miércoles, 3 de julio de 2024

Longa noite (2019)


El escritor Celso Emilio Ferreiro tituló Longa noite de pedra a su famoso poemario. Esa “longa noite”, de encierro entre muros de dolor y oscuridad, también sirve a Eloy Enciso Cachafelro para titular su plomizo y forzado recorrido cinematográfico por la Galicia de la posguerra, a la que viaja acompañando a un retornado que regresa a Lugo, ciudad y provincia. Desde el inicio de su recorrido, incluso antes que lo descubramos en el autobús, distintos personajes desvelen un panorama de vencedores y vencidos. Hablan palabras y pensamientos que no les son propios ni logran apropiarse de ellos. Son voces, en cuerpos que parecen prestados para que puedan acceder al mundo físico. Por una parte, Longa noite (2019) camina por la amargura, la aflicción, el ostracismo, la carestía, la desesperanza; por otra, habla de la represión y la amenaza. Intenta abordar el conflicto en un lugar de sombras, donde la derrota se hace audible. En su intención de realizar un film reflexivo, sensible e íntimo, Enciso parte de la memoria de otros: recurre a voces del pasado y el eco que resuena en la historia. Se inspira en diversos autores, en su mayoría testigos de la guerra y de la posguerra, protagonistas del exilio o de la represión franquista, para dar forma a un retrato y a una reflexión que toma prestados pensamientos y palabras, que lleva a la pantalla y las sitúa en la proximidad del viajero, Anxo, que se encuentra con conciencias castigadas, derrotadas y afligidas que no logran liberarse del pasado, porque el pasado todavía es su presente: la mujer en la estación que llora la pérdida de su marido y la ausencia de su hijo, y maldice la lucha de unos y otros, o el hombre que evoca su padecimiento: la brutal represión de la que fue víctima. Los textos a los que recurre el cineasta gallego pertenecen a José María Aroca (“Los republicanos que no se exiliaron”), Max Aub, quizá el máximo exponente del autor español en el exilio, que regresó momentáneamente a España hacia finales de los años sesenta para descubrir que su tierra y algunos de sus amigos habían cambiado—de ese viaje surgió La gallina ciega, diario de lo que se encontró en país del que tuvo que abandonar tantos años atrás—, el argentino Rodolfo Fogwill, Ángeles Malonda, víctima de la represión franquista y autora de las memorias tituladas Aquello sucedió así, Alfonso Sastre, el dramaturgo de Oficio de tinieblas y los galeguistas Jenaro Marinhas del Valle, autor de A vida escura, Ramón de Valenzuela, que escribió Era tiempo de apandar, y Luis Seoane. Pero no son sus voces las que suenan, que quedaron atrapadas y vivas en sus escritos. Las que suenan carecen de alma, quizá ya solo son fantasmas, espectros de lo evocado, carentes de la emoción que rompe las distancias. En todo caso, son voces forzadas que, personalmente, no me invitan a formar parte de una intimidad que no fluye; que no siento y que no me ofrece acceso a cualquier verdad que pretenda exponer. Entonces, me pregunto, ¿por qué el cine de “autor” actual fuerza tanto la quietud de los personajes y de la acción que todo parece falso y pretencioso? Quizá exista en el cine independiente actual mucho aspirante a Tarkovski, Bergman, Ozu o Bresson, y tan poco que quiera narrar desde el movimiento y la aparente sencillez. Es probable que sea más difícil imitar a Ford, a Vidor o a Walsh, pues ahí, en el movimiento y la acción narrativa, no existe maquillaje poético que disimule carencias y querencias. En Longa noite, nada me suena verdadero,…



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