viernes, 26 de julio de 2024

13 días de octubre (2015)

Detenido en Francia por la policía alemana en 1940, Lluis Companys es entregado al régimen de Franco. En ese instante, su futuro queda sellado. Para alguien de su posición e importancia durante la Segunda República, presidente de la Generalitat de Cataluña, el castigo es la muerte. Para el nuevo régimen no se trata de hacer justicia, sino de venganza, de castigo, de eliminar personalidades incómodas del pasado; es decir, cualquier figura sindicalista, política y militar de importancia del anarcosindicalismo y del Frente Popular que caiga en sus manos ha de ser purgada, encarcelada o fusilada, según el estatus ocupado en el orden depuesto. En Companys (1978), Josep Maria Forn narra el exilio y el cautiverio del último presidente de la Generalitat en vida republicana. Lo hace insertando momentos del pasado anterior, pero sin prestar excesiva importancia a la relación que se establece en el presente entre el político y su abogado defensor, el capitán Ramón de Colubí, a quien Companys probablemente salve la vida en 1938, cuando decide y firma el intercambio de alrededor de cinco mil presos organizado por la Cruz Roja. Colubí descubre este hecho en los papeles de Companys. Esta puede ser la prueba que salve la vida a su defendido, a quien defiende con honestidad, encomio y entrega después de ser designado el día 4 de octubre, sin apenas tiempo para preparar la defensa. No era la primera vez que un tribunal juzgaba al presidente; el antecedente más mediático había sido tras la declaración del Estat Català dentro de la República Federal Española, proclamado el día seis de octubre de 1934, cuando el prestigioso abogado y antiguo monárquico liberal Ángel Ossorio y Gallardo, amigo y futuro biógrafo del líder catalán, se hace cargo de su defensa y alega que <<Companys se ha pasado media vida en las cárceles, en los barcos y en los castillos, sin condenas judiciales, por persecuciones gubernativas (…) El señor Companys es un revolucionario que no ha dicho nunca a nadie: matad. A nadie, señor fiscal>>. (1) Pero durante la guerra no es revolucionario ni rebelde, se mantiene dentro de la legalidad constitucional vigente, e intenta salvar vidas, como bien sabe Colubí.

En la producción televisiva 13 días de octubre (13 dies d’octubre, 2015), Carlos Marques-Marcet recrea la relación de Companys (Carles Martínez) y su abogado defensor. El capitán Ramón de Colubí (Òscar Muñoz) es designado por el general Orgaz (Antonio Dechent) poco después de que el presidente de la Generalitat llegue a Barcelona. Orgaz ordena a su subordinado mantener el secreto, pues teme las consecuencias de la noticia de que el presidente se encuentra encarcelado en el castillo de Montjuic. Inicialmente, Colubí tiene dudas. Vive un conflicto interno que se insinúa, aunque no se profundiza en él porque los intereses de la película son otros. En parte, culpa a Companys de la purga revolucionaria desatada en Cataluña tras el fallido golpe de estado. La caza de religiosos, militares, empresarios o de cualquier sospechoso; y en aquella época, indiferentemente del bando, cualquiera podía ser señalado y acusado como tal. Pero el contacto con el político le permite conocer a la persona con la que estrecha lazos y a quien defiende ante un tribunal que ya ha decidido o al que le han ordenado hallar culpable, pues, como apunta Dionisio Ridruejo (2), <<para todo vencedor, las violencias del adversario son crímenes que deben castigarse e infamar perpetuamente a quienes los cometieron, e incluso a quienes se vieron forzados a admitirlos, mientras que las propias violencias son actos de justicia o cuando más excesos de celo inevitables para los que no cabe serio reproche>>. Como consecuencia, continuando con Ridruejo, <<la derrota de la causa republicana privó de todo efecto político a la purga revolucionaria —salvo el de convertirla en arma de la propaganda adversaria y disculpa o pantalla de sus violencias— e impidió que fueran la República o la revolución las que exigieran las responsabilidades de la guerra y de las violencias contra el enemigo. El Movimiento triunfante, en cambio, pudo cargar la totalidad de estas responsabilidades al bando contrario y usó de la ocasión que tal liquidación de cuentas le ofrecía para profundizar aún más en la obra de eliminación de los oponentes ideológicos, bajo el lema poco evangélico aunque bastante clerical de “desarraigar la mala hierba”>>. Y para el régimen franquista, Companys era “mala hierba” que desarraigar. De las palabras de Ridruejo, camisa vieja falangista y posteriormente de los mayores opositores al régimen de Franco, se comprenden al menos dos cuestiones evidentes: <<la obra de eliminación de los oponentes ideológicos>>, por parte del vencedor, y la imposibilidad de llevarla a cabo por parte de los derrotados, que no pueden exigir <<responsabilidades de la guerra y de las violencias contra el enemigo>>.

(1) Texto reproducido en José García Abad: Cataluña, 10 horas de independencia. Ediciones El siglo, Madrid, 2014.

(2) Texto reproducido en Ricardo de la Cierva: Episodios Históricos de España. España en Guerra. Persecución, represión y cruzada. Edeuma/Fénix, Madrid, 1997.

jueves, 25 de julio de 2024

El año de las luces (1986)

Más interesante que el despertar sexual de Manuel (Jorge Sanz), el adolescente de quince años sobre el que gira El año de las luces (1986), y del primer amor que surge cuando conoce a María Jesús (Maribel Verdú), es el ambiente de posguerra recreado por Fernando Trueba y la ambientación lograda por su equipo artístico, una ambientación que la emparenta con la no menos espléndida de Belle Epoque (1992), comedia que se sitúa en la inmediata preguerra y en otro paraíso imposible. Entre medias, estalla la guerra civil que Manuel vive en Madrid, bajo la continua amenaza de los bombardeos y la carestía, rodeado de los “rojos” que forman parte de la cotidianidad en la que crece. A esta realidad suya, que en la pantalla se omite porque la acción se sitúa en abril de 1940, tenemos acceso por sus palabras durante el viaje en autobús, cuando responde a su hermano mayor, Pepe (Santiago Ramos), teniente del bando nacional. Por sus palabras, la realidad vívida es la de cualquier niño madrileño de la época, la retratada por Jaime Chávarri en Las bicicletas son para el verano (1984), cuya acción se sitúa entre Belle Epoque y El año de las luces. En estas últimas se ofrecen dos perspectivas complementarias del “paraíso” que inevitablemente se pierde, paraísos vitales, de inocencia y libertad. Decía Azcona en una entrevista para la revista Nosferatu que <<Los paraísos existen solo para perderlos>> y eso es lo que sucede a los dos personajes interpretados por Jorge Sanz en estas dos películas de Trueba, un cineasta que encontró en Azcona un coguionista que aporta experiencia y amplía la perspectiva a su cine.

Aparte de que abre una nueva etapa en la filmografía de Trueba, quien hasta entonces venía desarrollado lo que se dio a conocer como “comedia madrileña”, El año de las luces es una de sus mejores películas, por sencilla y por la presencia de personajes entrañables o grotescos que, como los de Manuel Aleixandre, Rafaela Aparicio, Verónica Forqué, Chus Lampreave o José Sazatornil “Saza”, resultan indispensables para que lo expuesto en la pantalla no caiga en la desgana ni en la repetición. Son el respiro de la trama, a la que dotan de humanidad, humor e ironía, pues no solo se trata de exponer el aprendizaje vital y el despertar sexual de Manolo, un despertar que le sitúa a las puertas del mundo adulto, con lo que ello conlleva, sino que también se pretende un retrato, entre costumbrista y cómico de la inmediata posguerra, del deseo silenciado, de la represión sexual, de las ilusiones perdidas. A través de los ojos del personaje central se accede a este panorama entre la posibilidad que libera y la intolerancia que conlleva la censura y la represión características del nuevo régimen que se impone tras la guerra. Pero también se descubre cierto tono nostálgico, quizá porque la historia narrada nazca de la memoria de Manuel Huete, suegro del director, cuya propia experiencia vital en un “preventorio infantil”,  similar al que asoma en la película, sería el punto de arranque para el guion escrito por Azcona y Trueba, el primero de los tres en los que colaboraron.



martes, 16 de julio de 2024

Un cielo impasible (2021)

<<Brunete es un pueblo aburrido. No hay campos con árboles, ni con frutas, ni con flores, ni con pájaros…>> recuerda Arturo Barea en la primera parte de La forja de un rebelde. Es el pueblo de su padre, el mismo donde pasa días de verano de su infancia. Años después, ese lugar evocado, <<de campos amarillos y grises de terrones secos, sin árboles y sin agua>>, <<tierra de pan>>, se transforma sin aviso en el escenario de una de las batallas más controvertidas de la guerra civil, también una de las más sangrientas e inútiles, pues ni a unos ni a otros beneficia desde una perspectiva militar. Aunque los republicanos quieren verla como una victoria, quizá sea más un error de cálculo apurado por los comunistas, pues pierden <<mucho material valioso y muchos soldados veteranos>>, de los que no andan sobrados. También los nacionales declaran su victoria, por lo que se puede decir que el resultado de Brunete acaba en tablas, pero dejando el tablero ensangrentado. Los campos amarillos, sedientos de agua, se empapan en sangre y se cubren de cuerpos sin vida y de restos de metralla. No se trata de un juego, sino de la guerra, en la que vida y muerte apenas se distancian. Allí, su unidad y su convivencia se hacen más palpables. Los combatientes las reconocen y empiezan a sospechar que las mayoría de las veces sobrevivir es cuestión de suerte; aunque la supervivencia quizá no sea suficiente para curar el horror vivido aquellos días de verano. <<La batalla, que se libraba en la reseca llanura castellana, en lo más cálido del verano, adquirió caracteres sangrientos>>, apunta Hugh Thomas en su libro La guerra civil española. Las bajas por ambos lados son cuantiosas, Thomas habla de 20.000 muertos por el republicano y que los rebeldes pierden 17.000 hombres. Décadas después, en 2021, esa tierra amarilla, tierra de pan, cuna de los Barea y tumba de miles de soldados anónimos, la sobrevuela el dron de David Varela, pájaro que recorre y filma impasible el espacio donde en julio de 1937 la lucha es la realidad que une y enfrenta a los soldados de ambos bandos en una batalla que Ricardo de la Cierva (Historia esencial de la guerra civil española) afirma que, desde el día 7 hasta el final del envite, <<se convierte en una feroz guerra de posiciones>>.

Con el sonido del ayer y las imágenes del hoy, David Varela enlaza el pasado y el presente, lo une recurriendo a la memoria de las voces de los protagonistas de entonces, cuyas palabras las recogen los de ahora: adolescentes que pronuncian las de los combatientes, testimonios de su experiencia, de su pesar y de su miedo. Los jóvenes de Un cielo impasible (2021) no solo las recogen, sino que, por un breve instante, aventuran qué habrían hecho en su lugar. Se acercan al pasado, a la historia, a las vidas que en ella descubren. Posteriormente, ya en la segunda parte del film, comentan, dudan, se preguntan, investigan en la numerosa bibliografía sobre aquel momento que parece que nunca existió o que solo existe en lo que conviene a quien lo evoca en la distancia de la historia. Se interesan, pues algo pasó que trastocó la historia y cada una de las pequeñas historias que descubren en las cartas o en las voces grabadas en cintas de casete para preservar la memoria anónima. La guerra no es partidista, los son las personas que la deciden y aquellas que la emplean para sus fines. La sufren todos, más si cabe al tratarse de una civil. En todo caso, es más que lo que hoy pretendemos con una perspectiva que la reduce. Existen diversas luchas, la fratricida, la ideológica, la social, la propagandística, la internacional, incluso la religiosa. El conflicto asola y desangra la España de 1936 a 1939, también a la de antes y a la de después. ¿Cuándo habrá la paz?, quizá se pregunten mientras reciben y participan en luchas heredadas y en otras nuevas. Pasado y presente se enlazan, aunque no siempre de forma pacífica. Luchas, sueños libertarios, huelgas obreras, revoluciones anarquistas, la más sonada socialista, que solo cuaja brevemente en Asturias, reacciones, estraperlo, represiones, militares, arribistas… Tal vez, todos ilusos. Finalmente, lo inevitable. Se palpa en Europa. Reino Unido, que también guia la política francesa, quiere evitar con su actitud permisiva y amistosa, casi pelota con los totalitarismo alemán e italiano, un enfrentamiento con la Italia fascista y la Alemania nazi. Así España deviene en (el primer) escenario internacional del choque entre el nazifascismo y el comunismo, reflejos antagónicos en su apariencia y en esencia sospechosas de pretender imponerse sobre el resto; más bien, destruir al resto.

En su ensayo ¿Por qué la República perdió la guerra?, Stanley G. Payne apunta que <<La primera gran ofensiva del Ejército Popular fue la operación Brunete, que comenzó el 5 de julio, solo después de que Bilbao hubiera caído en manos nacionales. […] Brunete proporcionó un breve respiro a lo que quedaba de la zona norte, pero solo duró un mes más o menos. Rápidamente, Franco destinó su fuerza aérea y un buen número de sus mejores unidades a un contraataque concertado y recuperó todo el territorio que durante aquel breve lapso se había perdido, mientras que las bajas para el Ejército Popular fueron bastante mayores que las que sufrieron los nacionales.>> La batalla resuena en el presente que asoma en la pantalla, en el que no hay cabida para imágenes de archivo (cinematográficas) del conflicto, solo las fotográficas a las que tienen acceso los muchachos a quienes llega el eco pretérito de los sonidos de tanques y del vuelo de los aviones sobre Brunete, tierra de campos amarillos y de batalla, ahora campo de paz y de recuerdos; también tiene su campo de golf. Ya no suenan las canciones, los fantasmas de los muertos buscan la paz, ya no quieren atacar, ni morir una y otra vez; quizá prefieran resguardarse de las balas que suenan y del tableteo de las ametralladoras que en el 37 marcan un fiero compás. ¿Cuántos días más de combate, de batalla olvidada, de una guerra perdida y sangrienta? ¿Una guerra por la libertad? ¿Por la defensa de la patria? ¿Qué es la libertad y la patria? ¿La tuya? ¿La de este? ¿La de aquella? ¿La de quien sobrevive, la de quien mata o la de quien muere? ¿Qué ganan los soldados, peones de quienes los trasladan a este o aquel lugar que deviene en frente? ¿Quién decide la suerte? ¿Quién del futuro, hoy presente, les recuerda? ¿Qué memoria nos recuerda quienes somos, de dónde venimos, tal vez la posibilidad de hacia dónde vamos? En Un cielo impasible, Varela no da las respuestas a estas y otras preguntas, pero sí indica dónde pueden encontrarse las pistas que ayuden a responderlas. Apunta a Cicerón, a su <<Historia, maestra de la vida, luz de la verdad>>, e invita a un debate-diálogo abierto, limpio, crítico y honesto con nuestra historia presente y pasada.



domingo, 14 de julio de 2024

Manuel Chaves Nogales: el hombre que estaba allí (2013)

<<Yo era eso que los sociólogos llaman un “pequeñoburgués liberal”, ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio —como dicen los marxistas—, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo.>> (1) Las faenas de Belmonte, la Unión Soviética, la Alemania nazi, el marruecos español de 1934, la revolución de Asturias de ese mismo año, la cuestión catalana, el golpe de estado de julio de 1936, la guerra y la revolución que deparó, el exilio, la caída de Francia en la Segunda Guerra Mundial, Chaves Nogales estuvo allí. Fue testigo y escribió sobre lo que vio, de ahí que el título escogido por Luis Felipe Torrente y Daniel Suberviola para su cortometraje, Manuel Chaves Nogales: El hombre que estaba allí (2013), sea lógico, pues, aparte de inspirarse en el del libro El maestro Juan Martínez que estaba allí, no falta a la verdad: allí estuvo.

El periodista sevillano, redactor del Heraldo de Madrid, director del diario Ahora y uno de los más prestigiosos de su profesión, se exilió en 1936, probablemente hacia noviembre, tras la batalla de Madrid sobre la que escribió una espléndida crónica que fue publicada por primera vez en México, en 1938, una batalla pormenorizada por Vicente Rojo en Así fue la defensa de Madrid y, décadas después, por Jorge Martínez Reverte en su libro La batalla de Madrid. Salió de España descontento con la situación, con aquello que se estaba produciendo a su alrededor. También escribió sobre ello. Relató lo que presenció y aquello de lo que tuvo constancia en una serie de narraciones cortas que, unidas, ofrecen una amplia perspectiva del panorama de los primeros meses de guerra. Estos relatos se publicaron de forma conjunta en A sangre y fuego,  aunque, dependiendo de la edición, el número de narraciones puede variar —nueve u once—; en todo caso, resulta un espléndido, imparcial, en la medida que pueda serlo un ser humano ante los hechos que vive y describe, y crudo retrato de aquella España en lucha. Como cronista, ya he dicho que relató la defensa de Madrid, ahora apunto que ensalzando al general Miaja, a quien el gobierno de Francisco Largo Caballero dejó al frente de la capital, con una carta cerrada que no debía abrir hasta las seis de la mañana y abandonado a su suerte, la cual le sonrió contra todo pronóstico. Viajó por toda Europa, quiso ser el primer periodista en hacerlo en avión, habló de “Lo que ha quedado del Imperio de los zares”; tras su viaje a Alemania en mayor de 1933, apuntó lo que se escondía “Bajo el signo de la esvástica”; cubrió la revolución obrera de Asturias, en 1934, año en el que acompañó la expedición del ejército a Ifni, por entonces, parte del protectorado español en Marruecos. De talante republicano, Chaves Nogales no se casaba con nadie, como apuntó el escritor Antonio Muñoz Molina: <<Manuel Chaves Nogales, patriota de corazón de la República española, no se casaba con nadie. En su integridad intelectual, en su independencia política, en su toma radical de partido por los seres humanos de carne y hueso frente a las abstracciones genocidas de las ideologías de su tiempo, el comunismo y el fascismo, a la altura de Chaves Nogales solo está George Orwell.>> (2)

El sevillano escribía lo que consideraba la verdad, fin que debe perseguir cualquier periodista que se precie, aunque, quizá, muy pocos lo hagan. Chaves, sí la buscaba; y la consecuencia de dicha búsqueda no es otra que el rechazo de muchos contemporáneos suyos y que sus textos desprendan sinceridad. Su narrativa, vibrante, por momentos brillante, siempre busca comunicar; es, ante todo, periodista, pero también un escritor de talento. Su obra había caído en el olvido, pero, a raíz del éxito del libro de Andrés Trapiello —que asoma en la pantalla, como también lo hacen Muñoz Molina, Jorge Martínez Reverte y María Isabel Cintas, biografa del autor andaluz—, Las letras y las armas, la figura de Chaves Nogales se ha visto reivindicada, como le corresponde. <<Cuando se publicó la primera edición de este libro, ni siquiera figuraba en los diccionarios de Literatura, quizá porque lo tenían por periodista. Lo fue, sin duda, pero el nervio de su escritura y un talento ilimitado tendrían que haberle llevado ya por lo menos al gallinero del Parnaso, como el excelente escritor que fue.>> (3) De hecho, el magistral A sangre y fuego se convirtió en uno de los libros más vendidos, quizá también de los más leídos, sobre la guerra civil. Y este cortometraje documental no hace más que corroborar esa recuperación, la cual, por otra parte, sigue la tendencia actual de sacar del ostracismo a figuras como Chaves Nogales, Clara Campoamor, Melchor Rodríguez, Federica Montseny y otros contemporáneos más o menos olvidados durante décadas…

(1) Manuel Chaves Nogales: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España. Libros del Asteroide, Barcelona, 2013.

(2) Antonio Muñoz Molina, del prólogo de La defensa de Madrid. Ediciones Renacimiento/Espuela de Plata, Sevilla, 2011.

(3) Andrés Trapiello: Las letras y las armas. Literatura y guerra civil (1936-1939). Ediciones Destino, Barcelona, 2011.

jueves, 11 de julio de 2024

Duett för kannibaler (1969)


La escritora neoyorquina Susan Sontag fue la autora de ensayos tan populares como Contra la interpretación, que se publicó junto a otros textos suyos en 1966. Entre otras cuestiones, en el ensayo habla de cine, en textos posteriores se centra en Robert Bresson, Jean-Luc Godard, Michelangelo Antonioni o Alain Resnais, pero, en todo caso, sus palabras desvelan conocimiento y su gusto por el medio cinematográfico. Tres años después, debutaba en la realización de largometrajes con Duett for kannibaler (1969), un film que se ajustaba al cine de “autor” europeo de la época, cuando las nuevas olas ya habían llevado a cabo su intención renovadora. Por entonces, en el ámbito cinematográfico, surgieron nuevos cineastas con pretensiones intelectuales y artísticas; en la mayoría de los casos obedecía a una moda esnob, más que una posibilidad expresiva, pero también se produjeron casos de intelectuales que coquetearon con el cine. Este sería el caso de Sontag, que se dejó seducir por la posibilidad de expresarse mediante el audiovisual. Mas no es lo mismo saber de cine, interpretar sus formas y sus discursos, que apropiarse de sus recursos y emplearlos con acierto. La escritora rodó su primera película en Suecia, donde también rodaría la segunda, asumiendo un ritmo lento, íntimo, que resulta entre pedante y plomizo. Quizá se topó con un medio que limitaba su pensamiento creativo y filosófico o puede que se descubriese en la contradicción de querer expresar y al tiempo obligar al público a interpretar su retrato de cuatro personajes a quienes encierra en el conflicto, en un toma y daca psicológico, de deseo y frustración. En su ensayo, Sontag escribe que <<idealmente, es posible eludir a los intérpretes por otro camino: mediante la creación de obras de arte cuya superficie sea tan unificada y límpida, cuyo ímpetu sea tal, cuyo mensaje sea tan directo, que la obra pueda ser… lo que es.>> A continuación, se pregunta: <<¿Es esto posible hoy?>> Y se responde: <<Sucede, a mi entender, en el cine>>, del cual dice que es <<en la actualidad, de todas las formas de arte, la más vívida, la más emocionante, la más importante.>> Pero en su salto al cine, la escritora no logra evitar que su película sea objeto de interpretación, además no responde a una forma de arte vívida ni emocionante. Querer expresar las formas, los pensamientos, implica alguien a quien expresarlos, pero el problema que se presenta a la mayoría de intelectuales o pseudo intelectuales que se acercan al cine como medio de expresión es que lo toman como si fuese un espacio ensayístico donde redundar y presumir temas e ideas. Pero lograr expresar y comunicar complejidades, sin caer en la pedantería y sin provocar tedio, es todo un reto que, a mi parecer, la autora de Bajo el signo de Saturno no logra superar. Su exposición es una sucesión de escenas y formas aburridas que pretenden ser más de lo que se ve y escucha en pantalla, pretende ser un retrato externo de la interioridad emocional del cuarteto. Más que invitar, Sontag obliga al espectador. Le exige su atención y su interpretación, pues, de otro modo, queda abandonar una película que no es que distancie al público, sino que lo expulsa de su radio de acción…



martes, 9 de julio de 2024

Arturo Barea y los libros “viejos”

Arturo Barea

Me gusta perderme en las librerías, pues siempre acabo encontrando un amigo, o varios, en las páginas de algún libro que me llevo contento, esperanzado, ilusionado. Desde hace años, los mejores encuentros se producen en librerías de segunda mano, donde me salen al paso títulos descatalogados, lomos gastados y páginas doradas por el tiempo. Me pierdo en sus laberintos de estanterías, entre pilas de libros en el suelo que piso curioso, olvidándome de mí, dejándome envolver por el olor a papel viejo que evoca años de lectura y olvido. Esos pasillos me trasladan a un mundo aparte; por un instante, me permiten abandonar el mío y descubrir el de otros… No hay ciudad ni pueblo que visite sin la esperanza del encuentro. Compro libros en Alcalá, Salamanca, Lugo, Sevilla, Zaragoza, Segovia, Malaga, Oviedo,… Tránsito calles y plazas en su busca; lo hago en compañía generosa. Ando a pasos marcados por el deseo, la ilusión y la impaciencia. Camino hacia una puerta que se abra al pasado y a la inmortalidad literaria que encierran sus paredes. A menudo, logro mi objetivo. Entonces, en mí mente solo existe el presente que tengo ante mí, un ahora marcado por centenares de títulos y de nombres que conozco, de otros que me resultan familiares y de tantos que, hasta ese instante, me son desconocidos. Como si llegase de otra dimensión, me alcanza la voz de una mujer y de un hombre. Hablan sobre uno que les acaba de llegar: “Las memorias del general Escobar”. Él le dice que es muy bueno. Eso mismo pienso. El libro de Olaizola me sorprendió cuando compartimos instantes que se difuminarán hasta desaparecer. ¿Cuántos libros habrán desaparecido ya de mi memoria? ¿Cuántos habitan en mí sin ser consciente? ¿Y los que nunca olvido? Continúan su charla. Ella es la guardiana del lugar; él, supongo, un asiduo. Tal vez un enamorado de los libros. Vuelvo a lo mío, aunque no sin antes preguntarme si quienes trabajan en lugares así son conscientes del tesoro que custodian y comercializan o si solo están ahí porque es su trabajo y su negocio. Supongo que la respuesta es una mezcla de ambas. Vivir entre libros, suspiro haciéndome una imagen idílica de estar rodeado de tantas vidas, pensamientos, verdades y mentiras. ¿Qué puede importarme que las librerías y el mundo editorial siempre hayan sido negocio, hoy más que ayer? No me importa porque también en esos mundos han existido y existen quijotes que luchan a contracorriente, personajes que arriesgan mucho porque aman la literatura, admiran sus joyas, asumen que deben conservarlas y transmitirlas; incluso algunos sueñan con descubrir y sacar a la luz nuevos talentos y tesoros literarios. A esas personas, quienes transitamos sus reinos librescos, les debemos mucho…

Vicente Blasco Ibáñez

<<La plaza del Callao está llena de puestos de libros. Todos los años, cuando van a empezar las clases, hay feria de libros y Madrid se llena de puestos. Donde más hay es aquí, que es el barrio de los libreros, y en la Puerta de Atocha. Aquí llenan la plaza y en la Puerta de Atocha, el paseo del Prado. A mi tío y a mí nos gusta recorrer los puestos y buscar gangas. Cuando no hay ferias, entramos en las librerías de la calle de Mesonero Romanos, de la Luna y de la Abada. La mayoría son barracones de madera en los solares. En la esquina de la calle de la Luna y de la calle de la Abada está la librería mayor. Es una barraca de madera, pintada de verde, tan grande como una cochera. El dueño, un viejo, es amigo de mi tío y, como él, fue labrador; se lían a hablar de sus tiempos y de la tierra. Yo, mientras, revuelvo todos los libros y hago un montón con los que me gustan. Son baratos. La mayoría valen diez o quince céntimos. Cuando mi tío ve el montón se enfada siempre, pero yo sé que el librero no me dejará que me vaya sin ellos, ni dejará que mi tío separe la mitad. Si no me los compra, él me los regala. Lo único que hace a veces es quitar libros que no debo leer, según dice. Lo malo es que luego estos libros no puedo vendérselos. Cuando los he leído se los llevamos y se los dejamos gratis. También compro yo libros en la calle de Atocha, pero estos me los vuelven a comprar por la mitad de lo que me cuestan.

Hay un escritor valenciano que se llama Blasco Ibáñez, que ha hecho todos estos libros. Los curas de mi colegio dicen que es un anarquista muy malo, pero yo no lo creo. Un día dijo que en España no se leía porque la gente no tenía bastante dinero para comprar libros. Debe de ser verdad, porque los libros del colegio cuestan muy caros. Entonces dijo: “Yo voy a dar de leer a los españoles”. Y en la calle de Mesonero Romanos puso una tienda y empezó a hacer libros. Pero no los libros de él, porque dice que eso no le interesa a nadie, sino los libros mejores que se encuentran en el mundo. Y todos valen, nuevos, treinta y cinco céntimos. La gente los compra a millares y cuando los ha leído los vende a los puestos de libros viejos, y allí los compramos los chicos y los pobres. Así yo he leído a Dickens y a Tolstoi, a Dostoievsky, a Dumas, a Víctor Hugo, a muchos otros.>>

Arturo Barea: “La forja de un rebelde”


“La Novela ilustrada”

<<Con el subtítulo “publicación periódica económica” y al precio de 15 céntimos cada entrega, colección literaria de novelas cortas españolas originales, que empiezan a ser editadas a partir del 15 de diciembre de 1884, al principio dos veces al mes y posteriormente, tres veces, en las que se incluyen dentro de texto “láminas al cromo”, en su mayor parte de color. La colección de la Biblioteca Nacional de España consta de 60 números, hasta la entrega del 20 de agosto de 1886.

Uno de los principales autores de esta colección es Emilio de la Cerda, con títulos como La mujer de dos maridos. Otros son Carlos Álvarez Malgorry, Joaquín Ardila, Antonio de San Martín, Lorenzo Gil y Gonzalo Jover.

La segunda época de este título, a partir e octubre de 1905, fue dirigida por el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, que publicó autores europeos consagrados, como Maupassant, Hugo, Dumas, Doyle, Dickens, Goncourts, Dostoievsky o Turgeniev, durante el periodo de mayor auge de este tipo de colecciones de narrativa y novelística corta dirigidas al gran público.>>

Fuente: Biblioteca Nacional de España.



miércoles, 3 de julio de 2024

Longa noite (2019)


El escritor Celso Emilio Ferreiro tituló Longa noite de pedra a su famoso poemario. Esa “longa noite”, de encierro entre muros de dolor y oscuridad, también sirve a Eloy Enciso Cachafelro para titular su plomizo y forzado recorrido cinematográfico por la Galicia de la posguerra, a la que viaja acompañando a un retornado que regresa a Lugo, ciudad y provincia. Desde el inicio de su recorrido, incluso antes que lo descubramos en el autobús, distintos personajes desvelen un panorama de vencedores y vencidos. Hablan palabras y pensamientos que no les son propios ni logran apropiarse de ellos. Son voces, en cuerpos que parecen prestados para que puedan acceder al mundo físico. Por una parte, Longa noite (2019) camina por la amargura, la aflicción, el ostracismo, la carestía, la desesperanza; por otra, habla de la represión y la amenaza. Intenta abordar el conflicto en un lugar de sombras, donde la derrota se hace audible. En su intención de realizar un film reflexivo, sensible e íntimo, Enciso parte de la memoria de otros: recurre a voces del pasado y el eco que resuena en la historia. Se inspira en diversos autores, en su mayoría testigos de la guerra y de la posguerra, protagonistas del exilio o de la represión franquista, para dar forma a un retrato y a una reflexión que toma prestados pensamientos y palabras, que lleva a la pantalla y las sitúa en la proximidad del viajero, Anxo, que se encuentra con conciencias castigadas, derrotadas y afligidas que no logran liberarse del pasado, porque el pasado todavía es su presente: la mujer en la estación que llora la pérdida de su marido y la ausencia de su hijo, y maldice la lucha de unos y otros, o el hombre que evoca su padecimiento: la brutal represión de la que fue víctima. Los textos a los que recurre el cineasta gallego pertenecen a José María Aroca (“Los republicanos que no se exiliaron”), Max Aub, quizá el máximo exponente del autor español en el exilio, que regresó momentáneamente a España hacia finales de los años sesenta para descubrir que su tierra y algunos de sus amigos habían cambiado—de ese viaje surgió La gallina ciega, diario de lo que se encontró en país del que tuvo que abandonar tantos años atrás—, el argentino Rodolfo Fogwill, Ángeles Malonda, víctima de la represión franquista y autora de las memorias tituladas Aquello sucedió así, Alfonso Sastre, el dramaturgo de Oficio de tinieblas y los galeguistas Jenaro Marinhas del Valle, autor de A vida escura, Ramón de Valenzuela, que escribió Era tiempo de apandar, y Luis Seoane. Pero no son sus voces las que suenan, que quedaron atrapadas y vivas en sus escritos. Las que suenan carecen de alma, quizá ya solo son fantasmas, espectros de lo evocado, carentes de la emoción que rompe las distancias. En todo caso, son voces forzadas que, personalmente, no me invitan a formar parte de una intimidad que no fluye; que no siento y que no me ofrece acceso a cualquier verdad que pretenda exponer. Entonces, me pregunto, ¿por qué el cine de “autor” actual fuerza tanto la quietud de los personajes y de la acción que todo parece falso y pretencioso? Quizá exista en el cine independiente actual mucho aspirante a Tarkovski, Bergman, Ozu o Bresson, y tan poco que quiera narrar desde el movimiento y la aparente sencillez. Es probable que sea más difícil imitar a Ford, a Vidor o a Walsh, pues ahí, en el movimiento y la acción narrativa, no existe maquillaje poético que disimule carencias y querencias. En Longa noite, nada me suena verdadero,…



lunes, 1 de julio de 2024

Lúa vermella (2019)

Un film distinto, todos los que siguen el impulso creativo de sus responsables suelen serlo, pero también es diferente por esa Galicia “máxica”, “terra meiga” que Lois Patiño intenta recrear en la pantalla, a partir de un pueblo costero —parte de los exteriores están rodados en Camariñas— donde la quietud ancla a sus personajes en el tiempo, persiguiendo el no tiempo. Desde épocas remotas e inmemoriales, los habitantes de la costa miramos el mar con familiaridad, temor, gratitud, respeto, cariño, incluso con la nostalgia que las profundidades y el horizonte marino traen de un futuro y de un pasado construidos con materiales de evocaciones, realidad y mito, creando de ese modo un presente inexistente que se sitúa entre la realidad y la irrealidad, tierra de espectros, de días grises y noches bajo lunas coloreadas por la sangre y el recuerdo de los ahogados. Uno de los conflictos que puede presentarse ante el cine de Patiño es su insistencia poética. Quiere ser diferente y hace notar su querer ser distinto, pero no presume de divo ni va de cineasta provocativo. Busca ser poeta audiovisual, quizá trovador moderno de cantigas cinematográficas, que no son de escarnio y maldecir, ni de amigo ni de amor, sino de lo intangible, de lo que llevamos dentro, las relaciones del pensamiento con el entorno y los misterios que encierra. Películas como Costa da morte (2013) y Lúa vermella (2020) quieren ser poesías del alma, como pueda serlo Stalker (Andrei Tarkovski, 1979) o, en menor medida, A Ghost Story (David Lowery, 2017). Una forma cinematográfica como Lúa vermella se encuentra a sí misma en la poesía que fuerza en voces, sonidos, silencios y pausas. Pero no resulta una poesía molesta para quien se aleje de las prisas y del ruido cotidiano (predominantes fuera y dentro del cine comercial actual), al contrario, va envolviendo en su estética de quietud y de fantasía triste. Parte de las profundidades atlánticas y sale a la luz para caer en la sombra de una población donde tierra y mar se juntan pero no se hermanan, donde los hombres y mujeres piensan y filosofan en voces interiores que no les pertenecen, que pertenecen al autor del texto y de la película, un cineasta sensible que quiere crear un espacio fílmico que no es la realidad, sino el más allá de lo real. Las imágenes, las voces y los sonidos son su acceso a lo intangible, a su Lúa vermella, intento de atrapar un mundo abstracto y subjetivo, de emociones, sensaciones y reflexiones, pues quizá no haya nada más abstracto y subjetivo que la poesía y el reflexionar sobre la vida y la muerte, sobre los espacios emocionales que, en cierta medida, nos dan forma…

Un filme distinto, tódolos que seguen o impulso creativo dos seus responsables adoitan selo, pero tamén é diferente por esa Galicia “máxica”, “terra meiga” que Lois Patiño intenta recrear na pantalla, a partir dun pobo costeiro —parte dos exteriores están rodados en Camariñas— onde a quietude ancla a os seus personaxes no tempo, perseguindo o non tempo. Dende épocas remotas e inmemoriais, os habitantes da costa ollamos o mar con familiaridade, temor, gratitude, respecto, agarimo, incluso coa nostalxia cas profundidades e o horizonte mariño traen dun futuro e dun pasado construidos con materiais de evocacións, realidade e mito, creando dese xeito un presente inexistente que sitúase entre a realidade e a irrealidade, terra de espectros, de días grises e noites baixo lúas coloreadas polo sangue e a lembranza dos afogados. Un dos conflictos que pode presentarse ante o cine de Patiño é a súa insistencia poética. Quere ser diferente e fai notar o seu querer ser distinto, pero non presume de divo nin vai de cineasta provocativo. Busca ser poeta audiovisual, quizais trovador moderno de cantigas cinematográficas, que non son de escarnio e maldicir, nin de amigo nin de amor, senón do intanxible, do que levamos dentro, as relacións do pensamento co entorno e os misterios que encerra. Películas como Costa da morte (2013) e Lúa vermella (2020) queren ser poesías do alma, como poda selo Stalker (Andrei Tarkovski, 1979) ou, en menor medida, A Ghost Story (David Lowery, 2017). Unha forma cinematográfica como Lúa vermella atópase a si mesma na poesía que forza en voces, sons, silencios e pausas. Pero non resulta unha poesía molesta para quen se afaste das prisas e do ruido cotiá (predominantes fora e dentro do cine comercial actual), ao contrario, vai envolvendo na súa estética de quietude e de fantasía triste. Parte das profundidades atlánticas e sae á luz para caer na sombra dunha poboación onde terra e mar xúntanse pero non se irmandan, onde os homes e mulleres pensan e filosofan en voces interiores que non lles pertenecen, que pertencen ao autor do texto e da película, un cineasta sensible que quere crear un espazo fílmico que non é a realidade, senón o máis aló do real. As imaxes, as voces e os sons son o seu acceso ao intanxible, a súa Lúa vermella, intento de atrapar un mundo abstracto e subxetivo, de emocións, sensacións e reflexións, pois quizais non haxa nada máis abstracto e subxetivo que a poesía e o reflexionar sobre a vida e a morte, sobre la espazos emocionais que, en certa medida, nos dan forma…



sábado, 29 de junio de 2024

Ramón Torrado, actualidad y españoladas


Vistas muchas de las películas que componen su filmografía, no puedo decir que Ramón Torrado fuese un gran cineasta, ni siquiera uno bueno, pero no se le puede negar que forma parte de la historia del cine español. Con una cincuentena de películas en su haber, el gallego obtuvo uno de los mayores éxitos comerciales de la década de 1940 con Botón de ancla (1947), quizá su film más recordado en la actualidad, aunque esto no es mucho decir, ya que la actualidad —con sus peculiaridades, como las que la preceden y suceden— apenas recuerda, sencillamente se deja ir. No parece capacitada para detenerse e interesarse en lo que tiene alrededor, entonces, si no se preocupa de su presente, ¿cómo exigirle que lo haga por lo que queda atrás? Dudo que se pueda. Dicho de otro modo, hoy nos cuesta fijar la atención más allá de los tres o cinco minutos apuntados por algunos medios en la frase <<tiempo de lectura estimado x minutos>>, como si a la lectura hubiese que reducirla, limitarla, acomodarla al “sin esfuerzo” y desterrarla del espacio mental donde se construye la reflexión y el diálogo con las páginas que nos hablan. La ausencia de pausa, de tiempo para buscar, pensar y desarrollar, conlleva una serie de implicaciones que depara la disminución de las inquietudes, de la creatividad, de la capacidad crítica —la autocrítica incluida—, de la curiosidad, que resultó vital en la evolución del conocimiento, en nuestro paso del ser irracional al semirracional, mezcla de lo racional y lo emocional que nos hace más o menos complejos, más o menos imprevisibles o predecibles. Todas estas pérdidas provocan que el proceso evolutivo, el aprendizaje, se resienta; así, para la mayoría del hoy, el cine de ayer no llama y, si ya hay que investigar y buscarlo, pues qué quieres que te diga; tal vez “link, link, link”, como quien dice, en un arrebato onomatopéyico,  “oink, oink, oink”. Se le antoja producto arcaico, casi prehistórico, según se puede intuir del desconocimiento que se tiene de él y de las voces que así lo confirman. Aunque se digan cinéfilos, la ignorancia general sobre el cine es supina e innegable la idiotez de presumir con afirmaciones y negaciones tan simplistas como “¿del siglo pasado? Esa es vieja”, “no veo antiguallas ni cine en blanco y negro” o, ya en el caso del cine español, “bah, esa es una españolada”, como si el “españolada” que suele expresarse de forma despectiva, unificador y globalizador, fuese un género en sí, eliminando las características propias de cada particular.


Los géneros sirven para englobar sin distinción, a partir de apariencias que tienen algo en común, pero, aparte de esto, ¿qué me dicen? Facilitan un reconocimiento superficial y general, a la hora de hablar sobre un particular. Y ya si se trata de cine hecho en España, no deja de ser un tanto aberrante el asumirlo todo igual. Englobar en “españolada” al cine hecho desde la posguerra hasta la Transición es como decir que el cine de Berlanga o de Fernán Gómez, distintos entre sí, ofreciesen lo mismo que las películas de Torrado, Rafael Gil o Antonio Román; o la de estos resultasen iguales a las de Nieves Conde o Serrano de Osma, o que los distintos miembros del llamado Nuevo Cine español fuesen iguales. No sé qué parecido, más allá de coincidencias fruto de un aprendizaje común en la Escuela de cine y el intento de realismo de los primeros años sesenta, se encuentra entre un film de Regueiro, en uno de Patino y en otro de Saura, por citar tres de aquellos cineastas que algunos llamaron “mesetarios”, para situarles frente a los (más influenciados por la nueva ola francesa) directores de la denominada “Escuela de Barcelona”. ¿Y en la “modernidad” de la Transición? ¿Qué tenían en común un film de Francesc Betriu, de Fernando Colomo, de Eloy de la Iglesia y otro de Almodóvar? Que todos ellos estaban hechos en España. En este aspecto, sí podría decirse que las películas del cine español son “españoladas”. Similar se podría decir entonces de las películas hechas en Japón, que serían japonesadas, del cine argentino, argentinadas, o del cine sueco, suecadas; aunque este último caso también podría referirse a las películas rodadas por los encargados del videoclub de Rebobine por favor (Be Kind Rewind, Michael Gondry, 2098). Lo cierto es que de niño escuchaba a mi padre hablar de vaqueradas, pero pocas veces se veían vacas en las películas de John Ford o de otros que ambientaron sus historias en un espacio cinematográfico al que llamaron western. Pero volviendo al tema, debido a la incultura general y a la que rodea a la afición cinematográfica, no resulta extraño que alguien como Torrado, cuyas películas no destacan por su calidad, sea un director olvidado, cuando en su época llegó a ser de los más taquilleros. Sin embargo, comercialidad no es igual a calidad, y solo la calidad o lo que se mitifica, glorifica o demoniza, sobreviven un poco más en el tiempo. Torrado es un realizador olvidado, pero tiene el honor de ser el primero en realizar una ficción deportiva en el cine español. Según su productor, Cesáreo Gonzalez: <<lancé el primer film deportivo de España>>. Fue sobre fútbol, y su título Campeones (1942). Era un todoterreno, igual te rodaba una comedia que un western, que un film religioso a lo Fray Escoba (1961). Siempre intentó un cine que se acercase a lo popular, incluso al folclore, por ejemplo, los dramas Mar abierto (1946) y Sabela de Cambados (1948), entre las que rodó su mayor éxito: Botón de ancla, que daría pie a una serie de films ambientados en cuarteles, sin ir más lejos, él mismo rodaría la similar La trinca del aire (1951) y, ya cuando su estela comercial se había apagado, Los caballeros del botón de ancla (1973), una mala película, como la mayoría de las suyas. No se puede pedir mucho más a un director que trabajaba para la industria, en el seno de la Suevia films de Cesáreo González, plegándose a las exigencias populares y a las de la censura, pero estas cuestiones no restan ni suman, solo indican que buscaba lo que hoy también pretende el cine más comercial: entretener al público mayoritario, dando más de lo mismo, evitando plantear complejidades y conflictos y aprovechándose del tirón popular de algunos de los actores y actrices de la época; por ejemplo el cantante Manolo Escobar. ¿Quién es este?, podría preguntarse alguien nacido en el siglo XXI, o hacia finales del XX, si hubiese llegado al final de estas líneas…


Filmografía

Tres maletas y un lío (1942)

Campeones (1942)

El rey de las finanzas (1944)

Castañuela (1944)

Mar abierto (1946)

El emigrado (1946)

Botón de ancla (1947)

Sabela de Cambados (1948)

Rumbo (1949)

Debla, la virgen gitana (1950)

La trinca del aire (1951)

La niña de la venta (1951)

Estrella de Sierra Morena (1952)

Pluma al viento (1952)

Ché, que loco! (1952)

La alegre caravana (1953)

Nadie lo sabrá (1953)

Malvaloca (1954)

Amor sobre ruedas (1954)

Suspiros de Triana (1955)

Curra Veleta (1955)

Un fantasma llamado amor (1956)

Héroes del aire (1957)

Las lavanderas de Portugal (1958)

María de la O (1958)

Caravana de esclavos (1959)

En las ruinas de Babilonia (1959)

Un paso al frente (1960)

Ella y los veteranos (1961)

Fray Escoba (1961)

Cristo negro (1962)

Bienvenido, Padre Murray (1963)

Relevo para un pistolero (1964)

Los cuatreros (1965)

La carga de la policía montada (1965)

Mi canción es para ti (1965)

Un beso en cada puerto (1965)

Clarines y campanas (1966)

El padre Manolo (1966)

Lío en el laboratorio (1967)

Educando a una idiota (1967)

Amor a todo gas (1968)

Con ella llegó el amor (1969)

Más allá del río Miño (1969)

La montaña rebelde (1970)

En un mundo nuevo (1971)

Los caballeros del botón de ancla (1973)

Guerreras verdes (1976)

Pasión inconfesable (1978)

jueves, 27 de junio de 2024

…Y al tercer año, resucitó (1980)

Partiendo del guion de Fernando Vizcaíno Casas, que adapta su propia novela, Rafael Gil satiriza la transición resucitando a Franco al tercer año de su muerte. Corre el 20 de noviembre de 1978, el tercer año de la liberación, y uno después de la legalización del PCE de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, la Pasionaria, que regresan tras décadas de exilio y de dar palos de ciego en lo que presumieron una resistencia clandestina que no aceleró la caída del régimen al que se oponían. El nuevo rey anda por ahí, por acuerdo tácito entre las distintas fuerzas y, tras hablar con él, Adolfo Suárez asume la presidencia del gobierno. El joven Felipe González lidera el partido obrero fundado por Pablo Iglesias, y liderado durante la Segunda República por los divergentes Besteito, Prieto y Largo Caballero; mientras que vestigios del viejo régimen, como el propio Suárez, televisivo y menos manejable de lo que algunos presumieron, o como los mandos militares, empresarios y políticos, cual el ex-ministro Manuel Fraga Iribarne, quien mientras funda Alianza Popular quizá evoque su chapuzón de propaganda allá en la playa, sobreviven y se adaptan por todas partes. Por el bien común y el sangriento recuerdo de la guerra, se pacta una transición de terciopelo, mejor que una de sangre y fuego como la que situó en el trono sin corona al general ferrolano. Las fuerzas democráticas aprobaron en las Cortes la Constitución, el 31 de octubre de 1978, y, ante España y su ciudadanía (que la ratificó en el referéndum del 6 de diciembre), se abre un presente que depara y permite la libertad de expresión y la disparidad, que fueron dos de los muchos imposibles durante el régimen franquista. Tal variedad sorprende al resucitado, viejecito de frágil voz.

Por un desatino del destino, ese anciano, Francisco Franco, regresa de entre los muertos. Cabe pensar que, cansada de oírle que él manda allí por la gracia de Dios, la muerte no le aguanta en su reino y lo envía de vacaciones a la vida. Quizá tema una rebelión por parte del militar u odie su uniforme de general y encuentre en su carácter uniformador, en su ausencia de compasión y de gestos generosos, un rival. Quizá la muerte rechace al dictador porque ve en él su propio reflejo. No, la muerte no quiere ser como él, aunque no puede renegar de su naturaleza criminal. Los humanos sí pueden elegir. Ese anciano escogió en su juventud y, avanzado el tiempo, se entronizó y eternizó en España durante casi cuarenta años. Ahora, calla y contempla. Puede que piense que esa no es su obra. La suya era más fría y gris, sin el color ni bullicio que dominan allí donde observa. Toda la población habla y reclama, las fuerzas autonómicas votan nuevas leyes en el fútbol y la izquierda parece dispuesta a mandar cuando reciben la llamada que advierte que aquel ha resucitado. Vaya, ahora que ya no es país nacionalcatólico, sino laico y en vías de descentralización.

La propuesta de …Y el tercer año, resucitó (1980) tiene su gracia y, aunque cayese mal a algunos, pudo ser posible gracias a la recién conquistada libertad de expresión y al desorden natural entre dos ordenes opuestos: dictadura y la democracia plenamente asentada. Gil y Vizcaíno Casas, que nunca ocultó sus simpatías, se burlan sin disimulo y crean el esperpento en el que enfrenta el ayer y el hoy de la transición, en la que todo ha cambiado, aunque quizá no tanto, como parecen comprobar los cuatro del pueblo que acuden a presentar sus quejas al ministerio. La película es un chiste y, como tal, lo asumen y lo advierten sus autores al inicio del film: <<Esta es una historia obviamente imposible… Una farsa en clave de humor. Interprétese en tal sentido, sin mayores complicaciones. Aunque, si alguien se da por aludido y se pica, allá él…>>. Pero a nadie escapa que el régimen franquista no fue un chiste, sino la férrea dictadura que se prolongó durante casi cuarenta años, en distintas etapas, pasando por la posguerra que enlazó con la autarquía, previa al aperturismo de los cincuenta. Llegaría el desarrollismo en la década de 1960, el tardofranquismo y, como sucede con todo lo que principia, su fin; ante el cual, mientras subía o bajaba consciente de estar pulsando los botones de un ascensor en el que se sentía a gusto, uno de mis paisanos, sabiendo muy bien lo que decía, expresó con satisfacción y sin miedo: <<non foi sen tempo>>.



miércoles, 26 de junio de 2024

Rafael Gil, el literario que quiso dirigir

<<Fiel a sus principios y creencias, no es justo negar al director Rafael Gil su anchura de miras y la comprensión de toda forma de enjuiciar la visión de la vida, de la existencia en todos los aspectos que abarca>>, (1) pues se trataba de un hombre de buen trato, abierto al diálogo, que no pretendía imponer sus carácter conservador, ni su fe religiosa, que sentía pasión por el cine y la literatura, y que logró fusionar ambas a lo largo de su carrera profesional, la cual cobra su mayor esplendor en la década de 1940, en una serie de espléndidas comedias o en dramas tan logrados como El clavo (1944) o La calle sin sol (1948). Durante este periodo se convierte en uno de los directores cinematográficos de mayor éxito y prestigio del cine español. Nacido en 1913, en el seno de una familia burguesa, Gil se forma en un ambiente cultural que fomenta sus inquietudes artísticas. Tiene acceso al arte, a la literatura, a los clásicos en la biblioteca de su padre, que <<era abogado, licenciado en Filosofía y Letras y catedrático de Latín, y en el Teatro Real tenía un cargo administrativo>>, (2) lo que supone para el joven Rafael la cercanía de un ámbito cultural y artístico. Recordaba que de muy pequeño se aficionó a la lectura, que los libros constituyeron el legado de su padre, que falleció cuando él contaba con ocho años. Su precoz contacto con la literatura le hace culturalmente inquieto, curioso y ávido de conocimiento, como corrobora que, desde muy joven, frecuente los ambientes culturales de Madrid. No tarda en sentir interés por el cine, sobre el que escribe en periódicos como La Voz o ABC y en las revistas Film Popular o Nuestro Cinema. De esa época viene su predilección por cineastas como King Vidor, Frank Capra y Ernst Lubitsch, predilección que se deja notar en sus primeros largometrajes. <<La primera vez que me di cuenta de que el cine valía la pena, fue precisamente cuando vi El mundo marcha, de King Vidor. Recuerdo que una de las mayores emociones de mi vida, fue conocer a King Vidor en San Sebastián y estrecharle la mano>>. (3)

Hacia mitad de la década de 1935, siente curiosidad por el cine experimental e incluso teoriza sobre el medio ya audiovisual. Pero la guerra estalla cuando se está desarrollando su aprendizaje, su paso de la teoría a la práctica, en Cinco minutos de españolada. Después de su primer cortometraje y, antes de que el golpe militar precipite la guerra, Gil colabora con Benito Perojo en Nuestra Natacha (1936). Pero el conflicto estalla y a él le coge en Madrid, por entonces un lugar un tanto inseguro para los burgueses conservadores. E ideológica y socialmente, Gil lo era. Sin embargo, se encuentra a gusto en la capital española, su ciudad natal, y, aunque habría preferido no participar en la lucha armada —<<yo ganas de pelear no tenía ninguna>>—, no tardó en ser movilizado por el ejército republicano. Debido a sus conocimientos cinematográficos, lo destinan a la unidad de propaganda de la 46 División, “El Campesino”, en la que también se encuentra Antonio del Amo, quien le salva la vida cuando el origen de clase de Gil le hace sospechoso a ojos de milicianos. De este periodo son sus cinco documéntales de propaganda y también su contacto con Eusebio Fernández Ardavin en la película En busca de una canción (1937). El futuro realizador de La gran mentira (1956) no duda en señalar Fernández Ardavin como su maestro, quien le enseña a hacer cine. Concluida la contienda civil, continúa filmando cortometrajes hasta que, en 1941, debuta en la dirección de largometrajes con su primera adaptación de Wenceslao Fernández Flórez. A la espléndida El hombre que se quiso matar (1941), en 1970 filmaría su segunda versión del relato, le siguen otras no menos logradas, también protagonizadas por el actor compostelano Antonio Casal. Viaje sin destino (1942), Huella de luz (1942) y El fantasma y doña Juanita (1944) son tres ejemplos del buen hacer de Gil, a quien a menudo se le etiquetaba de literario, es decir, alguien que adaptaba literatura, que pretendía plasmarla en imágenes, sin ser cinematográficamente original. <<En ocasiones me han echado en cara, esa influencia literaria, diciendo que soy poco creador. Pues a lo mejor es verdad, pero no lo puedo evitar, tengo un peso literario, producto de mi formación, y no puedo prescindir de él>>. (4) Sus películas, al menos las mejores de las suyas, desmiente que no fuese un creador cinematográfico. Lo fue, aparte de ser un apasionado literario, cuyos conocimientos en literatura superaban y superan la media; por lo que tampoco resulta extraño su gusto, predilección, por adaptar al cine obras que conoce y admiraba, por ejemplo de Cervantes, Palacio Valdés, Wenceslao Fernández Flórez, Pérez Galdós, Unamuno, o de Enrique Jardiel Poncela, de quien en 1944 adapta la pieza cómica Eloísa está debajo de un almendro


(1) Luis Rubio Gil, en José Luis Castro de Paz (Coord.): Rafael Gil y CIFESA. Filmoteca Española/Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales/Ministerio de Cultura, Madrid, 2007.


(2) (3) (4) Rafael Gil, en Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres Editor, Valencia, 1974.

lunes, 24 de junio de 2024

Cabalga con el diablo (1999)


El amor entre Jake (Tobey Maguire) y Jack Bull (Skeet Ulrich) en Cabalga con el diablo (Ride with the Devil, 1999) aparece insinuado y solo puede darse disfrazado de la amistad que les une, que es otra manera de expresar un sentimiento de comunión diferente al que pueda darse en la pareja, pues carece del componente sexual que se añade en la relación que se establece entre dos hombres en las más lograda Brokeback Mountain (2005). Pero en ambos casos, se impone la imposibilidad de que el amor pueda ser más allá del ideal o de un instante compartido, como apuntan también las dos relaciones amorosas sobre las que giran Tigre y dragón (Crouching Tiger, Hidden Dragon, 2000) y la que se descubre igual de imposible en Hulk (2003), debido a la imposibilidad de Bruce Banner de controlar su doble condición de Jekyll y Hyde. De ese modo, el amor, su ideal a veces hecho carne y otras solo posible en la distancia del pensamiento, va asomando en lo mejor de Ang Lee, que en Cabalga con el diablo sitúa a sus personajes en plena guerra de la Secesión, enfrentando a guerrilleros rebeldes y federales en Missouri. Otros temas que asoman por la pantalla son el racismo, la xenofobia o cómo la guerra desata el salvajismo humano, pero Lee se decanta por el lado más humano, aquel que une en lazos de amistad, como los de Holt (Jeffrey Wright) y Jake, quien se casa con Sue Lee (Jewell) para que esta joven, madre soltera, mantenga su reputación intacta. Violenta, sangrienta, así es la guerra. Hombres enfrentados, mujeres quienes también se ven afectadas por la contienda y adolescentes como Jake, en busca de su identidad en un tiempo de imposibilidad que le obliga a cuanto no desea, que le arrebata a su amigo, a su amor platónico…