Publicadas después de su muerte, en sus memorias, Stefan Zweig nos habla de su vida, de sus ideales, de su pasado y de su tiempo presente, condicionado por el exilio, por el pesimismo y por la amenaza nazi que se extendía por la práctica totalidad de la Europa de 1941. La sombra de la ruptura europea, la figura de Hitler, sus implicaciones, o la desesperanza del escritor ante la sinrazón, se encuentran presentes en las páginas de El mundo de ayer. Memorias de un europeo y en el pensamiento de un intelectual consciente de que, al recordar su vida, comprende que <<ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped en el mejor de los casos>>, un apátrida que ha perdido su patria: <<la que había elegido mi corazón, Europa>>. Pero más que en un exilio físico, Zweig vivió en el exilio de la desilusión de ser <<testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorecido triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo>>, una derrota y un triunfo que podrían repetirse en cualquier momento, de ahí que la realizadora Maria Schrader escogiese al pensador austriaco para hablarnos del ayer y del hoy, de sus paralelismos.
El protagonismo exclusivo de Stefan Zweig. Adiós a Europa (2016) es para el exiliado a quien observamos arrastrando su desilusión creciente en varios momentos de su destierro americano (Argentina, Brasil, Estados Unidos), desde 1936 hasta su suicidio en Petrópolis (Brasil), en febrero de 1942, cuando entrevemos, a través del reflejo de un espejo, los cuerpos sin vida de Stefan (Josef Hader) y Lotte Zweig (Aenne Schwarz). A la directora alemana no le interesa una transcripción audiovisual de las páginas de El mundo de ayer, tampoco realizar una biografía cinematográfica, le interesa tomar el momento de destrucción que no se observa en la pantalla de forma directa y al hombre, al escritor, al pensador, al defensor de la cultura europea y del humanismo, al hombre-nexo entre el pasado expuesto y el presente de nuestros días. El mundo de Zweig agoniza, amenazado por el auge y el avance de los extremismos, amenaza de la que el autor de Novela de ajedrez es víctima consciente y, por tanto, una víctima que sufre, asume y escribe que por su vida <<han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración>>; alguien que ha visto con sus propios ojos <<hacer y expandirse [...] las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolcheviquismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea>>. Estos venenos provocan la imagen del hombre derrotado que observamos en la película, derrotismo inseparable de la ruptura del sueño europeo que el escritor introdujo en su obra, en sus ideas, en sus ensayos sobre la Historia y sobre diferentes personajes de la Historia. El Zweig interpretado por Josef Hader siente la impotencia, el retroceso y el peligro, pero, más que sufrir por él mismo, lo hace por la utopía que la guerra, los nacionalismos y los totalitarismos han destrozado, una idea de paz, de florecimiento, de una Europa sin fronteras donde la diversidad ideológica, cultural y humana se respete y conviva en armonía, sin miedos, sin odios y sin destrucción.
*El entrecomillado extraído de El mundo de ayer. Memorias de un europeo (de la traducción de Joan Fontcuberta y A. Orzeszek). Editorial El Acantilado, 2012
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