El arte bien puede ser una pose o una impostura, que la postura idealizada y magnificada del pensamiento que tiende a idealizar y a magnificar, cuando no llega a comprender en su totalidad lo que siente ante las formas, apariencias y expresiones artísticas. El arte se siente en sus formas, no cabe duda, en lo que estas velan y desvelan, en la comunicación que establece entre lo contemplado y quien lo contempla, lo piensa, lo rechaza o lo hace suyo, a veces sin saber explicar el porqué. El arte es tanto la obra como la comunicación que se establece entre el creador y el receptor del artificio que puede emocionar de diversas maneras. No cabe duda que la reacción emocional, la respuesta ante la creación, forma parte del arte; y no pocas veces, la emoción se exterioriza debido al artificio del cual se vale el artista para crearse como obra. Se inventa como personaje, se diseña y abraza la artificiosidad para llamar la atención sobre sí y de ahí hacia su otra obra, la que propiamente se dice artística. Hablamos de estética del arte, pero, a veces, es imposible distinguir en qué consiste, si prioriza el artificio o la emoción, si como parte de la expresión artística ambas se hacen una o incluso que ambas dependan de la relación del artista con su época, consigo mismo y con lo inexplicable que lleva dentro. Cada época exige formas diferentes, aunque no dejen de ser expresiones de los mismos conflictos. Los artistas también mudan sus formas, sus apariencias externas pasan a ser importantes en algún punto de la historia. Algunos ni siquiera son conscientes de que su facha vende entre un público que se deja arrastrar por la apariencia; otros quieren vender a toda costa su imagen artística, la que irá asociada a su propia obra, de la que él mismo será parte. En esto, quizá Salvador Dalí y Andy Warhol sean dos de los grandes ejemplos del arte del siglo XX. Sus imágenes son inmediatamente reconocibles y, como parte de su obra, son producto de venta, de crítica, de discusión, de admiración, de rechazo; pero ¿quiénes son los individuos tras el disfraz? En realidad, aunque dudo que artista y persona puedan separarse al habitar en el mismo cuerpo y mente, poco interesa al consumidor de arte el quién verdadero, puesto que lo que conoce y valora no es a la persona desconocida que va al baño, mastica, suda en la cama o se baba en la almohada, sino que juzga la imagen estudiada y proyectada para provocar una reacción y la obra a la que da forma. Esto es lo que gusta, disgusta o deja indiferente, estado que el artista no persigue con su arte, su artificio y su artificiosidad…
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