El cine no es ajeno a la realidad en la que se hace. Esa realidad le influye; es fuente de inspiración y de reflexión, incluso de parodia y sátira, como bien vio Lev Kuleshov en Las extraordinarias aventuras de Mr. West en el país de los bolcheviques (Neobyciaynye priklivcenija Mistera Vesta v stra no bolsevikov, 1924), en la que parodia la imagen que los estadounidenses tenían de los bolcheviques y estos de aquellos, o Ernst Lubitsch en Ninotchka (1939), magistral comedia ambientada en París en la que Greta Garbo ríe. Algo similar hace Walter Hill sesenta y cuatro años después de Kuleshov y casi cincuenta de Lubitsch, aunque sin las pretensiones experimentales del director ruso ni el magisterio cómico e irónico del berlinés. Asentado plenamente en el sistema de Hollywood, supongo que Hill pretendió en Danko: calor rojo (Red Heat, 1988) entretenimiento, lucimiento para sus dos estrellas, hacer caja y algo de guasa, a costa de las diferencias entre los dos lados del telón de acero y los agentes de policía interpretados por Arnold Schwarzenegger y James Belushi. Líneas arriba decía que la realidad influye en el cine; eso es evidente, como también que sus historias se amoldan a los tiempos en los que se producen las películas. Claro que existen excepciones, pero no es el caso de Danko: calor rojo, que es hija de su tiempo o, señalando a los progenitores, es fruto del reaganismo y de la perestroika. Hacia la mitad de la década de 1980, la economía soviética hacia aguas por todas partes; no le quedaba salida y eso lo sabía Gorbachov cuando alcanzó el poder y puso en marcha su reforma política (1985-1991). Una de las cuestiones que abordó fue esa difícil situación y cómo afectaba al pulso que la Unión Soviética venía manteniendo con el bloque capitalista durante buena parte del siglo XX. La perestroika (reestructuración económica) y la glásnost (liberalización y apertura) iban a poner fin a setenta años de tiras y aflojas, de enfrentamientos económicos e ideológicos, y de ocho lustros de guerra fría, la cual se calentaba por momentos y deparó varios conflictos armados. Resumiendo, como le dice Viktor Rosta (Ed O’Ross) a Danko, <<Después de 70 años, empiezan a abrirse las puertas de Moscú>>; y esa apertura la aprovechó Walter Hill para conseguir el permiso de las autoridades soviéticas y poder rodar en la Plaza Roja moscovita —fue la primera película estadounidense que obtuvo permiso para rodar en la famosa plaza, lo que ya apunta la situación que se vivía en el país visitado por Mister West sesenta y cuatro años atrás—.
Georgiano como Stalin, Rosta es un criminal que abraza el capitalismo porque es consciente de que un nuevo periodo se abre para las repúblicas soviéticas. Lo sabe y actúa consciente de ese porvenir que ya está a la vuelta de la esquina. <<El primer soplo de libertad será ahogado con cocaína. Una nación que ha podido sobrevivir a Stalin puede soportar un poco de droga>>, aventura el delincuente, cuyas palabras apuntan el final de una época y el inicio de un periodo de liberalismo que llegará cargado de oportunidades legales e ilegales. Evidentemente, Viktor elige las segundas, pero todavía quedan tres años para la caída definitiva del bloque soviético. Esta se produjo en 1991, pero ya a finales del decenio anterior, ahogados por la Doctrina Reagan (o reaganismo), el tatcherismo y las crisis internas, el sistema comunista agonizaba y, en su agonía, algunos dirigentes empezaban a dar por perdido su pulso con “occidente”. Y uno de los primeros pasos a dar fue liberar los medios de comunicación. Otro cantar fue enviar a Danko a Chicago, pues el policía moscovita no era precisamente un relaciones públicas y establecer unas relaciones amenas sería prioritario por ambas partes. Es decir, que se produjese un mayor acercamiento entre las superpotencias que habían controlado el mundo durante la mayor parte del siglo XX; pero tal acercamiento no era por la amistad entre pueblos, sino por la economía, que, al fin y al cabo, es la que une y desune a quienes controlan el orden mundial. Esa nueva era que se avecinaba afectó de varias maneras al cine hollywoodiense, que se quedaba sin enemigos recurrentes para futuros héroes de acción. Pero, a cambio, logró un nuevo héroe, al menos en Danko: calor rojo, en la que Schwarzenegger daba vida a un capitán de la milicia de Moscú, inexpresivo, de puños de acero, sin sentido del humor —se supone que eso le hace más cómico—, medio Buster Keaton, medio Greta Garbo, a quien sus superiores envían a Chicago para repatriar a Viktor.
Atrás quedaba Rambo III (Peter MacDonald, 1988) cargándose a medio ejército soviético en suelo afgano; ahora le llegaba el turno a Ivan Danko. Con él, el agente soviético ya no es el rival a batir, es el héroe que llega del otro lado del telón de acero para colaborar con un policía estadounidense un tanto indisciplinado; contrario a la seriedad y marcialidad del ruso. Esa diferencia de carácter, que marca la disparidad de comportamientos, genera un choque típico en el cine de Hollywood de la década de 1980 y en el del propio Walter Hill; en su primer guion, El rastro de un suave perfume (Hickey & Boggs, Robert Culp, 1972), y más adelante, con la fórmula mejorada, en la variante poli y caco colegas a la fuerza, en Límite 48 horas (48 Hours, 1982). E insistiría en ello en este film ni rojo ni caluroso y en 48 horas más (Another 48 Hours, 1990). Los primeros minutos de Danko, calor rojo se desarrollan en Moscú, fría y ordenada, pero ya con narcotraficantes que, en el deterioro del sistema y la relajación de las autoridades, ven su oportunidad para introducir su material. En oposición, Hill muestra las calles de Chicago en agosto. Son bulliciosas, cálidas, desordenadas; las típicas que asoman en el cine hollywoodiense. Está claro que el director de The Warriors (1979) ve ambos lados desde los tópicos; e igual hace con los dos polis que unen sus fuerzas contra Viktor, que ha escapado a Chicago y Danko debe repatriar para que sea juzgado en Moscú por el asesinato de su compañero, entre otros delitos. Desde el primer instante, poli ruso y poli estadounidense chocan en personalidad y comportamiento; claro que ya se sabe que los opuestos se atraen, que acabarán sintiendo admiración mutua, intercambiando tópicos, amistad y, a falta de una carcajada a lo Garbo en Ninotchka, Danko acabara sonriendo ligeramente…
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