martes, 9 de julio de 2024

Arturo Barea y los libros “viejos”

Arturo Barea

Me gusta perderme en las librerías, pues siempre acabo encontrando un amigo, o varios, en las páginas de algún libro que me llevo contento, esperanzado, ilusionado. Desde hace años, los mejores encuentros se producen en librerías de segunda mano, donde me salen al paso títulos descatalogados, lomos gastados y páginas doradas por el tiempo. Me pierdo en sus laberintos de estanterías, entre pilas de libros en el suelo que piso curioso, olvidándome de mí, dejándome envolver por el olor a papel viejo que evoca años de lectura y olvido. Esos pasillos me trasladan a un mundo aparte; por un instante, me permiten abandonar el mío y descubrir el de otros… No hay ciudad ni pueblo que visite sin la esperanza del encuentro. Compro libros en Alcalá, Salamanca, Lugo, Sevilla, Zaragoza, Segovia, Malaga, Oviedo,… Tránsito calles y plazas en su busca; lo hago en compañía generosa. Ando a pasos marcados por el deseo, la ilusión y la impaciencia. Camino hacia una puerta que se abra al pasado y a la inmortalidad literaria que encierran sus paredes. A menudo, logro mi objetivo. Entonces, en mí mente solo existe el presente que tengo ante mí, un ahora marcado por centenares de títulos y de nombres que conozco, de otros que me resultan familiares y de tantos que, hasta ese instante, me son desconocidos. Como si llegase de otra dimensión, me alcanza la voz de una mujer y de un hombre. Hablan sobre uno que les acaba de llegar: “Las memorias del general Escobar”. Él le dice que es muy bueno. Eso mismo pienso. El libro de Olaizola me sorprendió cuando compartimos instantes que se difuminarán hasta desaparecer. ¿Cuántos libros habrán desaparecido ya de mi memoria? ¿Cuántos habitan en mí sin ser consciente? ¿Y los que nunca olvido? Continúan su charla. Ella es la guardiana del lugar; él, supongo, un asiduo. Tal vez un enamorado de los libros. Vuelvo a lo mío, aunque no sin antes preguntarme si quienes trabajan en lugares así son conscientes del tesoro que custodian y comercializan o si solo están ahí porque es su trabajo y su negocio. Supongo que la respuesta es una mezcla de ambas. Vivir entre libros, suspiro haciéndome una imagen idílica de estar rodeado de tantas vidas, pensamientos, verdades y mentiras. ¿Qué puede importarme que las librerías y el mundo editorial siempre hayan sido negocio, hoy más que ayer? No me importa porque también en esos mundos han existido y existen quijotes que luchan a contracorriente, personajes que arriesgan mucho porque aman la literatura, admiran sus joyas, asumen que deben conservarlas y transmitirlas; incluso algunos sueñan con descubrir y sacar a la luz nuevos talentos y tesoros literarios. A esas personas, quienes transitamos sus reinos librescos, les debemos mucho…

Vicente Blasco Ibáñez

<<La plaza del Callao está llena de puestos de libros. Todos los años, cuando van a empezar las clases, hay feria de libros y Madrid se llena de puestos. Donde más hay es aquí, que es el barrio de los libreros, y en la Puerta de Atocha. Aquí llenan la plaza y en la Puerta de Atocha, el paseo del Prado. A mi tío y a mí nos gusta recorrer los puestos y buscar gangas. Cuando no hay ferias, entramos en las librerías de la calle de Mesonero Romanos, de la Luna y de la Abada. La mayoría son barracones de madera en los solares. En la esquina de la calle de la Luna y de la calle de la Abada está la librería mayor. Es una barraca de madera, pintada de verde, tan grande como una cochera. El dueño, un viejo, es amigo de mi tío y, como él, fue labrador; se lían a hablar de sus tiempos y de la tierra. Yo, mientras, revuelvo todos los libros y hago un montón con los que me gustan. Son baratos. La mayoría valen diez o quince céntimos. Cuando mi tío ve el montón se enfada siempre, pero yo sé que el librero no me dejará que me vaya sin ellos, ni dejará que mi tío separe la mitad. Si no me los compra, él me los regala. Lo único que hace a veces es quitar libros que no debo leer, según dice. Lo malo es que luego estos libros no puedo vendérselos. Cuando los he leído se los llevamos y se los dejamos gratis. También compro yo libros en la calle de Atocha, pero estos me los vuelven a comprar por la mitad de lo que me cuestan.

Hay un escritor valenciano que se llama Blasco Ibáñez, que ha hecho todos estos libros. Los curas de mi colegio dicen que es un anarquista muy malo, pero yo no lo creo. Un día dijo que en España no se leía porque la gente no tenía bastante dinero para comprar libros. Debe de ser verdad, porque los libros del colegio cuestan muy caros. Entonces dijo: “Yo voy a dar de leer a los españoles”. Y en la calle de Mesonero Romanos puso una tienda y empezó a hacer libros. Pero no los libros de él, porque dice que eso no le interesa a nadie, sino los libros mejores que se encuentran en el mundo. Y todos valen, nuevos, treinta y cinco céntimos. La gente los compra a millares y cuando los ha leído los vende a los puestos de libros viejos, y allí los compramos los chicos y los pobres. Así yo he leído a Dickens y a Tolstoi, a Dostoievsky, a Dumas, a Víctor Hugo, a muchos otros.>>

Arturo Barea: “La forja de un rebelde”


“La Novela ilustrada”

<<Con el subtítulo “publicación periódica económica” y al precio de 15 céntimos cada entrega, colección literaria de novelas cortas españolas originales, que empiezan a ser editadas a partir del 15 de diciembre de 1884, al principio dos veces al mes y posteriormente, tres veces, en las que se incluyen dentro de texto “láminas al cromo”, en su mayor parte de color. La colección de la Biblioteca Nacional de España consta de 60 números, hasta la entrega del 20 de agosto de 1886.

Uno de los principales autores de esta colección es Emilio de la Cerda, con títulos como La mujer de dos maridos. Otros son Carlos Álvarez Malgorry, Joaquín Ardila, Antonio de San Martín, Lorenzo Gil y Gonzalo Jover.

La segunda época de este título, a partir e octubre de 1905, fue dirigida por el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, que publicó autores europeos consagrados, como Maupassant, Hugo, Dumas, Doyle, Dickens, Goncourts, Dostoievsky o Turgeniev, durante el periodo de mayor auge de este tipo de colecciones de narrativa y novelística corta dirigidas al gran público.>>

Fuente: Biblioteca Nacional de España.



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