lunes, 25 de agosto de 2025

Gremlins 2: la nueva generación (1990)

Viendo una película como Gremlins 2: la nueva generación (Gremlins 2: The New Batch, 1990), y tantas otras de las suyas, me da por pensar que Joe Dante es un cineasta “niño” que hace gamberradas para divertirse y divertir a su público, el cual encontrará en el cine de este enamorado de la fantaciencia cinematográfica de serie B guiños y referencias cinematográficas; incluso autorreferencias, concretamente en esta Gremlins 2, comedia que no aporta nada nuevo a su cine (ni al del resto), salvo que le permite mirar a su propia obra y burlarse. La película se justifica en la idea de crear una imagen grotesca y paródica de las famosas criaturas creadas por Chris Columbus, guionista de la original y popular Gremlins (1984), que Dante había dirigido seis años atrás, pues, en la memoria de los aficionados estaba su héroe animado y los bichos malos que, en realidad, eran los que proporcionaban la diversión y la rebeldía al asunto y a una pequeña localidad donde “nunca pasa nada”. En esta secuela, Dante traslada la acción de la familiar y pacífica Kingston Falls a la moderna e impersonal Gran Manzana, para darle un toque musical y cosmopolita a la broma que en sí es su cine, lúdico, que toma la representación como juego en el que la aventura y la fantasía, más que el terror, se combinan con las referencias, el chiste y el humor gamberro que encuentra en las criaturas nocturnas sus máximos exponentes; tal vez por compartir nocturnidad toleren a Fred (Robert Prosky), la imagen televisiva de Drácula, noctámbulo y condenado nocturno por excelencia de la cultura popular. Ese gamberrismo se desata cuando, a partir de una nueva e involuntaria mojadura de Gizmo, cuyo modelo a intimar será el belicoso protagonista de Rambo (First Blood Part II, George Pan Cosmatos, 1985), se multiplica y sus retoños se transforman en rebeldes sin causa después de alimentarse superada la medianoche…

La fiesta ya está montada, en esta ocasión en Manhattan, en las inmediaciones de los escenarios de Broadway, en plena jungla de asfalto; en concreto, en el interior de un edificio de última tecnología. Ese será el escenario donde Dante celebra el evento. Allí, en el interior de la construcción, caricaturiza el “progreso”, que no deja de ser el desequilibrio de un entorno mecanizado donde la tecnología desplaza lo humano, lo deshumaniza y al tiempo ridiculiza el interior (y a sus ocupantes) donde, fruto de la casualidad provocada por el guion, trabajan Billy (Zach Galligam) y Kate (Phoebe Cates), también el doctor Catheter, a quien Christopher Lee presta sus rasgos físicos. La presencia del inolvidable actor británico le brinda a Dante la posibilidad de rendir homenaje a la mítica Hammer, la productora londinense en la que Terence Fisher, Jimmy Sangster, Val Guest o el propio Lee, en ocasiones junto al no menos mítico Peter Cushing, hicieron de las suyas y bien. Otro rostro que recuerda el cine fantástico, en este caso el hecho en la factoría de Roger Corman —que fue uno de los productores Piraña (Piranha, 1978)— es Dick Miller, que aparece en todas las películas de Dante desde Esas locas del cine (Hollywood Boulevard, 1976) hasta Enterrando a las ex (Burying the Ex, 2014). Sumando a lo dicho, los paródicos números musicales de las criaturas —acaso ¿existe un género cinematográfico que se aleje más de la realidad que el musical?—, Rhapsody in blue de George Gershwin incluida, así como los numerosos momentos que remiten a otras películas, entre ellas Batman (Tim Burton, 1989) y El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939), o la introducción Looney Toones protagonizada por el pato Lucas/Daffy, o eso pretende esta antagónica ave animada que compite sin fortuna con el conejo de la suerte, queda claro que el propósito de esta secuela, beneficios económicos aparte, es el homenajear a ese cine de fantasía y serie B que alegraría muchos momentos de la juventud de Dante…

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