viernes, 26 de julio de 2019

4 meses, 3 semanas, 2 días (2007)

En sus Historias de la Edad de Oro (Amintri din epoca de aur, 2009), Cristian Mungiu optó por intercalar la comedia costumbrista y el drama cotidiano para exponer distintas circunstancias político-sociales de la última década de Nicolae Ceaucescu al frente de Rumanía. Son historias extraídas del día a día, historias que reflejan la época que el líder rumano quiso vender como dorada, pero, brillo, lo que se dice brillo, no se descubre en ninguno de los seis episodios que componen el film que continuó el análisis crítico iniciado por Mungiu en 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile, 2007). Tampoco existe esplendor en la vivencia de las dos universitarias protagonistas de esta película galardonada con la Palma de Oro en Cannes, dos jóvenes que sufren una experiencia que retrata el panorama político-social del periodo que el realizador rumano ubica en 1987, en espacios cerrados y en la sucesión de planos-secuencia que agudizan la opresiva realidad que atrapa a ambas amigas. Pero si el film por episodios se desarrolla entre los aciertos de unos capítulos y la irregularidad de otros, el segundo largometraje de Mungiu no presenta altibajos en su descarnado acercamiento a la realidad humana, hiriente, represiva y asfixiante que observamos en la pantalla. El pasado y el presente de su país natal vertebran (hasta el momento) la obra del director de Los exámenes (Bacalaureati, 2016), película esta que retrata el presente a partir de las consecuencias de la época "dorada" que en 4 meses, tres semanas, dos días es el hoy de Gabita (Laura Vasiliu) y Otilia (Anmaria Marinca), las jóvenes que sufren la situación límite que desconocemos durante los primeros minutos del film, como también ignoramos las causas que llevan a Otilia hasta el hotel donde Gabita ha reservado una habitación. Sabemos por la conversación telefónica y por la impaciencia de Otilia que algo escapa a la cotidianidad que habíamos descubierto minutos antes, en la residencia universitaria donde viven y comparten habitación, y donde uno de sus compañeros vende tabaco entre otros productos de contrabando. Es una sociedad controlada, de ahí que las leyes impuestas provoquen el mercado negro o la clandestinidad de la que seremos testigos avanzado el metraje. Se trata de un espacio donde, como en el hotel, rigen normas que remiten a las exigencias de un Estado que se sostiene sobre el control de los habitantes, sobre el miedo que genera, sobre la corrupción y sobre una legislación que no defienden los derechos del individuo, más bien atenta contra ellos. Una de las leyes prohíbe el uso de anticonceptivos y, como consecuencia, la proliferación de embarazos no deseados que nos llevan a la segunda ley, la del aborto. Embarazada de varios meses, Gabita ha decidido abortar en un país donde interrumpir el embarazo está penado por el sistema judicial, por lo tanto se ve obligada a hacerlo en la clandestinidad que Otilia le ayuda a preparar, consciente de que su amiga la necesita. Sin embargo, desde el primer instante, las cosas se tuercen, y más lo harán cuando la mirada de Mungiu observe los hechos y nos haga testigos de los mismos, y de cómo estos afectan a dos mujeres coaccionadas por quien solo las ayudará a cambio de sexo. El cineasta no pretende juzgar a este individuo que se aprovecha de la situación generada por el Estado, sino que expone y apunta las responsabilidades de ese sistema que, directa o indirectamente, depara experiencias aberrantes como la desarrollada en la película, un sistema de doble cara, como doble es la del hombre que les habla de los riesgos que corre en su intención de ayudarlas, aunque sus palabras solo tienen la finalidad de aprovecharse de las jóvenes atrapadas. Así sería la edad dorada de Ceaucescu, una edad donde el desamparo de la población estaba en la cotidianidad de cualquier esquina, calle y hogar, pero en este caso las víctimas son las dos estudiantes que, durante este instante cinematográfico que se reduce a unas cuantas horas de su realidad, comprenden que viven indefensas y en la ausencia de libertades individuales, de solidaridad y generosidad. Por existir, ni existe consuelo para ellas; se les ha privado de poder elegir entre más opciones que el lo tomas o lo dejas en el que siempre pierde el débil. Y ellas son las que pierden, las que sufren en silencio y en soledad las consecuencias, ya no las de sus decisiones sino de las de aquellos que eligen por ellas, de aquel que las coacciona, denigra y obliga, pues no hay otra salida que aceptar; sirva de ejemplo la amiga que demuestra su amistad más allá de palabras, lo demuestra con su sacrificio, con su entrega al hombre que ha visto la oportunidad de aprovecharse (sexualmente) de dos personas que no tienen opción, porque el espacio físico, político y moral que habitan las limita y las reduce a ser meros objetos.

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