miércoles, 8 de abril de 2020

Adiós a las armas (1932)


En Adiós a las armas, Hemingway va presentando el panorama a medida que lo recuerda-vive su narrador omnisciente, aquel que se ha presentado voluntario al cuerpo de ambulancias del ejército italiano. Se trata de un teniente estadounidense que conoce la guerra desde la retaguardia o cuando las batallas tocan a su fin y acude al frente a recoger heridos, al mando de cuatro ambulancias. La más de las veces comparte su tiempo con Rinaldi, el doctor y amigo con quien se emborracha y busca diversión allí donde pueden, y eso es lo que busca cuando conoce a la enfermera inglesa Catherine Barkley. En definitiva, el protagonista vive el momento, y este apremia. No ha tomado conciencia de la situación, ni pretende mantener una relación amorosa con la chica; y sin embargo nada podrá hacer para evitar lo uno y lo otro. A Hemingway le disgustó la versión que Frank Borzage había realizado de Adiós a las armas, quizá porque <<sin duda alguna, y en contra de las mentiras publicitarias, Borzage se aparta en A Farewell to Arms del bestseller, puesto que solo conserva el título -atractivo, conocido-, las principales situaciones y, de vez en cuando, algunos diálogos. Es más, tras revisarla con atención, la versión cinematográfica de 1932 nos parece una obra totalmente personal del cineasta. ("my best picture", afirmaba sin rodeos), a la que Hemingway solo habría brindado una pericia, un pretexto, un soporte>>.1 Cuando el escritor se mostró contrario al film, puede que no lo viese como una obra ajena a la suya. De haberlo hecho, quizá expresase una opinión distinta, aunque no lo creo. En los films de Borzage existe una especie de magia que protege a sus protagonistas y los aísla de la amenaza del entorno; y esa magia es el amor, el cual sublima y hace únicos El séptimo cielo (The Seventh Heaven, 1927) o Fueros humanos (Man's Castle, 1933). Lo cierto es que la versión cinematográfica de Adiós a las armas es obra de Borzage y, como tal, ese amor que escapa a la realidad, y alcanza la fantasía y posibilita la redención, reaparece sin rendir pleitesía a nadie más que al propio Borzage y a su idea de que ese sentimiento es un manto que protege a sus parejas cinematográficas, los une y les permite superar conflictos que permanecen en el suelo mientras ellos se elevan por encima de lo terrenal. Esta sensación de existir en comunión, pero en una sola existencia, la del propio amor, no aparece en el texto de Hemingway, al menos, no con la fuerza ni el romanticismo que asoma en las imágenes de un film en el que el cineasta prescinde y sintetiza situaciones que ocupan varios capítulos en la novela; quizá la más importante, el tránsito durante el cual Frederick comprende que ya nada le ata al ejército ni a la guerra, solo a su amada Cat. En el film, dicho tránsito se distancia del literario y da pie a la única escena bélica, que se sucede en una serie de imágenes que muestran el horror, la destrucción y a Frederick (Gary Cooper) escapando del conflicto, puesto que ha desertado para reunirse con la enfermera a quien se unió en Milán. Borzage centra todo su interés en el romance entre Frederick Henry y Catherine Barkley (Helen Heyes); para el realizador de Estrellas dichosas (Lucky Stars, 1929) ese sentimiento vence la guerra y supera la distancia, incluso la de la muerte, pues es más poderoso que esta. La primera imagen que tenemos del protagonista lo muestra en su ambulancia, descansado y despreocupado. No ha observado el cuerpo sin vida que abre Adiós a las armas (A Farewell to Arms, 1932). En ese primer instante vive el conflicto en la distancia, aunque no física, distanciamiento que se agudiza cuando llega al hospital y se dedica a contemplar e insinuar su presencia a las enfermeras. Una de ellas, Catherine, ha despertado el deseo en Rinaldi (Adolphe Menjou), quien la presenta a su amigo estadounidense sin saber que está sellando sus destinos, ni que (en la película) continuará haciéndolo con sus ambiguas decisiones -las justifica diciendo que protege a su compañero y silencia que algunas son motivadas por sus celos-. Pero más que separarlos, como es su intención en varios momentos, los une más allá de la guerra, de la separación y de la soledad donde la enfermera escribe sus cartas de amor, aquellas en las que fantasea una lujosa habitación y un hermoso paisaje inexistentes en la realidad física, pero no en la imaginación de quien sueña; y eso, un sueño, es lo que comparte con Frederick antes, durante y después de que este sufra la herida de metralla que depara su hospitalización en la capital lombarda donde dejan de ser dos para ser uno.



1.Dumont, Hervé: Frank Borzage. Sarastro en Hollywood (traducción Mercedes Juste, Fabián Chueca, Alicia Martorell). Pág. 199. Festival de Cine de San Sebastián/Filmoteca Española, San Sebastián - Madrid, 2001

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