Antes de que Dino de Laurentiis se hiciese con los derechos de adaptación de Dune, hubo intentos de llevarla a la pantalla, pero ninguno llegó a materializarse; al menos, no en su totalidad. Quizá el más ambicioso de los proyectos fallidos fue el pretendido por el chileno Alejandro Jodorowski, que tenía en mente una película de diez horas de duración, metraje que la hacía inviable desde una perspectiva comercial tradicional. Una vez con los derechos cinematográficos en su posesión y con Ridley Scott fuera del proyecto —en el que el británico trabajó durante seis meses, antes de abandonarlo para rodar Blade Runner (1982)—, De Laurentiis convenció a David Lynch para que dirigiese el film y, tras numerosas reelaboraciones del guion y elegir el reparto, el estadounidense se trasladó a Mexico donde, finalmente, puso imágenes a la famosa novela de Frank Herbert, quien, por cierto, defendió la película resultante. Pero Dune (1984) fue un fracaso comercial y blanco de críticas que se cebaron sin miramientos y dudoso análisis, llegando a decir que era la peor película del año o tan complicada como un examen —quizá habría que preguntar si alguien había visto todos los films estrenados aquel año y si el examen era de primaria o de secundaria—, con el paso de los años, el Dune de Lynch, aunque a él no le gusta, ha ido ganando simpatías.
La misión encomendada al cineasta no era fácil, pues debía adaptar una novela con numerosos personajes y situaciones. ¿Fue acertada su decisión de ponerse al mando de esta superproducción de cuarenta millones de dólares de entonces? Para él, no; y sin embargo, a la larga, fue un acierto, pues el fracaso del film le posibilitó hacer Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986), una producción de bajo presupuesto y de elevadas dosis creativas, con la promesa de De Laurentiis de no interferir y dejarle el montaje final; promesa que el productor italiano cumplió. Por otro lado, tras la excelente El hombre elefante (The Elephant Man, 1980) —su primer largometraje, Cabeza borradora (Eraserhead, 1976), horrorizaba De Laurentiis— el director era una clara elección para trasladar a la pantalla un universo como el que se desarrolla en Dune. A pesar de las malas críticas y de que a Lynch le disgustó el resultado hasta el extremo de sentirse enfermo, la película se desmarca del infantilismo de otras producciones de ciencia-ficción de la época; por ejemplo El retorno del Jedi (The Return of Jedi, Richard Marquand, 1983), film que George Lucas le había propuesto dirigir. En Dune, Lynch puede jugar con la fantasía de los espacios y los sueños del protagonista, y los expone ateniéndose a la lucha entre dos familias rivales, Atreides y Harkonnen, al tiempo que presenta el planeta que se erige en el centro del universo conocido, pues Arrakis, otro de los mundos extraños que se descubren lo largo de la filmografía del realizador de Mulholland Drive (2001), es el único productor de la especie (melange), el más codiciado y preciado tesoro del universo conocido, y en especial de la Cofradía de Navegantes, ya que les permite plegar el espacio-tiempo. Este preciado producto resulta vital para que sus navegantes puedan realizar viajes interestelares sin moverse de los estanques repletos de la valiosa sustancia que les ha transformado en no humanos.
El inicio de Dune muestra el rostro de la princesa impresionado sobre el espacio estelar. Habla de la época y de la existencia de una profecía en torno al planeta Arrakis, también conocido como Dune, un lugar inhóspito y desértico, donde nunca llueve y donde viven los Fremen (se ignora el número exacto). La profecía anuncia la llegada de un hombre que penetrará en el lugar prohibido, aquel donde nadie salvo él puede acceder, que revelará el secreto que le convertirá en el ser más poderoso del universo y en el libertador de Dune. La sospecha de la existencia del mesías queda patente antes de que La casa Atreides abandone Caladan (su planeta natal) para trasladarse a Arrakis, con la misión de sustituir a los Harkonnen en el control de la producción de la melange. Sin embargo, la traición de Yueh (Dean Stockwell), apoyada por su sed de venganza sin límites, depara la tragedia para la Casa encabezada por duque Leto Atreides (Jürgen Prochnov). Únicamente, su hijo Paul (Kyle McLachlan) y Lady Jessica (Francesca Annis), la concubina del duque y hermana de la orden Bene Gesserit, se salvan gracias a la intervención del traidor.
A pesar de sus numerosos personajes, Dune es un film que no puede ser coral, consciente de que todo gira en torno a su figura central: Paul Atreides, el posible elegido que llevará la libertad al planeta Arrakis. Paul es consciente de que él puede ser el durmiente, cada paso que da así se lo confirma, las pruebas a las que se ve sometido se saldan con éxito, sin embargo, la muerte de su padre y el exterminio de su pueblo, le llevan a clamar venganza. Su ira alcanza a todos los implicados, incluido el emperador (José Ferrer), un gobernante que ha pactado con el barón Harkonnen (Kenneth McMillan). Dune es una película en la que los malos y los buenos se encuentran claramente posicionados, sus pensamientos, sus actuaciones, el color de sus trajes y las imágenes de sus planetas natales así lo confirman. Resulta injusto descalificar este film, cuando en él se encuentran aciertos y una buena dirección, que proporcionan entretenimiento inteligente y un buen acercamiento al universo creado por Frank Herbert. Si bien es cierto que el excelente reparto con el que cuenta la película se encuentra desaprovechado, pero no por negligencia, sino por exigencias del guión y el tiempo en el que debe desarrollarse el metraje. Sería una ardua labor realizar un Dune que contentase a todos, y uno de los impedimentos reside en esas dos horas de duración, ya que precisaría un mayor número de minutos o reestructurar el guion hasta alejarlo del original literario, hecho que no contentaría a muchos seguidores de la saga literaria. Sin embargo, no se puede negar que la película tiene aciertos visuales y narrativos, ni se puede olvidar que, al no tener el control sobre el montaje final, David Lynch se vio obligado a sintetizar la historia y restar importancia a los personajes —se habló de que él había previsto una película de unas ocho horas de duración—, pero siempre teniendo en cuenta el original y sus propios gustos; de ese modo ofrece una perspectiva por momentos atractivos de los hechos que preceden al advenimiento de la ansiado y temido mesías de la profecía.
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