martes, 26 de agosto de 2025

Aceptar lo que te viene cual Buster Keaton

Paseando con Marco Aurelio, medito que lo que dice me parece bastante razonable, además de obvio, y que eso de ser estoico está muy bien si eres Buster Keaton, y vives en una comedia silente en la que la comicidad se agudiza porque no te dejas superar por los acontecimientos ni permites que tus sentimientos y emociones influyan en tus actos, o si eres terminator o un Kenobi cuyo pensamiento me recuerda lo lineales, simples, repetitivos y previsibles que podemos llegar a ser, o si vives en un mundo teórico o en el de los privilegiados cuya realidad se encuentra menos expuesta a las miserias materiales y humanas que las vividas por los desamparados, los pobres, los esclavos, las víctimas de las guerras y de las hambrunas que todavía hoy existen y se provocan. Ni unos ni otros tendrían el privilegio de hablar con libertad ni de desarrollar sus propuestas sin más trabas que su grado de valía, ni darse <<por satisfecho con el trabajo presente>>, pues o no lo tendrían o no sería conforme a su naturaleza o al derecho natural en el que Marco Aurelio y los estoicos creían pero, tal vez, todavía no para todos igual. De cualquier modo, era un primer paso y estos son imprescindibles en cualquier recorrido.

El pensamiento del emperador filósofo gira alrededor de vivir únicamente el presente, que no le discuto que sea brevísimo, porque solo de pensarlo ya se nos escapa, y tanto el pasado como el futuro no importan porque uno ya no existe y el otro resulta incierto. Por tanto, interpreto que la cosa vendría a ser algo así como “lo que hagas y lo que recibas es en el ahora; acepta la <<condición de no esperar nada ni nada evitar>>, y podrás alcanzar la felicidad”. Mas sospecho que este tipo de condición ancla en un mismo punto, es decir si la idea motora es ser una roca, los cambios serían fruto de la erosión provocada por agentes externos al individuo encerrado en la idea de que todo lo que sucede obedece a una necesidad y nada se puede contra ella. Los cambios serían lentos, y la humanidad, tal vez, estaría estancada en algún punto de ese pasado que no importa porque ya no existe; aunque discrepo de esa inexistencia, pues, de algún modo, el pasado ha condicionado el presente. La felicidad estoica difiere de la epicúrea, más sensual y placentera, y de la hedonista y materialista consumida por la mayoría actual, ya que la estoica se trata de una felicidad que se alcanzaría siguiendo una máxima del estilo “quien nada quiere, nada le falta”, que me recuerda a Lao Tsé: <<quien cierra la boca y calla sus sentidos, no encuentra agobio en su vida>>. En ese aspecto y en otros, yo mismo me descubro a medio camino —medio camino porque callo la mitad de las veces y porque no quiero más que la media— de esta filosofía que, allá por el 300 a. C., Zenón inauguró en Grecia, influenciado por los cínicos, y cuyos ecos acabaron llegando a la península itálica y a oídos del buen Marco; ruego no confundir con el de la ruta de la seda y las especias ni con el niño que viajó, acompañado por su mono, de los Apeninos a los Andes.

Ya en lo alto del monte Gaias, le digo que la suya solo es una postura posible en condiciones de privilegio, pues —repito algo similar a lo de arriba— el estoicismo vale para privilegiados porque su realidad les permite desarrollar y poseer una filosofía, la cual sería imposible para los esclavos, los siervos y los plebeyos más vulnerables económicamente hablando, pues carecerían de momentos de quietud y de conocimientos para desarrollarla. De modo que no es curioso que los estoicos romanos sean patricios, los más populares en la actualidad: Séneca, Cicerón o el propio emperador romano cuyas meditaciones, normas y consejos no me convencen del todo porque, tal vez, yo sea un cínico de los de hoy, no de los que siguieron a Antístenes… Claro que lo importante es que le convenciesen a él, y eso parece a lo largo de los doce libros (capítulos o partes) en los que va numerando su manera de pensar, de entender y de encarar la vida. No me arrepiento de su compañía, pero unos pasos más adelante, no puedo evitar que de nuevo me asalte la duda que me lleva rondando parte del paseo, desde que leí, al inicio de Meditaciones, que aprendió de su madre <<la piedad, la liberalidad, y la abstinencia no solo de ejecutar acción mala, sino también de pensarla>>. ¿Cómo lo hizo? Y de no pensarla, ¿cómo saber que esta o aquella acción son malas? Le digo que algo no cuadra y que a veces pensamos con ventaja, es decir, reflexionamos y exponemos lo que queremos a partir de las ideas que sabemos que nos permiten desarrollar y alcanzar lo que buscamos. ¿Somos tramposos o somos de honestidad engañosa? Mira, Marco Aurelio, para tipos como tú o como yo, con el estómago tranquilo, que no ven su vida amenazada por el hambre, ni por las bombas ni por la enfermedad o por una catástrofe natural que arrase tu entorno, tu por inexistente y yo por ahora, es sencillo hablar de principios y de aceptar lo que te viene manteniendo el tipo tal como hace Keaton, pero este vive en su película y nosotros en un espacio-tiempo donde nadie puede saber a ciencia cierta si lo que vendrá no te superará, pues, por muy estoico que uno asuma, presuma o crea ser, es difícil prever nuestras reacciones y emociones ante lo incierto, si nos desbordará o lo contendremos cuando el futuro ya solo sea el brevísimo presente que se convertirá en parte de ese pasado que, como pretérito, señalas que <<ya se acabó de vivir>>…

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