jueves, 27 de junio de 2024

…Y al tercer año, resucitó (1980)

Partiendo del guion de Fernando Vizcaíno Casas, que adapta su propia novela, Rafael Gil satiriza la transición resucitando a Franco al tercer año de su muerte. Corre el 20 de noviembre de 1978, el tercer año de la liberación, y uno después de la legalización del PCE de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, la Pasionaria, que regresan tras décadas de exilio y de dar palos de ciego en lo que presumieron una resistencia clandestina que no aceleró la caída del régimen al que se oponían. El nuevo rey anda por ahí, por acuerdo tácito entre las distintas fuerzas y, tras hablar con él, Adolfo Suárez asume la presidencia del gobierno. El joven Felipe González lidera el partido obrero fundado por Pablo Iglesias, y liderado durante la Segunda República por los divergentes Besteito, Prieto y Largo Caballero; mientras que vestigios del viejo régimen, como el propio Suárez, televisivo y menos manejable de lo que algunos presumieron, o como los mandos militares, empresarios y políticos, cual el ex-ministro Manuel Fraga Iribarne, quien mientras funda Alianza Popular quizá evoque su chapuzón de propaganda allá en la playa, sobreviven y se adaptan por todas partes. Por el bien común y el sangriento recuerdo de la guerra, se pacta una transición de terciopelo, mejor que una de sangre y fuego como la que situó en el trono sin corona al general ferrolano. Las fuerzas democráticas aprobaron en las Cortes la Constitución, el 31 de octubre de 1978, y, ante España y su ciudadanía (que la ratificó en el referéndum del 6 de diciembre), se abre un presente que depara y permite la libertad de expresión y la disparidad, que fueron dos de los muchos imposibles durante el régimen franquista. Tal variedad sorprende al resucitado, viejecito de frágil voz.

Por un desatino del destino, ese anciano, Francisco Franco, regresa de entre los muertos. Cabe pensar que, cansada de oírle que él manda allí por la gracia de Dios, la muerte no le aguanta en su reino y lo envía de vacaciones a la vida. Quizá tema una rebelión por parte del militar u odie su uniforme de general y encuentre en su carácter uniformador, en su ausencia de compasión y de gestos generosos, un rival. Quizá la muerte rechace al dictador porque ve en él su propio reflejo. No, la muerte no quiere ser como él, aunque no puede renegar de su naturaleza criminal. Los humanos sí pueden elegir. Ese anciano escogió en su juventud y, avanzado el tiempo, se entronizó y eternizó en España durante casi cuarenta años. Ahora, calla y contempla. Puede que piense que esa no es su obra. La suya era más fría y gris, sin el color ni bullicio que dominan allí donde observa. Toda la población habla y reclama, las fuerzas autonómicas votan nuevas leyes en el fútbol y la izquierda parece dispuesta a mandar cuando reciben la llamada que advierte que aquel ha resucitado. Vaya, ahora que ya no es país nacionalcatólico, sino laico y en vías de descentralización.

La propuesta de …Y el tercer año, resucitó (1980) tiene su gracia y, aunque cayese mal a algunos, pudo ser posible gracias a la recién conquistada libertad de expresión y al desorden natural entre dos ordenes opuestos: dictadura y la democracia plenamente asentada. Gil y Vizcaíno Casas, que nunca ocultó sus simpatías, se burlan sin disimulo y crean el esperpento en el que enfrenta el ayer y el hoy de la transición, en la que todo ha cambiado, aunque quizá no tanto, como parecen comprobar los cuatro del pueblo que acuden a presentar sus quejas al ministerio. La película es un chiste y, como tal, lo asumen y lo advierten sus autores al inicio del film: <<Esta es una historia obviamente imposible… Una farsa en clave de humor. Interprétese en tal sentido, sin mayores complicaciones. Aunque, si alguien se da por aludido y se pica, allá él…>>. Pero a nadie escapa que el régimen franquista no fue un chiste, sino la férrea dictadura que se prolongó durante casi cuarenta años, en distintas etapas, pasando por la posguerra que enlazó con la autarquía, previa al aperturismo de los cincuenta. Llegaría el desarrollismo en la década de 1960, el tardofranquismo y, como sucede con todo lo que principia, su fin; ante el cual, mientras subía o bajaba consciente de estar pulsando los botones de un ascensor en el que se sentía a gusto, uno de mis paisanos, sabiendo muy bien lo que decía, expresó con satisfacción y sin miedo: <<non foi sen tempo>>.



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