblos en sus medios de transportes, con sus bártulos y su afán de regalar cultura, y rompían la monotonía local durante un par de días—, se necesitaba establecer mejoras educativas, sin embargo, en el rural la reforma era más compleja y difícil de llevar a cabo.
sábado, 5 de julio de 2025
Rincones sin esquinas: 50 y 1
Durante ese medio siglo, me busqué, me encontré, me perdí y me reencontré para seguir buscándome y perdiéndome. En los dos momentos (y en las diferentes etapas que los compusieron) hice más lo que quise que lo que pude porque ese querer obedecía a mi intención de ser de mi pertenencia, aunque esta me alejase de cualquier grupo, organización o sistema que restringiese el ser o lo negase. Me importaba y me importa bien poco la aceptación grupal, más si cabe cuando se exige sumisión a la apariencia, a la moda y a sus normas impuestas, de las que nadie te explica (sin pensar que seas idiota y que tragarás lo que te cuenten) su porqué y su para qué. Me importaba e importa mi propia aceptación, que para algo soy quien más tiempo me aguanta, convencido de que cualquier grupo funciona saludable cuando cada miembro que lo compone es y permite a los restantes ser, estableciendo colaboración y tolerancia mutuas, fruto del respeto y de la generosidad —la que no se pregona ni de la que se presume, la que suele pasar desapercibida porque resulta natural a algunas personas, a quienes otras toman por tontas porque la practican sin esperar un aplauso o un monumento—, lo cual, vista la historia de la humanidad, no deja de ser una utopía o, dependiendo de quién, el humo que se intenta vender para obtener fines que no se corresponden con la supuesta meta. Aunque no por utópica, habría que dejar de caminar hacia ella, puesto que su imposibilidad —al igual que un sueño, una utopía es un ideal sin posibilidad de materializarse, salvo en esbozo irreconocible— no impide que pueda darse una mejora constante.
Soy consciente de haber podido hacer mucho más, dentro de lo poco que se nos permite hacer, pero queda claro que ese más no era lo que mi mente me pedía, consciente de que si no pensaba y elegía, me restaría ya no libertad, en la que no creo como la definen los libros de leyes y de texto, sino el ser entre esos dos extremos vitales a los que nadie escapa. Fueron cincuenta años en los que mi pensamiento evolucionaba y su desarrollo me ha conducido al punto donde ahora me encuentro, pero en el que ya no estaré mañana, o eso espero, porque la inquietud y la curiosidad me obligan a estar en continuo movimiento, aun con mi cuerpo en reposo… Dicho esto, aquí dejo el enlace de Rincones sin esquinas, mi antepenúltima querencia literaria y mi último libro publicado hasta la fecha, en el que evoco, transito ajeno a la linealidad temporal y fantaseo memoria urbana, personal y cultural, por si alguien quiere disfrutar este verano de una lectura que seguro encontrará diferente...
Rincones sin esquinas, en Amazon: https://www.amazon.es/dp/B0DW4D4MRP?ref_=pe_93986420_774957520
jueves, 3 de julio de 2025
Suso de Toro e Tic-Tac
martes, 1 de julio de 2025
Mussolini habla (1933)
Antes de que Leni Riefenstahl realizase su documental El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1934), título que toma los sustantivos “triunfo” (triumph) y “voluntad” (willens) para darles un carácter plenamente nazi, de marcialidad, uniformidad y fanatismo —en sus imágenes se celebra y vitorea el “triunfo” de la irracionalidad y la “voluntad” del megalómano idolatrado por los miles de uniformados que llenan el recinto de Núremberg—, otro film sonoro, producido por la Columbia Pictures de Harry Cohn, montado por su hermano Jack, narrado por el periodista Lowell Thomas, quien había hecho famoso a T. E. Lawrence durante la Primera Guerra Mundial, y dirigido por el austrohúngaro Edgar G. Ulmer, cuyo nombre no asoma en los créditos, alardeaba, homenajeaba y daba voz cinematográfica a la figura de otro dictador: el fascista Benito Mussolini. Este documental, que contó con el beneplácito del líder italiano, venía a conmemorar el décimo aniversario de la “Marcha sobre Roma” de 1922 y se estrenó en Italia, y he de suponer que en Alemania, por la época en la que se producía el auge del partido nazi, que alcanzaría el poder en 1933. Me tienta el decir que la gestualidad del dictador italiano y las imágenes de Mussolini habla (Mussolini Speaks!, 1933) influirían en la realización de la directora alemana cuando, junto al arquitecto y ministro nazi Albert Speer, inició el megalómano proyecto sobre Hitler, autócrata de compostura y retórica más febriles que las de Mussolini, y el congreso nacionalsocialista celebrado en Núremberg en 1934, cuyo acabado daría la vuelta al mundo y sería aplaudido por su aspecto formal; y tanto en la Alemania nacionalsocialista como en otros lares, también por el ideológico… Así andaban las cosas en 1933 y 1934, con el auge fascista en distintos puntos del planeta y el miedo al comunismo soviético (otro totalitarismo de mucho cuidado) por parte de las potencias democráticas y capitalistas, sobre todo Reino Unido, Francia y Estados Unidos, e irían de mal en peor, elevando y dando rienda suelta a ídolos peligrosos, en un mundo idiotizado, entre el fanatismo y la estupidez que caracteriza a la especie, aunque, en nuestro narcisismo, presumamos inteligencia.
Esta película documental y propagandística puede ser la aludida por Victor Klemplerer en su ensayo LTI, sobre el lenguaje del Tercer Reich, al que por fortuna pudo sobrevivir, cuando cuenta que en octubre de 1932 vio la película “Diez años de fascismo” —que supongo la de Ulmer, porque, a pesar de haber buscado, no localizo otra que responda a la descripción que sigue— y comenta que <<por primera vez veo y oigo hablar al Duce. La película es un logro artístico. Mussolini habla desde el balcón del palacio de Nápoles a la multitud; tomas de masa y primeros planos del orador, las palabras de Mussolini y los sonidos de respuesta de los interpelados. Se ve como el Duce se infla literalmente para pronunciar cada frase, como frena el impulso un momento para crear luego una expresión facial y corporal de suma energía y tensión, se oye la entonación ritual, eclesiástica de sermón apasionado, donde siempre suelta solo frases breves a las que todos reaccionan afectivamente, sin realizar ningún esfuerzo intelectual, aunque no entiendan el sentido o, mejor dicho, precisamente cuando no lo entienden.>> Esa teatralidad y gestualidad de Mussolini, ambas preparadas y ensayadas, así como los saludos y la ausencia de esfuerzo intelectual por parte de la masa, han sido emuladas hasta la saciedad y hasta la actualidad, lo que viene a corroborar lo poco que hemos pensado en ello y, por tanto, en su significado, en cómo nos afecta y nos manipulan como individuos y como sociedad…
domingo, 29 de junio de 2025
La mano en la trampa (1960)
Como parte del régimen de coproducción en el que rodó La mano en la trampa (1961), Leopoldo Torre Nilsson contó con el actor español Francisco Rabal, quien, de ese modo, se unía a un reparto encabezado por Elsa Daniel y Leonardo Favio, que no tardaría en debutar en la dirección con el cortometraje El señor Fernández (1958). Sin duda, se trata de uno de los grandes films de Torre Nilsson, <<un hombre leído, de gran cultura>> —recordaba Rabal en sus memorias, tituladas Si yo te contara—, por lo que hubo quien vio en el a un cineasta literario, más interesado en el texto que en el aspecto que cobra en la pantalla. Lo cual tampoco es cierto, ya que el cine es audiovisual y, si bien los diálogos aportan en ocasiones, no sustituye a la atmósfera creada por Torre Nilsson para ubicar su trama en un espacio físico y psicológico acotado, enrarecido.
La mano en la trampa es de sus mejores largometrajes y una de las grandes películas del cine argentino, en la que Torre Nilsson continuaba el camino iniciado en Graciela (1956), la adaptación de la novela de Carmen Laforet “Nada”, en la que había contado con la colaboración en el guion de Beatriz Guido, <<una mujer de una inteligencia privilegiada […], de una simpatía grande>> (Rabal). Por entonces, la escritora estaba casada con el cineasta —habían contraído matrimonio en 1951—, quien, en esta coproducción hispano-argentina, adaptaba a la pantalla la novela homónima de la propia Guido y lograba una película que, siguiendo la senda transitada con anterioridad, evoluciona los temas y el estilo del cine de Torre Nilsson de aquellos años que depararon su mejor periodo cinematográfico… Con influencias de Buñuel y del Hitchcock de Rebeca (1940), Torre Nilsson enrarece el ambiente, por momentos misterioso y claustrofóbico, para conceder el protagonismo a una adolescente confundida, ya no solo por el entorno y sus extraños personajes, sino por su pertenencia de clase (burguesa) y su educación católica, en extremo represiva y opresiva, que inculca la culpa incluso antes de cometer la acción por la cual sentir culpabilidad…