lunes, 15 de julio de 2019

El azar (1981)


Hablamos de decisiones erróneas y acertadas como si existieran elecciones correctas o incorrectas, pero ¿y si solo existe la elección en sí, y, una vez tomada, aceptamos la imposibilidad de conocer los resultados de las posibilidades que decidimos no escoger? Afirmar esta cuestión impide cualquier comparativa entre la decisión asumida y las negadas, y, por tanto, elimina el cómo habrían sido las otras. De tal manera, aunque conduzca a supuestas fortunas o adversidades, el azar abre o cierra posibilidades pero no evita la toma de decisiones, ni la responsabilidad de tomarlas. Nos trae encuentros inesperados, hechos o instantes que no prevemos y, como consecuencia, escapan a la planificación previa y al control perseguido por muchos. En la mayoría de los casos, estas probabilidades no encuentran explicación aparente, y las que damos conducen a la especulación simplista y, en consecuencia, a hablar de buena o mala suerte; y al hacerlo según la interpretación escogida, solemos omitir que tanto la fortuna como el infortunio conllevan ambas caras, pues ninguna existe sin la otra. En definitiva, el azar pone ante nosotros personas y situaciones, pero nos corresponde a nosotros actuar y transitar los caminos que, ni buenos ni malos, se encuentra poblados de nuevas decisiones y posteriores encuentros con la casualidad. Quizás estemos predestinados, y el destino emplee el azar para llevarnos hacia el lugar que ha escogido de antemano; o quizás no, y optemos por usar el “destino” para eludir responsabilidades propias, para culpar por aquello que disgusta o agradecer lo que gusta. El azar solo es "culpable" de formar parte de nuestras vidas, pero no obliga a ser de este o de aquel modo, eso lo determinan otras circunstancias y los pasos que decidimos dar; en ocasiones evitando reflexiones complejas y la relevancia del llamado libre albedrío en los sucesos que van dando forma a nuestras experiencias vitales.


Existe la frase hecha "el azar es caprichoso", se dice que a veces juega a favor y otras desfavorece, pero el azar no escoge, solo existe y, al final, el resultado de su acción lo determina nuestra interpretación de lo casual y del orden que se establece tras los imprevistos. Ese aspecto incontrolable de la existencia puede presentarse sin que seamos conscientes de que se gesta en una mujer en nuestro camino, en detenernos más o menos segundos en disculparnos por haber tirado su moneda, que rueda por el suelo hasta que alguien la pisa, la recoge y la emplea para pagarse una cerveza en el bar de la estación donde llegamos con el tiempo justo para subir al tren. Ese desconocido la bebe sin ser consciente de que se ha convertido en un obstáculo entre nosotros y la máquina que arranca. Esta serie de sucesos en apariencia intranscendentales, con mínimas alteraciones que deparan la pérdida o la ganancia de segundos, es la que viven los tres Watiek (
Boguslaw Linda), quienes, en realidad, son el mismo hombre y el personaje que Krzysztof Kieslowski escogió para mostrar las tres posibilidades que, diferentes entre sí, componen El azar (Przypadek, 1981). En cualquiera de las opciones que se presentan (tome o no el tren a Varsovia), el protagonista de El azar necesita encontrarse a sí mismo en un país donde las elecciones y libertades individuales se reducen al mínimo. Para ello, tras el fallecimiento paterno, decide abandonar sus estudios de medicina y correr por una estación donde el azar entra en juego, provocando las tres existencias que observamos a lo largo de este film que, en su momento, fue prohibido por la Ley Marcial de 1981. La primera posibilidad, la única en la que Watiek logra subir al tren, conlleva su encuentro con Warner (Tadeusz Lomnicki), a quien cree en su discurso, lo que provoca que se afilie al Partido Obrero Unificado Polaco, el único oficial; la segunda, depara que conozca a Marek (Jacek Borkowski), el activista clandestino que lo contacta con la oposición y el catolicismo; y la tercera, lo ubica al margen de los dos poderes que llevan décadas enfrentados. Descontadas las variantes que le deparan sus elecciones y sus encuentros, tome o no el tren, en esencia siempre contemplamos al mismo individuo, ya que ni las situaciones ni las circunstancias, que en los dos primeros casos conllevan decepción-desilusión, logran transformarlo. Censurada por su contenido político, El azar es ante todo un film apolítico que pretende (y logra sin manipular) exponer las tres elecciones posibles para el individuo de la Polonia de inicios de la década de 1980: formar parte del partido único, unirse a la oposición clandestina o distanciarse de ambas. Estas son las tres opciones de Watiek y, aunque Kieslowski se reconozca en la opción apolítica, el realizador de Sin fin (Bez Konca, 1984) se limita a mostrarlas, sirviéndose de el azar para concluir que, si bien este nos lleva de aquí para allá, finalmente somos quienes decidimos que hacer tanto allí como aquí. Son las decisiones del protagonista, su pensamiento y su comportamiento, llámese si quiere libre albedrío, las que lo definen sin apenas variaciones, porque, sea en Lodz o en Varsovia, siempre es él, el hombre decente que descubrimos en las tres realidades, en dos de las cuales los poderes a los que se acerca lo utilizan e intentan condicionarlo, en su caso sin éxito -tanto la oposición como el partido acaban por rechazarlo-.Y más allá del cúmulo de casualidades que le impiden o no subir al tren, son las decisiones, aquellas que siempre toma desde su carácter (ya formado) y su interpretación ética de la vida, las que le hacen ser el individuo que asoma en cualquiera de los momentos expuestos en la pantalla.

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