El cine de policías de la década de 1980 toma la pareja de contrarios para crear sus héroes dispares, más o menos cómicos en la oposición de sus rasgos y comportamientos, en films que no pretenden ser un reflejo de la cotidianidad policial ni delictiva en las calles. Más bien, buscan la adrenalina, algún chiste fácil, la evasión de la realidad y el aumento del consumo de palomitas. Para ello, se potencia una imagen policial y urbana, que ya había asomado en “los setenta” en largometrajes como El rastro de un suave perfume (Hickey & Boggs, Robert Culp, 1972), en las antípodas del policiaco del decenio anterior, que era más amargo, pesimista y nada condescendiente con el público al que exigía un esfuerzo y al que situaba ante situaciones hirientes de una realidad en la que el “sueño americano” ya no tenía cabida.
Si hago un pequeño esfuerzo memorístico logro recuperar títulos de los ochenta como Límite 48 horas (48 Hours, Walter Hill, 1982), aunque en esta uno de los miembros del dúo es “caco”, Arma letal (Lethal Weapon, Richard Donner, 1985), Danko: calor rojo (Red Heat, Walter Hill, 1988), Tango & Cash (Andrei Konchalovsky, 1989), Socios y sabuesos (Turner & Hooch, Roger Spottiswoode, 1989), de pareja humana y canina, o El principiante (The Rookie, Clint Eastwood, 1990), que si bien está realizada en los 90 no desentona dentro de este puñado de títulos, al que también se podría añadir films posteriores; por ejemplo Colegas a la fuerza (The Hard Way, John Badham, 1991), en la que el dúo lo forman un policía y un actor que busca en su relación con el anterior su personaje para su próxima interpretación. Pero las únicas que me vienen a la memoria que pretenden tomarse en serio la relación entre policías, de estos con su oficio y con la realidad de las calles son Distrito Apache: el Bronx (Fort Apache, the Bronx, Daniel Petrie, 1981), que tiene más de los 70 que de los 80, y Colors (Dennis Hopper, 1988), que parece querer recoger el testigo de películas como Los nuevos centuriones (The New Centurions, Richard Fleischer, 1974), aunque no alcance el nivel de contundencia y pesimismo del film de Fleischer, cuya capacidad narrativa va por delante de la de Hopper, cuya película más popular fue su primer largometraje: Easy Rider (1969), en la que la pareja protagónica se encontraba al margen ya no solo de la “ley”, sino de la sociedad, en el desencanto y la huida…
En Colors, Hopper, que ya no era ni tan joven ni tan rebelde con o sin causa, cambia de lado y se posiciona dentro del orden. En concreto, concede el protagonismo a una típica pareja de policía, formada por un veterano y un novato cuyas veteranía y bisoñez ya quedan definidas en su primer encuentro; e irán desvelando sus modos de entender el oficio y las calles de una ciudad como Los Ángeles. El rótulo inicial habla de más de seiscientas bandas callejeras y de al menos setenta mil pandilleros. Ante esa cantidad de guerrilleros urbanos, jóvenes que nada tienen que perder, nihilistas de barrio, que encuentran en los colores de las pandillas la sensación de pertenencia que les niega una sociedad marcada por las diferencias de oportunidades, por las raciales, las educativas y las economías. Para ellos, las bandas, sus miembros, son sus familias, dicho de otro modo: el último refugio frente a una sociedad, un sistema y una situación que sienten les condenan a la marginalidad, a la violencia y, finalmente, a la criminalidad. Ante este elevado número de pandilleros, tanto la policía local como la oficina del sheriff han creado cuerpos especiales para combatir este tipo de crimen, en muchas ocasiones, relacionado con el narcotráfico y que depara la lucha entre bandas. A uno de estos cuerpos especiales, el C.R.A.S.H., pertenecen Bob (Robert Duvall) y Danny (Sean Penn), en quienes se descubren las dos perspectivas que Hopper nos acerca: el primero, conoce las calles y su oficio, su visión es amarga, pues comprende que la vida allí también lo es; el segundo presenta un aire chulesco, es vital, desconocedor de la realidad de esas mismas calles angelinas donde la marginalidad y las armas son parte del paisaje humano, esas mismas calles que unos interpretan de una manera y otros de otra diferente…
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