El “mítico” duelo que se produjo en el Corral O.K., entre la familia Clanton y la Earp, que se recrea en Pasión de los fuertes (My darling Clementine, 1946) es secundario; lo prioritario es el individuo, el cómo asume que debe actuar y actúa consciente de su destino, más que de su deber. Lo que hace viene determinado por ser quien es, la suma de las pequeñas partes que hacen el todo. Lo corrobora que John Ford se aleje de la épica y se centre en la intimidad, en las relaciones que desarrolla entre los personajes, así como la tensión, palpable, entre Wyatt (Henry Fonda) y Hollyday (Victor Mature), que por momentos parecen amigos y, sin embargo, en otros, semejan que se van a enzarzar en una disputa en la que uno de ellos podría salir mal parado. A pasar del choque de personalidades, queda patente el respeto y admiración que se profesan. La aparición de Clementine (Cathy Downs), ex prometida del doctor, es una premonición de ese posible encontronazo, pues Wyatt Earp se enamora de ella, aunque en ningún momento se interpone entre Hollyday y Clementine. Es el propio doctor quien se aleja de ella, sumido en el pesar que le produce saberse desahuciado y condenado a una muerte lenta, pero segura, consecuencia de una enfermedad terminal que le ha llevado hasta el estado emocional en el que se encuentra. Desesperanzado, pasa sus días jugando, bebiendo y refugiándose en los brazos de una cantante (Linda Darnell), a quien sabe que no ama y a quien no teme hacer daño, por ello se permite una relación que no le ata, consciente de que su próximo fin no le separará de algo que le importe. Por otro lado, la intriga transcurre paralela a las relaciones que se producen entre los personajes, una intriga que el director plantea con toques de cine negro y que, a pesar, de ser un hecho conocido, mantiene en vilo al espectador, quien se encuentra atrapado en una historia perfectamente narrada y muy bien interpretada (incluso, Victor Mature, actor muy limitado en las facetas dramáticas, sale bien parado). No solo se trata de un gran western, Pasión de los fuertes es un film magistral dentro y fuera de su adscripción genérica, algo que John Ford parecía lograr con sencillez en cada una de sus películas, perteneciesen o no a un género que le permitía muchas posibilidades en cuanto al desarrollo de historias de muy diferente índole. Como en esta ocasión, donde el director expone varias relaciones de amistad, de familia y de amor en un entorno peligroso y poco civilizado que obliga a los protagonistas a emplear la fuerza para imponer una ley que todavía se mostraba poco precisa y mal administrada.
martes, 12 de julio de 2011
Pasión de los fuertes (1946)
El “mítico” duelo que se produjo en el Corral O.K., entre la familia Clanton y la Earp, que se recrea en Pasión de los fuertes (My darling Clementine, 1946) es secundario; lo prioritario es el individuo, el cómo asume que debe actuar y actúa consciente de su destino, más que de su deber. Lo que hace viene determinado por ser quien es, la suma de las pequeñas partes que hacen el todo. Lo corrobora que John Ford se aleje de la épica y se centre en la intimidad, en las relaciones que desarrolla entre los personajes, así como la tensión, palpable, entre Wyatt (Henry Fonda) y Hollyday (Victor Mature), que por momentos parecen amigos y, sin embargo, en otros, semejan que se van a enzarzar en una disputa en la que uno de ellos podría salir mal parado. A pasar del choque de personalidades, queda patente el respeto y admiración que se profesan. La aparición de Clementine (Cathy Downs), ex prometida del doctor, es una premonición de ese posible encontronazo, pues Wyatt Earp se enamora de ella, aunque en ningún momento se interpone entre Hollyday y Clementine. Es el propio doctor quien se aleja de ella, sumido en el pesar que le produce saberse desahuciado y condenado a una muerte lenta, pero segura, consecuencia de una enfermedad terminal que le ha llevado hasta el estado emocional en el que se encuentra. Desesperanzado, pasa sus días jugando, bebiendo y refugiándose en los brazos de una cantante (Linda Darnell), a quien sabe que no ama y a quien no teme hacer daño, por ello se permite una relación que no le ata, consciente de que su próximo fin no le separará de algo que le importe. Por otro lado, la intriga transcurre paralela a las relaciones que se producen entre los personajes, una intriga que el director plantea con toques de cine negro y que, a pesar, de ser un hecho conocido, mantiene en vilo al espectador, quien se encuentra atrapado en una historia perfectamente narrada y muy bien interpretada (incluso, Victor Mature, actor muy limitado en las facetas dramáticas, sale bien parado). No solo se trata de un gran western, Pasión de los fuertes es un film magistral dentro y fuera de su adscripción genérica, algo que John Ford parecía lograr con sencillez en cada una de sus películas, perteneciesen o no a un género que le permitía muchas posibilidades en cuanto al desarrollo de historias de muy diferente índole. Como en esta ocasión, donde el director expone varias relaciones de amistad, de familia y de amor en un entorno peligroso y poco civilizado que obliga a los protagonistas a emplear la fuerza para imponer una ley que todavía se mostraba poco precisa y mal administrada.
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