domingo, 24 de julio de 2011

Trainspotting (1996)



A ritmo de
Lust for life de Iggy Pop dos jóvenes escapan de sus perseguidores para dar inicio a uno de los films británicos de mayor éxito de la década de 1990. ¿A qué se debió el abrumador éxito de Trainspotting (1996)? La potente banda sonora, una historia que mezcla el humor gamberro, no exento de crítica social, con el drama de las drogas, pero desde una perspectiva irónica y desvergonzada que apunta la pasividad adulta, la ausencia de oportunidades, la marginalidad y el inconformismo-conformismo de una juventud que no sabe hacia dónde se dirige y que no desea acabar siendo el reflejo de sus progenitores. Estos serían algunos de los temas a los que Danny Boyle imprimió un ritmo frenético para llevar a la pantalla la exitosa novela de Irvine Welsh —que tiene un breve papel en el film. El argumento recrea la vida de cinco amigos, aunque en realidad sería mejor decir amiguetes, que se dejan llevar por la desidia que les genera la realidad de la que huyen y por la promesa de placer inmediato que les conduce hacia la droga, el alcohol o la violencia. Renton (Ewan McGregor), Spud (Ewen Bremner), Sick Boy (Jonny Lee Miller) son unos yonquis incurables, les gusta y necesitan la pasta para un nuevo chute. Begbie (Robert Carlyle) no está enganchado a la heroína, su adicción es de otro tipo, la de partir caras a los individuos que se cruzan en su camino, y, por último, digamos hola y adiós a Tommy (Kevin McKidd), el más “normal” del quinteto, un tipo que nunca miente y que no consume drogas, hasta que finalmente lo hace y cae en una cotidianidad tan destructiva que supera la patética, alucinada y adictiva rutina de cualquiera de sus colegas de barra, jeringuilla y evasión.
 

Renton es el eje narrativo de la historia, él la relata, habla de su experiencia con las drogas, sus intentos de desengancharse y de sus relaciones, tanto con su grupo de amigos como las que establece con su entorno. Es un joven que se rebela y, como tal, no desea ser como el resto, no desea encajar en la normalidad ni parecerse a los adultos, ni quiere hipotecas, trabajo, hijos o un televisor grande que te cagas. ¿Para qué, si lo que él desea es vivir a tope? Y eso cree conseguirlo cuando viaja tras una nueva dosis. Sin embargo, esa vida le conduce a la destrucción, a menudo desea dejarla, pero sus intentos son esporádicos y sin éxito. El peligro de una sobredosis, el Sida, la cárcel, etc., son constantes en ese mundo desastroso y falso, que promete algo que nunca cumple y que se convierte en un infierno. Las amistades no lo son, los viajes psicotrópicos tampoco, pues las múltiples sustancias que consumen les impiden tener unas relaciones normales, profundas y, más o menos, plenas. Las calles de Edimburgo, al igual que las de muchas otras ciudades, se encuentran abarrotadas de jóvenes que no saben qué hacer con sus vidas, que se dejan llevar por esa promesa de escape a una situación que les condenaría, según sus propias creencias, a una vida esclavizada. Pero la realidad es bien distinta, ellos ya son esclavos, esclavos de su propia apatía, de sus miedos y de la comodidad que supone no adquirir las responsabilidades de las personas de su edad. Así, pues,
Trainspotting cambia su rumbo inicial para mostrar los peores aspectos de ese mundo destructivo y lo hace sin perder su rapidez narrativa, que avanza al ritmo de las pegadizas canciones que suenan a lo largo de los minutos. Además, se aprecia en los comentarios de Renton la desesperanza y la falta de expectativas para esa parte de la juventud que no encuentra su lugar, algo que le hace reflexionar e intentar buscar otras opciones que le permitan cambiar su destino.

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