domingo, 26 de abril de 2020

Love Story (1970)

Las imágenes de Love Story (1970) nacen de los recuerdos de su protagonista, pero los momentos que Oliver Barret (Ryan O'Neal) evoca en el parque donde permanece sentado, de espaldas a la cámara, rodeado de nieve y envuelto por la melodía que lo acompaña a casi todas partes, no los comparte con nadie; ni los escribe ni los comenta. Son para él, para su soledad, pero al tiempo parece que no lo son. Y aquí entran en juego mis impresiones, mi subjetivo, y la música de Francis Lai, que asume un papel en ocasiones deshonesto. Busca con su repetida e impuesta emotividad subliminar emociones de "corazones puros". ¿Por qué hacerlo? ¿O por qué dar a la historia forma de recuerdo? Porque, de otro modo, adiós a lo idílico y bienvenida la sucesión de estampas. Si se suprimiera esa escena inicial, el film no se sostendría en su sucesión de tópicos, de nada. Pero, al darle forma de evocación, las estampas cumple su función emocional, aunque superficial. Esta sospecha, la de estar frente a un film que se recrea en su impostura, quizá en ese vacío aludido, se reafirma a lo largo de situaciones como la intimidad en la que, después del sexo, Olivier pregunta a Jenny (Ali McGraw) <<¿por qué te has alejado de la Iglesia?>>; o en la ceremonia matrimonial donde la cámara presta atención a Phil (John Marley). ¿Estaría Oliver en esa cama o preparando alguna escena posterior? ¿Acaso, en la boda, observa al padre de la novia, que cobra protagonismo en la primera parte de la ceremonia, o extasiado al contemplar el inolvidable rostro que recuerda? No. Sencillamente responde a la (in)necesidad de preparar (en el primer caso) y redundar (en el segundo) la tolerancia y el amor incondicional de Phil por su hija, así como la supuesta liberación de la pareja que alcanza su séptimo cielo, pero Arthur Hiller no es Frank Borzage. Los autores son conscientes y condicionan a conciencia. Lo hacen para que los recuerdos del protagonista conecten con el público, aquel que acepte compartir el cariño de la pareja y la aflicción de Oliver. No obstante un recuerdo silenciado solo pertenece a la interioridad de quien lo piensa, puesto que no se dirige a nadie en particular, salvo a sí mismo y a su soledad. Pero Oliver sí nos habla de la mujer amada, aquella que murió a los veinticinco años de edad, la misma joven a quien descubrimos llena de vida en el primer instante que inicia la relación que Love Story muestra por caminos establecidos, y tan convencionales como sus personajes y su historia de “amor verdadero” truncada por la muerte, caminos que muestran a una pareja que se enamora, se casa, y supera trabas, salvo el final al que todos tendremos acceso. Las situaciones que se suceden son fragmentos impuestos por Hiller, que no va más allá de la superficialidad donde desarrolla el idilio, enfrenta clases sociales, desde el cliché -liberal y tolerante, la clase trabajadora; reaccionaria e intolerante, la millonaria- y el conflicto paterno-filial que distancia a Oliver de un hombre a quien trata de señor. Barret padre (Ray Milland) nombra “amor verdadero”, cuando le dice a su hijo que espere un tiempo para saber si lo es, pero ¿cuál es el falso? ¿El expuesto en la pantalla? El amor puede definirse de tantas maneras como quienes lo sientan o crean sentirlo, pero, para todos, es algo real. Quizá sea la suma de atracciones, contradicciones, sentimientos, emociones, pensamientos y sensaciones, pero no es superficial. Por contra, el evocado en la película es idílico, puro, pero sin vida, no sangra, ni late, ni goza de altibajos, salvo aquel que, inesperado e indeseado, resulta inevitable. Los conflictos que asoman en pantalla, sea la ruptura de Oliver con el conservadurismo que él mismo asume -sueña que su hijo sea un gran deportista de Harvard o sigue los pasos sociales establecidos- muestran a una pareja que conecta con su público, puede que aquel que asume ser sensible o aquel que, en cierta medida, se acomode o se deje condicionar por el conformismo y la sensiblería de una película en la que se magnificó la escena en la que Oliver corre y corre, buscando a Jenny, porque han discutido. La música lo acompaña, chirriante, insistente, eliminando cualquier posibilidad de sufrimiento, desorientación o desesperación. ¿Artificio? ¿Aporta a la necesidad del protagonista de encontrar a la mujer amada? En su encuentro, ella le dice, con lágrimas en los ojos, que <<amar significa no tener que decir nunca lo siento>>, pero sus palabras contradicen un sentimiento que también es reconocimiento; es sentir y reconocer que se siente. Esta escena se construye, se fuerza, no fluye, busca descaradamente el momento del reencuentro que se produce en las escaleras de su hogar. Ahí, Hiller rompe cualquier posibilidad de encanto, al introducir esa frase en boca de Jenny, una que, bien pensada, sobra, ya que amar no implica necesariamente decir nada. Sus miradas se aman, los cuerpos y las mentes lo saben y también aman. Lo cierto es que tanto los personajes como las situaciones son como el paño de Love que cuelga en una de las puertas de su primer apartamento; son puros y suaves, pero parecen adornos; o quizá, mis impresiones sobre Love Story son las de alguien que nunca ha amado, puesto que siempre siento y digo lo siento.

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