<<Un desaparecido es un tipo que puede estar muerto o vivo, o mitad y mitad>>, dice alguien, pero también son aquellos a quienes nadie puede llorar porque son fantasmas que existen en su ausencia y en la memoria de quienes, como Iréne o Alice (Pacale Vignal) —dos mujeres que, debido a su pertenencia de clase, solo pueden intimar en ese instante que las iguala—, se ven obligados a fijar su mirada en el pasado y a vivir en una especie de limbo temporal que se fija en el presente. De esa forma, La vida y nada más se ancla en la posguerra, en un tiempo sin avance de tiempo, en la prolongación del conflicto bélico que se vive en las cercanías de los campos donde ya no estallan proyectiles, pero donde se desentierran cascos de acero, obuses, cuerpos y memoria, la de los vivos que anhelan encontrar a quienes ni están ni se han ido. Son los muertos y los heridos sin nombre, los desaparecidos de madres, padres, esposas e hijos. Son quienes lucharon y desesperaron en las trincheras donde su voz resuena para llegar a los oídos de sus seres queridos, que esperan mientras la propaganda oficial ordena buscar cadáveres anónimos y franceses que puedan enterrar en sus monumentos a los héroes caídos, monumentos que todos los pueblos quieren para no ser menos que sus vecinos. El conflicto humano expuesto por Tavernier abarca todo esto y lo centra en la figura del comandante Delaplage (Philippe Noiret), un oficial que asume el desaliento y una postura ética que resalta la amoralidad de sus superiores, y en quien se resume la imposibilidad, distinta a la bélica, pues esta no es armada, aunque sí desgarradora e hiriente. La herida permanece abierta en espacios naturales, como la playa por donde cabalgaba el oficial de una sola pierna o las proximidades del túnel, o cerrados, como la sala donde Delaplane fotografía su enésimo cadáver sin identificar, uno de tantos miles que aguardan a perder el anonimato. Es la otra historia de la posguerra, sin reencuentros alegres, sin posibilidad de festejar o de enterrar, y, precisamente, por ser la otra, evidencia a la oficial, la que prioriza los discursos a los rostros humanos de quienes todavía viven atrapados en un conflicto cuyas secuelas no pueden enterrarse bajo ningún monumento.
1.Howard, M: La Primera Guerra Mundial (traducción Silvia Furió). Editorial Planeta, Barcelona, 2002
Otra película que desconozco. Esta presencia de la guerra en la paz. Esta pervivencia de la huella del horror en la memoria. Y el tiempo que siempre retrocede en esa compulsión de repetición que Freud descubrió tras los horrores de la Gran Guerra. El pasado como retorno de un dolor primigenio que se busca y no produce descarga alguna de libido
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