miércoles, 24 de julio de 2019

Sor Angelina, virgen (1962)


El realizador vallisoletano Francisco Regueiro se destapó desde sus inicios como un cineasta a contracorriente, que se alejaba de la senda señalada para ir por libre, y libre realizó su práctica final en la carrera de dirección cinematográfica, por la que casi lo suspenden. No voy a hablar de la posible "ceguera" de sus profesores, entre ellos Carlos Saura, sino que, al ver Sor Angelina, virgen (1962), descubro una pequeña obra maestra, sencilla y austera, de influencias galdosianas, que la emparentan en la distancia con el Buñuel de Viridiana (1961), y neorrealistas —homenaje a la bicicleta de Zavattini y De Sica incluido—; una película que bebe en la pintura de Zurbarán e incluso intuyo en ella una figura fordiana: la madre de quien sospecho que mantiene a flote a la familia protagonista, una familia que, de darle tiempo y desarrollo a la trama hasta convertirla en largometraje, probablemente acabaría desmoronándose como consecuencia de la miseria en la que viven. En definitiva, Sor Angelina, virgen es la primera obra redonda de un director que sabe lo que quiere, que prescinde de adornos y de movimientos innecesarios de la cámara para poner en marcha su universo cinematográfico propio; y fiel a sí mismo, lo ampliará con mayor o menor acierto en sucesivas películas. El inicio de este espléndido cortometraje, a mi entender el mejor de los realizados por los alumnos del I.I.C.E. que dieron pie al Nuevo Cine Español, contrapone el blanco virginal del hábito de Sor Angelina, a quien su padre todavía llama Antonia, con la pobreza del hogar al que la hija pródiga regresa de imprevisto, quizás debido a dudas existenciales, a preguntas que no se escuchan pero que abren el interrogante de si el camino escogido es mejor o peor que el abandonado. De espaldas a la cámara, la religiosa ocupa el centro del encuadre donde, salvo el padre, también asoma el resto del núcleo familiar, que la trata con familiaridad, aunque con respeto, como si el hábito le concediera superioridad y merecimiento de mayor atención que los grises que visten madre y hermanas. Así, la madre le ofrece el plato de huevos con chorizo, que la monja da buena cuenta, o Rafaela, una de sus hermanas pequeñas, le prepara la cama ocupada hasta entonces por el padre. La presencia de Rafaela iguala en importancia a la de la monja, no por el hecho de sacudir el colchón, sino por su vocación religiosa, tras la que esconde su necesidad de huir de la miseria que le ha obligado a dejar la escuela y trabajar sin más promesa que la de convertirse en otra esclava de la pobreza. Quizás se trata de la misma necesidad que llevó a Antonia a tomar los hábitos y a asumir el Sor Angelina presente, un nuevo nombre que implicaba una nueva vida, distante de la anterior, y, posiblemente, opuesta a la realidad que observamos durante los veinticinco minutos que dura esta película que abre la obra fílmica de Regueiro, uno de los cineastas imprescindibles del cine español. Como inmigrantes rurales, la familia vive en los suburbios urbanos, cerca de la vía del tren; el padre, enfermo, carece de trabajo estable, la madre sostiene el núcleo limpiando en una oficina bancaria y las hermanas colaboran con sus empleos en el mantenimiento de un espacio humano que choca con la imagen de la silenciosa religiosa. Ella es el centro de atención, pero no el centro de la historia, más bien, es el detonante para que Regueiro desarrolle humor, esperpento, realismo y crítica, esta última hacia la pasividad, hacia la aceptación o claudicación ante la época y la realidad que encierra entre cuatro paredes —salvo la escena de la iglesia y el fotograma final, la práctica totalidad del metraje se desarrolla en el interior de la vivienda familiar—, y en apenas un día, lo mundano y lo espiritual, la realidad y el ideal que se enfrentan en Rafi, y quizá ambos también luchen en su hermana monja. Sor Angelina, virgen contiene parte de los que sería el posterior cine de Regueiro: la familia, el deseo de huir, el regreso, la inventiva o el esperpento tras el que encontramos la rebeldía del original cineasta, uno de los fundamentales del cine español.

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