lunes, 25 de julio de 2011

La guerra de las galaxias (1977)

La excelente recaudación obtenida por American Graffiti posibilitó a George Lucas rodar un film que de otro modo pudo no haber sido filmado, puesto que las distribuidoras y majors hollywoodienses no eran capaces de comprender o, menos aún, vaticinar el colosal éxito en el que se convertiría La guerra de las galaxias. El Episodio IV. Una nueva esperanza comienza con la archiconocida composición musical de John Williams y con los intertítulos que ubican la película en una galaxia lejana al tiempo que explican el dominio del Imperio Galáctico y la existencia de un pequeño grupo de rebeldes fieles a la antigua República que continúan batallando en pos de la libertad. Sin embargo, el Imperio ha construido el arma definitiva, La Estrella de la Muerte, una nave satélite con capacidad destructiva nunca vista. Los minutos iniciales, cuando en el destructor imperial ataca a la nave donde viaja la princesa Leia (Carrie Fisher), vehículo espacial que no tarda en ser abordado por las tropas de asalto imperial, sirven para mostrar la intención de Lucas; que no sería otra que la de ofrecer un film donde el entretenimiento prime por encima del guión, de los diálogos o de los personajes. La guerra de las galaxias se revela como una amalgama de características de diferentes géneros: aventura, ciencia-ficción y fantasía, combinado con aspectos de western que se descubren en Han Solo (Harrison Ford) y Chewbacca (Peter Myhew), dos llaneros solitarios que cabalgan en el interior del Halcón Milenario, o la taberna en Tatooine, donde se produce el primer contacto entre varios de los héroes de la saga, rodeados por peligrosos forajidos de distintas etnias interestelares. El cine de Akira Kurosawa se encuentra presente en los personajes de C3PO (Anthony Daniels) y R2D2 (Kenny Baker), inspirados en los dos pícaros de La fortaleza escondida, además, los caballeros Jedi semejan una especie de señores samuráis, que al igual que aquéllos anhelan la paz interior que les proporciona el equilibrio. La tecnología, las naves espaciales y la robótica forman parte de la ciencia ficción, pero si se analiza la historia, se percibe que Star Wars se encuentra más cerca, salvando la distancia, de la fantasía del tipo de El señor de los anillos de Tolkien que de la ciencia-ficción de 2001, una odisea del espacio de Arthur C.Clarke, título que Stanley Kubrick llevó a la gran pantalla consiguiendo un hito distinto al conseguido por esta producción. No obstante, la película de Kubrick es otra de las influencias recibidas por George Lucas para filmar el cuarto episodio, que sería el primero de una primera trilogía que sería la segunda, al menos como ejercicio numérico no tiene desperdicio. El discurrir de los minutos lleva la acción a Tatooine, hogar del joven Luke Skywalker (Mark Hamill), el héroe que desea combatir contra el Imperio, y un personaje nada trabajado, carente de personalidad y de atractivo, pero que mejorará en el siguiente episodio. Próximo a Luke se encuentra Obi Wan Kenobi (Alec Guinness), el antiguo maestro de Darth Vader, que según se deduce de la segunda trilogía, que no es sino la primera, ha perdido parte de su memoria al no reconocer a los dos robots que están presentes en los episodios I, II, III. Pero no es algo que reprocharle, ha envejecido y puede que tenga problemas con los recuerdos, entre otros muchos posibles. A estas alturas del film, George Lucas ya ha presentado a la mayoría de sus personajes, sólo faltan Han Solo y Chewbacca, quienes se apuntan poco después, no para acudir a una fiesta, sino para trasladar al planeta Alderaan los planos de La estrella de la muerte, pero como el viaje se convierte en un imposible deciden rescatar a la princesa Leia de las malvadas garras de ese ser oscuro que se convierte en uno de los personajes más atractivos y recordados de la saga, Darth Vader (David Prowse, Sebastian Shaw y la voz de James Earl Jones), antiguo caballero Jedi que sufrió un apagón que le hizo caer en la oscuridad. Así pues, sin tiempo para reflexionar sobre los acontecimientos, los héroes se encuentran corriendo y pasándolas canutas dentro de una Estrella de la muerte repleta de amenazas. El mayor peligro reside en la presencia de ese Lord Sith que busca, olfatea y ataca, cual doberman galáctico, porque ha percibido una perturbación en la fuerza, sensación que le provoca la sospecha de que su antiguo maestro y amigo, Obi Wan, se encuentra cerca. Por otro lado, Han, Luke y Chewbacca rescatan a Leia, y de las conversaciones que siguen a dicha acción se deduce que el chulesco cowboy y la princesita se atraen, ¿sentirán lo mismo Luke y Chebacca? Con más de la mitad de la película consumida, sin palomitas en el envase y sin respuesta a cualquier tipo de pregunta, el entretenimiento no cesa, pues el espectáculo continúa con una fuga que les conduce hasta el satélite donde se esconden las tropas rebeldes, lugar desde donde lanzarán un ataque a vida o muerte contra la poderosa y destructiva arma imperial. Ordenando las ideas anteriores se podría decir que Star Wars. Episodio IV. Una nueva esperanza marcó un antes y un después dentro del panorama cinematográfico, y no lo hizo por su calidad, más que discutible, sino por la posibilidad que ofreció al público, que pudo observar naves espaciales surcando el espacio, rumbo a planetas lejanos, habitados por criaturas nunca vistas y dominados por un Imperio representado en la figura oscura de la fuerza, un villano de renombre que no tarda en descubrir que existe un grupo de héroes que desde la espectacularidad de la space opera, la sencillez narrativa, a menudo infantil, y la fantasía intentan devolver la libertad a la galaxia. Y llegados a este punto tocaría escuchar, una vez más, la soberbia partitura de Williams y esperar a una segunda o quinta entrega: El imperio contraataca (1980), con la incorporación de Lawrence Kasdan y Leigh Brackett (colaboradora en muchas películas de Howard Hawks) en labores de guionistas, hecho que se traduciría en una mayor consistencia en la historia y en el desarrollo de los personajes.

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