miércoles, 15 de abril de 2020

Mauvaise graine (Curvas peligrosas, 1934)



Según declaraciones del propio Billy Wilder: en Alemania había escrito más de cien guiones, la mayoría sin acreditar, así que no fue hasta Gente en Domingo (Menschen am sonntag, 1929) cuando su nombre empezó a sonar en el cine. Luego llegaron los guiones de Emil y los detectives (Emil und die detektive, 1931) y de las dobles versiones de películas en alemán y francés que posibilitaron que su nombre también asomase en las pantallas de Francia, país adonde se trasladó huyendo del sinsentido nazi que se había hecho con el poder en Alemania. De origen judío, Samuel "Billie" Wilder, el mismo Billy Wilder que años después se convertiría en uno de los grandes cineastas de Hollywood, comprendió el peligro y abandonó Berlín y puso tierra de por medio —más adelante, también pondría el mar que posiblemente le salvó la vida. Pero cuando llegó a París, el genio del genio aún estaba verde y paseaba a la espera de algo que hacer, antes de emprender su aventura americana. No desaprovechó su estancia en suelo francés, pues allí, junto al también austrohúngaro Alexander Esway, dirigió su primer film, aunque Curvas peligrosas (Mauvaise graine, 1934) dista de lo que se vería una década después. No obstante, el film tiene su gracia, sobre todo cuando uno de las víctimas de robo localiza la matricula de su coche en el de juguete de un niño, al que da el alto, antes de advertir al agente de policía que ese es el auto que lleva varios días buscando por toda la ciudad. Quizá, este sea el momento de mayor hilaridad de una comedia urbana realizada con la pretensión de divertir sin aburrir, imprimiendo velocidad a los coches y a la historia, en la que hay cabida para el engaño, la amistad y el romance.


Todo comienza con Henri Pasquier (
Pierre Mingand), un joven feliz porque tiene su propio automóvil, uno que alcanza los 130 kilómetros por hora y que le permite coquetear con las jóvenes que se dejan seducir por el vehículo. Sin embargo, su felicidad, como cualquier felicidad o infelicidad, es efímera. Lo comprueba cuando su padre (Paul Escoffier), un médico sereno y austero, le informa de la venta de su objeto de deseo. Este instante rompe la armonía y la relación entre padre e hijo. Henri sale a la calle, añora ir sobre cuatro ruedas y toma un coche prestado para ir a recoger a la joven con quien se había citado. Por fortuna, buena y mala, es asaltado por varios miembros de la banda de ladrones de automóviles y llevado ante el jefe (Michel Duran), que reina en el garaje donde saltan chispas antagónicas y donde pintan los autos robados y cambian sus matrículas. Ese es el negocio en el que empieza Henri, a raíz de su amistad con Jean-la-Cravate (Raymond Galle), el muchacho que no puede evitar coleccionar corbatas robadas, por él mismo. Ya amigos, Jean le ofrece un sillón donde dormir y le presenta a su hermana Jeanette (Danielle Darrieux), la chica que trabaja de gancho para los ladrones. Ella se encarga de atraer a conductores que intentan sus conquistas exhibiendo sus descapotables, de los que Jeanette informa al taller. El negocio es rentable, pero el jefe no reparte los beneficios de una forma proporcional al riesgo asumido por cada empleado. Esto contraría a Henri, que no se calla ante la injusticia y precipita su segundo enfrentamiento con el mandamás; en el tercero, que se produce en el vestuario de una piscina pública, llegan a las manos y el jefe a la conclusión de que debe eliminar a su  nuevo empleado. Más o menos esta es la historia rodada por Wilder y Esway, una comedia que, por momentos, parece influenciada por las de René Clair, pero ¿qué comedia francesa de la época no estaría bajo la influencia de las de Clair?





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