El carácter conservador de Cecil B. DeMille no solo era ideológico, también era práctico. Lo comprobamos sobre todo en sus películas sonoras, que repiten estructura y la ausencia de imparcialidad del cineasta en las disputas propuestas. Supongo que no se plantearía cambiar algo que funcionaba, que lo importante era triunfar en la taquilla y, para ello, nada mejor que ofrecer espectáculo, simple y repetitivo, jugar sobre seguro y hacer lo que mejor sabía hacer, sin riesgos, sin molestar con complejidades que alejasen de las salas a su numeroso público. De ahí que el cine sonoro DeMille vuelva una y otra vez sobre constantes formales y temáticas, prescinda de la Historia en los films que se basan en hechos históricos, busque la épica y el drama, el romance y la rivalidad entre antagonistas -por el amor de una mujer-, y la lucha entre el bien y el mal, que representa en el héroe y el villano. Pero lo ofrecido por el realizador no funciona regular en todas sus películas. En algunas su artificio cae en la falsedad y en el tedio, que se apodera de imágenes que responden a la prioritaria necesidad del cineasta de ofrecer ese espectáculo en el que suele introducir su típico triángulo amoroso y personajes que, sin apenas variantes, pueblan sus aventuras épicas, sus historias religiosas o sus westerns. La simpatía del realizador recae en el héroe; no lo disimula, como tampoco disimula su postura ni la simpleza con la que también esboza al resto de los personajes. No le importa alterar hechos, que expone con mayor o menor acierto, y alejarlos de la realidad histórica que inspiró sus westerns épicos. Si Buffalo Bill (The Plainsman, 1936), Unión Pacífico (Union Pacific, 1939) o Los inconquistables (Unconquered, 1947) funcionan en su épica, no puedo decir lo mismo de Policía Montada del Canadá (North West Mounted Police, 1940), un ejemplo claro del cine de DeMille, pero sin el encanto de las anteriormente nombradas. Existe el héroe, ¿y quién mejor que Gary Cooper para interpretarlo?, el rival que le disputa la conquista de la heroína, el villano que acabará pagando cara su mezquindad, la Dalila seductora que porta la fatalidad, diálogos carentes de interés, que en poco o en nada afectan al desarrollo de la acción que nos traslada al Canadá de 1885, durante la segunda insurrección de Luis Riel (Francis MaDonald), el líder mestizo a quien descubrimos en el destierro de Montana donde el cineasta nos presenta al villano Corbeau (George Bancroft) y a su acompañante Dan Duroc (Akim Tamiroff). Estamos ante un hecho histórico, pero al director estrella de la Paramount no le importó adulterarlo para sus fines cinematográficos, ya que su cine no trata de lecciones de Historia, sino de entretenimiento y movimiento. DeMille priorizó la acción y las rivalidades en tierras canadienses, en un momento durante el cual miles de mestizos descontentos por su situación se alzan en armas contra el Imperio Británico, cuyos representantes son un pequeño contingente de "casacas rojas". Es la Policía Montada, un cuerpo militar perfectamente organizado, disciplinado y guardián del poder establecido y aceptado por DeMille como válido. Quizá lo mejor del film lo encontramos en la confrontación de la colectiva de la organización británico-canadiense y la individualidad de Dusty Rivers (Gary Cooper), el ranger de Texas que cruza la frontera en busca del criminal con quien tiene una cuenta pendiente. Es el héroe, individualista y estadounidense. No lleva uniforme, no acata el orden y se siente atraído por April (Madeline Carroll), la enfermera o doctora de quien el sargento Jim también está enamorado. La rivalidad masculina interesa a DeMille más que el triángulo amoroso, también le interesa la presencia de Lovette Corbeau (Paulette Goddard), la joven en quien pretende introducir las dosis de erotismo que se descubren en otras de sus producciones. Sin embargo, lo que funciona para Unión Pacífico o Los inconquistables desentona en Policía Montada del Canadá, provocando que esta vaya perdiendo interés a medida que transcurren los minutos durante los cuales se produce el desfile de escenas de acción, de humor fallido, de frases sonrojantes que ganarían enteros en caso de ser inaudibles y de personajes tan caricaturescos como Tod McDuff (Lynne Overman), el medio escocés que, sin ningún tipo de conflicto interno, no duda ni un segundo en decantarse por la reina, a quien no conoce, en detrimento de Duroc, su amigo y uno de los cabecillas mestizos de la revuelta que sirve de marco histórico para el espectáculo desplegado por DeMille.
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