sábado, 15 de junio de 2024

Carne de fieras (1936)

La leyenda que introduce Carne de fieras (Armand Guerra, 1936) explica que <<se filmó en Madrid en el verano de 1936 a comienzos de la guerra civil española. Finalizado el rodaje, la producción se interrumpió y el negativo permaneció guardado durante cincuenta y seis años sin montar. Al no haberse encontrado el guion original, la versión de 1992 se ha hecho siguiendo las instrucciones de las claquetas y del fragmento del copión conservado.>> El resultado del montaje depara un film de evasión, más o menos fiel al que pudo ser en mente de su responsable, el director Armand Guerra, anarquista y trotamundos, quien no tardaría en acudir al frente para filmar escenas que posteriormente serían proyectadas bajo el título Estampas de guerra (1937). Probablemente, que no se montase la película fue debido al propio periodo de rodaje, a las prioridades e intereses que surgieron a raíz de la sublevación militar del 18 de julio y de la revolución libertaria que se desató a continuación. La idea de la película había surgido en junio, cuando el espectáculo erótico-circense de Marlène Grey atraía a curiosos de la capital española y llamó la atención de Arturo Caballero, que acabaría produciendo el film. Por entonces, España entraba en su periodo más conflictivo del siglo XX, aunque todavía no había guerra, solo enfrentamientos callejeros que iban sumando muertos y acusaciones, también amenazas, en las Cortes; mientras, en las sombras, el general Emilio Mola preparaba el golpe militar, buscando el apoyo de carlistas, monárquicos e incluso falangistas, que en voz de José Antonio Primo de Rivera habían dejado claro su intención de no pactar con militares ni conservadores —cambiarían de opinión—, y el joven Santiago Carrillo llevaba a las Juventudes Socialistas hacia la bolcheviquización y radicalización que, en apariencia, presumía ser la materialización del discurso de Largo Caballero. Entremedias, los anarquistas se preparaban para su revolución libertaria y la izquierda republicana se veía superada por los acontecimientos y por su falta de decisión y acción para ponerles fin. La guerra estalló poco después. Era el inicio de casi tres años de conflicto bélico y de asedio a ciudades como Madrid, que resistiría el cerco “nacional” hasta el final de la guerra. Aquel verano-otoño del 36, Madrid (y otras ciudades de la península como Barcelona, controlada en mayor parte por los anarquistas hasta mayo de 1937) vivía la rebelión y la revolución a flor de piel, pero ni en esta película ni en Aurora de esperanza (Antonio Sau Olite, 1937), rodada en la Ciudad Condal, se dejan notar la crispación y la violencia callejera desatada al inicio del enfrentamiento armado.

En un instante tan conflictivo, un film como Carne de fieras no sería prioritario para la propaganda, ni para los intereses que se imponían en un entorno de creciente influencia comunista y de pérdida de control republicano; como indica el pesimismo de Azaña o la falta de unidad y serenidad de los primeros días. Tampoco parece una producción anarcosindicalista, sino una burguesa que cuenta la historia de Pablo (Pablo Alvárez Rubio), un boxeador de buen corazón que cae derrotado en el ring y en la vida, pero que no tarda en levantarse y sobreponerse a su fallida relación matrimonial. Descubre que Aurora (Tina de Jaque), con quien está casado, le engaña. Así que le exige el divorcio, el cual había sido aprobado en 1932, tras una dura disputa en las Cortes. Pero el púgil no está solo, cuenta con la amistad de Picatoste (Alfredo Corcuera), que también es su promotor, y el cariño de “Perra gorda”, el niño huérfano que se define a sí mismo como <<un bichito del arroyo>> y a quien Pablo salva de morir ahogado en el parque del Retiro. El adulto lo acoge en su hogar e inicia una relación paterno-filial que introduce con calzador el mensaje social de acogida y de solidaridad con <<los niños del arroyo>>.

Lo único que no parece forzado son las escenas de desnudo de Marlène (Marlène Grey), cuando exhibe y danza su cuerpo entre las fieras que Monsieur Mack (George Mack) mantiene a raya durante el espectáculo erotico-circense. En ese instante, también la cámara se centra en Pablo, a quien se le cae la baba y se le enciende el deseo. Pero, más allá de estos instantes, la propuesta de Guerra poco tiene de revolucionaria; y nada de libertaria. No semeja un film anarcosindicalista ni que su rodaje se desarrolle en un tiempo tan complejo, caótico, vengativo y sangrienta. El Madrid cinematográfico de la época asoma tranquilo, incluso idílico, nada apunta que fuera de la pantalla haya rebelión, revolución, registros, checas, bombardeos, muerte… Y no lo parece porque los ambientes recreados no apuntan ningún conflicto; ni siquiera el drama de Pablo presenta alguno. Todo suena tan forzado y simple que se comprende que la intención no era más que llevar a la pantalla el espectáculo de Grey y Mack, un espectáculo osado para la época e impensable en el periodo franquista. En el cine anarcosindicalista del periodo bélico hay una intención de enseñanzas, más que de adoctrinamiento y exaltación —eso sería más acorde al cine franquista de posguerra—, pero en este film escrito y dirigido por Guerra no asoma el didactismo de otras producciones anarcosindicalistas tal que Barrios bajos (Pedro Puche, 1937), ni el reportaje documental, tal que Barcelona trabaja para el frente (1937). Es una salvedad, como también pueda serlo el drama social Aurora de esperanza. En todo caso, Carne de fieras resulta irregular, más de lo mismo, conservador e incluso aburrido en la mayor parte de su metraje. Por los ambientes en los que se mueve y por sus personajes parece un film que busca la evasión de su público. De haberse estrenado en su época, quizá lo hubiese logrado o no lo consiguiese, pero ahora resulta una curiosidad cinematográfica que, entre sus intereses melodramático-festivos, inserta ese mensaje social en la presencia del niño sin hogar ni padres…



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