Podría extrapolar el hecho particular aquí expuesto y hablar de la emigración general actual, pero su lectura no me llevo a ello, tampoco me hizo sentir que me trasladaba al momento que la inspira. Hay otros textos que se prestan mejor para mirar cara a cara a la emigración, incluso la propia realidad circundante se abre a tal posibilidad o algunas películas, de ficción o documentales, que miran de cara los movimientos migratorios a los que se ven forzados quienes sufren condiciones de vida tan precarias y dolosas como las de los héroes-víctimas de Azucre. Así, me quedo con la impresión de que lo escrito es lo que hay, sin un espacio fuera de texto natural y consecuente a este a donde acudir para sentirme parte de la lectura —una de las sensaciones más vacías que me depara leer, es descubrirme ajeno al texto—. Lo que hay es un lo tomas o lo dejas. Y así, comprendiendo que solo serás un pasajero pasivo, aceptas o te niegas a acompañar a la escritora coruñesa que embarca a sus jóvenes emigrantes tras un tercio de relato por tierras gallegas, y por breves evocaciones de momentos del pasado reciente que dudo logren aprehender y expresar la realidad migratoria que se viviría en aquella Galicia condenada a ver partir a los suyos, en parte sabiéndose responsable de condenar a los suyos a la emigración. El destino de los emigrantes de Azucre es Cuba, pero más que una realidad geográfica, inicialmente la isla es la posibilidad y la incertidumbre en la que hay cabida para el miedo y la esperanza. Parten hacia la isla caribeña porque en su tierra natal no hay lugar para ellos, obligados por el hambre, las enfermedades, el caciquismo, los localismos, la marginación y el ninguneo secular político, social e histórico por parte del Estado… ni para un porvenir que, de camino al puerto de A Coruña, en el barco que navega el Atlántico y en la isla caribeña, se convierte en presente hiriente en el que los sueños y las esperanzas se transforman en la realidad esclava, la que nunca han abandonado, aunque ahora se trate de una esclavitud visible. El narrador o narradora viaja con ellos, es uno de ellos, a veces habla en primera persona del singular y del plural, otras en tercera en tiempo presente e incluso en pretérito, pero siempre culto y preciso, lo cual hacer dudar que sea uno de los muchachos. ¿Se trata de un viajero temporal, diferente a los que acompaña? ¿O es una decisión narrativa para acercarse y acercarnos a los personajes y su tragedia, cuál crónica que te guía sin invitarte a pensar?…
sábado, 23 de agosto de 2025
Azucre, instantes de esclavitud
Capítulos breves, más bien fragmentos o instantes que se suceden lineales a lo largo de sus ciento cuarenta páginas, frases cortas, algunas simples y todas precisas, la autora de Azucre no se complica (ni cae en lo pedante), ni pretende que sus lectores se sumerjan en una lectura crítica y dialogante; dicho de una manera clara y particular: no hallo aquella que te lleva a subrayar y a escribir en los márgenes de los libros dudas, interrogantes, signos de exclamación e ideas propias generadas a partir del encuentro entre dos mentes complejas: la que escribe y la que lee. Esa ausencia de diálogo y conflicto —imprescindible para que el primero, ya sea interior o exterior, adquiera sentido pleno— le confiere sensación de velocidad a la narrativa, que bien podría ser adaptable al cómic, y posibilita la accesibilidad a cualquier lector, salvo que este quiera algo más que una narración de las que suele decirse que “engancha y entretiene” (y lo hace hasta que su tono empieza a resultar monótono). En este aspecto, su limpieza expositiva desbroza y allana; en cierto modo, es una escritura impecable a la par que obedece a los gustos que corren; como si no quisiera “perder tiempo”, cuando cualquiera que se lo plantee sabe que este ni se pierde ni se gana —se vive y se muere en él, somos nosotros los que le pertenecemos—, o hacérselo perder a su consumidor. Para ello, Bibiana Candia lo da todo hecho, puesto que, al menos que haya pasado algo por alto, la lectura de Azucre no exige leer más allá de las líneas escritas, las que describen el viaje de los malditos, a quienes individualiza sobre todo en Orestes, inspirados en la travesía y venta reales que sirven de reclamo en la contraportada del libro: <<Azucre es el relato novelado de la auténtica historia de mil setecientos jóvenes que viajaron a Cuba para trabajar y terminaron vendidos como esclavos por obra de Urbano Feijóo de Sotomayor, un gallego afincado en la isla que, aprovechando la situación de necesidad de sus compatriotas, promovió una campaña de colonización blanca y sustitución de la mano de obra llevada desde Africa.>>
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